«LA PAZ ESTÉ CON USTEDES»
Mons. Guillermo Elías se encuentra con los Pobladores de Mallares
28 de abril de 2025 (Oficina de Prensa).- Cumpliendo su promesa de visitarlos, para celebrar juntos la Eucaristía, nuestro Administrador Apostólico Mons. Guillermo Elías Millares, llegó hasta el Centro Poblado de Mallares, en el Distrito de Marcavelica, Provincia de Sullana, con el deseo de compartir momentos de comunidad y fraternidad con los pobladores y las Religiosas Misioneras de Jesús, Verbo y Víctima que realizan una importante misión en esta zona.
A su llegada, nuestro Padre y Pastor fue recibido en medio de espontáneas muestras de cariño y algarabía. Una banda de músicos acompañó el recorrido desde la entrada del pueblo, por las calles hermosamente adornadas, donde los pobladores manifestaron su alegría por la visita con vistosas pancartas de bienvenida, y lo acompañaron hasta la Iglesia «Nuestra Señora de Fátima», donde se celebró la Santa Misa, en el II Domingo de Pascua, conocido también como Domingo de la Divina Misericordia, en la que participaron en medio de un clima de profundo fervor, los miembros de la Pastoral de Catequesis, los integrantes de los diferentes grupos, hermandades y cofradías, así como una multitud de fieles devotos, entre niños, jóvenes, familias y adultos mayores.
Monseñor Elías agradeció el esfuerzo y entrega al servicio de estos hermanos nuestros, que ponen las Religiosas Misioneras de Jesús Verbo y Víctima, quienes no sólo se dedican a la atención de los más pobres y necesitados, sinó que estan firmemente comprometidas con el proceso de catequesis y evangelización de todos los pobladores de la zona, en especial los niños.
Durante su homilía, Monseñor Guillermo destacó: “Hoy el Señor Resucitado se aparece a los discípulos y, a ellos, que lo habían abandonado, les ofrece su misericordia, mostrándoles sus llagas. Las palabras que les dirige están acompasadas por un saludo, que se menciona tres veces en el Evangelio de hoy: «¡La paz esté con ustedes!» Descubriremos ahora las tres acciones de la Divina Misericordia en nosotros. Ésta sobre todo nos da alegría, la alegría especial de sentirnos perdonados gratuitamente. Cuando en la tarde de Pascua los discípulos vieron a Jesús y escucharon por primera vez que les decía ¡la paz esté con ustedes!, se alegraron (cf. v. 20). Estaban encerrados en la casa por el miedo, pero también estaban encerrados en sí mismos, abatidos por un sentimiento de fracaso. En este clima llega el primer ¡la paz esté con ustedes! Los discípulos deberían haber sentido vergüenza, y en cambio se llenan de alegría. Esta es la alegría de Jesús, la alegría que hemos sentido también nosotros cuando experimentamos su perdón. Nos ha pasado también a nosotros sentirnos como los discípulos en la tarde de Pascua, después de una caída, de un pecado o de un fracaso. En esos momentos pareciera que no hay nada más que hacer. Pero precisamente allí el Señor hace lo que sea para darnos su paz, por medio de una Confesión, de las palabras de una persona que se muestra cercana, de una consolación interior del Espíritu Santo, de un acontecimiento inesperado y sorprendente. De diferentes maneras Dios se asegura de hacernos sentir el abrazo de su misericordia, una alegría que nace de recibir “el perdón y la paz”.
