«CONVERTIRSE Y CREER»
V DOMINGO DE LA PALABRA DE DIOS
21 de enero de 2024 (Oficina de Prensa).– Hoy, III Domingo del Tiempo Ordinario, la Iglesia celebra con gozo el V Domingo de la Palabra de Dios. Por ello, nuestro Arzobispo Metropolitano, Monseñor José Antonio Eguren Anselmi, S.C.V., ha preparado una Reflexión Dominical en la que nos ha pedido que: «Hagamos hoy el firme propósito de leer cada día la Biblia, especialmente los Santos Evangelios, aunque sea por unos minutos, para que así la Sagrada Escritura transforme nuestras vidas, y nos ayude a convertirnos y a creer. Que, como Santa María, guardemos siempre cuidadosamente la Palabra de Dios en nuestro corazón, y la meditemos».
A continuación, compartimos la Reflexión Dominical, preparada para hoy por nuestro Arzobispo Metropolitano:
“Convertirse y creer”
Domingo de la Palabra de Dios
El Evangelio de este Tercer Domingo del Tiempo Ordinario está tomado de San Marcos (ver Mc 1, 14-20). Será este evangelista, quien nos acompañe a lo largo del presente Año Litúrgico. En el pasaje evangélico de hoy, se recogen las primeras palabras que pronunció el Señor Jesús al inicio de su ministerio público, así como la vocación de sus cuatro primeros apóstoles: Simón, apodado Pedro, y su hermano Andrés, junto con Santiago y Juan, hijos de Zebedeo. Todos ellos eran pescadores de profesión.
Es oportuno señalar que el estilo del evangelista San Marcos, es conciso, directo, y enfático en sus expresiones. Por ello, no nos extraña que en una frase resuma la predicación inicial de Jesús: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mc 1, 15). Veamos a continuación el significado, o sentido, de cada una de las partes de esta expresión.
El tiempo se ha cumplido
En primer lugar, “el tiempo se ha cumplido”. Ello significa que el tiempo que Dios Padre inició con la creación, y que se prolongará hasta la última y definitiva venida de Cristo, ha alcanzado su cima o punto más alto, cuando el Verbo Eterno del Padre irrumpió en nuestra historia al hacerse hombre y nacer de Santa María, la Virgen. Este es el gozoso misterio que hemos celebrado recientemente en la Navidad.
Es decir, en el momento histórico en que Dios Padre envío a su Hijo al mundo, la acción salvífica de Dios llegó a su plenitud, fueron sanadas todas las rupturas producidas por el pecado, y fuimos perfectamente reconciliados con Dios-Amor, con nosotros mismos, con nuestros hermanos, y con la creación entera. San Pablo lo expresará con estas estremecedoras palabras: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva” (Gal 4, 4-5).
El Reino de Dios está cerca
Pero la frase del Evangelio continúa y Jesús añade: “El Reino de Dios está cerca”. El Señor usó con frecuencia esta expresión a lo largo de su ministerio público para explicar el misterio de su propia Persona. En efecto, en Jesús está irrumpiendo la acción salvífica de Dios en el mundo y en la historia, de tal manera que, ahí donde está Él, se encuentra la verdad y el amor, la santidad y la gracia, la justicia y la paz, en definitiva, el Reino de Dios. De ahí la importancia de evangelizar sin cesar a los hombres, es decir, de “informar con el espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en la que cada uno vive”.[1]
A propósito de esta parte de la frase de Jesús, hay que recordar la segunda petición que hacemos a diario cuando rezamos el Padre Nuestro: “Venga a nosotros tu Reino”, petición que equivale a decirle a Dios Padre: “Venga a nosotros tu Hijo Jesús”.
