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ARZOBISPO DE PIURA PARTICIPA EN IMPORTANTE CONGRESO GUADALUPANO EN MÉXICO

28 de septiembre de 2023 (Oficina de Prensa).- Del 01 al 03 de septiembre, en la Plaza Mariana de la Insigne Nacional Basílica de Guadalupe (México), se llevó a cabo el Congreso “El Acontecimiento Guadalupano, Reto para la Historia, la Ciencia y la Fe”, organizado por el Instituto Superior de Estudios Guadalupanos (ISEG), con ocasión de su 20° Aniversario de Fundación.

Nuestro Arzobispo Metropolitano, Monseñor José Antonio Eguren Anselmi S.C.V., fue invitado por el Canónigo Dr. Eduardo Chávez Sánchez, Director General del ISEG, a participar de este magno evento y brindar la ponencia: “Cómo se vive en el Perú la devoción a Santa María de Guadalupe”. Este Congreso ha tenido como objetivo continuar ahondando en el Acontecimiento Guadalupano, que se entiende como la manifestación de Dios en la historia de nuestros pueblos, por medio de Santa María de Guadalupe.

Entre los importantes ponentes de este Congreso, que participaron junto a nuestro Pastor, estuvieron: Su Eminencia Reverendísima, el Señor Cardenal Dr. Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México y Gran Canciller del ISEG, Su Eminencia Reverendísima, el Señor Cardenal Norberto Rivera Carrera, Fundador del ISEG, el M. Iltre. Mons. Salvador Martínez Ávila, Rector de la Basílica de Guadalupe, el Sr. Carl A. Anderson, anterior Caballero Supremo de los Caballeros de Colón, el Pbro. Dr. Stefano M. Cecchin, OFM, Presidente de la Pontificia Academia Mariana Internacional (PAMI), el Mons. Dr. Enrique Glennie Graue, el C.P. Dr. Fernando Ojeda Llanes, y la Dra. Ana Rita Valero Vda. de García Lascuráin.

A continuación, compartimos con ustedes el íntegro de la ponencia de nuestro Arzobispo, durante este importante Congreso:

CÓMO SE VIVE EN EL PERÚ LA DEVOCIÓN
 A SANTA MARÍA DE GUADALUPE

Para mí es un gran honor encontrarme aquí en México, país hermano del Perú, al cual nos unen profundos lazos de fe y cultura. Me da muchísima alegría participar en este Congreso que lleva por título, “El Acontecimiento Guadalupano: Reto para la Historia, la Ciencia y la Fe”, evento organizado con ocasión del vigésimo aniversario de la creación del Instituto Superior de Estudios Guadalupanos, el mayor centro dedicado a la investigación y difusión de las apariciones de Santa María de Guadalupe, al más pequeño de sus hijos, San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, humilde indígena tolteca.

Mi saludo más cordial a su Gran Canciller, el Eminentísimo Señor Cardenal, Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Metropolitano de México, y a mi gran amigo y hermano, Monseñor Eduardo Chávez Sánchez, Director General del Instituto, y Postulador de la Causa de Canonización de San Juan Diego. Saludo también a sus profesores, estudiantes, científicos, amigos y promotores. Asimismo, mi saludo afectuoso a todos los participantes a este Congreso, especialmente a los conferencistas que nos vienen enriqueciendo estos días con sus importantes reflexiones.

El evento que nos congrega es de gran importancia y trascendencia ya que busca reflexionar sobre una realidad tan decisiva para el presente y el futuro, no sólo de nuestra América, sino del mundo, como lo es el acontecimiento guadalupano.

Por ello, exhorto a todos, a que participemos intensamente en las actividades de este Congreso, para que después, cada uno de nosotros, sea un apóstol más decidido y valiente de este maravilloso acontecimiento, y de esta manera, en nuestra humildad, podamos ser para la Virgen Santísima, otros San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, es decir, otras “águilas que hablen”, que proclamen la belleza de “Santa María de Guadalupe”, y del Evangelio vivo que Ella lleva en su seno virginal e inmaculado, y que no cesa de ofrecer al mundo, Jesucristo Nuestro Señor, “Su Amor-Persona”, el único Salvador, ayer, hoy, y lo será siempre (ver Heb 13, 8).

Desde que tuve la bendición de conocer a Monseñor Eduardo en Roma, el año 2012, hemos realizado en mi Arquidiócesis de Piura dos congresos guadalupanos, los años 2013 y 2017, y se impartieron varias catequesis populares sobre “La Morenita”, con ocasión del X Congreso Eucarístico Nacional y Mariano, que tuvo por sede a mi Iglesia particular el año 2015. En estos eventos, que congregaron a miles de fieles cristianos, participaron activamente Monseñor Eduardo Chávez Sánchez, y Monseñor Enrique Glennie Graue, quienes nos dieron a conocer en su profundidad y riqueza, el misterio Guadalupano. A ellos nuestra gratitud por su testimonio de amor al Señor Jesús, a “Santa María de Guadalupe”, y a la Iglesia.

