Homilías Dominicales

HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN EL I DOMINGO DE CUARESMA 2024

“El Señor Jesús venció a Satanás”

I Domingo de Cuaresma 

Hoy celebramos el I Domingo de Cuaresma, conocido como el domingo de las tentaciones del Señor Jesús en el desierto. Este año leemos la versión de este pasaje evangélico según San Marcos (ver Mc 1, 12-15), que de manera muy sucinta nos dice: “A continuación, el Espíritu le empuja al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás” (Mc 1, 12-13). “Cuarenta días”. Estas palabras son las que dan el nombre al tiempo litúrgico que estamos celebrando. En efecto, “cuaresma” significa “cuarenta”. Durante este tiempo penitencial, estamos llamados a seguir al Señor en su actitud de oración, ayuno, y vencimiento de Satanás y de las tentaciones.

Cabe preguntarse: ¿Por qué Jesús fue empujado por el Espíritu al desierto? El Espíritu Santo lo condujo ahí para que reviviera la experiencia del Pueblo de Israel, el cual peregrinó por él durante cuarenta años (ver Dt 8, 2-4). Durante este largo tiempo, Israel experimentó el amor paternal de Dios. Efectivamente, una vez liberado de la esclavitud de los egipcios, y antes de tomar posesión de la tierra prometida, durante cuarenta años el Pueblo de la Alianza peregrinó por el desierto, y comprobó como Dios caminaba y cuidaba de él con verdadero amor de Padre: Lo alimentó y le dio de beber (ver Ex 16, 1-36; Ex 17, 1-7); lo guió de día por medio de una columna de nube, y de noche por medio de una columna de fuego (ver Ex 13, 21-22).

Durante cuarenta años Dios formó a su pueblo, separándolo de los demás pueblos de la tierra para manifestarse a él y darle sus leyes de vida y de libertad, por medio de Moisés. Si bien hubo momentos de fidelidad por parte de Israel, también hubo momentos de rebelión, desobediencia, y de murmuraciones por parte del Pueblo Elegido (ver Ex 16, 1-16; Ex 17, 1-16).

Jesús en el desierto, orando y ayunando por cuarenta días, y dejándose tentar, revive la experiencia de Israel, pero, a diferencia del pueblo judío, lo hace en perfecta fidelidad y obediencia a la voluntad de su Padre. Además, venciendo al tentador, nos dejó un ejemplo de cómo vivir una vida cristiana fiel y santa.

La Cuaresma, tiempo de liberación

La Cuaresma tiene que ser para nosotros un tiempo de liberación de la esclavitud del pecado que engendra la muerte (ver St 1, 15), así como de nuestra ambición por poseer bienes materiales, bienes que, dicho sea de paso, se convertirán un día en cenizas, iguales a las que hemos recibido el miércoles pasado en nuestras cabezas, en señal de penitencia.

La Cuaresma es un tiempo para liberarnos de todo lo que nos estorba y es un lastre en nuestro camino de amor a Dios y a los hermanos, un tiempo para romper con el asfixiante egoísmo e individualismo, y de esta manera salir de nosotros mismos en busca de Dios-Amor y de los más necesitados de nuestra misericordia, compasión, y caridad, porque “hay mayor alegría en dar que en recibir” (Hch 20, 35).   

Satanás existe y quiere nuestra ruina

Pero volvamos al pasaje de las tentaciones de Jesús en el desierto. Lo primero que constatamos es la existencia de Satanás. El diablo es un ser real que busca destruir el sueño de nuestra santidad y la posibilidad de nuestra salvación. Él busca nuestra ruina, nuestra condenación eterna. Su campo de acción es el mundo donde nos tienta para que caigamos en el pecado. Como afirma Jesús de él, es un homicida, no hay verdad en Él, la mentira le sale de dentro (ver Jn 8, 44). Como dice un sabio refrán: “El diablo no cambia, pero te puede cambiar a ti”. Con el diablo no se dialoga ni se juega. Si dialogamos con él, irremediablemente perdemos.

Satanás es un adversario formidable, pero con Jesús lo vencemos

Al demonio se le combate y vence con la Palabra de Dios, como hace Jesús en cada de sus tres tentaciones. Por eso en la Cuaresma estamos llamados a leer con más frecuencia y abundancia la Sagrada Escritura. Al diablo se le vence viviendo muy unidos a Jesús, quien lo ha vencido en cada una de sus tres tentaciones, para darnos ejemplo y esperanza en el combate cristiano. No hay que olvidar que en Jesús todos hemos sido tentados, y en Jesús todos hemos vencido a Satanás. 

Por eso San Agustín enseña: “Pues nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones. ¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas en que venció?  Reconócete a ti mismo tentado en Él, y reconócete vencedor en Él. Podía haber evitado al diablo; pero, si no hubiese sido tentado, no te habría aleccionado para la victoria cuando tú fueras tentado”.[1] 

Las tres tentaciones

Como decíamos, el pasaje de San Marcos es muy sucinto, sólo menciona que Jesús era tentado por Satanás. Pero serán los evangelistas San Mateo (ver Mt 4, 1-11), y San Lucas (ver Lc 4, 1-13), los que nos precisen cuáles fueron las tentaciones que sufrió el Señor y cómo venció cada una de ellas.

