Homilías Dominicales

HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN EL DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO 2023

“Hagamos fructificar nuestros talentos”
VII Jornada Mundial de los Pobres

El Evangelio de hoy domingo nos propone la “parábola de los talentos” (ver Mt 25, 14-30). Ella se encuentra dentro del discurso escatológico de Jesús, es decir, dentro de los acontecimientos que ocurrirán al final de los tiempos. A través de ella, el Señor nos advierte que Él volverá por nosotros, y que cuando lo haga, quiere encontrar que los dones con que nos bendijo en esta vida hayan dado fruto abundante, tanto para nuestro bien, como para felicidad de los demás.

El Señor volverá a ajustar cuentas con nosotros

La parábola comienza con estas palabras: “El Reino de los Cielos, es también como un hombre que, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda… Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de aquellos siervos y ajusta cuentas con ellos” (Mt 25, 14.19). Es decir, aquel señor partió, pero para después volver. Lo mismo hará el Señor Jesús. Es lo que les anuncian los Ángeles a los Apóstoles el día de la Ascensión: “Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Éste que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo” (Hch 1, 11). La “parábola de los talentos” no precisa cuánto tiempo después de su partida el señor regresó, pero por el relato sabemos que fue después de un tiempo largo y suficiente. Así es el Señor de bueno, nos da tiempo de sobra para que nuestras vidas puedan dar el fruto anhelado: La santidad.

A cada uno le dio según su capacidad

A uno de sus siervos, su señor le entregó cinco talentos, a otro dos, y finalmente a otro, uno. No nos olvidemos que el talento era una unidad de medida monetaria utilizada en la antigüedad. En el Nuevo Testamento equivalía a 6,000 dracmas (antigua moneda de plata), o lo que es lo mismo, a un total de 21 kilos 600 gramos de plata. Por lo tanto, fue una gran cantidad de dinero la que el señor le dejó a cada uno de sus siervos para que negociarán con ella. El señor de aquellos siervos no sólo era un hombre muy generoso, sino además muy prudente con sus empleados, ya que a cada uno le dio según su capacidad, es decir, les dio conforme a lo que cada uno de ellos podía multiplicar.

A raíz de esta parábola, la palabra “talento” ha pasado a significar entre nosotros, los diversos dones con los que Dios nos ha bendecido. Por eso solemos decir: “Esta persona tiene «talento» para cantar, pintar, escribir, para las matemáticas, el diseño, las nuevas tecnologías, etc.”. Los “talentos” que poseemos son dones gratuitos que hemos recibido del Señor. Por ello, San Pablo nos dice: “¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido?” (1 Cor 4, 7). 

Más bien, mientras el Señor demora en llegar, démosle gracias por los talentos con que nos ha bendecido y hagámoslos fructificar para nuestro bien y el de nuestros hermanos. Del uso o no que hayamos hecho de ellos, el Señor nos pedirá cuentas al fin de los tiempos o el día de nuestra muerte, porque, “Dios llama a cada hombre a la vida y le entrega talentos, confiándole al mismo tiempo una misión que cumplir. Sería de necios pensar que estos dones se nos deben, y renunciar a emplearlos sería incumplir el fin de la propia existencia”.[1]

La gracia divina es el talento o don más valioso que hemos recibido

Ahora bien, el “talento” más valioso que hemos recibido en la vida, es sin lugar a duda el de la gracia divina. ¿En qué consiste? El Catecismo de la Iglesia Católica lo define con estas hermosas y acertadas palabras: “La gracia es una participación en la vida divina. Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria: por el Bautismo el cristiano participa de la gracia de Cristo, Cabeza de su Cuerpo. Como «hijo adoptivo» puede ahora llamar «Padre» a Dios, en unión con el Hijo único. Recibe la vida del Espíritu que le infunde la caridad y que forma la Iglesia. …La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios nos hace de su vida, infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para sanarla y santificarla: es la gracia santificante o divinizadora, recibida en el Bautismo. Es en nosotros la fuente de la obra de santificación (ver Jn 4, 14; 7, 38-39)”.[2] 

Por tanto, el “talento” o “don” de la gracia, exige de nosotros el fruto de la santidad, un fruto que podemos y debemos dar, gracias a que Cristo nos ha liberado del pecado, y en el bautismo nos ha dado nueva vida, su misma vida divina. La santidad es un fruto tan hermoso y fecundo, que a su vez se despliega en una gran diversidad de virtudes que ennoblecen y hacen bella y digna, nuestra existencia personal y social.

Así lo afirma San Pablo: “El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí” (Gal 5, 22-23). 

