CARTA PASTORAL A TODA LA IGLESIA ARQUIDIOCESANA DE PIURA Y TUMBES CON OCASIÓN DE LA NAVIDAD 2021
¡El Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre es el Salvador, el Mesías, el Señor!
Muy queridos hermanos en el Divino Niño de Belén:
La entrañable y cercana fiesta de la Navidad, nos hace revivir y experimentar el anhelo de salvación de miles y millones de seres humanos, expresado bellamente por el profeta Isaías con las palabras, “¡Si rasgaras el cielo y descendieras!” (Is 64, 1). En Navidad, este anhelo se ve colmado, porque Dios mismo desciende del cielo y nace de Santa María, la Virgen, cumpliéndose así la profecía: “Una virgen concebirá y dará a luz a un hijo, al que pondrán el nombre de Emmanuel, que significa: Dios con nosotros” (Is 7, 14). En Jesús de Nazaret, se cumplen todas las promesas de salvación que Dios nos había hecho por medio de Israel. “En la plenitud de los tiempos” (Gal 4, 4), Dios se hace uno de nosotros comprometiéndose totalmente con nosotros. Por eso, y a pesar de todos los sufrimientos y pruebas que vivimos actualmente, estemos alegres, y como los pastores, demos gloria a Dios por lo que en Navidad vemos y oímos (ver Lc 2, 20).
Que Dios nos conceda celebrar con cristiana alegría el nacimiento de su Hijo, así como profundizar en este misterio y amarlo cada vez más, para que así se renueve nuestra esperanza, la cual se funda en la absoluta fidelidad del Señor hacia nosotros, y de que su amor es más fuerte que todo pecado y mal.
Nacido de la Virgen, Dios se hizo verdaderamente uno de los nuestros
El Verbo eterno se hizo carne (ver Jn 1, 14), se hizo verdaderamente uno de los nuestros: Nació en el seno de una familia, compartió las privaciones de los pobres, el dolor de los emigrantes, así como nuestros sufrimientos. Padeció persecuciones, fue víctima de la difamación y la calumnia, supo lo que es la soledad y el abandono, fue traicionado y conoció la muerte.
Pero Jesús, no sólo compartió lo más humillante y doloroso de nuestra existencia fruto del pecado, sino principalmente todo lo bueno y noble que hay en el corazón humano, como es la verdad, el amor, la amistad, la misericordia, el servicio, la comprensión, la honestidad, la laboriosidad, la autenticidad, la integridad y el valor.
En Cristo, el Verbo encarnado, se revelan todas las maravillosas potencialidades del ser humano. Al redimirnos de la esclavitud del pecado, el Señor Jesús nos abrió la posibilidad de ser nuevamente auténticas personas humanas conforme a nuestra dignidad de hijos de Dios, creados a imagen y semejanza divina (ver Gen 1, 26). Por su encarnación, muerte y resurrección, Jesús nos devolvió la capacidad de poder desplegarnos y realizarnos plenamente en la verdad y el amor, y tener como destino final de nuestras vidas la eternidad.
La Navidad, nos hace ver en Jesús, no a un hombre extraordinario ni a un dios con apariencia humana, sino la unión real y misteriosa de Dios con un hombre verdaderamente llamado Jesús de Nazaret. Por eso en el día Santo de Navidad, a la hora de proclamar el Credo, confesemos con especial reverencia y espíritu de adoración, la fe verdadera en Cristo Jesús, diciendo con emoción:
“Dios verdadero de Dios verdadero;
engendrado, no creado,
de la misma naturaleza del Padre,
por quien todo fue hecho;
que por nosotros los hombres,
y por nuestra salvación bajó del cielo,
y por obra del Espíritu Santo
se encarnó de María, la Virgen,
y se hizo hombre”.[1]
Recogimiento para acoger con reverencia el misterio de Navidad
En estos días, todo debería invitarnos al recogimiento, al silencio y a la adoración del misterio de Dios quien nace de la Santísima Virgen María, para ser el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, nuestro Salvador. Todo debería invitarnos a la reverencia más profunda para así poder contemplar y acoger, con fe y amor, el regalo que Dios nos hace de sí mismo, porque real e históricamente, “ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres” (Tt 2, 11).
