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«Y SE TRANSFIGURÓ DELANTE DE ELLOS»

Arzobispo preside Santa Misa en el II Domingo de Cuaresma

25 de febrero de 2024 (Oficina de Prensa).- La Basílica Catedral de Piura se vió colmada de fieles que se reunieron para participar de la Santa Misa que nuestro Arzobispo Metropolitano, Monseñor José Antonio Eguren Anselmi, S.C.V., celebró en el II Domingo de Cuaresma.

Durante la Santa Misa, estuvieron presentes un numeroso grupo de docentes, pertenecientes a la Oficina de Educación Católica de Tumbes (ODEC-Tumbes), quienes han venido participando, durante esta ultima semana, de sus Ejercicios Espirituales Anuales, con los que inician cada año su trabajo en beneficio de la niñez y juventud de esa querida zona del norte de nuestro País.

Reflexionando en el Mensaje del Evangelio de hoy, Monseñor Eguren nos recordó que: «La Transfiguración, nos ayuda a comprender el misterio pascual, es decir, que Aquel que sufrirá muerte de cruz, no es un hombre cualquiera, sino el Hijo Unigénito del Padre, quien con su obediencia total al Plan de Dios nos reconciliará perfectamente con Dios-Amor, con nosotros mismos, con nuestros hermanos, y con la creación».

Compartimos a continuación la Homilía que pronunció hoy nuestro Pastor:

“Y se transfiguró delante de ellos”

II Domingo de Cuaresma

Para comprender el pasaje de la Transfiguración del Señor que nos ha sido proclamado en este II Domingo de Cuaresma (ver Mc 9, 2-10), es importante hacer memoria de lo que había ocurrido seis días antes, cuando Jesús les había manifestado a sus discípulos que en Jerusalén le aguardaba el rechazo, la pasión, y la cruz (ver Mt 16, 21).

Este anuncio, había puesto en crisis a Pedro, y a todo el grupo de los Apóstoles, quienes se resistían a la idea de que su Maestro y Señor fuese rechazado por los jefes del pueblo, y después terminara crucificado como un criminal (ver Mt 16, 22). Imaginémonos cómo estaría en particular el ánimo de Pedro, quien había confesado que Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios vivo (ver Mt 16, 16).

A pesar de que Jesús se les había revelado como un siervo manso y sufriente, dispuesto a dar su vida por todos, los Apóstoles aún tenían una idea equivocada del Mesías como un rey temporal, poderoso y dominador (ver Hch 1, 6). Como bien se pregunta y responde el Papa Francisco: “¿Cómo se puede seguir a un Maestro y Mesías así cuya vivencia terrenal terminaría de ese modo? Así pensaban ellos. Y la respuesta llega precisamente en la transfiguración. ¿Qué es la transfiguración de Jesús? Es una aparición pascual anticipada”.[1] 

Cristo, levanta el velo que oculta el resplandor de su divinidad

Tomando consigo a Pedro, Santiago, y Juan, sus tres discípulos predilectos, Jesús se transfiguró delante de ellos en lo alto de un monte: “Sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo” (Mc 9, 3). Es decir, Jesús les hizo ver por un instante su divinidad a través de su humanidad, les hizo experimentar la gloria del Hijo de Dios.

En efecto, “en la cima del Tabor, durante unos instantes, Cristo levanta el velo que oculta el resplandor de su divinidad y se manifiesta a los testigos elegidos como es realmente, el Hijo de Dios, «el esplendor de la gloria del Padre y la imagen de su substancia» (ver Heb 1, 5); pero al mismo tiempo desvela el destino trascendente de nuestra naturaleza humana que Él ha tomado para salvarnos, destinada también ésta (por haber sido redimida por su sacrificio de amor irrevocable) a participar en la plenitud de la vida, en la «herencia de los santos en la luz» (Col 1, 12)”.[2]

La Transfiguración les permitirá a los Apóstoles afrontar la pasión de Jesús sin quedar totalmente abatidos y descorazonados. De igual manera, la meditación de este misterio nos ayuda a nosotros a enfrentar nuestras pruebas y dolores cotidianos con esperanza, es decir, con aquella virtud teologal que Charles Péguy (1873-1914), filósofo y poeta católico, llamaba “esa niñita de nada, que permite atravesar los mundos llenos de obstáculos”[3], asegurándonos que la última palabra no la tiene el pecado, el sufrimiento, y la muerte, sino Cristo resucitado, vida y resurrección nuestra.

Aquel que padecerá y morirá en la Cruz es el Hijo de Dios

La Transfiguración, nos ayuda a comprender el misterio pascual, es decir, que Aquel que sufrirá muerte de cruz, no es un hombre cualquiera, sino el Hijo Unigénito del Padre, quien con su obediencia total al Plan de Dios nos reconciliará perfectamente con Dios-Amor, con nosotros mismos, con nuestros hermanos, y con la creación.