En otro momento, nuestro Pastor recalcó: “Otra acción de la Divina Misericordia es que luego suscita el perdón, ¡La paz esté con ustedes! El Señor lo dice por segunda vez, agregando: «Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes» (v. 21). Y les da a los discípulos el Espíritu Santo, para hacerlos ministros de reconciliación. «A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados» (v. 23). No sólo reciben misericordia, sino que se convierten en dispensadores de esa misma misericordia que han recibido. Reciben este poder, pero no en base a sus méritos, a sus estudios, no; es un puro don de la gracia, que se apoya en su propia experiencia de hombres perdonados. Y me dirijo a ustedes, misioneros de la Misericordia. Si cada uno de ustedes no se siente perdonado, que se detenga en este ministerio, hasta el momento de sentirse perdonado. Y de esa misericordia recibida será capaz de dar mucha misericordia, de dar mucho perdón. Y, hoy y siempre, el perdón en la Iglesia nos debe llegar así, por medio de la humilde bondad de un confesor misericordioso, que sabe que no es el poseedor de un poder, sino un canal de la misericordia, que derrama sobre los demás el perdón del que él mismo ha sido el primer beneficiado. Y de aquí nace ese “perdonar todo”, porque Dios perdona todo, todo y siempre. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón, pero Él perdona siempre. Y ustedes deben ser canales de este perdón, a través de su propia experiencia de ser perdonados. Hermanos, hermanas, cada uno de nosotros hemos recibido en el Bautismo el Espíritu Santo para ser hombres y mujeres de reconciliación. Si experimentamos la alegría de ser liberados del peso de nuestros pecados y de nuestros errores; si sabemos en primera persona qué significa renacer, después de una experiencia que parecía no tener salida, entonces se hace necesario compartir el pan de la misericordia con los que están a nuestro lado. Sintámonos llamados a esto”.
Finalmente, nuestro Administrador Apostólico dijo: “Una tercera acción de la Divina Misericordia es que finalmente consuela en la fatiga. ¡La paz esté con ustedes! repite el Señor por tercera vez cuando se les aparece nuevamente a los discípulos ocho días después, para confirmar la fe tambaleante de Tomás. Tomás quiere ver y tocar. Y el Señor no se escandaliza de su incredulidad, sino que va a su encuentro: «Trae aquí tu dedo y mira mis manos» (v. 27). No son palabras desafiantes, sino de misericordia. Jesús comprende la dificultad de Tomás, no lo trata con dureza y el apóstol se conmueve interiormente ante tanta bondad. Y es así como de incrédulo se vuelve creyente, y hace esta confesión de fe tan sencilla y hermosa: «¡Señor mío y Dios mío!» (v. 28). Es una linda invocación, que podemos hacer nuestra y repetirla durante el día, sobre todo cuando experimentamos dudas y oscuridad, como Tomás. Podemos darnos cuenta ahora, que en Tomás está la historia de todo creyente, de cada uno de nosotros. Hay momentos difíciles, en los que parece que la vida desmiente a la fe, en los que estamos en crisis y necesitamos tocar y ver. Pero, como Tomás, es precisamente en esos momentos cuando redescubrimos el corazón del Señor, su misericordia. Jesús, en estas situaciones, no viene hacia nosotros de modo triunfante y con pruebas abrumadoras, no hace milagros rimbombantes, sino que ofrece cálidos signos de misericordia. Nos consuela con el mismo estilo del Evangelio de hoy: ofreciéndonos sus llagas. No olvidemos esto, ante el pecado, el más escandaloso pecado nuestro o de los demás, está siempre la presencia del Señor que ofrece sus llagas. No olvidemos eso, si nos hacemos cargo de las llagas del prójimo y en ellas derramamos misericordia, renace en nosotros una esperanza nueva, que consuela en la fatiga. Preguntémonos entonces si en este último tiempo hemos tocado las llagas de alguien que sufra en el cuerpo o en el espíritu; si hemos llevado paz a un cuerpo herido o a un espíritu quebrantado; si hemos dedicado un poco de tiempo a escuchar, acompañar y consolar. Cuando lo hacemos, encontramos a Jesús, que desde los ojos de quienes son probados por la vida, nos mira con misericordia y nos dice: ¡La paz esté con ustedes!”.
Culminada la Eucaristía, Mons. Guillermo compartió momentos de diálogo y reflexión con los pobladores presentes. Así como un delicioso almuerzo preparado con especial cariño para él, por las madres de familia de la zona.