CARTA PASTORAL DEL ARZOBISPO METROPOLITANO A TODA LA IGLESIA ARQUIDIOCESANA DE PIURA Y TUMBES CON OCASIÓN DE LA PRÓXIMA VISITA APOSTÓLICA AL PERÚ DE SU SANTIDAD EL PAPA FRANCISCO
A los Presbíteros y Diáconos, a las personas consagradas y a todos los fieles laicos, gracia y paz de Dios, nuestro Padre, y de Jesús, el Señor.
Dentro de un mes, el Papa Francisco estará en el Perú. Después de treinta años un nuevo Sucesor de San Pedro pisará tierra peruana para confirmarnos en la fe (ver Lc 22, 32) y para confirmar la misión de la Iglesia en nuestro país que camina entre gozos y esperanzas, problemas y desafíos. Asimismo viene a traernos a todos los peruanos de buena voluntad un mensaje de paz, de misericordia y de justicia, y a iluminar con sus palabras y gestos el actual momento histórico que vive nuestra Patria, para que unidos por la esperanza podamos llegar a ser el país justo y reconciliado que todos anhelamos donde brillen las bienaventuranzas del Reino (ver Mt 5, 3-12).
Mientras nos preparamos animosos para peregrinar a su encuentro en Trujillo, donde se reunirá con todos los pueblos del Norte del Perú, quiero aprovechar esta Carta Pastoral para compartir con ustedes algunas reflexiones sobre la persona y el Pontificado del Papa Francisco con el deseo que nos ayuden a poder acogerlo a él y a su Magisterio de la mejor manera posible.
Su elección, producida el 13 de marzo de 2013, nos llenó a todos de un especial júbilo por tratarse del primer Papa latinoamericano en la bimilenaria historia de la Iglesia. Verlo salir por la ventana de la Basílica de San Pedro aquel día nos renovó en la esperanza, esa que brota de saberse amado por Cristo, aquella sobre la que el “Papa de la Misericordia” tantas veces nos insiste que no nos dejemos robar junto con la alegría de vivir.
El cristianismo en un acontecimiento: es Jesucristo
Su Pontificado está marcado por algunas características muy especiales. En primer lugar, Francisco una y otra vez nos reitera que el cristianismo es sobre todo un acontecimiento[1]: El Verbo de Dios hecho carne en Santa María la Virgen, según el designio misericordioso del Padre, quien murió en la Cruz por nuestros pecados y que resucitado por la fuerza de Dios, viene a nuestro encuentro, por gracia del Espíritu Santo, convocándonos a ser sus discípulos-misioneros en la comunión con Él en su Iglesia.
De esta manera su presencia en el Perú será antes que nada una invitación a que cada hijo de la Iglesia en cualquier lugar y situación en que se halle, renueve su encuentro personal con Jesucristo o al menos tome la decisión de dejarse encontrar por Él[2], preguntándose con sinceridad y valentía: ¿Quién es Jesús para mí? ¿Cómo ha marcado Él la verdad de mi vida?
A la luz de este primer rasgo de su Pontificado es que comprendemos sus constantes llamados a la conversión personal, a reconocer nuestra condición de pecadores, y por tanto a recurrir con confianza al sacramento de la penitencia, porque Dios no se cansa de perdonar.
Sólo así entendemos sus persistentes demandas a abandonar todo tipo de cristianismo formal, aburguesado y comodón, para exigirnos un cristianismo más radical de seguimiento y de testimonio de Cristo, porque el Señor Jesús es lo más valioso que estamos llamados a ofrecer a los demás.
