Homilías Dominicales

HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN EL VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO 2024 – XXXII JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO

“Moverse a compasión”

XXXII Jornada Mundial del Enfermo 

Si el Evangelio del Domingo pasado nos presentaba de manera amplia la actividad del Señor Jesús curando con su poder a todos los enfermos que le traían, el de hoy (ver Mc 1, 40-45), nos acerca y nos hace detener la mirada en una curación específica: La de un leproso.

La lepra es una enfermedad con dolorosas consecuencias en aquel que la padece, porque al mal de la enfermedad, que va carcomiendo y desfigurando progresivamente el cuerpo del leproso, se le añade el dolor de verse apartado y segregado por parte de la sociedad. En los tiempos de Jesús la lepra no tenía cura.

Todo esto era especialmente grave en Israel en los tiempos de Jesús, porque a todo lo antes mencionado, se añadía que la enfermedad adquiría también una dimensión religiosa: La impureza. Efectivamente, la Ley ordenaba que: “El afectado por la lepra llevará los vestidos rasgados y desgreñada la cabeza, se cubrirá hasta el bigote e irá gritando: «¡Impuro, impuro!». Todo el tiempo que dure la llaga, quedará impuro. Es impuro y habitará solo; fuera del campamento tendrá su morada” (Lev 13, 45-46). El enfermo de lepra quedaba entonces excluido del culto, como inhabilitado para su relación con Dios. Todo esto que hemos descrito sumía a los leprosos en un abatimiento y desánimo extremos. 

Si quieres, puedes limpiarme

Teniendo presente estas consideraciones, podemos comprender mejor la frase con la que se introduce el Evangelio de hoy: “Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme»” (Mc 1, 40). A pesar de todas las normas de aislamiento que debía observar, el leproso tiene la audacia de acercarse a Jesús. Él tiene la certeza que el Señor lo acogerá y lo limpiará de la lepra. Por eso su oración de súplica confiada es más bien la expresión de una convicción: “Si quieres, puedes limpiarme”. Junto con la confianza absoluta que tiene en el Señor, conmueve ver la delicadez de la petición del leproso: “Si quieres”. Es decir, no le impone a Jesús su voluntad, más bien se abandona a la del Señor.

Esta súplica del leproso trae a nuestra memoria la oración que Jesús dirigió a su Padre durante su Agonía en el Huerto de Getsemaní, a pocas horas de su Pasión y Crucifixión: “Padre, si quieres, aparta de Mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42). ¿Recordaría Jesús en ese momento a aquel leproso y su súplica desprendida? Tanto el leproso, pero sobre todo el Señor, nos enseñan que, en nuestra oración de súplica y ruego, debemos siempre pedir con desprendimiento, porque en el fondo el Señor sabe más y mejor que nosotros lo que verdaderamente necesitamos. 

Quiero, queda limpio

No son muchos los pasajes evangélicos que nos revelan los sentimientos que mueven a Jesús. El de hoy es uno de estos pocos: “Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio»” (Mc 1, 41).

Jesús, al contemplar al leproso de rodillas a sus pies, comprendió toda la extensión de su drama y dolor, un drama y dolor no solamente físico, sino también moral y espiritual. Y para que el leproso se sintiera acogido, es decir amado, el Señor hace algo impresionante y asombroso para su tiempo y para el nuestro: “Extendió su mano y le tocó” (Mc 1, 41), es decir, tocó a aquel que era considerado impuro, exponiéndose Él mismo al contagio e impureza. Como nos dice el Papa Francisco, meditando en este pasaje evangélico: “Tocar a un leproso significaba contagiarse también dentro, en el espíritu, y, por lo tanto, quedar impuro. Pero en este caso, la influencia no va del leproso a Jesús para transmitir el contagio, sino de Jesús al leproso para darle la purificación. En esta curación nosotros admiramos, más allá de la compasión, la misericordia, también la audacia de Jesús, que no se preocupa ni del contagio ni de las prescripciones, sino que se conmueve solo por la voluntad de liberar a aquel hombre de la maldición que lo oprime”.[1]

Vinicio y el Papa Francisco: Un encuentro de compasión amorosa

La escena de Jesús tocando al leproso, me ha hecho recordar el tierno encuentro que se dio en la Plaza de San Pedro, el 06 de noviembre de 2013, entre Vinicio Riva y el Papa Francisco. Vinicio, quien falleciera recientemente el pasado 10 de enero, a la edad de 58 años, sufría, desde joven, de una rara y degenerativa enfermedad llamada neurofibromatosis. Al saludar a los peregrinos que se encontraban ese día en la plaza vaticana, en un intenso gesto de amor por las personas que padecen enfermedades, el Papa Francisco se detuvo durante varios minutos para acoger en sus brazos a Vinicio. Instantes después, lo tomó del rostro, lo besó, y le dio su bendición.