Sobre esto, el Papa Francisco nos enseña: “«Venga a nosotros tu Reino», repite con insistencia el cristiano cuando reza el «Padre Nuestro». Jesús ha venido. Pero el mundo todavía está marcado por el pecado, poblado por tanta gente que sufre, por personas que no se reconcilian y no perdonan, por guerras y por tantas formas de explotación; pensemos en la trata de niños… Todos estos hechos son una prueba de que la victoria de Cristo aún no se actuado completamente… Es sobre todo en estas situaciones que la segunda invocación del «Padre Nuestro» brota de los labios del cristiano: «¡Venga a nosotros tu Reino!». Que es como decir: «¡Padre, te necesitamos!, ¡Jesús te necesitamos! ¡Necesitamos que en todas partes y para siempre seas Señor entre nosotros!». «Venga a nosotros tu Reino, ven en medio de nosotros… para sentir en el corazón (que Tú nos respondes): «Sí, sí, vengo, y vengo pronto»”.[2]
Convertíos y creed en el Evangelio
Finalmente está la tercera y última parte de la expresión de Jesús: “Convertíos y creed en el Evangelio”. Son dos palabras, pronunciadas en imperativo que se implican y exigen mutuamente. “La conversión, no es una simple decisión moral, que rectifica nuestra conducta de vida, sino una elección de fe, que nos implica totalmente en la comunión íntima con la persona viva y concreta de Jesús. Convertirse y creer en el Evangelio no son dos cosas distintas o de alguna manera sólo conectadas entre sí, sino que expresan la misma realidad. La conversión es el «sí» total de quien entrega su existencia al Evangelio, respondiendo libremente a Cristo, que antes se ha ofrecido al hombre como camino, verdad y vida, como el único que lo libera y lo salva”.[3]
Al instante, dejando las redes, le siguieron
Nuestro Evangelio dominical termina con la vocación de Simón Pedro, Andrés, Santiago y Juan. De esta manera, San Marcos busca que comprendamos existencialmente lo que significa convertirse y creer: “Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres». Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras Él” (Mc 1, 16-20).
Convertirse y creer, exige dejarlo todo y seguir a Jesús para adherirle la vida entera, tal como lo hicieron estos cuatro primeros apóstoles, quienes, dejando barca, redes, padre, jornaleros, y proyectos de vida, se fueron con el Señor. Cristo atrajo todo su interés y corazón. Lo anterior quedó atrás, porque Jesús era mucho más valioso e importante que aquello que dejaban. Sólo el conocimiento de Cristo fue capaz de hacerlos cambiar de vida de manera tan radical. Lo dejaron todo, sí, pero para ganarlo todo en el Señor Jesús.
Domingo de la Palabra de Dios
El día de hoy también celebramos el “Domingo de la Palabra de Dios”, Jornada instituida por el Papa Francisco, mediante su Carta Apostólica “Aperuit illis” (30-IX-2019), expresión latina tomada del encuentro del Señor con los discípulos de Emaús: “Les abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras” (Lc 24, 45).
Es necesario el contacto frecuente con la Sagrada Escritura, porque ello nos ayuda a que los ojos del corazón no se queden cerrados y afectados por las cegueras que producen las ideologías contemporáneas y los criterios mundanos. Todo lo contario, la Palabra de Dios hace que el corazón se llene del calor de la gracia divina, y que seamos capaces de ver con la luz de la verdad.
Al respecto de esta V Jornada Mundial de la Palabra de Dios, que este año lleva por título “Permaneced en mi Palabra” (ver Jn 8, 31), el Papa Francisco nos dice: “Este tercer domingo del Tiempo Ordinario está dedicado de manera especial a la Palabra de Dios. Redescubramos con asombro el hecho de que Dios nos habla, especialmente a través de las Sagradas Escrituras. Leámoslas, estudiémoslas, meditémoslas, recémoslas. Leamos todos los días un pasaje de la Biblia, especialmente del Evangelio: ahí Jesús nos habla, nos ilumina, nos guía. Y os recuerdo lo que he dicho en otras ocasiones: tened un pequeño Evangelio, un Evangelio de bolsillo, para llevarlo en el bolso, siempre con nosotros; y cuando haya un momento durante el día leed algo del Evangelio. Es Jesús que nos acompaña. Un pequeño Evangelio de bolsillo, siempre con nosotros”.[4]
Hagamos hoy el firme propósito de leer cada día la Biblia, especialmente los Santos Evangelios, aunque sea por unos minutos, para que así la Sagrada Escritura transforme nuestras vidas, y nos ayude a convertirnos y a creer. Que, como Santa María, guardemos siempre cuidadosamente la Palabra de Dios en nuestro corazón, y la meditemos (ver Lc 2, 19).
San Miguel de Piura, 21 de enero de 2024
III Domingo del Tiempo Ordinario o
Domingo de la Palabra de Dios
[1] Decreto Apostolicam Actuositatem, n. 13. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2105.
[2] S.S. Francisco, Audiencia General, 06-III-2019.
[3] S.S. Benedicto XVI, Audiencia General, 17-II-2010.
[4] S.S. Francisco, Angelus, 22-I-2023.
Puede descargar esta Reflexión Dominical de nuestro Arzobispo AQUÍ