CARTA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO DE PIURA A LOS SACERDOTES POR EL JUEVES SANTO 2020
Muy queridos hijos y hermanos sacerdotes de Piura y Tumbes:
En este día de Jueves Santo, día en que hacemos memoria agradecida de grandes misterios de amor, recordamos de manera especial el don de nuestro sacerdocio.
Nuestra tradicional “Misa Crismal” la tendremos en otro momento más adelante en el año, y con ella la renovación pública de nuestras promesas sacerdotales. Mientras tanto quiero que sepan que siempre, pero más intensamente en estas semanas, todos ustedes están presentes en mis oraciones al Señor así como en la intención de la Misa privada que celebro diariamente. Pido para que el Señor Jesús y nuestra Madre Santísima de las Mercedes, los bendigan y protejan de todo mal y como otros “Cristos” que son puedan llevar el consuelo de Dios a los hermanos.
Quiero además darles las gracias por su entrega sacerdotal. A lo largo de estos casi catorce años que llevo entre ustedes, soy testigo de la generosa donación de vida que realizan a diario, donde se hace realidad lo que rezamos y cantamos en el Prefacio de la Misa Crismal: “Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por Ti y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo, y han de darte así testimonio constante de fidelidad y amor”.
Particularmente quiero agradecerles su entrega fiel y abnegada de estas semanas de “cuarentena” debido a la pandemia que nos aflige. Agradecerles las oraciones que a diario elevan por la Iglesia y por la humanidad. Agradecerles por las Misas privadas que celebran y que sostienen la fe de tantos y que renuevan la esperanza del mundo entero; por los momentos en que no dudan de confesar a un penitente que se los pide o de bautizar y confirmar a alguien en peligro de muerte, o de salir a llevar el Viático y la Santa Unción a un moribundo o enfermo. Gracias porque no dejan de anunciar la Palabra, porque podremos estar en confinamiento pero la Palabra de Dios no está encadenada (ver 2 Tim 2, 9). Gracias porque con creatividad no dejan de socorrer a los pobres y a los más vulnerables, y por los medios virtuales llegan a muchos hermanos ofreciéndoles atención y consejo espiritual, llevándoles la certeza que el Amor de Dios es fiel, que Él siempre está con nosotros y por eso nada debemos de temer.
Es verdad que un sacerdote no busca reconocimientos porque conoce bien la enseñanza del Señor: “Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que se os ha ordenado, decid: Siervos inútiles somos; hemos hecho sólo lo que debíamos haber hecho” (Lc 17, 10); pero creo que por lo menos yo debo reconocer todo lo que están realizando en silencio, con un gran corazón sacerdotal y de manera muy sacrificada. Sin lugar a dudas ustedes son mis colaboradores y amigos más valiosos. ¡Que sería del Pueblo de Dios sin vuestro ministerio sacerdotal! Sin lugar a dudas al médico, la enfermera, el policía, el militar, y aquel que trabaja estas semanas en labores esenciales, se añade nuestra gratitud al sacerdote.
Nunca hay que olvidar que los fieles laicos encontrarán en muchas otras personas aquello que humanamente necesitan, pero sólo en el sacerdote podrán encontrar a aquel que sacia su hambre de Dios, porque sólo él, en virtud de su consagración sacramental, anuncia la Palabra de Salvación, administra la misericordia abundante del Padre en el sacramento de la Confesión, y nos da el Pan de vida eterna en la celebración de la Eucaristía.
Si bien hoy no podremos renovar juntos y públicamente nuestras Promesas Sacerdotales, por el misterio de la comunión que realiza en nosotros el Espíritu Santo, quiero pedirles que en algún momento de hoy Jueves Santo lo hagan en la celebración privada de la Misa de la Cena del Señor después del momento de la homilía.
Para quienes trasmiten la Eucaristía por las redes sociales, sería un hermoso y confortador testimonio para con sus fieles cristianos, quienes sin lugar a dudas se los agradecerán de corazón.
Queridos hijos y hermanos: renovar nuestras promesas sacerdotales es renovar nuestro “SÍ” sacerdotal redescubriendo con asombro aquello que somos, aquello que el Señor ha querido que seamos por pura gracia suya para bien de su Pueblo: “Alter Christus” (otro Cristo), que actúa según su persona, “in persona Christi capitis” (según la persona de Cristo cabeza).
Renovar nuestras promesas sacerdotales es reafirmar desde nuestra libertad, nuestra firme intención de unirnos más íntima y fielmente al Señor Jesús, por medio de la renuncia a nosotros mismos y del fiel cumplimiento de los sagrados deberes que por amor a Él asumimos gozosos el día de nuestra ordenación para servicio de la Santa Iglesia.