Tres fueron las tentaciones de Jesús. Cada una de ellas nos deja valiosas lecciones para nuestra vida cristiana. Recordemos que Jesús durante cuarenta días ha estado en el desierto rezando y ayunando, hasta que por fin sintió hambre. Por eso en la primera tentación el diablo le dice al Señor: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes” (Mt 4, 3). ¿En qué consiste la primera tentación? Consiste en incitar al Señor Jesús a que obre un milagro para su propio beneficio o provecho. Con esta misma tentación nos encontramos a diario en nuestra vida cuando el demonio y el mundo nos dicen: Usa tu poder para procurarte ventajas y beneficios. Vive sólo para ti, que no te importe ni la dignidad ni las necesidades de los demás. ¿Acaso esto no lo vemos reflejado hoy en día en el drama de la corrupción que infecta como un cáncer toda nuestra vida social, en cómo algunos usan su poder o cargo para beneficio propio en vez de servir a la causa del bien común y de los más pobres y débiles?

Jesús rechaza la tentación citando el libro del Deuteronomio: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Dt 8, 3). De esta manera subraya que, más importante es la adhesión a la amorosa voluntad de Dios, que el alimento material o la ávida búsqueda de los bienes perecederos.

Pero el diablo es astuto. Jesús ha citado la Sagrada Escritura, y por eso en la segunda tentación, Satanás manipulará la Palabra de Dios: “Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna” (Mt 4, 6). ¿En qué consiste la segunda tentación? Consiste en tentar a Dios, es decir, en forzarle a que se ponga a nuestro servicio, cuando somos nosotros los que debemos estar al servicio de Él. En efecto, muchas veces tenemos la tentación de querer obligar al Señor a que esté al servicio de nuestros caprichos, antojos, y engreimientos. Queremos imponerle nuestros planes y nuestros tiempos. Como Jesús, tenemos que rechazar esta tentación: “También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios” (Mt 4, 7).

Finalmente, la última y tercera tentación es la más explícita, la más fuerte, y tiene por finalidad que Jesús traicione, deforme y pervierta su misión, porque efectivamente, Jesús ha venido para ser Rey, pero Rey de la Verdad y del Amor servicial (ver Jn 18, 33-37; Mc 10, 45). Satanás le dice: “Todo esto te daré, si postrándote me adoras” (Mt 4, 9). Jesús responde a esta tentación con una fuerza y decisión todavía mayores a las anteriores: “Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a Él darás culto” (Mt 4, 10).

Jesús desenmascara al diablo, quien en el fondo le estaba tentando, diciéndole que, el fin justifica los medios: ¡Si has venido para ser Rey, entonces adórame! ¡Es más fácil este camino para llegar a ser Rey, que el camino de la Cruz que te propone tu Padre celestial! Este perverso principio se nos propone muchas veces durante nuestra vida. Es decir, usar medios inmorales para alcanzar un supuesto bien. Por ejemplo, la corrupción, el divorcio, el aborto, la eutanasia, y el matrimonio homosexual, son medios inmorales para alcanzar falsos bienes. El fin de nuestra vida apunta al Cielo, y esto sólo se consigue por medio del morir a nosotros mismos (ver Jn 12, 24), acogiendo la voluntad de Dios. Sólo así llegamos a amar auténticamente a Dios con todo nuestro ser, y al prójimo como a nosotros mismos.  

En Cuaresma: Mortificar nuestro entendimiento 

Para concluir, una última consideración: Si bien la primera tentación apela más a lo corporal, las otras dos tentaciones están más dirigidas al entendimiento. La Cuaresma es un tiempo de conversión, y la conversión exige en primer lugar, un cambio en la mente (ver Ef 4, 23; Rom 12, 2), es decir, un cambio en nuestra forma de pensar. De no pensar más con los criterios del mundo, sino con los de Cristo, quien es la Verdad (ver Jn 14, 6).

La Cuaresma es entonces un tiempo propicio para mortificar nuestro entendimiento, viviendo la humildad, que es andar en la verdad. No nos creamos la medida de todas las cosas, de que siempre estamos en lo correcto, y que los demás están siempre equivocados. Cuidémonos de las ideologías contrarias a la fe.

Cuidado de que seamos como Judas, quien creía saber más y mejor que Jesús, y por eso terminó traicionándolo y vendiéndolo por 30 monedas (ver Mt 26, 14-16). Sepamos más bien abrirnos a la Verdad, porque, “todo el que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn 18, 37), dice Jesús.

Que María Inmaculada, la también vencedora de Satanás, nos cubra con su manto maternal, y nos guíe en el combate cuaresmal para así llegar a la Pascua renovados, en santidad y amor fraterno.  

Que así sea. Amén.    

San Miguel de Piura, 18 de febrero de 2024
I Domingo de Cuaresma

[1] San Agustín, De los Comentarios sobre los Salmos, (Salmo 60, 2-3: CCL 39, 766).

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