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«CREO EN EL ESPÍRITU SANTO»

28 de mayo de 2023 (Oficina de Prensa).- Hoy concluimos el Tiempo de Pascua con la celebración de la Solemnidad de Pentecostés, Fiesta mediante la cual se conmemora el descendimiento del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, a los cincuenta días después de la Resurrección de Cristo, nuestro Arzobispo Metropolitano, Monseñor José Antonio Eguren Anselmi S.C.V., ha preparado una especial homilía en la que destacó que: “Es asombroso constatar que el acontecimiento de gracia de Pentecostés, ha seguido produciendo a lo largo de los siglos hasta nuestros días, sus maravillosos frutos, suscitando por doquier ardor evangelizador y compromiso de amar y de servir con absoluta entrega a Dios y a los hermanos. También hoy el Espíritu impulsa en la Iglesia pequeños y grandes gestos de perdón y profecía, y da vida a carismas y dones siempre nuevos, que atestiguan su incesante acción en el corazón del hombre”.

A continuación, les ofrecemos la homilía completa preparada para hoy por nuestro Pastor: 

“Creo en el Espíritu Santo”
Pentecostés

Celebramos hoy la hermosa Solemnidad de Pentecostés que es la gran fiesta del Espíritu Santo, con la cual concluimos el presente Tiempo de Pascua.  

¿Quién es el Espíritu Santo?

“El Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad, es Dios al igual que el Padre y el Hijo son Dios. Por tanto, el Espíritu Santo recibe la misma adoración que tributamos al Padre y al Hijo”.[1]

El Espíritu Santo, es el Amor, es la comunión que brota eternamente de la unidad entre el Padre y el Hijo, o mejor dicho el Amor y la comunión que brotan del don recíproco del Padre al Hijo y del Hijo al Padre. El Espíritu Santo es entonces la fuerza personal de unidad que los impulsa y que a la vez da consistencia a su entrega mutua.  

¿Y, cuál es su misión?

“Ante todo hay que señalar que la misión del Espíritu Santo está muy ligada a la misión del Señor Jesús. Si la tarea de Jesús es la Revelación del Padre, el Espíritu Santo nos lleva a la comprensión más plena de esa Revelación. Si la tarea de Jesús es la realización de la reconciliación, el Espíritu tendrá como tarea la actualización y plenitud de esa reconciliación en el presente y para todos los tiempos. Si por los misterios reconciliadores del Señor podemos amar a Dios, el Espíritu Santo, que es Amor, nos transforma y hace que efectivamente los amemos. Podríamos decir que la misión del Espíritu Santo es la de hacernos vivir el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por Él mismo (ver Rom 5, 5). En una palabra, la misión del Espíritu Santo es la santificación de los hombres”.[2] 

El Espíritu Santo, es también aquel que, por medio del santo Bautismo, nos hace hijos de Dios en Cristo, y así nos conduce hacia el Padre (ver Ez 36, 24-27; Mt 3, 11). Como afirma San Pablo, la presencia del Espíritu en nuestros corazones es el sello, la garantía de nuestra filiación: “Pues no recibieron un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibieron un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!” (Rom 8,15)…“La prueba de que son hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! “ (Gal 4,6).  

Asimismo, el Espíritu Santo nos ayuda en nuestro proceso de configuración con el Señor Jesús. Por eso es el “santificador”, porque con la activa cooperación de Santa María, nos conforma, nos asemeja, con Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida (ver Jn 14, 6).

El Espíritu Santo ilumina nuestra mente, transforma nuestro corazón, y nos mueve a la acción, de tal manera que lleguemos a pensar, sentir, y actuar como el Señor Jesús, el modelo de toda humana perfección.

Al ser la fuente de la unidad entre el Padre y el Hijo, el Espíritu Santo es el “Espíritu de la comunión”, es decir, Aquel que nos ayuda a superar nuestras divisiones, realiza entre nosotros la reconciliación, forja nuestra fraternidad, y nos concede su auxilio para que podamos ser uno en la Verdad y en el Amor, tanto en la Iglesia, como en el mundo.   

El Espíritu Santo es también Aquel que “anima la vida apostólica y evangelizadora de la Iglesia”. Efectivamente en el pasaje de los Hechos de los Apóstoles (ver Hch 2, 1-11), vemos al Espíritu descendiendo con una fuerza extraordinaria sobre los discípulos, reunidos en compañía de Santa María, Madre de la Iglesia. En forma de viento impetuoso y de llamaradas de fuego, ilumina sus inteligencias, los saca de su encierro, disipa sus temores y miedos, y los lanza a la hermosa aventura de anunciar a todo el mundo la Buena Nueva del Señor Jesús, con inteligencia, valentía, firmeza y decisión, hasta el extremo que los Apóstoles anunciarán el Evangelio, es decir al Señor Jesús, hasta el martirio.

Por tanto, el Espíritu Santo es quien pone en movimiento a la Iglesia, desde el día de Pentecostés hasta el día de la venida final de Jesucristo. Él, pone en marcha nuestras energías más profundas, vivificándolas y dirigiéndolas, en orden a que realicemos la misión que Cristo ha confiado a su Iglesia, y por tanto a todos nosotros: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado.” (Mt 28, 19-20).