Es curioso que San Marcos comience su Evangelio diciendo, “comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” (Mc 1, 1), y hacia el final reproduzca las palabras del Centurión, que fue testigo de la muerte de Jesús en el Calvario, las cuales van en la misma dirección: “Al ver… que había expirado de esa manera, dijo: Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39). Todo el Evangelio, es una revelación gradual de la identidad de Jesús: ¡Jesucristo, es el Hijo de Dios!

Para que podamos llegar a profesar esta verdad de fe, necesaria para nuestra salvación, necesitamos que el Señor Jesús se nos revele. ¿Cómo lo hace? El Evangelio de hoy nos dice que Jesús se llevó aparte a Pedro, Santiago, y Juan a un monte alto, a un lugar apartado (ver Mc 9, 2). Para poder tener una experiencia de quién es Jesús, y poder abrirnos a la verdad salvífica de que es el Verbo de Dios hecho carne (ver Jn 1, 14), se hace necesario disponer de momentos de silencio y de oración. Es imprescindible estar a solas con el Señor Jesús. Sólo así, podremos conocer su misterio, y escuchar la voz del Padre que nos asegura que Cristo es su Hijo amado, y nuestro Salvador (ver Mc 9, 7).

Que la Cuaresma, sea una ocasión para que, por medio de la oración y de los sacramentos, el Padre nos conceda tener una experiencia profunda de Jesús transfigurado, como la que tuvieron los Apóstoles, y de esa manera también podamos exclamar: “¡Rabbí, (Maestro), bueno es estarnos aquí,” (Mc 9, 5). Sí, bueno es estarnos aquí contigo, ya que sólo Tú llenas de sentido la vida y eres capaz de colmar el hambre de Dios, y la nostalgia de infinito que tiene nuestro corazón. Por eso, en todo momento hay que hacer caso a la voz del Padre, y de Santa María, la Madre de Dios, quienes de manera unánime nos exhortan a la obediencia de la fe: “Este es mi Hijo amado, escuchadle” (Mc 9, 7). “Haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5).

En Cuaresma transfiguremos nuestra sociedad

Si bien la Cuaresma debe llevarnos a una profunda experiencia de oración, no lo es con la intención de evadirnos de lo cotidiano, sino para que, gozando de la familiaridad con Dios en Cristo, podamos vivir con renovado vigor nuestro compromiso de vida cristiana en el trabajoso camino de la cruz de cada día.   

Por eso el Papa Francisco nos advierte: “Subir al monte no es olvidar la realidad; rezar nunca es escapar de las dificultades de la vida; la luz de la fe no es para una bella emoción espiritual. No, este no es el mensaje de Jesús. Estamos llamados a vivir el encuentro con Cristo para que, iluminados por su luz, podamos llevarla y hacerla brillar en todas partes. Encender pequeñas luces en el corazón de las personas; ser pequeñas lámparas del Evangelio que lleven un poco de amor y esperanza: ésta es la misión del cristiano”.[4]

El camino cuaresmal debe llevarnos a vivir la verdad, el amor, la solidaridad, y la justicia, para que transfiguremos la vida de muchos llenándola de luz, de esperanza, de alegría, de ilusión, y de amor.

En estos tiempos en que hay tanto sufrimiento y necesidad a nuestro alrededor, y, sobre todo, mucha gente confundida por el relativismo imperante y la crisis moral agobiante, que, con nuestro testimonio de vida cristiana, y nuestras obras de veracidad, honestidad, y misericordia, pongamos un poco de luz y calor en este Perú, hay veces tan oscuro y frío por culpa de nuestro pecado, mentira, y egoísmo. Transfiguremos nuestra sociedad por medio de la verdad, del amor, y de las obras de misericordia.

Miremos ahora con amor filial a la Virgen María, la criatura humana más transfigurada de todas, por la gracia de Dios-Amor. Nos encomendamos confiados a su ayuda maternal para proseguir, con fe y generosidad, el camino de la Cuaresma que nos conduzca a la Luz de la Pascua. Recémosle, para que nos ayude a acoger con asombro la Luz de Cristo, a que sepamos guardarla con reverencia en nuestro corazón, y a compartirla con decisión y valor con los demás.

San Miguel de Piura, 25 de febrero de 2024
II Domingo de Cuaresma o de la Transfiguración

[1] S.S. Francisco, Angelus, 25-II-2018.

[2] San Pablo VI, Angelus, 06-VIII-1978.

[3] Ver Charles Péguy, El pórtico de la segunda virtud. Ediciones Encuentro, Madrid 1991.

[4] S.S. Francisco, Angelus, 28-II-2021.

Puede descargar esta Homilía de nuestro Arzobispo AQUÍ

Puede ver la transmisión de la Santa Misa de hoy AQUÍ

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