Una Iglesia en salida
Pero si el cristianismo es un acontecimiento de encuentro con el Señor Jesús, su consecuencia inmediata es el impulso a ser una Iglesia al servicio de los demás, ya que es imposible conocer a Jesús y no amarlo, y amarlo y no darlo a conocer. Así se entiende el pedido constante de Francisco a “salir”, a ser una “Iglesia en salida” que vaya hacia las “periferias geográficas y existenciales” y que como un “hospital de campaña”, salga a buscar a las personas allí donde viven, donde sufren, donde esperan, para llevarles el bálsamo del amor y hacerles presente que el Señor las ama con un amor incondicional y fiel. “Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo…prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle –proclama el Papa- que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrase a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termina clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos”.[3]
Sin lugar a dudas estamos al frente de un Papa con una gran pasión misionera, aquella que ya como Cardenal Arzobispo de Buenos Aires manifestara en Aparecida. Por ello su presencia en el Perú será una ocasión preciosa para animar a la Iglesia que peregrina por estas tierras a que inicie una nueva etapa evangelizadora en continuidad con la evangelización constituyente, que se caracterice por un renovado impulso por anunciar la alegría del Evangelio. Dicho sea de paso, la alegría constituye para el Santo Padre un verdadero programa, porque es el único motor capaz de sostener el “dinamismo de salida”.
La conversión pastoral
Para ser una Iglesia misionera, Francisco nos dice que “la conversión pastoral” es una exigencia ineludible. Conversión pastoral que consiste en colocar la misión evangelizadora como centro de toda actividad eclesial. Conversión pastoral que debe comenzar por los obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados y consagradas, pero que también alcanza a los laicos porque todos somos discípulos-misioneros desde nuestro Bautismo.
Conversión pastoral que supone pasar de una pastoral de mera conservación a una pastoral apasionada por la evangelización, es decir por el anuncio de Jesucristo como único Salvador del mundo, que busque tanto a los que se han alejado de la Iglesia como a los que nunca han oído hablar de Jesús, sin excluir a nadie, porque el amor de Dios no descarta a ninguno. Para ello se hace urgente revisar todas nuestras estructuras pastorales para renovarlas y ponerlas al servicio de la misión evangelizadora como lo pide el Documento de Aparecida del cual Francisco fue su relator: “Esta firme decisión misionera debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de diócesis, parroquias, comunidades religiosas, movimientos, y de cualquier institución de la Iglesia. No hay parte ni porción de la Iglesia que no quede afectada en la conversión pastoral y la renovación misionera”.[4] No nos sorprenda entonces que Francisco nos anime a la misión, que nos impulse a que pongamos todos nuestros esfuerzos pastorales para que Cristo sea reconocido como el Señor y el Salvador. Es esta centralidad esencial del Evangelio, “lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y a la vez lo más necesario. La propuesta se simplifica, sin perder por ello profundidad y verdad, y así se vuelve más contundente y radiante”.[5]
La misericordia: clave hermenéutica del Pontificado
El pontificado del Papa Francisco está profundamente caracterizado por el don de la misericordia cuya expresión máxima fue precisamente el Año Santo Extraordinario que el Santo Padre le dedicó desde el 8 de diciembre de 2015, solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, al 20 de noviembre de 2016, solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.