Estos eventos guadalupanos abrieron, desde entonces, una providencial y consoladora puerta de esperanza para nosotros los piuranos, quienes desde el año 2017, venimos siendo muy probados con lluvias e inundaciones recurrentes, la pandemia del Covid-19, y ahora una reciente epidemia de Dengue, que ha traído como consecuencia una emergencia sanitaria con miles de enfermos y centenares de fallecidos.

En todas estas pruebas, “La Morenita”, junto con nuestra patrona, “Nuestra Señora de las Mercedes”, ha renovado nuestra esperanza, ha levantado nuestra alegría de vivir, y nos ha fortalecido en la fe y la caridad. Le hemos rogado, con la confianza que tiene un hijo en su madre que, así como Ella fue enviada desde el Cielo en 1531, a renovar la esperanza de un pueblo sumido en la depresión, que experimentaba que todo su universo se derrumbaba, que tenía familias y hogares destrozados por la violencia, la peste de la viruela y el caos, que nos abriera un horizonte de renovada confianza. Así lo hizo, y continúa haciéndolo hoy en día con nosotros.

Ciertamente nuestra situación no es tan desesperada como la que se vivía en México en 1531, situación que llevó al Obispo Fray Juan de Zumárraga a escribir en su reporte final al Rey Carlos I de España que, “si Dios no interviene con remedio de su mano, esta tierra se pierde totalmente”. Pero ha habido, y hay todavía, mucho dolor e incertidumbre en Piura.

Hay muchos hermanos damnificados que han perdido sus viviendas, cosechas y ganados, hay miles que no tienen trabajo, o que han sufrido la enfermedad y la muerte. Hay poblaciones que todavía viven en la precariedad con limitaciones de agua, alimentación, salud e higiene, y sobre todo hay familias que han perdido a sus seres queridos, un dolor que sólo la Virgen Madre de Dios puede consolar con su amor de Madre. Gracias a Dios, somos un pueblo que mantiene viva su fe en el Señor, así como su amor filial a Santa María, y su devoción a nuestros santos, y es de esa fe cristiana y católica, de dónde brota para nosotros la esperanza en un mañana mejor, especialmente para nuestros niños y jóvenes. 

“Yo soy la Madre de todos las demás naciones y pueblos” 

Cuando organizábamos estos eventos guadalupanos en Piura, algunas personas me preguntaban con sincera inquietud: Monseñor, ¿por qué un Congreso Guadalupano? Mi respuesta fue siempre: Porque “Santa María de Guadalupe” no sólo se apareció para el pueblo mexicano. Ella se apareció también para nosotros. Efectivamente, cuando la Virgen de Guadalupe se apareció en el Tepeyac, sus intenciones eran continentales, y hasta me atrevería a decir universales. Así se lo dijo la misma Virgen a San Juan Diego: “Yo soy verdaderamente tu Madre compasiva; tu Madre y la Madre de todos los moradores de esta tierra y de todas las demás naciones y pueblos”. Por tanto, podemos concluir que, en Guadalupe, la Virgen Madre de Dios, vino para ser la Madre de todo el Continente Americano (norte, centro y sur), y del mundo entero y, por tanto, también la Madre de los peruanos y de los piuranos.

Además, les decía a mis fieles cristianos, está el deseo del Papa Francisco de que profundicemos en el mensaje de Guadalupe.

Cómo se vive la devoción a Santa María de Guadalupe en el Perú

Se me ha pedido desarrollar el tema, “Cómo se vive la devoción a Santa María de Guadalupe en el Perú”. Parece un tema fácil, pero no lo es porque exige un gran esfuerzo de concretización y síntesis, ya que toca una de las fibras más profundas y vivas de un pueblo, el peruano que, como el mexicano, es profundamente mariano. Y porque además supone categorizar la vivencia y la espiritualidad mariana del Perú con relación a “Santa María de Guadalupe”, y con ello siempre se corre el riesgo de mancillar el misterio reduciéndolo a estrechas presentaciones.

Junto con la Eucaristía, y la adhesión al Santo Padre, el amor o piedad filial a Santa María, sella nuestra identidad como Nación cristiana y católica. Es un signo que marca hondamente lo que en mi país llamamos “peruanidad”, que es ese sentimiento de identidad que vincula a los pueblos y a los habitantes del Perú, basado en el afecto hacia sus tradiciones y en la fe a su destino, “síntesis viviente verdadera”, entre lo español, lo indígena y lo africano, forjada al calor del anuncio del Evangelio. Por ello, nuestra Constitución Política, reconoce en su Artículo 50, que la Iglesia Católica, ha contribuido decididamente a la formación histórica, cultural y moral del Perú, así como a su conciencia nacional. Ahora bien, esta “síntesis viviente verdadera”, ciertamente no está concluida, y debe afirmarse, completarse y superarse.

