Reflexiones Litúrgicas

V MEDITACIÓN DEL ARZOBISPO METROPOLITANO DE PIURA EN LA PASCUA 2020

«Soy Yo, no teman»

Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra iniciar con ustedes una nueva semana de meditaciones bíblicas en este Tiempo de Pascua. Ellas quieren ser una sencilla contribución para ayudarnos a vivir desde la fe estos tiempos de “cuarentena”. La fe nos trae la certeza interior de que en estos tiempos difíciles no estamos solos, que Jesús está con nosotros, que el “Eterno Caminante de Emaús” (ver Lc 24, 13-48) camina a nuestro lado, y que jamás nos abandona porque nos ama.     

En esta ocasión vamos a meditar en un misterioso suceso que siguió al milagro de la multiplicación de los panes y de los peces, y a la posterior “huida” de Jesús al monte cuando el Señor se da cuenta que la multitud saciada tiene la intención de proclamarlo rey. El pasaje lo narra San Juan en el capítulo 6 de su Evangelio, versículos del 16 al 21. La escena se ubica en Galilea, más concretamente en el Mar de Tiberíades, como también se denomina al inmenso lago ubicado en esta bella región de Tierra Santa que está situada al norte de Israel.  

El Señor se ha retirado solo a la montaña, por eso al atardecer los apóstoles deciden bajar al lago, subirse a una barca y atravesarlo en dirección a Cafarnaúm, ciudad donde estaba la casa de Simón Pedro y de Andrés, su hermano, casa en la cual Jesús solía quedarse y desde la cual partía a recorrer toda Galilea para anunciar el Evangelio. Por eso la tradición ha llamado a esta vivienda la “prima Domus Ecclesia“(la primera casa de la Iglesia). Junto con Simón Pedro y Andrés, son también oriundos de Cafarnaúm, Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y Mateo, el publicano.     

Como hemos mencionado, había oscurecido y dado que Jesús todavía no había llegado, ellos deciden marcharse. Los discípulos, curtidos pescadores y expertos en el trabajo del lago, experimentan un momento de gran pánico y terror cuando de improviso comienza a soplar un viento fortísimo y el mar empieza a encresparse, lo cual amenaza con hundir la barca donde ellos se encontraban. Incluso en nuestros días, es muy común, que en el Mar de Tiberíades o Lago de Galilea se desaten tempestades de un momento a otro.

Al miedo de tener que enfrentar en una débil barca una tormenta, se añade la visión de Jesús que se acerca a ellos caminando sobre las aguas, lo cual aumenta su temor. Los apóstoles creen ver un fantasma (ver Mt 14, 26). El Evangelio es claro en decirnos que los discípulos estaban en un estado de pavor: “Cuando habían remado unos veinticinco o treinta estadios (es decir unos 6 kilómetros), ven a Jesús que caminaba sobre el mar y se acercaba a la barca, y tuvieron miedo” (Jn 6, 19). El miedo se disipa de sus corazones cuando escuchan las tranquilizadoras palabras del Señor que los invita a la confianza y a la calma: “Soy Yo, no teman” (Jn 6, 20). Las aguas eran para los judíos signo de inestabilidad y caos. Que Jesús camine sobre ellas es signo de su poder divino sobre la creación y sus fuerzas, y sobre cualquier desgracia y adversidad. Así también lo manifiesta el Señor Jesús cuando se dirige a sus discípulos usando el mismo nombre de Dios en el Antiguo Testamento: “Soy Yo” (Ex 3, 14).  

Pero el desenlace sigue siendo misterioso: el relato del Evangelio no nos dice si Jesús sube a la barca o no, incluso los discípulos quieren recogerlo, pero cuando hacen este intento sucede algo inexplicable: “en seguida la barca tocó tierra en el lugar a donde se dirigían” (Jn 6, 21). Como en el caso de la pesca milagrosa, cuando Jesús no está presente los esfuerzos son inútiles y no hay paz sino incertidumbre y miedo, descontrol y desorientación. En cambio cuando Jesús está presente, vuelve la tranquilidad y se llega a puerto seguro.

Esta escena del Evangelio, puede aplicarse tanto a nuestra vida como a la Iglesia. La débil y frágil barca zarandeada por los fuertes vientos y el mar enfurecido, es un símbolo perfecto de nuestra vida y también de la comunidad eclesial.

La pandemia que hoy nos golpea es como esa oscuridad que relata el Evangelio de hoy que ha caído de improviso sobre nosotros. Se asemeja también a esos vientos contrarios que arrecian sobre nuestra existencia y a esas aguas encrespadas que amenazan con hundirnos. Todo pareciera que se junta en nuestra contra y comenzamos, como los apóstoles, a dejarnos invadir por el miedo y a perder el rumbo en la travesía de nuestra vida. Por eso en estos momentos debemos avivar la fe y con ella la visión interior que nos permita descubrir la presencia constante de Cristo en nuestras vidas, hoy sometida a la furia de la pandemia. Una presencia que nos dice: “Soy Yo, no teman”. Cuando llegan las tormentas, Jesús calma las aguas agitadas de nuestro corazón, quita los miedos, y nos conduce siempre a lugar seguro.    

