Nuestra Señora del Perpetuo Socorro
El icono original está en el altar mayor de la Iglesia de San Alfonso, muy cerca de la Basílica de Santa María la Mayor en Roma.
El icono de la Virgen, pintado sobre madera, de 21 por 17 pulgadas, muestra a la Madre con el Niño Jesús. El Niño observa a dos ángeles que le muestran los instrumentos de su futura pasión. Se agarra fuerte con las dos manos de su Madre Santísima quien lo sostiene en sus brazos. El cuadro nos recuerda la maternidad divina de la Virgen y su cuidado por Jesús desde su concepción hasta su muerte. Hoy la Virgen cuida de todos sus hijos que a ella acuden con plena confianza.
Historia
En el siglo XV un comerciante acaudalado de la isla de Creta (en el Mar Mediterráneo) tenía la bella pintura de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Era un hombre muy piadoso y devoto de la Virgen María. Cómo habrá llegado a sus manos dicha pintura, no se sabe. ¿Se le habría confiado por razones de seguridad, para protegerla de los sarracenos? Lo cierto es que el mercader estaba resuelto a impedir que el cuadro de la Virgen se destruyera como tantos otros que ya habían corrido con esa suerte.
Por protección, el mercader decidió llevar la pintura a Italia. Empacó sus pertenencias, arregló su negocio y abordó un navío dirigiéndose a Roma. En ruta se desató una violenta tormenta y todos a bordo esperaban lo peor. El comerciante tomó el cuadro de Nuestra Señora, lo sostuvo en lo alto, y pidió socorro. La Santísima Virgen respondió a su oración con un milagro. El mar se calmó y la embarcación llegó a salvo al puerto de Roma.
Cae la pintura en manos de una familia
Tenía el mercader un amigo muy querido en la ciudad de Roma así que decidió pasar un rato con él antes de seguir adelante. Con gran alegría le mostró el cuadro y le dijo que algún día el mundo entero le rendiría homenaje a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.
Pasado un tiempo, el mercader se enfermó de gravedad. Al sentir que sus días estaban contados, llamó a su amigo a su lecho y le rogó que le prometiera que, después de su muerte, colocaría la pintura de la Virgen en una iglesia digna o ilustre para que fuera venerada públicamente. El amigo accedió a la promesa pero no la llegó a cumplir por complacer a su esposa que se había encariñado con la imagen.
Pero la Divina Providencia no había llevado la pintura a Roma para que fuese propiedad de una familia sino para que fuera venerada por todo el mundo, tal y como había profetizado el mercader. Nuestra Señora se le apareció al hombre en tres ocasiones, diciéndole que debía poner la pintura en una iglesia, de lo contrario, algo terrible sucedería. El hombre discutió con su esposa para cumplir con la Virgen, pero ella se le burló, diciéndole que era un visionario. El hombre temió disgustar a su esposa, por lo que las cosas quedaron igual. Nuestra Señora, por fin, se le volvió a aparecer y le dijo que, para que su pintura saliera de esa casa, él tendría que irse primero. De repente el hombre se puso gravemente enfermo y en pocos días murió. La esposa estaba muy apegada a la pintura y trató de convencerse a sí misma de que estaría más protegida en su propia casa. Así, día a día, fue aplazando el deshacerse de la imagen. Un día, su hijita de seis años vino hacia ella apresurada con la noticia de que una hermosa y resplandeciente Señora se le había aparecido mientras estaba mirando la pintura. La Señora le había dicho que le dijera a su madre y a su abuelo que Nuestra Señora del Perpetuo Socorro deseaba ser puesta en una iglesia; y, que si no, todos los de la casa morirían.
La mamá de la niñita estaba espantada y prometió obedecer a la Señora. Una amiga, que vivía cerca, oyó lo de la aparición. Fue entonces a ver a la señora y ridiculizó todo lo ocurrido. Trató de persuadir a su amiga de que se quedara con el cuadro, diciéndole que si fuera ella, no haría caso de sueños y visiones. Apenas había terminado de hablar, cuando comenzó a sentir unos dolores tan terribles, que creyó que se iba a morir. Llena de dolor, comenzó a invocar a Nuestra Señora para que la perdonara y la ayudara. La Virgen escuchó su oración. La vecina tocó la pintura, con corazón contrito, y fue sanada instantáneamente. Entonces procedió a suplicarle a la viuda para que obedeciera a Nuestra Señora de una vez por todas.