Sobre el tema que se me ha pedido desarrollar, en primer lugar, debo decirles que no hay diócesis, ciudad, pueblo, aldea, o lugar del Perú, donde “La Morenita” no sea conocida, amada e invocada. Muchas parroquias del Perú están dedicadas y puestas bajo su patrocinio y protección. No hay catedral, iglesia, o seminario donde se forman los futuros sacerdotes en mi Patria, que no tenga entronizada a “Santa María de Guadalupe”. Ciertamente su imagen está presente en todos los rincones del Perú, pero muy especialmente está impresa en el corazón de los peruanos, quienes la reconocen como su Madre y Señora, porque Ella es la “Emperatriz de América”, como lo declaró el Venerable Papa Pío XII, el año 1945.

Para los peruanos, “Santa María de Guadalupe” es nuestra Madre, una Madre, que a su vez nos hace presente a su Hijo, el Señor Jesús. Una Madre que con su presencia amorosa nos conduce a Él de una manera plena. Esa presencia maternal de “Santa María de Guadalupe”, es además para nosotros, una presencia mediadora e intercesora, que nos impulsa a la Evangelización, y a una vida de activa caridad para con los hermanos. Procuraré profundizar en los aspectos que he mencionado.

Madre de Dios y Madre nuestra

Decía, que los peruanos vivimos nuestra relación con “Santa María de Guadalupe”, reconociéndola y proclamándola como Madre de Dios y nuestra. En efecto, María es, ante todo, MADRE. Ella es Madre, porque ha concebido en su seno purísimo a Jesús, el Hijo de Dios, el Verbo hecho carne.

Su maternidad es en primer lugar una maternidad divina, fruto del don divino, y de su cooperación libre y activa por medio de su gran fe. Con profundidad y belleza teológica, nos dice San Juan Pablo II, una gran enamorado de “Nuestra Señora de Guadalupe” y de México, que en la Anunciación-Encarnación, la Virgen María, “ha respondido, con todo su «yo» humano, femenino; y en esta respuesta de fe estaban contenidas una cooperación perfecta con «la gracia de Dios que previene y socorre» y una disponibilidad perfecta a la acción del Espíritu Santo que «perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones».”[1] A lo que concluye el Papa Santo, que “el misterio de la Encarnación se ha realizado en el momento en el cual María ha pronunciado su fiat (…) por medio de la fe”.[2] Quiere decir que, en la Anunciación, por el “Sí” de Santa María se realiza la Encarnación de Dios Verbo. Es por el fiat” que se concretiza el misterio de la Maternidad Divina. San Juan Pablo II destaca el papel central de la fe de María, que ha posibilitado nuestra salvación. Creyendo en lo que Dios le decía, por medio del ángel, ha concebido a Jesús en su mente y en su corazón antes que, en su vientre, como recuerda San Agustín[3], y por eso, por su fe y por su obediencia al Plan de Dios, “se hizo causa de salvación para sí misma y para toda la humanidad”.[4]  

Así lo entendemos en el Perú, cuando contemplamos la imagen de “Santa María de Guadalupe”, y vemos en ella, que la única flor de cuatro pétalos (Nahui ollin), signo de la divinidad, está sobre su vientre virginal e inmaculado. ¡Ella está llevando a un Niño, que es el Hijo de Dios y de su gran fe!

Como los indígenas en 1531, comprendemos que Ella es la “Madre del Verdadero Dios por quien se vive”, y que por tanto la “Señora de Guadalupe” es el signo de la cercanía y de la presencia de Cristo en nuestras vidas, y el camino más pleno para entrar en comunión con Él, y en Él, tener acceso al Padre, punto de partida y de llegada para una auténtica conversión, y una renovada comunión y solidaridad en la Iglesia, y en nuestra vida social y nacional.

Pero el acontecimiento guadalupano, ha contribuido además a que los peruanos comprendamos que María es también nuestra Madre, y no sólo la Madre de Dios. Que Ella es la Madre del “Cristo total”, es decir, tanto del Cristo Cabeza, Jesucristo, como de su Cuerpo Místico, la Iglesia, y que, por tanto, Ella es realmente nuestra Madre en el orden de la gracia. En efecto, en la Anunciación-Encarnación, María es constituida Madre nuestra de este modo tan extraordinario. La MATERNIDAD ESPIRITUAL DE MARÍA brota directamente de la Encarnación, y se va plasmando a lo largo de su vida de fe, de esperanza y de caridad.