La pereza: Un gran mal del espíritu

Pero nos queda un último punto a considerar en la parábola de hoy: El pecado capital de la pereza. En efecto, la parábola nos dice que, “enseguida, el que había recibido cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco. Igualmente el que había recibido dos ganó otros dos. En cambio, el que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor” (Mt 25, 16-18). Del fruto obtenido dependió la sentencia que recibieron cada uno de los siervos cuando regresó su señor. Los primeros dos fueron felicitados y alabados: “¡Bien, siervo bueno y fiel! En lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mt 25, 21.23). En cambio, el último siervo, el que no hizo fructificar el talento, recibió un duro juicio y castigo: “Siervo malo y perezoso” (Mt 25, 26). Y enseguida, el señor ordenó drásticamente: “Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes” (Mt 25, 30). Si bien se trata de una parábola, no hay que perder de vista que Jesús la pronuncia para expresar una gran verdad: Nuestro destino eterno (cielo o infierno), dependerá de que en esta vida demos fruto bueno y abundante o no. Ciertamente para dar fruto bueno y abundante, se requiere de nuestra parte que cooperemos activamente con la gracia divina que el Señor nos da, poniendo los medios adecuados para nuestra santificación, como son, por ejemplo, la oración, los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía, la mortificación, el apostolado, y la caridad fraterna, entre otros.

 Por otro lado, me pregunto: En el Día de Juicio, ¿tendremos el cinismo de decirle al Señor, “eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste” (Mt 25, 24), cuando lo único que siempre hemos recibido de Él es gracia tras gracia, es decir, amor tras amor (ver Jn 1, 16)?

Lamentablemente la respuesta totalmente injusta del siervo flojo y negligente de la parábola es muchas veces la nuestra, porque nos resulta más fácil justificarnos acusando al Señor de injusto y exigente para de esta manera excusar un modelo de vida donde a sabiendas, no se hace nada, y que es estéril en buenas obras. En la parábola, el señor califica al siervo que no hace fructificar el talento que le dejó, como “siervo malo y perezoso”. No hay que olvidar que la pereza es uno de los siete pecados capitales. Son llamados capitales porque generan otros pecados o vicios.[3]

La pereza es la tristeza de cara a algún bien espiritual que uno debe alcanzar.[4] Es la acedia, o la desidia, la negligencia, y la flojera, el sentimiento espiritual de “no-me-importa”. Ella es el origen de muchos vicios, e impide realizar o desplegar las virtudes y los valores. La pereza es un gran mal del espíritu porque compromete nuestra salvación eterna: “Echadle a las tinieblas de fuera” (Mt 25, 30). A la pereza se la combate con la diligencia, la responsabilidad, y el fiel el cumplimiento de las obligaciones, especialmente las espirituales, en una palabra, cooperando activamente con la gracia divina.

Esto fue lo que hicieron los que recibieron cinco y dos talentos: En seguida se pusieron a negociar y ganaron otros cinco y dos respectivamente (ver Mt 25, 16-17). Como ellos, también nosotros debemos hacer. 

VII Jornada Mundial de los Pobres

El día de hoy también celebramos la VII Jornada Mundial de los Pobres, que lleva por lema: “No apartes tu rostro del Pobre” (Tb 4, 7). Aplicando la “parábola de los talentos” a esta Jornada, podemos decir que tenemos que poner nuestros talentos y dones al servicio de los hermanos, especialmente de los más pobres y descartados. Debemos salir de nuestros egoísmos e indiferencias, y mirar a aquellos hermanos que necesitan de nuestro amor, cercanía, y solidaridad. Hoy en día, hay mucha necesidad y sufrimiento, y éste, está muy cerca de nosotros, tocando la puerta de nuestro corazón.

Por ello, el Papa nos dice en su Mensaje de este año: “Nuestra atención hacia los pobres siempre está marcada por el realismo evangélico. Lo que se comparte debe responder a las necesidades concretas de los demás, no se trata de liberarse de lo superfluo. También en esto es necesario el discernimiento, bajo la guía del Espíritu Santo, para reconocer las verdaderas exigencias de los hermanos y no nuestras propias aspiraciones. Lo que de seguro necesitan con mayor urgencia es nuestra humanidad, nuestro corazón abierto al amor. No lo olvidemos: «Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, n. 198). La fe nos enseña que cada uno de los pobres es hijo de Dios y que en él o en ella está presente Cristo: «Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40)”.[5]

Que la celebración de esta Jornada nos impulse a iluminar con la luz de la justicia y de la caridad la vida de los más pobres y necesitados y que, sobre todo, nos ayude a mantener fija nuestra mirada en ellos en todo momento y ocasión, y no sólo en este día. Que María Santísima, la que no se reservó nada para sí misma, al darnos a su Divino Hijo, el Señor Jesús, nos ayude en este santo propósito.

San Miguel de Piura, 19 de noviembre de 2023
XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario

   

[1] S.S. Benedicto XVI, Angelus, 13-XI-2011.

[2] Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1997; 1999.

[3] Ver Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1866.

[4] Ver Santo Tomas de Aquino, Suma Teológica, II-II:35.

[5] S.S. Francisco, Mensaje por la VII Jornada Mundial de los Pobres 2023, n. 9.

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