Para Francisco, la misericordia es el medio adecuado para que la Iglesia vaya hoy en día al encuentro de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. La misericordia no es para él una palabra abstracta. Ella es la esencia del Evangelio que ha de configurar nuestras vidas y nuestro testimonio cotidiano. Para el Papa, la misericordia expresa el rostro de Dios Padre, la misión del Señor Jesús, quien es la misericordia encarnada, la acción santificadora del Espíritu Santo y la forma a través de la cual se expresa de una manera convincente la credibilidad de la Iglesia, ya que “la Iglesia vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva”.[6] Como ha escrito el Santo Padre: “De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia”.[7]
Francisco tiene la convicción que la misericordia es la cara más auténtica del amor y que ella es capaz de romper barreras, vencer los miedos y recelos, disipar las desconfianzas y tensiones, suscitar la esperanza, despertar la alegría de vivir, crear espacios de diálogo, permitir verdaderos encuentros de humanidad y disponer los corazones para acoger el Evangelio. No nos extrañemos entonces de sus gestos de misericordia y compasión cuando venga al Perú, y en particular con nosotros que hemos sufrido y seguimos padeciendo duramente los estragos de las recientes lluvias e inundaciones, porque el Papa es ante todo discípulo y testigo de la Misericordia de Dios que nos ama a todos, con amor gratuito, sin límites, sin distinciones, sin esperar nada a cambio. No nos sorprenda si durante los días que esté entre nosotros nos pregunte si después de concluido el Año Jubilar, la puerta de la misericordia de nuestro corazón ha permanecido abierta de par en par, si hemos aprendido de Dios a inclinarnos ante los demás, si estamos recorriendo día a día con fidelidad y alegría la vía de la caridad, si hemos continuado con nuestros esfuerzos por construir una “cultura de la misericordia” basada en superar la indiferencia y en no apartar la mirada cuando veamos el sufrimiento de los hermanos.[8]
Un Papa que anuncia el Reino con palabras, gestos y estilo de vida
Francisco anuncia el Reino con palabras y obras, pero además con sus gestos y modo de vida. Su estilo pastoral está caracterizado por su sencillez, austeridad, humildad, calidez y transparencia. Asimismo asombra en él su enorme capacidad de proximidad y acogida de los demás sin acepción de personas, conmueve su cercanía misericordiosa con los más pobres, los excluidos y descartados, así como sus gestos de amor por los niños, jóvenes y ancianos. Impacta de él la manera como vive su ministerio, todo confiado a la gracia de Dios en la oración y a la maternal intercesión de María Santísima. Es un pastor con “olor a Dios” y con “olor a oveja” que no sólo camina por delante de su rebaño, sino también en medio de él y por detrás de él.
Asimismo impresiona gratamente en el Papa su religiosidad, piedad y espiritualidad popular[9], expresadas entre otras cosas en su amor filial a la Virgen María en diversas advocaciones, como por ejemplo a la “Salus Populi Romani”, a quien consagró su Pontificado y visita antes y después de realizar cada Viaje Apostólico en la Basílica de Santa María la Mayor en Roma; a “Nuestra Señora de Guadalupe”, cuya fiesta celebra fielmente todos los años en la Basílica de San Pedro el 12 de diciembre; a la “Virgen de los Desatanudos”, devoción que trajo de Europa a Buenos Aires; a “Nuestra Señora de Aparecida”, patrona del Brasil; y cómo no a la Madre y Patrona de su Argentina natal, “Nuestra Señora de Luján”.
Entre los santos, destaca su devoción a San José, a San Martín de Porres y a Santa Teresita del Niño Jesús, y es que para Francisco la religiosidad popular es una forma genuina de evangelización que necesita ser siempre promovida y valorada, sin minimizar su importancia. “Las formas propias de la religiosidad popular –dice el Papa- son encarnadas, porque han brotado de la encarnación de la fe cristiana en una cultura popular. Por eso mismo incluyen una relación personal, no con energías armonizadoras sino con Dios, Jesucristo, María, un santo. Tienen carne, tienen rostros. Son aptas para alimentar potencialidades relacionales y no tanto fugas individualistas.[10] Por ello no nos asombra que quiera encontrarse con la imagen del Señor de los Milagros en Lima, y con diversas advocaciones de Jesús y de María en el Norte peruano.
Asimismo no podemos dejar de mencionar sus múltiples y audaces gestos en favor de la paz mundial con sus fuertes llamados a tener el valor para derribar los muros de la enemistad y la violencia para vivir como hermanos, porque, “nadie, hoy, puede negar que estamos en guerra. Y esta es una tercera guerra mundial, en pedacitos”.[11]
En la misma línea va su valiente denuncia en favor de los cristianos perseguidos y martirizados: “En Ti, Divino Amor, vemos también hoy a nuestros hermanos perseguidos, decapitados y crucificados por su fe en Ti, ante nuestros ojos a menudo con nuestro silencio cómplice”[12]; así como su infatigable defensa en favor de los refugiados y migrantes que huyen de la pobreza, del hambre y de la guerra, y a los cuales nos dice que no hay que tener miedo de acoger.
