Homilías Dominicales

HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN EL II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO 2024

“Quedarnos siempre con Jesús”

II Domingo Tiempo Ordinario

Concluido el Tiempo de Navidad, y celebrada la Fiesta del Bautismo del Señor, se inaugura el tiempo del ministerio público de Jesús. Es por eso que, los primeros domingos del Tiempo Ordinario, los Evangelios dominicales están dedicados a presentarnos las primeras apariciones públicas del Señor, así como la vocación o llamado de sus primeros apóstoles.   

Los primeros apóstoles: San Andrés y San Juan, evangelista

El Evangelio de hoy está tomado de San Juan (ver Jn 1, 35-42), y comienza con la frase: “Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos” (Jn 1, 35). Se trata del día siguiente del Bautismo del Señor. El Bautista, fijándose en Jesús que pasaba, lo señala y exclama: “He ahí el Cordero de Dios” (Jn 1, 36), es decir, he ahí Aquel que, con su sacrificio en la Cruz, nos salvará. Jesús es el “Siervo Sufriente de Yahveh” (ver Is 52, 13 – 53, 12), por ello podrá ayudar a todos los que se vean marcados con la prueba del dolor en sus vidas (ver Heb 2, 18).  

Ante estas palabras, los dos discípulos de San Juan el Bautista, decidieron seguir al Señor Jesús, y se quedaron con Él todo aquel día (ver Jn 1, 37-39). El pasaje evangélico de hoy insiste mucho en el tema del seguimiento de Jesús. Por eso nos dice: “Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús” (Jn 1, 40).

¿Quién era el otro discípulo? Sin lugar a duda es el que relata este hermoso encuentro de vida con Cristo, es decir, el apóstol y evangelista San Juan, quien será conocido en el Cuarto Evangelio como “el discípulo amado”, o como “el discípulo a quien Jesús tanto quería” (ver Jn 13, 23; 19, 26; 20, 2; 21, 7 y 21, 20).   

El encuentro con Jesús da un horizonte nuevo a la vida

Todo el relato evangélico de hoy está marcado por la emoción. San Juan nunca olvidará el día y la hora en que conoció a Jesús. Este será para él, el momento que marcará su vida para siempre. Por eso, todos los detalles de aquel día se le quedaron grabados en su memoria y corazón, así como el diálogo sostenido con el Señor: “Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: ¿Qué buscáis? Ellos le respondieron: Rabbí -que quiere decir, Maestro- ¿dónde vives? Les respondió: Venid y lo veréis. Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día. Era más o menos la hora décima” (Jn 1, 38-39). 

San Juan recuerda la casa donde Jesús vivía. ¿Qué habrá visto en ella que le impresionó tanto como para mencionarla? ¿Qué detalles habrá observado que le revelaban la personalidad del Señor? Tal vez esa misma tarde conoció a María, la Madre de Jesús, y gracias a su corazón puro y joven, comenzó a descubrirla como su propia Madre en el orden de la gracia, y a vivir la piedad filial como camino configurante con Cristo. Por ello no nos debe extrañar que, entre los Doce Apóstoles, él haya sido el único que acompañó a María al pie de la Cruz, y haya tenido el privilegio de recibirla como su Madre (ver Jn 19, 25-27).     

El apóstol San Juan no olvidará la hora del encuentro con Jesús: “Era más o menos la hora décima”, es decir, las cuatro de la tarde. Si el encuentro fue por la tarde, es lógico pensar que estuvieron con el Señor hasta entrada la noche. San Juan escribe su Evangelio ya de anciano (alrededor del año 90 d.c.), y con todo, recuerda con emoción, como si fuera ayer, su primer encuentro con Jesús. Jamás olvidó aquel día y hora en que encontró a Aquel que fue el único capaz de colmar su vida de sentido, y llenar su corazón de felicidad eterna. El encuentro con el Señor le dio un nuevo horizonte a su vida, y con ello una orientación decisiva a su existencia.[1]    

“Se quedaron con Él aquel día”

“Se quedaron con Él aquel día” (Jn 1, 39), nos dice el Evangelio. ¿Cuál día? En realidad, poco importa saberlo, pues la expresión, “aquel día”, quiere expresar un día que no acaba, un día que no tiene fin. Por tanto, lo que San Juan quiere decirnos, es que, a partir de ese día, Andrés y él se quedaron con Jesús para siempre, y que no se separaron de Él jamás.  

En efecto, San Juan estuvo siempre con Jesús, incluso hasta en la hora de la Cruz, y ahora está unido a Él para siempre en el Cielo. Para los judíos, el día comienza por la tarde, por tanto, haberse encontrado con Jesús hacia las cuatro de la tarde, significaba el inicio de una gran aventura: La gran aventura de ser discípulo de Cristo; la gran aventura de conocer, amar y seguir a Jesús, el Dios encarnado, Aquel que es el camino, la verdad y la vida (ver Jn 14, 6).  