María se hizo Madre de Dios por nosotros, y así al concebirle a Él, nos concibió a nosotros a la vida de la gracia. Por ello, Ella es realmente nuestra Madre. Como afirma el Concilio Vaticano II: “Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la Cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos”.[5]

Podrían citarse muchos pasajes que nos ilustren sobre la Maternidad Espiritual de María. Quisiera invitarlos a contemplar, aquél tan conocido de María al pie de la Cruz: “Junto a la cruz de Jesús estaban su Madre y la hermana de su Madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su Madre y junto a Ella al discípulo a quien amaba, dice a su Madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu Madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa”.[6] En el momento supremo de nuestra reconciliación, Santa María, quien por su fiat” hizo posible la Encarnación del Hijo de Dios, repite un silencioso ¡Hágase! al Plan del Padre. Ella, que ha dado a su Hijo al mundo, ahora mediante su fe y su cooperación al obrar salvífico de su Hijo, lo entrega para la redención de toda la humanidad, y nos da a luz para la salvación. Es en ese momento supremo, cuando Jesús, clavado en el madero, explicita la maternidad de María para con todos los hombres: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26).

Nos dice nuevamente San Juan Juan Pablo II que: “… Si la maternidad de María respecto de los hombres ya había sido delineada precedentemente, ahora es precisada y establecida claramente: ella emerge de la definitiva maduración del misterio pascual del Redentor. La Madre de Cristo, encontrándose en el campo directo de este misterio que abarca al hombre –a cada uno y a todos- es entregada al hombre –a cada uno y a todos- como Madre (…) Esta «nueva maternidad de María», engendrada por la fe, es fruto del «nuevo» amor, que maduró definitivamente junto a la Cruz, por medio de su participación en el amor redentor del Hijo”.[7]

Profundizando más en esta misma enseñanza, nos dice el Papa Santo, que las palabras del Señor Jesús en la Cruz “… determinan el lugar de María en la vida de los discípulos de Cristo y expresan (…) su nueva maternidad como Madre del Redentor: la maternidad espiritual, nacida de lo profundo del misterio pascual del Redentor del mundo”.[8]

Yo me pregunto y les pregunto: Acaso cuando contemplamos la sagrada imagen de “Santa María de Guadalupe”, milagrosamente plasmada en la tilma de un humilde indígena, y preservada portentosamente por cinco siglos, desafiando a la ciencia y a toda razón humana, ¿no encontramos y experimentamos en esa imagen bendita una de las más hermosas plasmaciones del “Ahí tienes a tu Hijo…Ahí tienes a tu Madre”? La tilma o ayate de San Juan Diego, ¿no nos muestra en toda su belleza y riqueza espiritual, llena de símbolos y de milagros, dentro del gran Milagro, que Ella es realmente nuestra Madre, y qué somos sus hijos, que por tanto le pertenecemos?

Preguntémonos, además: ¿Qué nos dice todo esto para nuestra vida cristiana? Podemos responder a esto, reflexionando sobre lo que significa una madre. Madre es aquella que da la vida, como don de amor al hijo. Pero al mismo tiempo, la madre cuida con ternura, protege y dirige esa vida humana entregada como plasmación de su amor entrañable hasta que el hijo o hija alcance su plenitud y madurez. Y esto es lo que ha hecho, hace, y seguirá haciendo “Santa María de Guadalupe” con nosotros hasta el fin de los tiempos: No sólo dar a luz a Cristo en nuestras vidas, sino conducirnos hasta nuestra plena conformación con Él, hasta que podamos ser capaces de exclamar con San Pablo: “Vivo yo, pero no yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20).

Su maternidad espiritual para con cada cristiano, reproduce y refleja el amor que Ella ha tenido para con el Señor Jesús. Y el amor con que nos ama a cada uno de nosotros, es único e irrepetible, como únicos e irrepetibles somos los seres humanos, porque la maternidad determina una relación única e irrepetible entre dos personas: La de la madre con el hijo y la del hijo con la madre. Aun cuando una mujer sea madre de muchos hijos, su relación personal con cada uno de ellos caracteriza la maternidad en su misma esencia. ¡Vivamos, pues, respondiendo a este don tan maravilloso, amando inmensamente a esta Madre que nos ha dado el Señor Jesús, Madre que nos ama y nos cuida de manera incomparable!

Ahora bien, este amor filial, o para mejor precisarlo, esta piedad filial mariana que estamos llamados a vivir, no es algo accesorio a la vida cristiana. Antes bien, responde a la voluntad del Señor Jesús expresada en la Cruz porque: “Entregándose filialmente a María, el cristiano, como el Apóstol Juan, «acoge entre sus cosas propias» a la Madre de Cristo y la introduce en todo el espacio de su vida interior, es decir, en su «yo» humano y cristiano: «La acogió en su casa». Así el cristiano trata de entrar en el radio de aquella «caridad materna» con la que la Madre del Redentor «cuida de los hermanos de su Hijo», a cuya generación y educación coopera…”.[9]

De manera tal que amar a María con el mismo amor con el que la ama Jesús, para que María nos ame con el amor con el que amó a Jesús, es una realidad situada y querida en el Plan de Dios. Podríamos preguntarnos, además: ¿Y por qué quiere Dios todo esto? Notemos que la razón de ser de María, y su actuación en la obra de la salvación, apuntan a que se realice en nosotros aquello que indica el Apóstol San Pablo: “Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación”.[10] La meta del Plan de Dios es la gloria de Dios y la salvación del hombre, alcanzada por la conformación de la persona con el Señor Jesús, norma suprema de la humana santidad.