Estamos frente a un Pontífice que si bien sabe escuchar, sabe también hablar directamente al corazón, que afronta los problemas, y que habla con la fuerza de la coherencia, con un lenguaje profético, directo y sin ambigüedades, que cuestiona y que por eso nos desinstala de nuestras comodidades, como cuando por ejemplo denuncia la corrupción diciendo, “pecadores sí, corruptos no”, porque para el Papa, “la corrupción es el pecado que, en lugar de ser reconocido como tal y de hacernos humildes, es elevado a sistema, se convierte en una costumbre mental, una manera de vivir. Ya no nos sentimos necesitados de perdón y de misericordia, sino que justificamos nuestros comportamientos y a nosotros mismos”.[13]
Francisco sabe decir las cosas con la contundencia de la verdad pero con caridad, aquella que permite que el corazón no se cierre sino se mantenga abierto y sea capaz de un examen sincero de vida. Estoy seguro que durante sus días en el Perú sus homilías y discursos serán directos y en más de una ocasión serán ocasión para que hagamos una seria reflexión de nuestra condición de cristianos y de peruanos.
Cuidado y responsabilidad frente a la creación
El Viaje Apostólico de Francisco al Perú tiene programada una visita a Puerto Maldonado, capital del departamento de Madre de Dios y de la biodiversidad del Perú, en mérito a sus importantes registros de flora y fauna encontrados en sus bosques. Esperemos por tanto que desde ahí el Santo Padre haga resonar las enseñanzas de su Encíclica “Laudato Si” sobre el cuidado de nuestra “Casa Común”.
Ahí Francisco seguramente señalará que es el ser humano el que maltrata la naturaleza movido por una economía carente de ética que sólo busca el beneficio y el fomento del consumo[14], y probablemente denunciará la tala y la minería ilegales, junto con la dolorosa realidad de la trata de personas. Pero de otro lado, usará esta ocasión única para invitar a las autoridades y a todos los peruanos a saber valorar la diversidad biológica del Perú. Seguramente nos hablará de la Amazonía y nos pedirá “custodiar” la belleza de la creación, como se nos pide en el libro del Génesis, porque la persona humana está llamada a salvaguardar el designio de Dios inscrito en la naturaleza y a respetar a todas las criaturas del Señor, haciendo un uso adecuado de ellas.
En el Perú hemos sido bendecidos con una naturaleza pródiga que no sólo nos debe mover a la admiración por su belleza sino que también nos debe invitar a un cuidadoso respeto y uso de ella para preservarla para bien de las generaciones futuras. No hay que olvidar que la preocupación por una ecología humana iluminada desde la fe, es parte de la Doctrina Social de la Iglesia.
No podemos olvidar que el Papa Francisco tendrá un encuentro con las comunidades nativas donde seguramente nos invitará a respetar sus culturas autóctonas sin dejar de anunciarles el Evangelio, así como a estructurar actividades económicas que tengan en cuenta a dichas culturas y a su relación ancestral con la tierra.
La Familia, la Vida y los Jóvenes
Francisco nos ha regalado también su Exhortación Apostólica post-sinodal “Amoris Laetitia”, sobre el amor en la familia. No será extraño entonces que el Santo Padre nos hable también sobre la belleza del amor fiel, fecundo y acogedor que se vive en el matrimonio y que se despliega en la familia, así como de los vínculos entre las generaciones. Que aliente a los padres a fortalecer la educación cristiana de los hijos, y que a los Pastores nos pida acompañar más a las familias, así como a que mejoremos la preparación al matrimonio, ya que si el matrimonio es una vocación a la santidad debemos ayudar a los que tienen ese llamado a que se preparen adecuadamente para vivirla.