Queridos hermanos: Dios viene a nosotros como un niño indefenso, sin armas, porque no quiere conquistar desde lo exterior, sino ganar desde el interior, transformar desde dentro. El Niño de Belén no quiere nuestra sumisión, más bien apela a nuestro corazón y a nuestra decisión libre de acogerlo y aceptar su amor. Por eso en Navidad, cojamos con confianza la mano que nos extiende, porque es una mano que no quiere quitarnos nada sino únicamente dárnoslo todo.
Tomemos con confianza su mano, porque Él es la Verdad que disipa las tinieblas de la mentira y del error en las que vivimos; porque Él es el Amor que nos libera de nuestros egoísmos y odios; porque Él es el Salvador que nos trae el don de la reconciliación que vence nuestras soberbias, arrogancias, codicias, divisiones y violencias. ¡El Niño que hoy contemplamos envuelto en pañales y acostado en un pesebre, es el Salvador, el Mesías, el Señor!
La Navidad nos revela la sacralidad de la vida y el don de la familia
Al contemplar al Niño Dios en el pesebre, ¿cómo no pensar en los recién nacidos que no son acogidos sino rechazados? ¿En los niños que no logran sobrevivir por falta de cuidados médicos suficientes, o en las absurdas muertes maternas que con mejores condiciones sanitarias se pueden evitar? ¿Cómo no pensar con dolor en los niños abortados? ¿Cómo no hacer el más firme compromiso por desenmascarar y rechazar firmemente a los nuevos Herodes con sus repetidos intentos por despenalizar y legalizar el aborto en el Perú?
La Navidad es también una invitación a abrir las puertas del corazón al Niño por Nacer, al concebido no nacido, quien es el más pequeño y frágil integrante de la familia peruana. En Navidad, nos conmueve contemplar en el humilde portal de Belén que, Dios todopoderoso, ha querido recorrer la vida del ser humano desde sus inicios para salvarla en su totalidad.
Por ello, sin duda alguna podemos decir que, desde su concepción, el Verbo de Dios se hizo embrión humano en el seno virginal de Santa María, y que por tanto nunca es justificable el asesinato de un niño inocente en el vientre de su madre. El aborto jamás puede ser considerado un derecho humano. Toda vida humana, desde la concepción, en cualquier estado y condición, hasta su fin natural, tiene un carácter sagrado e inviolable, porque el Hijo de Dios con su Encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre.
Igualmente, contemplando al Niño Jesús en brazos de su Madre, la Virgen María, bajo la atenta custodia de San José, ¿cómo no pensar en el bien insustituible que es la familia, patrimonio de la humanidad, surgida del matrimonio entre un varón y una mujer? La Navidad es también ocasión propicia para que comprendamos que, si queremos dar un rostro verdaderamente humano a la sociedad, no podemos ignorar el don precioso de la familia, fundada sobre el matrimonio. La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio para toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de los hijos, es el fundamento de la familia, patrimonio y bien común de toda la humanidad. ¡El matrimonio y la familia son insustituibles y no admiten otras alternativas!
¡La Navidad es Jesús!
Al prepararnos para celebrar con alegría el nacimiento del Salvador, mientras cierta cultura “políticamente correcta” y “consumista” tiende a suprimir los símbolos cristianos de la celebración de la Navidad, esforcémonos por captar su valor cristiano que forma parte de nuestra cultura peruana, y así transmitámoslo a las nuevas generaciones. Sin miedo pregonemos: ¡Navidad es Jesús!