María nos ayuda a lograr esta meta, mediante un proceso en el que la persona humana va viviendo el amor de Jesús en todas sus dimensiones. Jesús nos muestra a su Madre, y Ella, a su vez nos aproxima a su Hijo, para que podamos configurarnos con Él y así alcancemos nuestra plenitud, siendo “otros Cristos”.

Lo que entonces nos invita a vivir “Santa María de Guadalupe”, es un PROCESO DE AMORIZACIÓN, que va de Cristo a María, y por María más plenamente al Señor Jesús. Así considero que lo entendieron los indígenas, quienes primero descubrieron que la Mujer milagrosamente impresa en la tilma de San Juan Diego, era la Madre de Dios, y después, que su Divino Hijo los invitaba a amarla con su amor para encontrarlo a Él siempre, como el camino a recorrer, la verdad a ensayar, y la vida a vivir.

Concluyo esta parte de mi Conferencia dedicada a la maternidad divina y espiritual de “Santa María de Guadalupe” con unas bellas palabras del Papa Francisco pronunciadas en una entrevista concedida a una empresa televisiva mexicana, cuando tratando el tema de la devoción de “Santa María de Guadalupe”, dijo: “Ella se define como Madre. En un momento en que América renacía. Y es la Madre que nos trae la Buena Noticia a México. Es una Madre que está esperando un niño. Y en ese momento trágico de la conquista […] Ella trae la Salvación. Muestra que trae un niño. […] Se muestra mestiza. Eso es toda una profecía, nuestro mestizaje americano. Una profecía de nuestra cultura. Por eso Ella traspasa los límites de México, y va mucho más allá, es la unidad del pueblo americano. América no es huérfana, tiene una Madre, una Madre que nos trae a Jesús. O sea, la Salvación que es Cristo viene por una mujer […] Y elige a un hijo de esa cultura para manifestarse […] Un simple hombre, casado, humilde. Ella es Madre, es Madre mestiza, […] fuente de unidad cultural, puerta hacia la santidad…”.[11]

Presencia mediadora e intercesora

Al comienzo de mis reflexiones, decía que la presencia maternal de “Santa María de Guadalupe” es, además, para los peruanos, una presencia mediadora e intercesora, que nos impulsa a la Nueva Evangelización, y a una vida de activa caridad para con los hermanos, especialmente con los más pobres y vulnerables. Para concluir, dedicaremos nuestra atención a estos aspectos.

El rasgo de la devoción mariana guadalupana como “mediación e intercesión”, es quien sabe el más notorio, en México, el Perú, y el mundo entero.

Todos buscamos a “Santa María de Guadalupe”, para pedirle su ayuda, su mediación e intercesión, como un hijo que busca auxilio, seguridad, y paz en los brazos de su Madre. ¿Acaso no es este el Santuario Mariano más visitado del mundo cristiano? ¿No son más de 22 millones los peregrinos que vienen cada año en busca de “Santa María de Guadalupe”? ¿Y no son miles de millones más los que anualmente peregrinan espiritualmente al Tepeyac cuando le rezan a “La Morenita” el santo rosario, u ofrecen Misas en su honor? ¿No es ello señal inequívoca de que nuestro pueblo sabe que “Nuestra Señora de Guadalupe”, tiene un poder especial de intercesión ante su Hijo, y que como en Caná de Galilea Jesús nada le niega?

Nuestro pueblo lo sabe, nosotros mismos lo sabemos, y por ello siguen resonando en nuestros corazones, con especial emoción, aquellas maternales y enternecedoras palabras pronunciadas por nuestra Madre Santísima a San Juan Diego, palabras que resisten el desgaste del tiempo y se proyectan a la eternidad: “Escucha, ponlo en tu corazón, hijo mío el menor, que no es nada lo que te espantó, lo que te afligió, que no se perturbe tu rostro, tu corazón; no temas esta enfermedad ni ninguna otra enfermedad, ni cosa punzante, aflictiva. ¿No estoy aquí, yo, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy, yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?”. 