En una entrevista concedida a la revista italiana “Panorama”, Vinicio contó que, al encontrarse con el Papa Francisco, primero le besó la mano, “mientras él con la otra me acariciaba la cabeza y las heridas. Luego me acercó y me abrazó fuerte, me dio un beso en el rostro. Mi cabeza estaba contra su pecho y sus brazos me acogían. Me abrazó fuerte, fuerte. Intenté hablar, decir cualquier cosa, pero no pude: la emoción era muy fuerte. Ha sido poco más de un minuto, pero a mí me ha parecido una eternidad. Luego he girado para ver a mi tía y le he dicho: Aquí dejo las penas, aquí se quedan las penas… Las manos del Papa eran suaves, suaves y bellísimas. Su sonrisa era limpia y abierta… Él no se puso a pensar si abrazarme o no. Yo no contagio pero él no lo sabía. Lo ha hecho y ya: Me ha acariciado todo el rostro y mientras lo hacía solo sentía amor”. Sin lugar a duda la experiencia de Vinicio nos ayuda a comprender la que tuvo el leproso en su encuentro con Jesús: La experiencia del amor misericordioso de Dios, que a todos acoge, y que a nadie rechaza. 

Compadecido de él

El Evangelio nos dice que “compadecido de él” (Mc 1, 41), es decir, movido a compasión, asumiendo el sufrimiento y drama del leproso como propio, Jesús lo limpió. El milagro de la curación del leproso es una expresión de la misericordia del Señor. No se entiende la obra de Cristo, ni a Cristo mismo, si no se entra en su corazón lleno de compasión y de misericordia por todos nosotros, pero especialmente por los pecadores y los enfermos (ver Heb 4, 15-16). 

Jesús responde a la súplica del leproso con las expresiones: “Quiero” y “queda limpio”. La primera es expresión de su voluntad y está confirmada por su actitud de acogida y compasión. La segunda, es una palabra poderosa y eficaz que sólo puede pronunciar Dios, y que queda confirmada por lo que nos dice el Evangelio: “Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio” (Mc 1, 42). Todos estamos llamados a imitar a Jesús en su deseo, “quiero”, viviendo el amor fraterno con los enfermos con nuestra cercanía y ternura para con ellos. En la segunda, en cambio, “queda limpio”, no podemos, a menos que Él nos confiera su poder.

XXXII Jornada Mundial del Enfermo y la Santa Cuaresma

Hoy, 11 de febrero, memoria de “Nuestra Señora de Lourdes”, celebramos la XXXII Jornada Mundial del Enfermo. En su Mensaje para este año, el Papa Francisco, nos pide hacer nuestra la mirada compasiva de Jesús, a que cuidemos a quienes sufren y están solos, incluso los marginados y descartados, como el leproso de nuestra historia de hoy domingo.  

“Con el amor recíproco que Cristo Señor nos da en la oración, sobre todo en la Eucaristía, sanemos las heridas de la soledad y del aislamiento de los enfermos. Cooperemos así a contrarrestar la cultura del individualismo, de la indiferencia, del descarte, y hagamos crecer la cultura de la ternura y de la compasión. Los enfermos, los frágiles, los pobres están en el corazón de la Iglesia y deben estar también en el centro de nuestra atención humana y solicitud pastoral. No olvidemos esto”.[2]  

Asimismo, el próximo miércoles 14 de febrero, será “Miércoles de Ceniza”, y con él comenzaremos a vivir la Cuaresma, camino hacia la Pascua. Es un tiempo de gracia que el Señor nos concede para examinarnos si, como Jesús, somos capaces de movernos a compasión ante tanto dolor y miseria como los que hoy vemos en nuestra sociedad. No se trata sólo de remediar la necesidad material que pueda tener el hermano en necesidad, sino que, contemplándolo de manera integral, como una unidad de cuerpo, alma y espíritu, le prodiguemos también nuestro amor, comprensión, compañía, y ternura. Además, nunca hay que olvidar que en el pobre y necesitado, en el enfermo y abandonado, Cristo mismo sale a nuestro encuentro, con las llagas de su pasión.

A veces, para dar esperanza, es suficiente ser “una persona amable que deja a un lado ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimula que posibilita un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia”.[3]   

Finalmente, la Cuaresma se caracteriza además por ser un tiempo propicio para intensificar, junto con la caridad y el ayuno, la vida de oración. A la luz del ejemplo del leproso de hoy, preguntémonos: ¿Cómo está mi vida de oración, es decir, mi vida de trato con Jesús? ¿Tengo la audacia, la fe, y la esperanza del leproso de acercarme al Señor en la confesión sacramental para suplicarle que me limpie de mis pecados? ¿Es mi oración delicada y respetuosa como la del leproso, que deja al Señor en libertad de acción? O más bien, ¿pretendo imponerle a Jesús mis planes, mis deseos, mi voluntad, y mis tiempos? En la oración se nos da la esperanza, como fuente interior que ilumina los desafíos y las decisiones que debemos tomar en nuestra vida cotidiana. Por esto es fundamental recogerse en oración.  

Por la intercesión de Santa María, Nuestra Señora de Lourdes, la Inmaculada Concepción, pidamos al Señor Jesús, que sane a los enfermos, que sane nuestras dolencias de cuerpo, alma y espíritu con su infinita misericordia, para que nos dé, otra vez, la esperanza y la paz del corazón. Amén.  

San Miguel de Piura, 11 de febrero de 2024
VI Domingo del Tiempo Ordinario
XXXII Jornada Mundial del Enfermo

[1] S.S. Francisco, Angelus, 11-II-2018.  

[2] S.S. Francisco, Mensaje XXXII Jornada Mundial del Enfermo, 11-II-2024.

[3] S.S. Francisco, Carta Encíclica Fratelli tutti, n. 224.

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