HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN LA SOLEMNIDAD DE LA ASCENCIÓN DEL SEÑOR 2023
“Todo bautizado debe sentir pasión por la Nueva Evangelización”
Solemnidad de la Ascensión del Señor
Después de su Gloriosa Resurrección, el Señor Jesús, “se apareció a sus discípulos durante cuarenta días, dándoles muchas pruebas de que vivía y hablándoles de lo referente al Reino de Dios” (Hch 1, 3), “hasta el día… en que fue llevado al Cielo” (Hch 1, 2). Según el Libro de los Hechos de los Apóstoles, la Ascensión del Señor aconteció cuarenta días después de su Resurrección, es decir, el pasado jueves de la VI semana de Pascua. En el Perú, la celebración de la Ascensión ha sido traslada por la Iglesia al domingo siguiente, debido a que la ley civil suprimió el feriado del jueves que antes existía.
La exaltación de Cristo en el Cielo, es nuestra propia exaltación
Pero vayamos a ver las enseñanzas que este trascendental misterio de la vida del Señor Jesús nos deja a nosotros sus discípulos. Las podemos resumir en tres. La primera: Que la exaltación de Cristo en el Cielo, es también nuestra propia exaltación, porque Jesús regresa al Padre llevando consigo nuestra humanidad. Al respecto, San Agustín nos dirá: “Hoy nuestro Señor Jesucristo asciende al Cielo y con Él asciende nuestro corazón”.[1]
En efecto, Jesús regresa hoy al Padre, pero llevando consigo algo con lo cual no vino a la tierra cuando el Verbo de Dios descendió del Cielo el día de la Anunciación-Encarnación: Retorna con nuestra humanidad glorificada.
Por eso, la fiesta de hoy, siembra en nuestros corazones la ardiente esperanza de que allí donde está nuestra Cabeza, Cristo, estaremos también nosotros algún día con la plenitud de nuestra humanidad; nosotros que somos su Cuerpo Místico, Su Iglesia. Al respecto, el Catecismo de la Iglesia Católica enseña: “Jesucristo, Cabeza de la Iglesia, nos precede en el Reino glorioso del Padre para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos en la esperanza de estar un día con Él eternamente”.[2]
Cada vez que profesamos nuestra fe rezando el Credo, decimos: “Y subió al Cielo y está sentado a la derecha del Padre”. Esto significa que, con su Ascensión, Jesús, ha inaugurado su Reino[3], y “que habiendo entrado una vez por todas en el Santuario del Cielo, intercede sin cesar por nosotros como el mediador que nos asegura permanentemente la efusión del Espíritu Santo”.[4]
Tengamos la certeza que nos da la fe que, desde el Cielo, el Señor nos envía de manera continua su Espíritu para iluminarnos, fortalecernos, defendernos y confortarnos.
En el Cielo hay dos corazones plenamente humanos
A la luz de los misterios de la Ascensión del Señor y la Asunción de Santa María, podemos afirmar sin duda alguna, que en el Cielo hay dos corazones plenamente humanos que nos conocen, que nos aman, que se interesan por nosotros; que saben de nuestras penas y sufrimientos, de nuestras pruebas y desafíos, porque ellos mismos los han vivido aquí en la tierra, y por tanto ruegan, interceden, y suplican por nuestras intenciones y necesidades en todo momento y ocasión.
Esos dos corazones son el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María, a quienes la Iglesia rinde culto. Escuchemos lo que Jesús le dice a Santa Faustina sobre su Corazón que hoy ha ascendido al Cielo: “Has de saber hija mía, que mi Corazón es la Misericordia misma. Desde este mar de Misericordia las Gracias se derraman sobre el mundo entero. Ningún alma que se haya acercado a Mí ha partido sin haber sido consolada. Cada miseria se hunde en mi Misericordia y de este manantial brota toda Gracia salvadora y santificante”.[5]
De otro lado el Inmaculado y Doloroso Corazón de Santa María es también nuestro consuelo. El Corazón de la Madre, traspasado por la espada profetizada por el anciano Simeón en el Templo (ver Lc 2, 35), nos acompaña en el sufrimiento, llora con nosotros, está en todo momento ayudándonos a que superemos la incertidumbre y la angustia. Por eso, siempre podemos hacer nuestra, esta jaculatoria: “Inmaculado Corazón de María, sé la salvación del alma mía y de mi familia”.
Queridos hermanos: Tanto el Sagrado Corazón de Jesús, como el Inmaculado Corazón de María, que están en el Cielo, sienten con nosotros todas nuestras angustias y dolores. Por eso no dejemos nunca de recurrir a Ellos, especialmente ahora que hay muchos hermanos y familiares nuestros enfermos de dengue.