Por eso, no hace mucho, el Papa Francisco cuando nos invitaba a visitar los santuarios marianos, y especialmente el de Guadalupe nos decía:

“Aprendamos esto: cuando hay dificultades en la vida, vamos a la Madre; y cuando la vida es feliz, vamos a la Madre a compartir también esto. Necesitamos ir a estos oasis de consuelo y de misericordia, donde la fe se expresa en lengua materna; donde se depositan las fatigas de la vida en los brazos de la Virgen y se vuelve a vivir con la paz en el corazón, quizás con la paz de los niños”.[12]

La mediación e intercesión de María nos habla de una realidad maravillosa, cual es la del amor siempre presente e implorante. Nada hay tan humano como el hecho de la mediación. Hemos recibido la vida mediante nuestros padres, que nos han engendrado; nuestra educación, nuestra formación y todo lo que somos se ha concretizado mediante la acción de nuestros progenitores y maestros. El don de la fe nos ha sido comunicado mediante la Iglesia. No existe dimensión alguna de nuestra existencia que no haya sido dada por mediación de otros.

En el plano de lo sobrenatural, la reconciliación nos ha sido otorgada mediante Jesús, como nos recuerda el Apóstol San Pablo: “Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también”.[13] Ahora bien; el mismo Jesús ha querido dejarnos la mediación maternal de María de tal manera que, “la misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien, sirve para demostrar su poder: es mediación en Cristo”.[14]

La mediación de María, subordinada a la de Cristo, encaja plenamente en la experiencia de todo hombre. El amor maternal es inherente a la humana existencia, desde el mismo momento en que ser hombre implica tener madre. Y es el amor de madre lo que nos ha puesto en el mundo. Así pues, por una Madre (= María) hemos recibido la reconciliación, sin la cual seguiríamos hundidos en el pecado.

Y María pide, suplica, intercede por todas nuestras necesidades, así como lo hizo en las Bodas de Caná (ver Jn 2, 1-11), con el amor humanamente más intenso, que es el amor de madre. Hemos de responder a este maravilloso don, reconociéndolo y poniéndolo por obra. “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores…” decimos, ahora y siempre, proclamándola nuestra mediadora e intercesora. Así lo vivimos en el Perú, en nuestra devoción a la Emperatriz de América.

Asimismo, “Santa María de Guadalupe”, resplandece como la “Estrella de la Evangelización”, tanto de la constituyente como de la nueva, que nos impulsa a evangelizar con caridad.

El 15 de agosto de 1532, es decir apenas ocho meses después del acontecimiento guadalupano, el conquistador español Francisco Pizarro González, funda la ciudad de “San Miguel de Piura”, la más antigua ciudad de fundación española del Perú, y del Pacífico Sur, que recientemente ha cumplido 491 años de fundación.

Con satisfacción, los piuranos podemos decir que Piura es la cuna del Perú. En ella se dio origen a lo que es hoy nuestra Patria: Un país mestizo, tanto en lo biológico, como en lo cultural y social. Asimismo, podemos afirmar con satisfacción, que ¡Piura es la puerta de la fe para la nación peruana! 

Por ello, en su histórica visita a “San Miguel de Piura”, el 04 de febrero de 1985, San Juan Pablo dijo ante una impresionante multitud de fieles: “Vengo en peregrinación de fe a las fuentes de la gesta evangelizadora en el Perú, ya que de estas tierras, bajo la protección del Arcángel San Miguel, partieron los pioneros del anuncio de Jesucristo, de su Buena Nueva y de su Iglesia, hacia el vasto territorio del antiguo Imperio Inca. Por ello, desde este lugar, nuestra mente se eleva de modo espontáneo hacia Dios, para darle gracias por la evangelización del Perú, por sus héroes y santos. Y nuestro espíritu se recoge en plegaria, para meditar sobre aquella evangelización y descubrir las exigencias que derivan de la aceptación del Evangelio”.[15] 

Asimismo, en aquella memorable ocasión concluyó su discurso con estas palabras: “La Estrella de la Evangelización, Nuestra Señora de las Mercedes (patrona de Piura), inspire desde su santuario de Paita (puerto de Piura), todos vuestros propósitos; y acompañe en su fidelidad a Cristo a los hijos de esta tierra y de todo el Perú, a los que bendigo de corazón”.[16]

Menciono este acontecimiento histórico de mi Patria y de mi Arquidiócesis, porque al poco tiempo del Milagro del Tepeyac, la “Misionera Celeste del Nuevo Mundo y Madre del Continente Americano”, como “Estrella y Modelo de la Evangelización perfectamente inculturada”, nos traía al Perú el don de la Fe, es decir, a su Hijo nuestro Señor Jesucristo, aunque con un “traje” o “vestido” distinto, es decir bajo otra advocación, el de “Nuestra Señora de las Mercedes”. Pero es la misma Madre de Dios y nuestra, que vino primero a México, y desde aquí comenzó a recorrer infatigablemente toda nuestra América, guiando y animando a los misioneros de la primera hora, haciendo lo mejor que Ella sabe hacer: Darnos a Jesús y en Él la vida eterna, animándonos a construir la “Civilización del Amor”.

