Homilías Dominicales

HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN EL III DOMINGO DE PASCUA 2023

En estas horas de dolor y emergencia:
 ¡Quédate con nosotros, Señor! 

Los dos viajes de los discípulos de Emaús

Hoy, III Domingo de Pascua, la Liturgia nos propone para nuestra meditación el pasaje evangélico de los Discípulos de Emaús (ver Lc 24, 13-48). De su lectura, nos damos cuenta de que los discípulos emprenden dos viajes, uno de ida y otro de regreso. Ambos viajes son completamente diferentes el uno del otro. Veamos.

El viaje hacia Emaús, es un viaje de huida. Huyen de Jerusalén y del escándalo de la Cruz. Es un viaje que se realiza en silencio, y con sentimientos de profunda desesperanza y frustración, a tal punto que los dos discípulos de Emaús no son capaces de reconocer a Jesús Resucitado, quien se hace compañero de camino de ellos. Y es que cuando hay desaliento en el corazón, tanto los ojos del cuerpo como los del espíritu, son incapaces de ver bien. Del relato del Evangelio concluimos que la fe y la esperanza de los discípulos de Emaús se ha desmoronado. Cuando conversan con el Señor Jesús, se expresan con una desilusión total, como si la aventura del Evangelio hubiese acabado, como si todo hubiera sido un sueño, una ilusión, o una mentira: “Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo…Nosotros esperábamos que sería Él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó”. (Lc 24, 19.21).

Además, no han creído en el testimonio de las santas mujeres y de los Apóstoles que les aseguran que la tumba está vacía (ver Lc 24, 22-24). Han abandonado a la comunidad de los discípulos, y se han marchado a su pueblo.

En cambio, el viaje de regreso a Jerusalén, es completamente diferente al primero. Corren presurosos, la alegría llena sus corazones, sus ojos se han abierto a la luz de la fe, no sólo para comprender las Escrituras, sino sobre todo para ver y reconocer a Jesús Resucitado en la fracción del pan, es decir, en la Eucaristía. La experiencia que han tenido con el Señor los impulsa de inmediato a anunciar la buena noticia de la Resurrección. Ni siquiera les importa tener que hacer el camino de vuelta en plena noche cuando hay más peligros. No pueden esperar un minuto más, sienten la urgencia de anunciar inmediatamente a los Apóstoles, y a los discípulos, que Cristo ha resucitado (ver Lc 24, 33-35).    

En medio de los dos viajes ha sucedido algo maravilloso y determinante que sólo puede ser obra del amor de predilección que el Señor siempre nos tiene: Jesús, el Buen Pastor, ha tomado la iniciativa de salir al encuentro de sus discípulos para recuperar a estas dos ovejas extraviadas en el desánimo y hundidas en la desesperanza. Del relato del Evangelio sabemos el nombre de uno de ellos, Cleofás (ver Lc 24, 18). Del otro, sólo podemos sospechar que se trataría del mismo Lucas, ya que es el único evangelista que recoge en su Evangelio este pasaje de los Dos Discípulos de Emaús.  

La hermosa pedagogía de Jesús

Hay toda una hermosa pedagogía que el Señor desarrolla con los Discípulos de Emaús para abrirlos a las virtudes teologales de la fe y de la esperanza: Primero se hace el encontradizo con ellos y los invita a dialogar; luego les deja hablar para que descarguen totalmente la tristeza y la frustración que llevan en sus corazones; después, les hace ver su necedad y torpeza, y con calma les explica todo lo que Moisés y los Profetas habían anunciado del Mesías en las Sagradas Escrituras, y cómo era necesario que éste pasara por una muerte de Cruz para salvarnos. Finalmente, y a pedido de los discípulos, se queda con ellos en su casa, y estando a la mesa les parte el pan, y ahí terminan reconociéndolo vivo y resucitado: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado. Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero Él desapareció de su lado” (Lc 24, 29-31). Queridos hermanos: Jamás caigamos en la tentación de creer que todo es una ilusión, o un engaño, que nada fue verdad.

Ya en el camino, cuando el Señor les explicaba las Escrituras, habían sentido que, sus corazones enfriados por el desánimo, comenzaban nuevamente a recuperar el calor de la fe y de la esperanza. Pero será en la fracción del pan, es decir, en la Eucaristía, cuando la vida vuelva a ellos. ¡Qué bueno es Jesús! No quiere que nadie se pierda. Por eso, hoy también sale a nuestro encuentro para levantarnos de nuestros temores y sufrimientos por las lluvias e inundaciones que padecemos, y conducirnos a la esperanza.

Por eso, digámosle siempre a Jesús: “Señor, quédate conmigo. Señor, quédate con todos nosotros, porque necesitamos de Ti para encontrar el camino. Porque sin Ti, sólo hay noche”.[1] Efectivamente, la experiencia del encuentro con el Resucitado renueva la vida, da ánimo y fortaleza a nuestra existencia, abre un horizonte de confianza y seguridad, porque Él siempre puede más, y porque su Amor nunca nos abandona.  

¿Dónde encontrar al Resucitado?