¡Abramos entonces de par en par las puertas de nuestro corazón y de nuestra vida social a Cristo que viene, a Cristo que nace para salvar a la humanidad! El día Santo de Navidad, los invito a reunirnos en torno al pesebre familiar, para dirigir nuestra mirada y oración a Aquel que nace para redimirnos y liberarnos de las sombras de muerte en las que yacemos, y digámosle con fe y esperanza: “Oh Amanecer, resplandor de la Luz eterna, Sol de justicia: ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte”.[2] Contemplando a Jesús Niño, que reposa entre pajas, pequeño y frágil, pero fuerte y vigoroso a la vez porque ese Niño es el Amor encarnado, supliquémosle por el fin de la pandemia, y para que aleje de nuestra Patria los males de la violencia, la desunión, los totalitarismos, los odios y venganzas, las injusticias, la mentira, los egoísmos, la corrupción y la muerte.
Como los Pastores y los Reyes Magos, llevémosle al Niño Dios todo lo que somos: Nuestras alegrías y también nuestras tristezas, nuestros aciertos y errores. También nuestras heridas aún no curadas, incluso nuestros pecados para que Él los perdone y haga de nosotros hombres nuevos, porque Él viene a hacer nuevas todas las cosas (ver Ap 21, 5). Él nos está buscando, nos está esperando, y solamente nos pide el pequeño paso de la buena voluntad, el paso del humilde reconocimiento de que lo necesitamos.
Finalmente, en Navidad seamos testigos de su amor, sobre todo allí donde reina la violencia, el odio, la injusticia, la persecución, la soledad y el abandono. Que, por nuestra activa y comprometida caridad, los más pobres y necesitados experimenten el amor de Dios que se ha encarnado y que se hace presente en sus vidas a través de nuestros gestos de misericordia, compasión, solidaridad, amistad, cercanía y ternura. Que en esta Navidad podamos decir con San Agustín: “El amor es mi peso; él me lleva doquiera soy llevado”.[3]
Gracias, Santa María, por tu «Sí» generoso e incondicional
En la Noche Santa de Navidad, no podemos dejar de mirar y agradecer a Aquella quien, gracias a su gran fe, dio paso a nuestra Luz. A Aquella que, renunciando a sus planes y seguridades humanas, acogió los designios divinos de la reconciliación, porque sabía que de su “Sí” dependía nuestra felicidad y salvación. Por eso San Bernardo abad le dice a Santa María: “En tus manos está el precio de nuestra salvación; si consientes, de inmediato seremos liberados”.[4]
Gracias a su “Hágase”, María se convirtió en la puerta de la humanidad que, abierta de par en par, acogió el don de la salvación. Ella es y será siempre, “causa de nuestra alegría”. Por eso en Navidad la saludamos y alabamos diciéndole:
Salve, Reina de los Cielos
y Señora de los ángeles;
salve raíz, salve puerta,
que dio paso a nuestra luz.
Alégrate, Virgen gloriosa,
entre todas la más bella;
salve, agraciada doncella,
ruega a Cristo por nosotros.
Junto con Santa María, miramos también con gratitud a su casto esposo San José quien, con corazón de padre, cuidó al Niño Jesús. Que, en Navidad, aprendamos del Santo Patriarca a cultivar espacios de silencio para que así pueda brotar en nuestras vidas Aquel que es la Palabra Eterna, es decir, el Señor Jesús.
Queridos hermanos y hermanas: ¡A todos les deseo una Feliz Navidad rica en las sorpresas y bendiciones del Niño Dios! Los bendice con afecto y pide sus oraciones para el Papa Francisco.
San Miguel de Piura, 21 de diciembre de 2021
IV Semana Feria Privilegiada
[1] Credo Niceno Constantinopolitano.
[2] Antífona mayor del Tiempo de Adviento, del día 21 de diciembre.
[3] San Agustín de Hipona, Confesiones, 13,9,10.
[4] San Bernardo de Claraval, Sobre las excelencias de la Virgen Madre, Homilía 4, 8-9.
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