Homilías Dominicales

HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN EL DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO 2023

“Un ejemplo de fe humilde y oración perseverante”

Domingo XX del Tiempo Ordinario 

El Evangelio de hoy Domingo, no recoge una parábola, sino un hecho de la vida real del Señor Jesús. Una mujer cananea, es nuestra protagonista (ver Mt 15, 21-28). Ella se nos presenta como un ejemplo de fe humilde y oración perseverante.

Como ella, hemos de reconocer en Cristo al Hijo de Dios, al Mesías, a nuestro Salvador, y como ella, hemos de perder la vergüenza de suplicarle que tenga piedad de nosotros. Curiosamente, esto es lo que le decimos a Jesús al inicio de cada Santa Misa cuando rezamos o cantamos el “Señor, ten piedad”. Pero muchas veces por culpa de la rutina que todo lo mancilla, no nos damos cuenta del sentido profundo de este rito inicial de la Eucaristía. Pero veamos ahora las hermosas y aleccionadoras enseñanzas, que nos da para nuestra vida cristiana, la mujer cananea de nuestra historia.

La grandeza de su fe en Cristo

La primera lección es la grandeza de su fe en Cristo. Ella, a pesar de no pertenecer al pueblo judío, cree firmemente que Jesús es el Hijo de Dios, el Mesías, el Hijo de David, y que tiene el poder para curar a su hija. Por ello acude presurosa al Señor apenas se entera de su presencia gritándole: “¡Ten piedad de mí, Señor, Hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada” (Mt 15, 22).

¿Creemos, como ella, que Jesús puede curarnos y salvarnos?  ¿Buscamos al Señor con presteza y fe como lo hizo esta mujer considerada pagana para los judíos?  En los difíciles momentos que nos toque vivir, nuestra fe debe ser como la de esta mujer quien no se doblega ante las dificultades, los problemas o sufrimientos por graves que éstos sean, y que tiene la plena certeza de que para el Señor todo es posible, y que Él escuchará su súplica. Ciertamente su fe se ve fortalecida por su amor de madre. ¿Qué madre no está dispuesta a darlo y padecerlo todo por sus hijos, más aún si la vida de alguno de ellos está marcada por el sufrimiento o en grave peligro, y ella se descubre impotente al verlo atormentado por el mal y la enfermedad?

“Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas” (Mt 15, 28), exclama el Señor maravillado. Y es por su gran fe, que Cristo le concede lo que le pide, y en aquel momento su hija quedó curada. Qué diferencia con la poca fe de Pedro que por dudar se hundió en las aguas del Mar de Galilea como meditábamos el Domingo pasado (ver Mt 14, 22-33). Qué diferencia con la poca fe que solemos tener nosotros que nos derrumbamos ante los problemas que nos surgen en el camino de nuestra vida.

Ejemplar actitud de humildad 

La segunda gran lección que nos da la mujer cananea es su ejemplar actitud de humildad frente al Señor. Esta mujer se reconoce tan pobre, desvalida y necesitada de Jesús, que no sólo lo busca, sino que además lo sigue por el camino, le suplica a voz en cuello, es decir gritado, y cuando lo alcanza, se postra ante Él y le ruega con profunda humildad.

Incluso escucha las fuertes palabras que el Señor le dirige, con las cuales Jesús le explica que Él ha venido en primer lugar a anunciar la salvación al pueblo elegido de Israel, y con todo, la fe de esta madre no se rinde, y le responde con humildad al Señor que, así como los perros, ella está dispuesta a aceptar “las migajas que caigan de la mesa de los amos” (Mt 15, 28).

Hermanos: ¿Somos así de humildes ante el Señor? O más bien somos muchas veces arrogantes y desafiantes con Él porque engreídamente creemos que todo nos es debido. O quizá le reprochamos a Jesús y le decimos: ¡Qué malo eres conmigo! No te importa que suframos e incluso muramos. La mujer cananea, se hace toda pobreza, humildad, sencillez, súplica, y confianza frente al Señor. La humildad es la actitud que debemos tener cada uno de nosotros para con Jesús en todo momento y ocasión.

La oración perseverante y constante  

Finalmente, la tercera lección que nos da la mujer cananea es la perseverancia y constancia en la oración. Esta madre sigue al Señor, y en medio del gentío le grita suplicante que cure a su hija. Ante la aparente indiferencia y silencio del Señor, ella sigue suplicando, no se calla. Hasta los Apóstoles se incomodan y le piden a Jesús que la atienda para que deje de incomodarlos (ver Mt 15, 23), pero ella, ante la respuesta aparentemente áspera y brusca del Señor, no se desanima. La mujer cananea nos enseña que no debemos tener miedo al qué dirán de los demás, ni tampoco a desalentarnos frente a las dificultades, sino que debemos ser constantes en nuestra oración, es decir, que debemos orar siempre sin desfallecer (ver Lc 18, 1-8).

Que nuestra fe sea humilde, y que además tengamos mucha perseverancia y constancia en nuestra oración. En nuestra vida aprendamos siempre de la actitud de fe de esta mujer cananea cuyo nombre no recoge el Evangelio, como para enseñarnos que ella es modelo de vida cristiana para todos nosotros, y que por tanto todos los discípulos de Cristo estamos llamados a ser como ella: Humildes, fuertes en la fe, y perseverantes en nuestra oración al Señor.   

Para concluir escuchemos al Papa Francisco a propósito de este pasaje tan hermoso y aleccionador del Evangelio de hoy: “Cada uno de nosotros tiene su propia historia y no siempre es una historia limpia; muchas veces es una historia difícil, con muchos dolores, muchos problemas y muchos pecados. ¿Qué hago, yo, con mi historia? ¿La escondo? ¡No! Tenemos que llevarla delante del Señor: «¡Señor, si Tú quieres, puedes sanarme!» Esto es lo que nos enseña esta mujer, esta buena mujer: la valentía de llevar la propia historia de dolor delante de Dios, delante de Jesús; tocar la ternura de Dios, la ternura de Jesús. Hagamos, nosotros, la prueba de esta historia, de esta oración: cada uno que piense en la propia historia. Siempre hay cosas feas en una historia, siempre. Vamos donde Jesús, llamamos al corazón de Jesús y le decimos: «¡Señor, si Tú quieres, puedes sanarme!»”.[1] 

San Miguel de Piura, 20 de agosto de 2023
XX Domingo del Tiempo Ordinario

[1] S.S. Francisco, Angelus, 16-VIII-2020.

Puede descargar el PDF de esta Homilía de nuestro Arzobispo AQUÍ

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