Ahora bien, ¿dónde encontrar hoy al Resucitado? El relato de Emaús es muy claro: En la “Fracción del Pan”, es decir, en la Eucaristía. Ahí, nuestro Señor Jesucristo, está real y sustancialmente presente, vivo y resucitado en las especies eucarísticas del pan y el vino. En cada Santa Misa se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro.[2]    

No hay que olvidar, que el término “Fracción del Pan”, es uno de los nombres con que se conoce al Sacramento de la Eucaristía. En efecto, en este gesto los discípulos lo reconocerán (a Jesús) después de su Resurrección (Lc 24,13-35), y con esta expresión los primeros cristianos designaron sus asambleas eucarísticas (ver Hch 2, 42.46; 20, 7.11). Con él se quiere significar que todos los que comen de este único pan, partido, que es Cristo, entran en comunión con Él y forman un solo cuerpo en Él” (ver 1 Cor 10, 16-17).[3]

Pero, además, el cristiano también puede encontrar al Señor en su Palabra, que es la única Palabra de Vida la cual, dicho sea de paso, nos es solemnemente proclamada y explicada en cada Eucaristía dominical. La Palabra, atentamente escuchada y meditada, junto con la participación consciente, activa y fructuosa en la Liturgia Eucarística, nos impulsan al anuncio, tal como sucedió con los discípulos de Emaús quienes, dejando atrás sus cansancios y temores, corrieron de regreso los casi diez kilómetros que separaban Emaús de Jerusalén, para comunicar la gran noticia: ¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado! En esta clave misionera de envío, debemos entender las palabras finales del sacerdote en la Santa Misa: ¡Pueden ir en paz!

Finalmente, el pasaje de los discípulos de Emaús, nos señala que también podemos encontrar a Cristo Resucitado en la Iglesia, es decir, en la comunidad de los creyentes (ver Mt 18, 20). Ello nos lleva a pensar en la realidad de nuestras comunidades parroquiales.

Al respecto nos dice el Papa Francisco: “Aunque ciertamente no es la única institución evangelizadora…la parroquia es la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas. La parroquia es presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración. A través de todas sus actividades, la parroquia alienta y forma a sus miembros para que sean agentes de evangelización. Es comunidad de comunidades, santuario donde los sedientos van a beber para seguir caminando, y centro de constante envío misionero”.[4]

Los cristianos, estamos llamados a vivir nuestra fe en comunidad, como un Pueblo amado y querido por Dios. La Iglesia no es un grupo más, o una ONG, sino la familia de Dios reunida en torno a Su Señor Resucitado. Es el “Santo y Fiel Pueblo de Dios”, y esto se realiza de manera eminente cada vez que celebramos la Eucaristía. Por eso es tan urgente y necesario para nosotros no dejar la activa participación en la Misa dominical. Y a medida que vamos creciendo en nuestra fe, por medio de la Eucaristía, la meditación de la Palabra del Señor, y la vida en Comunidad, los cristianos nos descubrimos discípulos-misioneros de Cristo, sentimos la exigencia de la misión, es decir la urgencia de compartir nuestra fe y los dones recibidos con los demás, llevando la alegría del Evangelio a un mundo que hoy en día tanto lo necesita.

Quisiera concluir esta homilía con una oración inspirada en la súplica que le dirigen los Discípulos de Emaús, al Señor, para rogarle a Jesús, que nos consuele en estos momentos de dolor, y renueve nuestra esperanza y alegría de vivir.

¡Quédate con nosotros, Señor! Infunde tu Espíritu en nuestros corazones que nos lleve siempre a buscarte en la Eucaristía, donde estás realmente presente, vivo y resucitado.

¡Quédate con nosotros, Señor! Que tu Divina Misericordia descienda sobre Piura y Tumbes, y el Perú entero. ¡Que las lluvias e inundaciones cesen! ¡Qué haya paz y reconciliación entre los peruanos!

¡Quédate con nosotros, Señor! Consuela a nuestros damnificados, bendice a nuestros enfermos, protege a nuestras familias, niños y ancianos, y recibe en tus brazos misericordiosos a nuestros moribundos y fallecidos. Oh, Buen Pastor, quédate con tus ovejas, defiéndelas de los peligros que las rodean y las amenazan.

¡Quédate con nosotros, Señor! Haz arder en nuestros corazones el fuego de tu Amor, que nos lleve a vivir la caridad fraterna con quien hoy más lo necesita, porque el amor todo lo renueva y lo hace bello.  

¡Quédate con nosotros, Señor! Cuida a los inocentes, sostén a los tentados, levanta a los caídos, y somete con la ayuda de tu Arcángel San Miguel al demonio, para impedir el pecado y todo tipo de mal.

Que Santa María, nuestra amada “Mechita”, quien ha querido quedarse entre nosotros en la tierna devoción de “Nuestra Señora de las Mercedes”, te recomiende nuestra oración en esta hora de dolor y necesidad. Amén. 

San Miguel de Piura, 23 de abril de 2023
III Domingo de Pascua

[1] S.S. Francisco, Angelus, 26-IV-2020.

[2] San Pablo VI, Carta Encíclica Mysterium fidei, n. 5.

[3] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1329.

[4] S.S. Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, n. 28.

Puede descargar la Homilía pronunciada hoy por nuestro Arzobispo AQUÍ 

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