Asimismo es probable que nos alerte de la “colonización ideológica” que a través de la ideología de género busca la destrucción de la familia, célula primera y fundamental de la sociedad y de la Iglesia; que nos pida acercarnos con misericordia y desde la verdad natural y sobrenatural del matrimonio, a las diversas situaciones en que matrimonios y familias sufren profundas heridas, con el deseo de acompañar, discernir e integrar la fragilidad. También es factible que nos convoque a la defensa de la vida, porque custodiar el sacro tesoro de toda vida humana, desde la concepción hasta el final, es el mejor modo de prevenir cualquier forma de violencia[15]; nos recordará que el aborto, el infanticidio y la eutanasia, son crímenes abominables[16].
Finalmente no faltara una palabra para los Jóvenes a quienes de seguro invitará a no dejarse robar la esperanza, a que sean valientes, a que no tengan miedo de dar un testimonio abierto y franco de que Cristo es su Señor y Salvador. A que tengan el valor de amar como Jesús, pues sólo así la vida se vuelve bella, libre, cobra su pleno sentido y sana las heridas más profundas del ser humano y de nuestra convivencia social. Seguramente los alentará a ir contra corriente, a que no se dejen arrastrar por la cultura de muerte, a que rechacen los ídolos del tener, el poder y el placer impuro, así como el individualismo, la comodidad y el hedonismo como estilos de vida; a que “hagan lío”, pero un lío que nazca de conocer, de amar, y de comprometerse con Jesús y con Su Iglesia en el anuncio del Evangelio, especialmente a otros jóvenes, porque no hay mejor apóstol del joven que otro joven; a que busquen con decisión la vocación a la que Cristo los llama, y cual fuere ésta, el sacerdocio, la vida consagrada o el matrimonio, le den al Señor un sí generoso como Santa María, porque en el Plan de Dios está nuestro camino de despliegue y realización.
Los Pobres: el Corazón del Pontificado
Quien ha escuchado y visto a Francisco, sabrá que los Pobres están el corazón de su Pontificado y sobre todo en su corazón de Buen Pastor. Para él, los pobres, los sencillos, los descartados, los vulnerables, a quienes abraza a diario, son el tesoro de la Iglesia. Ellos son los destinatarios privilegiados del Evangelio. Francisco ha dado un nuevo impulso a la opción preferencial por los pobres que la Iglesia siempre ha tenido desde los tiempos del Señor Jesús. Él la vive desde el Evangelio, sin contaminación ideológica alguna, teniendo por modelo a Jesús, “quien siendo rico, por amor a vosotros se hizo pobre, para que vosotros por medio de su pobreza llegarais a ser ricos” (2 Cor 8, 9).
Como San Francisco de Asís, el Santo Padre nos enseña que no hay que separar nunca la imitación de Cristo y el amor a los pobres, para no reducir el amor cristiano a un mera filantropía asistencialista que traiga como trágica consecuencia reducir a la Iglesia a una ONG y su opción preferencial por los pobres a criterios políticos o ideológicos.
El “Papa de los Pobres” se identifica especialmente con los pobres, enfermos y excluidos porque ve en ellos a Cristo con los rasgos de su pasión. Por eso escucha su clamor, comparte sus sufrimientos, se identifica con ellos, sale al encuentro de sus necesidades, y trabaja por todo aquello que los dignifique y libere, consciente como enseña San Juan de la Cruz, de que en el ocaso de nuestra vida de una sola cosa seremos juzgados: de amor.[17]
Durante sus días entre nosotros de mil y una formas el Papa nos dirá: “Abramos nuestros ojos al prójimo, especialmente al hermano olvidado y excluido, al Lázaro que yace delante de nuestra puerta. Hacia allí se dirige la mirada de la Iglesia. Que el Señor nos libre de dirigirla hacia nosotros. Que nos aparte de los oropeles que distraen, de los intereses y los privilegios, del aferrarse al poder y a la gloria, de la seducción del espíritu del mundo. Nuestra Madre la Iglesia mira «a toda la humanidad que sufre y que llora; ésta le pertenece por derecho evangélico» (Pablo VI, Discurso de apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29 septiembre 1963). Por derecho y también por deber evangélico, porque nuestra tarea consiste en cuidar de la verdadera riqueza que son los pobres”[18]. Sólo cuando los pobres, que están en el corazón del Evangelio y de la Iglesia, lo estén también en todas las dimensiones de nuestra vida como Nación, sólo ahí la ansiada Civilización del Amor será una realidad visible y palpable en el Perú.