Por ello San Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica Post Sinodal Ecclesia in America afirmó: “¿Cómo no poner de relieve el papel que la Virgen tiene respecto a la Iglesia peregrina en América, en camino al encuentro con el Señor? En efecto, la Santísima Virgen, de manera especial, está ligada al nacimiento de la Iglesia en la historia de los pueblos de América, que por María llegaron al encuentro con el Señor. En todas las partes del Continente la presencia de la Madre de Dios ha sido muy intensa desde los días de la primera evangelización, gracias a la labor de los misioneros. En su predicación, el Evangelio ha sido anunciado presentando a la Virgen María como su realización más alta. Desde los orígenes —en su advocación de Guadalupe— María constituyó el gran signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre y de Cristo, con quienes ella nos invita a entrar en comunión. La aparición de María al indio Juan Diego en la colina del Tepeyac, el año 1531, tuvo una repercusión decisiva para la evangelización. Este influjo va más allá de los confines de la nación mexicana, alcanzando todo el Continente. Y América, que históricamente ha sido y es crisol de pueblos, ha reconocido en el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac, en Santa María de Guadalupe, un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada. Por eso, no sólo en el Centro y en el Sur, sino también en el Norte del Continente, la Virgen de Guadalupe es venerada como Reina de toda América. A lo largo del tiempo ha ido creciendo cada vez más en los Pastores y fieles la conciencia del papel desarrollado por la Virgen en la evangelización del Continente. En la oración compuesta para la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para América, María Santísima de Guadalupe es invocada como «Patrona de toda América y Estrella de la primera y de la nueva evangelización”.[17] 

En esta misma línea, el Papa Francisco en su Audiencia General del miércoles 11 de diciembre de 2013, recordó que, la Virgen María, “cuando se apareció a San Juan Diego, su rostro era el de una mujer mestiza, y sus vestidos estaban llenos de símbolos de la cultura indígena. Siguiendo el ejemplo de Jesús, María se hace cercana a sus hijos, acompaña como madre solícita su camino, comparte las alegrías y las esperanzas, los sufrimientos y las angustias del Pueblo de Dios, del que están llamados a formar parte todos los pueblos de la tierra”.  

El Santo Padre Francisco continuó en aquella oportunidad proclamando la universalidad y actualidad de la imagen y del mensaje guadalupano: “La aparición de la imagen de la Virgen en la tilma de Juan Diego fue un signo profético de un abrazo, el abrazo de María a todos los habitantes de las vastas tierras americanas, a los que ya estaban allí y a los que llegarían después. Este abrazo de María señaló el camino que siempre ha caracterizado a América: ser una tierra donde pueden convivir pueblos diferentes, una tierra capaz de respetar la vida humana en todas sus fases, desde el seno materno hasta la vejez, capaz de acoger a los emigrantes, así como a los pobres y marginados de todas las épocas. Una tierra generosa”.[18] 

Por ello quien profesa una auténtica devoción a “Santa María de Guadalupe”, no puede menos que sentirse llamado, como hijo de Ella, a evangelizar, es decir, a secundarla en su misión apostólica, porque la evangelización es un corolario de la maternidad espiritual de María, y el evangelizador esta llamado a secundarla en su misión de hacer nacer a Cristo en el corazón de todos nuestros hermanos, así como en el corazón de la cultura.

Esto lo vemos reflejado de manera maravillosa en San Juan Diego, quien se nos presenta como modelo de evangelizador. En efecto, ante la mirada de amor de Dios, a través de Santa María de Guadalupe, Juanito, el menor de los hijos de la Virgen, supo responder al llamado divino con un corazón puro y generoso; fue constante, paciente y perseverante en el anuncio del mensaje que le fue encomendado; con el auxilio de Santa María, supo sobreponerse a las dificultades, soportó el mal, y las envidias, y se hizo plenamente disponible para el anuncio del Evangelio hasta el día de su muerte, porque Juan Diego, una vez concluidas las apariciones marianas, lo dejó todo y, con el permiso del obispo, dedicó su vida al Santuario, acogiendo y evangelizando a los peregrinos.[19]

Queridos hermanos: Evangelizar es anunciar a Cristo, y esto significa obrar de tal manera que el hombre —a quien se dirige este anunció— “crea”, es decir, acepte y se adhiera al Señor Jesús, se vea a sí mismo en Cristo, y encuentre en Él la dimensión adecuada de su propia vida; sencillamente, que se encuentre a sí mismo en el Señor, el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre. La evangelización también consiste en dar a la cultura una nueva identidad a la luz del Evangelio. La cultura debe ser una aliada del Evangelio. Esto implica que la “Nueva Evangelización”, debe penetrar en todos los estratos de la sociedad y romper las barreras de la indiferencia religiosa que trata al Evangelio como algo que ya no es “nuevo”, o a Cristo como nunca conocido por medio de la fe.