Jesús, está en el Cielo y sigue estando con nosotros aquí en la tierra
Pero decíamos que son tres las enseñanzas del misterio de la Ascensión del Señor. Ya hemos visto la primera. La segunda enseñanza es que, si bien Jesús ha ascendido al Cielo, no se ha ido para desentenderse de nosotros y de este mundo. Mientras Él está en el Cielo, sigue estando con nosotros aquí en la tierra: “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Su presencia se prolonga entre nosotros, sobre todo en esa presencia llamada “real”, por excelencia, por antonomasia, que es el milagro de amor de la Eucaristía. Jesucristo Resucitado, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad, está sentado a la derecha de Dios Padre, y está también en nuestros altares y sagrarios, en el pan de vida eterna y en el cáliz de salvación. Sólo Dios es capaz de un portento así. Pero el Señor también está presente en su Palabra Divina, la cual debemos leer, acoger y meditar, como Santa María, quien atesoraba todas estas cosas, meditándolas en su Corazón (ver Lc 2, 19). El Señor también está presente ahí donde dos o más están reunidos en su Nombre (ver Mt 18, 20), y lo está también en el enfermo, en el pobre, en el vulnerable, en el descartado, en todo aquel necesitado de nuestro amor y servicio, porque, “cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).
Sepamos descubrir estas otras presencias del Señor, para que así se fortalezca nuestra fe y se renueve siempre nuestra esperanza.
El mandato apostólico y evangelizador de la Ascensión
Finalmente, la tercera y última enseñanza consiste en el mandato apostólico y evangelizador de la Ascensión: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes” (Mt 28, 19). La misión que nos deja el Señor se dirige a la totalidad de los hombres y consiste en anunciarlo a Él, y su misterio de salvación, como clave de realización humana plena. La misión tiene carácter universal, y eso fue lo que hizo nacer la duda en algunos de los discípulos como nos refiere el Evangelio: “Algunos sin embargo dudaron” (Mt 28, 17).
No dudaban de que había resucitado, pues le estaban viendo, es más “al verle le adoraron” (Mt 28, 17), dudaron de cómo sería posible hacer discípulos de Jesús de todos los pueblos de la tierra. Por eso Cristo les asegura que Él es el Señor diciéndoles: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28, 18), y los tranquiliza y anima prometiéndoles que, para esa misión universal, contarán con su asistencia indefectible: “Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).
Jesús nos envía a hacer discípulos por medio de dos cosas esenciales: El Bautismo, en el nombre de la Santísima Trinidad, y la fiel observancia de todo lo Él nos ha mandado: “Por tanto, vayan, y hagan discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que les he mandado” (Mt 28, 19-20).
Sí, hay que intensificar entre nosotros la celebración del Sacramento del Bautismo, ya que hay muchos padres de familia que difieren este don sagrado en la vida de sus hijos por mucho tiempo, cuando debieran bautizarlos a más tardar en el primer mes de nacidos. Pero también es preciso fomentar en nosotros el deseo fervoroso y eficaz de propagar la Verdad revelada mediante la enseñanza de todo aquello que Cristo nos ha mandado guardar, y que se encuentra excelentemente expuesto en el Catecismo de la Iglesia Católica, y en nuestro Catecismo Arquidiocesano, el PIUCAT. La mayor obra de misericordia será, muchas veces, la de enseñar las verdades de la fe y de la moral que salvan.
Con el Papa Francisco, podemos concluir que, la Solemnidad de la Ascensión, “dirige nuestra mirada hacia lo alto, más allá de las cosas terrenales. Al mismo tiempo, nos recuerda la misión que el Señor nos ha confiado aquí en la tierra”.[6] Entre este deseo del Cielo, destino final de nuestras vidas, y la obra de la Nueva Evangelización que debemos realizar hasta el regreso del Señor al final de los tiempos, nos asiste el Espíritu Santo, y nos guía María Santísima, “Estrella de la Nueva Evangelización”.
Queridos hermanos: Todo bautizado es “cristóforo”, es decir, “portador de Cristo”. Quien ha encontrado Cristo, no puede guardar para sí esta experiencia, sino que debe sentir el ardiente deseo de compartirla, y de llevar a otros al encuentro con Jesús, el camino, la verdad y la vida.
Todo bautizado debe sentir pasión por la Nueva Evangelización, es decir, por anunciar al Señor Jesús en primera persona, con la palabra valiente y el testimonio de vida.
Habría que preguntarles a todos aquellos con quienes nos encontramos a diario, si perciben en nuestras palabras y en nuestra vida, el calor de la fe. ¡Si ven en nuestro rostro la alegría de haber encontrado a Cristo![7]
San Miguel de Piura, 21 de mayo de 2023
Solemnidad de la Ascensión del Señor
[1] San Agustín, Sermón 261.
[2] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 666.
[3] Ver Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 663-664.
[4] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 667.
[5] Santa Faustina, Diario, n. 1777.
[6] S.S. Francisco, Audiencia General, 12-V-2021.
[7] Ver S.S. Francisco, Discurso en la Plenaria del Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización, 14-X-2013.
Puede ver el video de esta Santa Misa AQUÍ
Puede descargar el PDF conteniendo la homilía de nuestro Arzobispo AQUÍ