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HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN EL XI DEL DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO 2023

“Sólo Jesús, llena nuestra vida de significado”
¡Feliz Día Papá!

Una vez concluida la celebración de los tiempos fuertes del Año Litúrgico, y de las solemnidades de la Santísima Trinidad y el Corpus Christi, retomamos la celebración de los domingos del “Tiempo Ordinario”. A este año 2023, le corresponde el “Ciclo A”, lo cual significa que, en la Liturgia de la Palabra de la Misa dominical, leeremos el Evangelio según San Mateo quien, en su relato de la vida y hechos del Señor Jesús, pone su acento en presentarnos a Cristo como el Mesías esperado de Israel, porque en Él, se han cumplido todas las profecías del Antiguo Testamento.  

El Tiempo Ordinario: un tiempo importante

El nombre de “Tiempo Ordinario”, no debe entenderse como si este tiempo litúrgico tuviera poca jerarquía o valor. El “Tiempo Ordinario”, tiene su importancia particular: Nos ayuda a profundizar y a vivir el misterio del Señor Jesús; nos ayuda a crecer y a madurar en lo que hemos celebrado en la Navidad y en la Pascua; pone en clara evidencia la primacía del Domingo cristiano como un día irrenunciable que estamos llamados a santificar; y nos ayuda a vivir la vida cotidiana como tiempo de salvación. El color litúrgico propio del “Tiempo Ordinario”, es el verde, color que expresa la perenne juventud de la Iglesia, el surgir de una vida nueva (la santidad), y la esperanza y la perseverancia, como virtudes esenciales de la vida cristiana cotidiana.

Llamó a Doce Apóstoles y les dio poder

En el Evangelio de hoy (ver Mt 9, 36 – 10, 8), vemos cómo Jesús llamó a sus Doce Apóstoles. Incluso se nos mencionan sus nombres: “Los nombres de los Doce Apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas el Iscariote, el mismo que le entregó” (Mt 10, 2-4). 

Pero, además, el Evangelio de hoy nos dice explícitamente cuál fue la misión para la cual Jesús eligió a los Doce: “Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis” (Mt 10, 7-8). Ciertamente esta misión supera las capacidades humanas. Para llevarla a cabo, se requiere de un poder extraordinario, o mejor dicho divino. Por eso, el Evangelio precisa que el Señor Jesús, “les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia” (Mt 10, 1). Sin el poder de Jesús, sin estar unidos al Señor, poco o nada podemos hacer los elegidos por Él, como claramente nos lo advirtió: “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de Mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5).

Sólo Jesús, llena nuestra vida de significado

Hemos oído en el Evangelio, que Jesús mandó a sus Doce Apóstoles a sanar todo tipo de enfermedades y padecimientos, pero la peor dolencia que puede padecer la persona humana, es la de tener una vida vacía y sin sentido, una vida alejada de la verdad de su ser.

Efectivamente, una persona así, vive en la permanente incertidumbre, en la duda, y en la incredulidad. No sabe quién es, por qué y para que vive. Una persona así, vive en el nihilismo, es decir, en la nada, en el sin sentido. Es como una oveja abandonada a su propia suerte que deambula perdida por la vida.  

Esta situación existencial, es la que conmueve al Señor Jesús desde lo más profundo de sus entrañas: “Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor” (Mt 9, 36).

Jesús, “tuvo compasión” de la muchedumbre, al percibir que las personas que estaban delante de Él, estaban necesitadas de descubrir el sentido verdadero por el cual vale la pena vivir. Por eso, Jesús les enseñaba muchas cosas, y lo hacía con calma (ver Mc 6, 34), revelándose así, como el único que es capaz de saciar plenamente el anhelo de sentido y de felicidad que tiene que tiene el corazón humano, porque, “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado…(Sólo Cristo) manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación”.[1]

Cuando hoy vemos con dolor a muchas personas, especialmente a los jóvenes, cómo se entregan tan frenéticamente a los sucedáneos de este mundo, como el alcohol, la droga, el libertinaje sexual, las diversiones, el ansia de tener y de poder, y a ideologías de odio y de violencia, ¿acaso todo ello no refleja el esfuerzo desesperado del hombre hodierno por llenar el vacío existencial que le agobia?

Sólo Jesús, puede llenar plenamente de sentido la vida de una persona, y hacerlo para siempre, porque Él es el Hombre nuevo y perfecto. Por eso el Señor afirmó de sí mismo: “Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12). Jesús, es el tesoro que llena nuestra vida de significado. Aquellos que se dejan salvar por Él, son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo, siempre nace y renace la alegría.[2]

El Señor, les dio a sus Apóstoles el poder de curar las enfermedades del cuerpo, pero llenar el corazón humano de felicidad y de sentido, de libertad y eternidad, eso sólo lo puede hacer Él, y para ello, es necesario encontrarse personalmente con Él, porque, “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona (el Señor Jesús), que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.[3]

Orar por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada

La misión de los Doce Apóstoles, y de la Iglesia, no es otra, sino la de procurar a los hombres de todos los tiempos, la maravillosa experiencia de un encuentro personal con el Señor Jesús. Hoy, hay muchos que aún no le conocen, o que, habiéndole conocido, le han olvidado. Estos últimos, son los que dolorosamente llamamos “bautizados alejados”. Son las personas que, habiendo recibido el don bautismal, no orientan su vida según el Evangelio, viven apartadas de la Iglesia, y no se identifican con Ella.  

