Homilías Dominicales

HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN EL XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

“Cristo es el tesoro escondido y la perla de gran valor”

Domingo XVII del Tiempo Ordinario

Nuestro Evangelio dominical nos presenta tres nuevas parábolas del Señor Jesús: La parábola del tesoro escondido en el campo, la parábola de la perla preciosa o de gran valor, y la parábola de la red (ver Mt 13, 44-52). Veamos a continuación, las dos primeras.

La parábola del tesoro escondido y de la perla preciosa

Estas dos primeras parábolas apuntan a subrayarnos una misma idea: El encuentro personal con Cristo produce un cambio radical en la vida. Cuando uno encuentra a Jesús, lo que antes era importante pierde su valor ante el conocimiento de Cristo. Es como el hombre que encuentra un tesoro escondido en un campo, y por la alegría que le produce este hallazgo, va vende todo lo que tiene, y compra aquel campo para poder poseer el tesoro de incalculable valor. O es como el mercader de perlas finas que, encontrando una de sinigual valor, va vende todo lo que tiene y la compra. Quien realmente se encuentra con Cristo, lo deja todo, lo vende todo, para alcanzarlo a Él, porque descubre que Jesús es lo más valioso que hay en la vida. Ésta es la experiencia de los Apóstoles: “Y, dejándolo todo, le siguieron” (Lc 5, 11). También la de San Pablo: “Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo y ser hallado en Él” (Flp 3, 8-9).

Pero, sobre todo, es la experiencia de Santa María la Virgen, quien, dejando sus planes y seguridades humanas, se consagró con desprendimiento y generosidad absolutas a su vocación de Madre de Dios: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). 

La vida cristiana no consiste en “seguir una idea, un proyecto, sino de encontrarse con Jesús como una Persona viva, de dejarse conquistar totalmente por Él y por su Evangelio.[1] “Cristo es el tesoro escondido, Él es la perla de gran valor. Él es el descubrimiento fundamental, que puede dar un viraje decisivo a nuestra vida, llenándola de significado”.[2]

Ahora bien, la intención de Jesús con estas dos parábolas es también la de ayudar a las personas que no entienden el fenómeno de la vocación, a que lo comprendan, es decir, a que entiendan cómo es posible que existan personas dispuestas a dejarlo todo por seguirlo.

En efecto, cuántas veces nos hemos encontrado con gente, incluso padres de familia, que no entienden cómo alguien, como su mismo hijo o hija, pueden ser capaces de renunciar a tantas cosas que les ofrece el mundo, como el dinero, el confort, el poder, y la fama, para abrazar el sacerdocio ministerial o la vida consagrada, y con ello estar dispuestos a padecer privaciones, y a sufrir incomprensiones, calumnias, oposiciones, e incluso persecuciones.  

O personas a quienes hoy en día les resulta incomprensible y hasta escandalosa, la decisión de un hombre y de una mujer de unirse en matrimonio cristiano, y de esta manera, vivir su amor conyugal de manera fiel y para toda la vida, acogiendo generosa y amorosamente el don de los hijos, esforzándose por hacer de su hogar un auténtico cenáculo de amor y santuario de la vida.    

La dinámica de la búsqueda y el sacrificio

Ahora bien, las dos parábolas tienen una dinámica común que podemos sintetizar en dos palabras: Búsqueda y sacrificio. “La actitud de la búsqueda es la condición esencial para encontrar; es necesario que el corazón arda del deseo de alcanzar el bien precioso, es decir, el Reino de Dios que se hace presente en la persona de Jesús”.[3] Y junto con la búsqueda se da el sacrificio: “Frente al descubrimiento inesperado, tanto el campesino como el mercader se dan cuenta que tienen delante una ocasión única que no deben dejar escapar, por lo tanto, venden todo aquello que poseen…Cuando el tesoro y la perla han sido descubiertos, es decir, cuando hemos encontramos al Señor, es necesario no dejar estéril este descubrimiento, sino sacrificarle cualquier otra cosa”.[4]

Pero cuidado, no se trata de sacrificar o renunciar para quedarnos sin nada, sino para que el corazón, libre de toda atadura, sea capaz de adherirse a aquello de más valor, en este caso, a la Persona viva de Jesucristo, nuestro Señor.

Pero hay una reflexión más que podemos hacer sobre estas dos primeras parábolas: Hay muchos que encuentran a Cristo, se dan cuenta que Él es el tesoro de gran valor o la perla preciosa, pero tienen miedo de dejar entrar totalmente a Cristo en sus vidas, porque torpemente piensan que Él puede quitarles algo valioso como, por ejemplo, su libertad o la alegría de vivir.

A aquellos que temen dejar entrar al Señor Jesús en sus vidas, hay que decirles que, quien deja entrar a Cristo no pierde nada, absolutamente nada de lo que hace la vida libre, bella, alegre, grande y hermosa. Más bien, sólo a través de la amistad con Cristo, se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo siendo amigos de Jesús se puede experimentar verdaderamente la libertad y la belleza de la vida.[5]   

La Parábola de la red

El Evangelio de hoy termina con una tercera parábola: La de la red. Como bien sabemos, la red pesca todo tipo de peces, buenos y malos. Por eso el Señor nos dice: “También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes” (Mt 13, 47-50).

Con esta parábola, Jesús nos recuerda una vez más que, habrá un Juicio Final, y que los malos, los agentes de iniquidad, serán arrojados al infierno, descrito aquí con las fuertes imágenes de “horno de fuego” y del lugar del “llanto y rechinar de dientes”. Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: “Frente a Cristo, que es la Verdad, será puesta al desnudo definitivamente la verdad de la relación de cada hombre con Dios (ver Jn 12, 49). El Juicio final revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena…Todo el mal que hacen los malos se registra y ellos no lo saben…El Juicio final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte (ver Ct 8, 6)…El mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a los hombres todavía «el tiempo favorable, el tiempo de salvación» (2 Cor 6, 2). Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de Dios. Anuncia la «bienaventurada esperanza» (Tt 2, 13) de la vuelta del Señor que «vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que hayan creído» (2 Tes 1, 10)”.[6]

Pidámosle a Santa María, la Virgen Madre quien lo dejó todo para abrazar sin límites a Jesús en su Inmaculado vientre y Corazón, que nos ayude a dar testimonio, de la alegría de haber hallado el amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús. 

San Miguel de Piura, 30 de julio de 2023 XVII Domingo del Tiempo Ordinario

[1] S.S. Benedicto XVI, Angelus, 05-VIII-2012.

[2] S.S. Francisco, Angelus, 30-VII-2017.

[3] Lugar citado.

[4] Lugar citado.

[5] S.S. Benedicto XVI, Homilía en el Inicio el del Ministerio Petrino del Obispo de Roma, 24-IV-2005.

[6] Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1038-1041.

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