Renovar nuestras promesas sacerdotales es tomar mayor conciencia de la grandeza del ministerio que el Señor nos ha confiado al hacernos dispensadores de los sagrados misterios de Dios, sobre todo de la Eucaristía y del sacramento de la Reconciliación. Ciertamente el ministerio sacerdotal que el Señor Jesús nos ha confiado encuentra en el munus santificandi su más plena realización. La celebración piadosa y fiel de los “misterios de Cristo” debe comprometer las mejores energías de nuestra vida sacerdotal ya que es lo medular y más importante de nuestro ministerio.
Pero también debe comprometer el mejor de nuestros esfuerzos el ministerio de la predicación. Ser sacerdote supone gastar la propia vida en el anuncio del Señor Jesús, el Verbo encarnado, muerto y resucitado, a cuya luz sólo se esclarece el misterio del hombre. La plena disponibilidad para el anuncio de la Palabra es característica propia e irrenunciable de nuestro sacerdocio y constituye parte esencial del munus docendi recibido el día de nuestra ordenación. Un anuncio que debemos hacer con “humildad”, porque ningún sacerdote se predica o anuncia a sí mismo, o a sus propias ideas y pensamientos, sino a Jesús, único Salvador y Palabra de Vida. Un anuncio que debemos hacer además con “sabiduría”, es decir preparando la predicación del Evangelio y la exposición de la fe católica con dedicación, más aún en estos tiempos difíciles e inciertos en los que debemos decirle a nuestro Pueblo una palabra de fe, de esperanza, de consuelo y de ánimo, haciéndoles experimentar que el amor de Dios nunca nos abandona, que el Amor siempre vence, como Cristo vencerá el Día de Pascua, y que Dios siempre puede más.
Esta Semana Santa será también una ocasión única para hacerle experimentar a nuestra grey lo que Cristo dijo en el Evangelio: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha decidido daros el Reino” (Lc 12, 32), y que de esta manera advierta en nosotros la presencia del mismo Cristo Buen Pastor que apacienta a su rebaño, lo guía y lo corrige porque lo ama profundamente. Es nuestro munus regendi por el cual Cristo nos ha confiado a su Pueblo, para que éste nunca más este extenuado, desorientado, angustiado y abandonado como ovejas que no tienen pastor (ver Mt 9, 36).
San Agustín, en su Comentario al Evangelio de San Juan, dice: “Apacentar el rebaño del Señor ha de ser compromiso de amor” (123, 5). Comentado esta bella frase del Santo de Hipona, el Papa Benedicto XVI dice: “Esta es la norma suprema de conducta de los ministros de Dios, un amor incondicional, como el del buen Pastor, lleno de alegría, abierto a todos, atento a los cercanos y solícito por los lejanos (ver San Agustín, Sermón 340, 1; Sermón 46, 15), delicado con los más débiles, los pequeños, los sencillos, los pecadores, para manifestar la misericordia infinita de Dios con las tranquilizadoras palabras de la esperanza (Ver id., Carta 95, 1)”. Cuánta necesidad hay en estos tiempos de pandemia, y lo habrá aún más en adelante, de pastores que según el Corazón de Cristo, vivan su ministerio como oficio de amor.
No quiero terminar esta sencilla Carta sin reiterarles una vez más mi disponibilidad para servirlos y ayudarlos en todo lo posible. Quiero pedirles perdón si alguno de ustedes considera que lo he ofendido, o no le he ayudado, atendido y sostenido lo suficiente como verdadero padre que soy de ustedes.
En nuestro ministerio sacerdotal nos anima y sostiene saber del cariño y de la oración de nuestro pueblo que de mil maneras nos muestra su cercanía y amistad. Nos anima y sostiene saber que contamos con el mismo Jesús, porque desde el día de nuestra ordenación en que se nos impusieron las manos para consagrarnos sacerdotes del Señor para siempre, quedamos bajo la custodia del hueco de sus manos, es decir quedamos bajo la custodia de la inmensidad de su Amor.
Nos sostiene saber que tenemos como Madre a la misma Madre de Dios. No nos cansemos de mirar siempre a María, de invocarla en todo momento. Como hijos verdaderos y predilectos suyos que somos, amémosla con profunda piedad filial, es decir con los sentimientos nobles y puros del Sagrado Corazón de Jesús. Sólo así seremos en todo momento ministros humildes, pobres, obedientes y puros del Señor; sólo así viviremos nuestro ministerio sacerdotal como donación total de nuestras vidas a Cristo y a Su Iglesia.
Los bendice y pide sus oraciones.
San Miguel de Piura, 09 de abril de 2020
JUEVES SANTO