Lo que importa en estos tiempos tormentosos es que nos demos cuenta que Jesús siempre está presente. La presencia de Jesús a veces es silenciosa, misteriosa, pero Él siempre está ahí, nunca nos abandona. Los invito esta tarde a levantar la mirada, para que nos demos cuenta que Él viene a nuestro encuentro en estos tiempos marcados por la incertidumbre y el temor, el dolor y la muerte. Dirijámosle confiados nuestra oración y pongamos en Él nuestra confianza y así encontraremos la calma que tanto anhelamos. Más aún pidámosle que haga llegar la frágil embarcación de nuestras vidas a su destino, que en estos momentos es la orilla de la cura y la sanación. Esta pandemia es un desafío del cual saldremos victoriosos con la certeza de que el Señor nos ama, que siempre camina hacia y con nosotros, que nunca se olvida de sus discípulos, y que en todo momento cuida de la fragilidad de nuestra vida, como cuidó la de los apóstoles.

Queridos hermanos: como bien sabemos dentro de pocos días comenzaremos el mes de mayo, mes tradicionalmente consagrado a Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra. Los piuranos y tumbesinos tenemos un especialísimo amor filial a María Santísima a través de diversas advocaciones marianas que veneramos, sin olvidar que Nuestra Señora de las Mercedes, nuestra querida “Mechita”, es nuestra patrona, Ella que fuera proclamada por San Juan Pablo II, “Reina de la Fe y Estrella de la Evangelización”.

Recientemente el Papa Francisco nos ha dirigido una sencilla carta donde nos propone que redescubramos la belleza de rezar el Rosario durante el mes mariano de mayo, y de preferencia hacerlo en familia, ya que las restricciones por la pandemia han traído como un efecto positivo revalorizar la vida familiar también desde un punto de vista espiritual. La familia está llamada a ser casa de oración, de una oración sencilla y confiada, de una oración llena de constancia, devoción y ternura, de una oración que se haga vida, para que toda la vida se convierta en oración, y nada mejor que el rezo del Santo Rosario en familia para que así sea. Nunca hay que olvidar que “la familia que reza unida permanece unida”. 

Que con el rezo en familia del Santo Rosario, le pidamos diariamente con insistencia a la Virgen María, Salud de los Enfermos, Auxilio de los Cristianos y Abogada nuestra, que nos socorra en este tiempo de pandemia, y ya que Jesús, su divino Hijo, no le niega nada de lo que Ella le pide en favor nuestro, pidámosle que interceda para que el Señor aparte de nosotros este mal y que así como en Cana de Galilea, adelante la hora de la cura y de la sanación.

Quisiera concluir esta meditación con esta oración que el Papa Francisco nos ha propuesto rezar al final del Rosario durante el mes de mayo y que expresa la confianza filial que nosotros, los hijos de Santa María, debemos tener en Ella que como Madre nuestra que es siempre vela e intercede con amor solícito por todos nosotros:

«Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios».

En la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, Madre de Dios y Madre nuestra, y buscamos refugio bajo tu protección.

Oh Virgen María, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos en esta pandemia de coronavirus, y consuela a los que se encuentran confundidos y lloran por la pérdida de sus seres queridos, a veces sepultados de un modo que hiere el alma. Sostiene a aquellos que están angustiados porque, para evitar el contagio, no pueden estar cerca de las personas enfermas. Infunde confianza a quienes viven en el temor de un futuro incierto y de las consecuencias en la economía y en el trabajo.

Madre de Dios y Madre nuestra, implora al Padre de misericordia que esta dura prueba termine y que volvamos a encontrar un horizonte de esperanza y de paz. Como en Caná, intercede ante tu Divino Hijo, pidiéndole que consuele a las familias de los enfermos y de las víctimas, y que abra sus corazones a la esperanza.

Protege a los médicos, a los enfermeros, al personal sanitario, a los voluntarios que en este periodo de emergencia combaten en primera línea y arriesgan sus vidas para salvar otras vidas. Acompaña su heroico esfuerzo y concédeles fuerza, bondad y salud.

Permanece junto a quienes asisten, noche y día, a los enfermos, y a los sacerdotes que, con solicitud pastoral y compromiso evangélico, tratan de ayudar y sostener a todos.

Virgen Santa, ilumina las mentes de los hombres y mujeres de ciencia, para que encuentren las soluciones adecuadas y se venza este virus.

Asiste a los líderes de las naciones, para que actúen con sabiduría, diligencia y generosidad, socorriendo a los que carecen de lo necesario para vivir, planificando soluciones sociales y económicas de largo alcance y con un espíritu de solidaridad.

Santa María, toca las conciencias para que las grandes sumas de dinero utilizadas en la incrementación y en el perfeccionamiento de armamentos sean destinadas a promover estudios adecuados para la prevención de futuras catástrofes similares.

Madre amantísima, acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria. Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio y la constancia en la oración.

Oh María, Consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, haz que Dios nos libere con su mano poderosa de esta terrible epidemia y que la vida pueda reanudar su curso normal con serenidad.

Nos encomendamos a Ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Amén.

Con la alegría de la Pascua, los bendice de corazón y reza siempre por ustedes.

San Miguel de Piura, 28 de abril de 2020
Martes de la III Semana de Pascua

Puede descargar el archivo PDF conteniendo esta Meditación Pascual del Arzobispo Metropolitano de Piura desde Aquí

Puede ver el video grabado de esta Meditación Pascual Aquí

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