HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN EL DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO 2023
“La humildad: la virtud que conmueve a Dios”
Domingo XIV del Tiempo Ordinario
“Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito” (Mt 11, 25-26). Con esta bella oración de alabanza de Jesús a su Padre, comienza nuestro Evangelio dominical (ver Mt 11, 25-30). En ella, el Señor nos advierte que los misterios del “Reino”, no son capaces de comprenderlos los soberbios y orgullosos, los que se creen sus pensamientos e ideologías, los que confían sólo en la capacidad de su inteligencia para explicarlo todo. Los misterios “Reino”, sólo llegan a descubrirlos y acogerlos los pequeños, es decir, los sencillos y humildes de corazón.
¿Y cuáles son estos misterios del “Reino”, que Jesús llama “estas cosas”? Son las verdades reveladas por Dios, aquellas que explican el sentido de la vida y del mundo, y que le permiten a la persona humana descubrir su verdadera identidad y vocación, es decir, quién es y para que existe, y lo más importante, qué tiene que hacer para ser auténticamente libre, feliz, y alcanzar la salvación eterna.
Algunas de estas verdades reveladas son entre otras, que Dios es Uno y Trino; que creó el universo de la nada, por un acto de sobreabundancia de amor; que cuando el hombre pecó, envío a su Único Hijo, nuestro Señor Jesucristo, nacido de Santa María, la Virgen, quien lo reconcilió por el misterio de su encarnación, muerte y resurrección, y que una vez ascendido a los Cielos, sigue presente en su Iglesia animándola por medio de su Espíritu, y que al final de los tiempos vendrá a juzgar a vivos y muertos, poniendo fin a la historia humana, llevando su Reino de Verdad y Amor, inaugurado en su primera venida, a su plenitud. Estas verdades reveladas por Dios, inciden mucho más en nuestra vida que las verdades científicas que, ciertamente no dejan de tener su importancia, pero que sólo explican las causas segundas, más no las primeras.
Si alguna de “estas cosas” que hemos señalado, u otras que enseña la Iglesia en nombre del Señor Jesús (ver Lc 10, 16), nos resultan duras de aceptar o escandalosas, entonces se hace urgente que nos examinemos sobre nuestra humildad, “porque Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes” (1 Pe 5, 5). “Estas cosas”, es decir, los “misterios del Reino”, sólo se pueden conocer por la fe, que es un don, que exige la humildad. La humildad es una virtud que entusiasma y conmueve al mismo Dios, por eso la Bienaventurada Virgen María halló gracia ante sus ojos: “Porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1, 48).
Como enseña el Papa Francisco: “La verdadera sabiduría entra también en el corazón. Y si tú sabes muchas cosas pero tienes el corazón cerrado, tú no eres sabio. Jesús dice que los misterios de su Padre han sido revelados a los «pequeños», a los que se abren con confianza a su Palabra de salvación, abren el corazón a la Palabra de salvación, sienten la necesidad de Él y esperan todo de Él. El corazón abierto y confiado hacia el Señor.[1]
Tres pedidos de Jesús a vivir en nuestra vida cristiana
En el Evangelio de hoy, hay tres pedidos de Jesús a vivir en nuestra vida cristiana: “Venid a Mí”, “Tomad mi yugo”, y “Aprended de Mí” (ver Mt 11, 28-30).
En primer lugar, esta “Venid a Mí”. La invitación del Señor Jesús es enternecedora y a la vez fascinante. Nos llama a que lo busquemos, a que vayamos a Él con confianza en todo momento y ocasión, pero sobre todo cuando la sombra de la cruz aparece en nuestras vidas, cuando el sufrimiento o la necesidad, hacen que la existencia se vuelva un camino cuesta arriba. Pienso en los pecadores necesitados de misericordia, en los hambrientos, en los enfermos, en los desempleados, en los que viven en la soledad, en los ancianos, en los encarcelados, en las víctimas de la violencia, de la injustica, y de los abusos, en aquellos que viven en la incertidumbre y en la angustia sobre su futuro, en los perseguidos por causa de su fe, y en los refugiados por culpa de las guerras. Para todos aquellos que vayan a Él, Jesús les promete descanso y alivio.