Hoy, hay muchos hermanos nuestros cansados y desorientados, que están como ovejas sin pastor, buscando, el sentido verdadero de la vida. Como a Jesús, su situación debería conmovernos las entrañas y el corazón, y debería impulsarnos a la gran aventura de anunciarles, con renovado ardor y entusiasmo que el Reino de Dios está muy cerca de ellos, y que éste, tiene un nombre y un rostro muy concreto: Jesús de Nazaret, el único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre.

Cristo, quiere necesitar de nuestras manos, bocas, y pies, y sobre todo de nuestro corazón, para que su Palabra de vida llegue a todos. Como nos lo recuerda el Papa Francisco desde el inicio del su Pontificado: “Es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo”.[4]

Como el mismo Señor Jesús nos lo advierte, hay mucha mies, pero los trabajadores son pocos (ver Mt 9, 37). Si bien todos los miembros de la Iglesia, por su condición de bautizados y confirmados, están llamados a evangelizar, hay algunos, a quienes el Señor llama especialmente para que se hagan plena y totalmente disponibles para el anuncio del Evangelio, con una determinación gozosa de entregar sus vidas, y de gastarlas íntegramente por la causa del Reino de los Cielos (ver 2 Cor 12, 15). Estos son los sacerdotes, los consagrados y consagradas. Por ello, nos hará mucho bien, seguir en todo momento el consejo de Jesús: “Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9, 38).  

Recemos con confianza al Señor, para que suscite muchas y santas vocaciones para su Iglesia y para el mundo. Estoy convencido que el Señor Jesús sigue llamando hoy en día a un gran número de personas al sacerdocio y a la vida consagrada, y que por tanto no hay crisis de vocaciones sino más bien de respuesta a la vocación.

El problema no está en el amor de Dios que es fiel y perseverante, sino en la persona humana que no escucha, y se muestra reticente al llamado del Señor en su vida. Por ello pidamos en nuestra oración para que aquellos que tienen el llamado al sacerdocio, o a la vida consagrada, sean capaces de escuchar el llamado del Señor, y escuchándolo, tengan el valor de darle a Cristo un sí generoso y total, como lo hicieron Santa María, los Doce Apóstoles, y los Santos, que son los mejores hijos de la Iglesia.   

¡Feliz Día Papá!

Hoy, también celebramos el “Día del Padre”. Por ello quiero hacerles llegar mi más afectuoso saludo a todos los papás de Piura y Tumbes. Mi homenaje a los padres que, como cabezas de sus familias, y en comunión de amor con sus esposas, ejercen su paternidad engendrando vida para después orientarla hacia su plenitud por medio de la educación humana y cristiana de sus hijos.

Nunca hay que olvidar que es en la relación con papá y con mamá, donde se da el auténtico proceso de la maduración humana de los hijos. Por eso, la familia auténtica, es la que se fundamenta en el matrimonio entre un hombre y una mujer.  

Hoy debemos preguntarnos: ¿Quién es un buen papá? Un buen papá es aquel que ama con ternura y fidelidad a su esposa, ya que, en el amor estable entre papá y mamá en la familia, los hijos crecen con seguridad, y se proyectan con confianza a la vida. Un buen papá, es el que se alegra cuando su hijo hace lo correcto, animándolo a que persevere en el camino de la verdad, del bien, y del amor. Un buen papá, trata siempre de enseñarle a su hijo lo que éste aún no sabe; lo corrige cuando comete un error; orienta su corazón a lo más noble y digno; lo protege y le advierte de los peligros; levanta su ánimo ante las dificultades y caídas; y todo ello lo hace con cercanía, afecto, paciencia, y con una firmeza que no humilla. Un buen papá, es quien le descubre a su hijo la belleza del don de su bautismo, es decir, lo que significa ser cristiano, y lo alienta al seguimiento de Cristo, el camino, la verdad y la vida.

Queridos papás: Que San José, esposo de la Virgen María, y padre nutricio de Jesús, sea siempre vuestro modelo a seguir. Les deseo de corazón un bendecido “Día del Padre”, en unión con sus familias. Encomendamos también de manera muy especial en nuestra oración eucarística, a todos nuestros padres difuntos, a quienes el Señor ha llamado a su presencia, para que gocen de la felicidad del Cielo.  

San Miguel de Piura, 18 de junio de 2023
Domingo XI del Tiempo Ordinario
Día del Padre

[1] Constitución Pastoral, Gaudium et spes, n.22.

[2] Ver S.S. Francisco, Exhortación Apostólica, Evangelii gaudium, n.1

[3] S.S. Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus caritas est, n.1.

[4] S.S. Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, n.23.

Puede descargar el PDF de esta Homilía de nuestro Arzobispo AQUÍ

Puede ver la transmisión de la Santa Misa y Procesión del Corpus Christi 2023 en Piura AQUÍ

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