Preparémonos para ser sorprendidos por el Amor de Dios
No quiero concluir esta Carta Pastoral sin hacer notar que el Santo Padre cumple el día de hoy un año más de vida. Por eso les pido a todos los sacerdotes de Piura y Tumbes, que en comunión con sus comunidades parroquiales, ofrezcan la Eucaristía por su santidad, intenciones y salud, así como por los frutos de su próxima visita al Perú.
Queridos hermanos y hermanas: Sin lugar a dudas la Visita del Papa Francisco será un tiempo de gracia y bendición para cada uno de nosotros y para nuestra Patria. Serán días de unidad y de esperanza para todos los peruanos, en donde el amor de Dios Padre nos sorprenderá de mil y una maneras a través del Vicario de su Hijo en la tierra. Días para recuperar la alegría de vivir, renovarnos en la esperanza que no falla y en la certeza de que es posible desde nuestra fe cristiana y católica forjar ese Perú, esa Piura y ese Tumbes, donde todos podamos vivir como hijos de Dios en desarrollo integral.
Que María Santísima cuide al Papa durante los días en que esté entre nosotros, lo ilumine y lo guíe. Que Ella sea para él la Madre buena que le ayude a sostener sus pasos por nuestro amado Perú, y a todos nosotros nos dé la capacidad de escucha y acogida a cada una de sus enseñanzas, que después deberemos releer, estudiar, interiorizar y vivir.
Por eso con Francisco le rezamos a la Madre de Jesús que también es nuestra Madre en el orden de la fe y de la gracia:
“María, haznos sentir tu mirada de Madre, guíanos a tu Hijo, haz que no seamos cristianos de escaparate, sino de los que saben mancharse las manos para construir con tu Hijo Jesús su Reino de amor, de alegría y de paz”.
Los bendice y pide sus oraciones.
San Miguel de Piura, 17 de diciembre de 2017.
III Domingo de Adviento
[1] Ver S.S. Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, n. 7.
[2] Ver Allí mismo, n. 3.
[3] Allí mismo, n. 49.
[4] Documento de Aparecida (2007), n. 365.
[5] S.S. Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, n. 35.
[6] Allí mismo, n. 24.
[7] S.S. Francisco, Bula Misericordiae Vultus, n. 12.
[8] Ver S.S. Francisco, Carta Apostólica Misericordia et misera, nn. 16 y 20.
[9] Ver S.S. Francisco, Jubileo de los rectores de santuarios y responsables de peregrinaciones, 21-I-2016.
[10] S.S. Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, n. 90. Ver además allí mismo nn. 123-124.
[11] S.S. Francisco, Homilía en el Monumento Militar de Redipuglia, 13-IX-2014.
[12] S.S. Francisco, Palabras al final de Vía Crucis del Viernes Santo, 03-IV-2015.
[13] S.S. Francisco, El nombre de Dios es Misericordia, pág. 91.
[14] Ver S.S. Francisco, Audiencia General de los Miércoles, 5-VI-2013.
[15] S.S. Francisco, Twitter @Pontifex_es, del 27-III-2017.
[16] S.S. Francisco, Discurso al Movimiento por la Vida Italiano, 11-IV-2014.
[17] Ver Mt 25, 31-46.
[18] S.S. Francisco, Homilía en el Jubileo de las Personas socialmente excluidas, 13-XI-2016.
La Carta Pastoral de Monseñor Eguren se puede descargar en versión PDF aquí
Si desea conseguir un ejemplar impreso por favor comunicarse con el Área de Prensa y Comunicaciones del Arzobispado, a los teléfonos 327-561 o 313-795 con el Sr. César Augusto Sánchez.