El pedido de “Santa María de Guadalupe”: “Mucho deseo que aquí me levanten mi casita sagrada. En donde lo mostraré, lo ensalzaré al ponerlo de manifiesto. Lo daré a las gentes en todo mi amor persona, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación”, no es otra cosa que su deseo de darnos a Cristo, y en Cristo, iniciar una nueva civilización, “la Civilización del Amor”, donde el Amor sea la fuente que nutra y vivifique todas nuestras relaciones sociales de vida. Asimismo, la devoción a “Nuestra Señora de Guadalupe” en el Perú, comunica la calidez de la caridad, y nos impulsa a amar y servir a los hermanos, con el espíritu de Santa María, y a trabajar por un Perú más justo y reconciliado donde se respete la dignidad de todo hombre, desde su concepción hasta su fin natural, donde nadie sufra por falta de lo necesario, ya que el amor de Cristo debe superar siempre los confines de la Iglesia.[20]

Es decir, la devoción guadalupana tiene en el Perú una proyección social.

Quisiera finalizar diciendo dos cosas: La primera, que las devociones marianas en el Perú son abundantes y están por todo el país. Lo interesante es que Ellas recogen también el aspecto mestizo de Santa María que se dio por primera vez en Guadalupe. Ahí están como ejemplo la Virgen de Cocharcas en Apurímac, la Virgen de la Candelaria en Puno, La Virgen de Chapi en Arequipa, y Nuestra Señora de las Mercedes en Piura, por citar algunos ejemplos.

La segunda, “Santa María de Guadalupe” no sólo ejerce una influencia devocional en el Perú, sino que además es inspiradora de cultura. Ello significa que la síntesis viviente que se da en su persona entre lo indígena y lo español, nos impulsa también en el Perú, a la “Evangelización de la Cultura”. Pongo un ejemplo de ello. En la ciudad de Lima, capital del Perú, se fundó en 1840, uno de los primeros y más antiguos colegios de la era republicana que lleva por nombre “Nuestra Señora de Guadalupe”, el cual sigue hasta nuestros días formando generaciones de peruanos. En dicho Colegio, se han formado presidentes, científicos, literatos, artistas, políticos y hasta héroes nacionales. Por citar algunos nombres: Abraham Valdelomar (nuestro mejor escritor de cuentos); Daniel Alcides Carrión (mártir de la medicina peruana); Julio Cesar Tello (primer arqueólogo indígena de América, considerado el padre de la arqueología peruana); Jorge Basadre Grohmann (nuestro gran historiador de la era republicana peruana); Leoncio Prado (héroe nacional); Melitón Carvajal (héroe nacional); José Abelardo Quiñones (héroe nacional); Manuel Pardo y Lavalle (presidente de Perú); Manuel Candamo (presidente de Perú); y el niño héroe, Manuel Fernando Bonilla. Es decir, bajo la guía de “Santa María de Guadalupe”, se ha generado, y se sigue generando cultura cristiana y humana.

Conclusión

Después de este rápido y seguramente incompleto recorrido, no queda sino repetir la oración de San Pablo en su carta a los Efesios: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo”.[21] Sí, ¡Bendito sea Dios por darnos a “Santa María de Guadalupe”, una Madre tan buena, que desde el Cielo sigue alcanzándonos todo aquello que Jesucristo nos ha dado, y continúa ejerciendo su labor maternal! ¡Bendita sea la Madre de Dios, María Santísima, Madre, Mediadora e Intercesora, Estrella de la Evangelización perfectamente inculturada, modelo de todas las virtudes! ¡Bendita seas Tú, “Patroncita, Señora, Reina mía, Hija mía, la más pequeña, mi Muchachita”, Madre mía y Madre nuestra!

¡Santa María de Guadalupe! ¡Ruega por nosotros! Amén. 

Ciudad de México – Tepeyac, 02 de septiembre de 2023

[1] S.S. Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris Mater (1987), n. 13.

[2] Allí mismo.

[3] San Agustín de Hipona. De Sancta Virginitate, III, 3; PL 40, 398: Sermón 215, n. 4; PL 38, 1074.

[4] San Ireneo de Lyon. Adversus Haereses, III, 22, 4.

[5] Lumen gentium, n. 62.

[6] Jn 19, 25-27.

[7] S.S. Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris Mater (1987), n. 23.

[8] Ibid. n. 44.

[9] Ibid. n. 45.

[10] 1 Tes 4, 3.

[11] S.S. Francisco, Entrevista a Televisa, 15-III-2015.

[12] S.S. Francisco, Audiencia General, 23-VIII-2023.

[13] 1 Tim 2, 4-5.

[14] S.S. Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris Mater (1987), n. 38.

[15] San Juan Pablo II, Viaje Apostólico al Perú. Discurso en Piura, 04-II-1985.

[16] Allí mismo.

[17] San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in America, n. 11.

[18] S.S. Francisco, Audiencia de los Miércoles, 11-XII-2013.

[19] Ver S.S. Francisco, Audiencia de los Miércoles, 23-VIII-2023.

[20] Ver S.S. Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus caritas est, n. 25b.

[21] Ef 1, 3 ss.

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