Ahora bien, van a Él, todos aquellos que conscientes de su difícil situación, saben que Jesús, y sólo Jesús, es capaz de darles la paz, el consuelo y el perdón que necesitan. En las actuales circunstancias que vivimos, vayamos pues con confianza y esperanza donde el Señor, para encontrar su acogida y amistad, y así, el alivio que sólo Él puede darnos. Su amor y misericordia son infinitas, su amor es más fuerte que cualquier tipo de mal, en el que el hombre, la humanidad, y el mundo están metidos.[2]
El segundo pedido es: “Tomad mi yugo”. Para Israel, el pueblo de las promesas, la imagen del yugo, instrumento para unir a dos bueyes en una yunta, era símbolo de la Alianza. Indicaba, por tanto, el estrecho vínculo que unía al Pueblo Elegido con Dios, y la exigencia que tenía Israel de obedecer la voluntad divina. En nuestro caso, los cristianos descubrimos la voluntad de Dios a través de Jesucristo, su Único Hijo. Haciendo lo que el Señor nos pide, recibimos “su yugo”, y así entramos en comunión de vida con su Padre, y alcanzamos la salvación. Por eso Cristo nos dijo en el Evangelio: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él.” (Jn 14, 23).
Recibir “su yugo”, no es signo de esclavitud o de dominio, sino de comunión, de amistad, de amor, y en la común-unión con el Señor, hallamos la auténtica libertad, y el camino de nuestra realización personal y social, así como nuestra salvación eterna. No olvidemos que el “yugo” de Jesús es el amor. Todo se le hace más llevadero y ligero, a aquel que vive el amor de Cristo. Cuando uno ama como Jesús, no hay peso que no se pueda llevar, y dificultad que no se pueda vencer, pues reside en nosotros la vida misma de Dios, porque “Dios es Amor” (ver 1 Juan 4, 7-9). Y cuando el amor de Dios reside en nuestro corazón, no hay criatura alguna que no pueda encontrar un sitio en él, incluso los enemigos.
Finalmente, en el Evangelio de hoy hay un tercer pedido: “Aprended de Mí”. El Señor Jesús, no es un Maestro que nos impone cargas que Él primero no haya llevado. Lo apasionante del Evangelio, es que todo cuanto Cristo nos enseñó para nuestro bien, Él mismo lo vivió hasta el extremo, dándole así a su enseñanza su autenticidad y veracidad.
Si Jesús nos pide que aprendamos de Él a ser mansos y humildes de corazón, es porque Él mismo se ha hecho dócil y obediente al Plan de reconciliación de su Padre. Si Él puede comprender a los pobres y a los que sufren, es porque Él mismo se hizo pobre y experimentó el sufrimiento. Para salvarnos, Jesús ha seguido un camino doloroso y difícil como nos recuerda San Pablo: “Y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Flp 2, 8).
Queridos hermanos: Jesús conoce de cerca el peso de la vida. Él ha llevado sobre sus espaldas los dolores y los pecados de la humanidad entera, por eso podemos ir a Él con la seguridad de que siempre seremos acogidos con amor. Por ello, cuando la desesperanza, el cansancio y la tristeza quieran apoderarse de nuestro corazón, recordemos estas palabras de Jesús: “Vengan a Mí”, “Tomen mi yugo” y “Aprendan de Mí”. Estas palabras son fuente de consuelo y fortaleza, porque en los sufrimientos y pruebas de la vida no estamos solos, Jesús está siempre con nosotros. ¡Él jamás nos abandona!
Para concluir, quiero compartir con ustedes este hermoso himno de la Liturgia de las Horas, que precisamente nos ayuda a ser conscientes que Jesús camina siempre con nosotros, tanto en las alegrías como en el dolor:
“Ando por mi camino, pasajero,
y a veces creo que voy sin compañía,
hasta que siento el paso que me guía,
al compás de mi andar, de otro viajero.
No lo veo, pero está. Si voy ligero,
Él apresura el paso; se diría
que quiere ir a mi lado todo el día,
invisible y seguro el compañero.
Al llegar a terreno solitario,
Él me presta valor para que siga,
y, si descanso, junto a mí se reposa.
Y, cuando hay que subir monte (Calvario
lo llama Él), siento en su mano amiga,
que me ayuda, una llaga dolorosa”.[3]
San Miguel de Piura, 09 de julio de 2023
XIV Domingo del Tiempo Ordinario
[1] S.S. Francisco, Angelus, 05-VII-2020.
[2] Ver San Juan Pablo II, Carta Encíclica Dives in misericordia, n. 7.
[3] Liturgia de las Horas, Himno de la Hora Intermedia (Tercia), Viernes del Tiempo Ordinario.
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