En orden a que podamos realizar bien esta misión de anunciar el Evangelio del Señor, el Espíritu Santo, será el “Consolador”, el “Parákletos”, Aquel que nos enseñará toda la Verdad, tomándola de la riqueza de la Palabra de Cristo, para que nosotros, a su vez, la comuniquemos a todos los hombres (ver Jn 16, 13-15). Él será el que nos reanimará y confortará en las pruebas.

Es asombroso constatar que el acontecimiento de gracia de Pentecostés, ha seguido produciendo a lo largo de los siglos hasta nuestros días, sus maravillosos frutos, suscitando por doquier ardor evangelizador y compromiso de amar y de servir con absoluta entrega a Dios y a los hermanos. También hoy el Espíritu impulsa en la Iglesia pequeños y grandes gestos de perdón y profecía, y da vida a carismas y dones siempre nuevos, que atestiguan su incesante acción en el corazón del hombre.

El Espíritu Santo, “es también el gran protagonista del camino sinodal”, porque, “el camino sinodal no es tener respuestas y tomar decisiones. El camino sinodal es caminar, escuchar —¡escuchar!—, oír e ir adelante. El camino sinodal no es un parlamento; el camino sinodal no es una colección de opiniones. El camino sinodal es ponerse a la escucha de la vida bajo la guía del Espíritu Santo que es el protagonista del Sínodo”.[3] 

El perdón de los pecados

Pero el Evangelio de hoy (ver Jn 20, 19-23), nos señala una de las obras más maravillosas del Espíritu Santo.

Ésta es, la del perdón de los pecados: “Y soplando sobre ellos les dijo: Reciban el Espíritu Santo, a quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados y a quienes se los retengan les quedan retenidos” (Jn 20, 22-23).

El pecado, es una ofensa del hombre a Dios. Si éste es mortal, destruye la vida del amor en el corazón del hombre. El pecado es además un “acto suicida”[4], porque el hombre ha sido creado, y redimido para vivir en la Verdad y en el Amor, y no en la mentira y el egoísmo. Además, atenta contra la solidaridad humana, porque no hay pecado por más personal que éste parezca, que no tenga una consecuencia social.[5]

Lo confortador es saber, que en el sacramento de la Penitencia o de la Reconciliación, el Espíritu Santo derrama sobre nuestros corazones, heridos por el pecado, su Amor misericordioso, transformándolos radicalmente, haciéndolos capaces de amar nueva y auténticamente. Por eso en la Secuencia de la Misa de hoy, hemos orado diciéndole al Espíritu del Señor: “Mira el vacío del hombre, si Tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento”.[6]

Por todo ello, con más conciencia y decisión que nunca, el día de hoy, a la hora de la Profesión de nuestra Fe digamos: “Creo en el Espíritu Santo”. Sí, creo en el Espíritu Santo que purifica, santifica, consuela, renueva, perdona, da impulso, e infunde paz, alegría y amor.

Como lo hacían Santa María y los Apóstoles en el Cenáculo de Jerusalén, en la espera del cumplimiento de la promesa de Jesús (ver Jn 14, 18), no dejemos nunca de repetir:  

“Ven, Espíritu Santo, ven”. Ven, porque el momento que vivimos en el Perú y en mundo es dramático, porque el odio crece, y la paz está herida y pisoteada.

“Ven, Espíritu Santo, ven”. Sana a nuestros enfermos, especialmente a los marcados hoy con la dolorosa enfermedad del dengue.   

“Ven, Espíritu Santo, ven”. Tú que eres aliento de Vida enjuga las lágrimas y reconforta a los que están en duelo.     

“Ven, Espíritu Santo, ven”. Riega esta tierra de Piura y Tumbes con los dones de la santidad, la honestidad, la unidad, la caridad, la salud, la vida, la justicia, y la alegría.    

“Ven, Espíritu Santo, ven”. Tú que descendiste sobre María y los Apóstoles en forma de llamaradas de fuego, y les diste el don de lenguas, haznos capaces de comunicar la Palabra de Jesús a los demás, esa Palabra que es la única Palabra de vida eterna, capaz de consolar, fortalecer y renovar la esperanza.   

“Ven, Espíritu Santo, ven”. Haznos instrumentos de tu Amor, de ese Amor personal que procede del Padre y del Hijo, y que eres Tú mismo. De ese Amor que es fuego, pero un fuego que no destruye, sino que ilumina, da calor, y vida.  

¡Ven Espíritu Santo, ven! Reparte tus Siete Dones, dale a nuestros esfuerzos su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén. 

San Miguel de Piura, 28 de mayo de 2023
Solemnidad de Pentecostés

[1] Catecismo de la Arquidiócesis de Piura, “Firmes en la Fe, sed fuertes” – PIUCAT, n. 64.

[2] Allí mismo, n. 65.

[3] Ver S.S. Francisco, Discurso a la Asamblea General de la Unión de Superioras Mayores de Italia (USMI), 13-IV-2023.

[4] Ver San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal, Reconciliatio el Peanitentia, n. 15.

[5] Lugar citado.

[6] Secuencia de la Solemnidad de Pentecostés.

Puede descargar el PDF conteniendo la homilía de nuestro Arzobispo AQUÍ

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