¿Qué habrían conversado esa tarde y noche con el Señor, en aquella conversación que se dio en el calor y la tranquilidad de un hogar, en un clima de amistad, cordialidad, y sincero afecto? Muchas cosas conversadas aquel día quedaron en el seno de la intimidad, pero algo podemos deducir de lo que hablaron por la manera cómo continua el relato evangélico de hoy: “Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. Este se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: Hemos encontrado al Mesías, que quiere decir, Cristo. Y le llevó donde Jesús” (Jn 1, 40-41). Podemos deducir que habrían conversado de las promesas de salvación hechas por Dios a Israel, y cómo éstas se cumplían en Jesús, el “Cordero de Dios”, que daría su vida por nuestra reconciliación. Por eso Andrés, en su diálogo con su hermano Simón Pedro, le dice: “Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1, 41), es decir, al Ungido de Dios, al Salvador, y “lo llevó donde Jesús” (Jn 1, 42). 

Tú te llamarás Cefas, que quiere decir, Piedra

Pero si el relato evangélico de hoy recoge el encuentro de Andrés y Juan con Jesús, también nos trae la vocación de Simón Pedro: “Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas, que quiere decir, Piedra” (Jn 1, 42). “Cefas”, no es un nombre de persona. Es una palabra hebrea que significa “Roca”. Se traduce al griego por “Petra”, de donde nos viene el nombre de “Pedro”. Cambiándole de nombre, Jesús le indica a Simón cuál será su misión, la cual se expresa claramente en el Evangelio de San Mateo: “Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16, 18). 

Cada vez que Pedro escuche su nuevo nombre hasta el final de su vida, recordará aquel momento en que se encontró con Jesús, y el Señor lo llamó para que fuera el primer Papa de la historia de la Iglesia, cuya misión, y la de sus sucesores, será la de confesar la verdadera fe en Cristo.   

Hagamos memoria de nuestro encuentro con Jesús

La reflexión de todos estos hechos del Evangelio de hoy debe llevarnos, a cada uno de nosotros, a hacer memoria de aquel día y hora, en que nos encontramos con Jesús, y lo que significó ese encuentro para nuestra vida, para que así, y a pesar del tiempo transcurrido, reavivemos la gracia y la alegría de nuestra particular vocación. El encuentro con Jesús cambia la vida, establece un antes y un después. Hace bien recordar siempre ese día y esa hora en que fuimos traspasados por su mirada llena de amor, y escuchamos su voz que nos llamaba por nuestro nombre. Qué hermoso sería que también de nosotros se pueda decir, y “se quedaron con Él aquel día”, es decir, se quedaron con Él para siempre, para nunca separarse de Él.    

Llevar a los demás al encuentro con Jesús

Hay una última reflexión con la cual quisiera terminar, y es sobre la actitud de San Andrés después de haber encontrado a Jesús: Va aprisa con emoción hasta donde está su hermano Simón Pedro para comunicarle la buena nueva que ha encontrado al Mesías. El Evangelio nos dice que inmediatamente, “lo llevó donde Jesús” (Jn 1, 42).  

Si hay algo que caracteriza a Andrés en el Evangelio, es que él siempre está llevando a alguna persona a encontrarse con Jesús: Lo hizo con su hermano Simón Pedro (ver Jn 1, 40-42); lo hizo también con el joven que quería darle a Jesús sus cinco panes y dos peces (ver Jn 6, 8-9); y lo hizo con los griegos que querían conocer al Señor (ver Jn 12, 20-22).

Como a San Andrés, el encuentro con el Señor Jesús nos debe impulsar al trabajo misionero o evangelizador, es decir, llevar a los demás a conocer y a encontrarse con Cristo. ¿Tenemos como Andrés, esa alegría “contagiosa” de transmitir a los demás la fe en Cristo?

Al respecto, el Papa Francisco nos dijo en su Visita Apostólica al Perú: “La misión brota espontánea del encuentro con Cristo. Andrés comienza su apostolado por los más cercanos, por su hermano Simón, casi como algo natural, irradiando alegría. Esta es la mejor señal de que hemos «descubierto» al Mesías. La alegría contagiosa es una constante en el corazón de los apóstoles, y la vemos en la fuerza con que Andrés confía a su hermano: «¡Lo hemos encontrado!». Pues la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. Y ésta es contagiosa. Esta alegría nos abre a los demás, es alegría no para guardarla, sino para transmitirla”.[2]           

Que María Santísima, quien guardaba cuidadosamente todo en su corazón (ver Lc 2, 19), nos ayude y guíe a hacer memoria agradecida de nuestra vocación, y a llevar a todos los que podamos, comenzando por los de nuestra propia casa, al encuentro con Jesús, el camino, la verdad y la vida (ver Jn 14, 6).

Que así sea. Amén.

San Miguel de Piura, 14 de enero de 2024
II Domingo del Tiempo Ordinario

 

[1] Ver S.S. Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus caritas est, n. 1.

[2] S.S. Francisco, Discurso en el Encuentro con Sacerdotes, Religiosos, Religiosas y Seminaristas del Norte del Perú, Trujillo, 20-I-2018.

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