Accede la viuda a entregar la pintura
Se encontraba la viuda preguntándose en qué iglesia debería poner la pintura, cuando el cielo mismo le respondió. Volvió a aparecérsele la Virgen a la niña y le dijo que le dijera a su madre que quería que la pintura fuera colocada en la iglesia que queda entre la basílica de Santa María la Mayor y la de San Juan de Letrán. Esa iglesia era la de S. Mateo, el Apóstol.
La señora se apresuró a entrevistarse con el superior de los Agustinos quienes eran los encargados de la iglesia. Ella le informó acerca de todas las circunstancias relacionadas con el cuadro. La pintura fue llevada a la iglesia en procesión solemne el 27 de marzo de 1499. En el camino de la residencia de la viuda hacia la iglesia, un hombre tocó la pintura y le fue devuelto el uso de un brazo que tenía paralizado. Colgaron la pintura sobre el altar mayor de la iglesia, en donde permaneció casi trescientos años. Amado y venerado por todos los de Roma como una pintura verdaderamente milagrosa, sirvió como medio de incontables milagros, curaciones y gracias.
En 1798, Napoleón y su ejército francés tomaron la ciudad de Roma. Sus atropellos fueron incontables y su soberbia, satánica. Exilió al Papa Pío VII y, con el pretexto de fortalecer las defensas de Roma, destruyó treinta iglesias, entre ellas la de San Mateo, la cual quedó completamente arrasada. Junto con la iglesia, se perdieron muchas reliquias y estatuas venerables. Uno de los Padres Agustinos, justo a tiempo, había logrado llevarse secretamente el cuadro.
Cuando el Papa, que había sido prisionero de Napoleón, regresó a Roma, le dio a los agustinos el monasterio de S. Eusebio y después la casa y la iglesia de Santa María en Posterula. Una pintura famosa de Nuestra Señora de la Gracia estaba ya colocada en dicha iglesia por lo que la pintura milagrosa de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fue puesta en la capilla privada de los Padres Agustinos, en Posterula. Allí permaneció sesenta y cuatro años, casi olvidada.
Hallazgo de un sacerdote Redentorista
Mientras tanto, a instancias del Papa, el Superior General de los Redentoristas, estableció su sede principal en Roma donde construyeron un monasterio y la iglesia de San Alfonso. Uno de los Padres, el historiador de la casa, realizó un estudio acerca del sector de Roma en que vivían. En sus investigaciones, se encontró con múltiples referencias a la vieja Iglesia de San Mateo y a la pintura milagrosa de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.
Un día decidió contarle a sus hermanos sacerdotes sobre sus investigaciones: La iglesia actual de San Alfonso estaba construida sobre las ruinas de la de San Mateo en la que, durante siglos, había sido venerada, públicamente, una pintura milagrosa de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Entre los que escuchaban, se encontraba el Padre Michael Marchi, el cual se acordaba de haber servido muchas veces en la Misa de la capilla de los Agustinos de Posterula cuando era niño. Ahí en la capilla, había visto la pintura milagrosa. Un viejo hermano lego que había vivido en San Mateo, y a quien había visitado a menudo, le había contado muchas veces relatos acerca de los milagros de Nuestra Señora y solía añadir: "Ten presente, Michael, que Nuestra Señora de San Mateo es la de la capilla privada. No lo olvides". El Padre Michael les relató todo lo que había oído de aquel hermano lego.
Por medio de este incidente los Redentoristas supieron de la existencia de la pintura, no obstante, ignoraban su historia y el deseo expreso de la Virgen de ser honrada públicamente en la iglesia.
Ese mismo año, a través del sermón inspirado de un jesuita acerca de la antigua pintura de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, conocieron los Redentoristas la historia de la pintura y del deseo de la Virgen de que esta imagen suya fuera venerada entre la Iglesia de Santa María la Mayor y la de S. Juan de Letrán. El santo Jesuita había lamentado el hecho de que el cuadro, que había sido tan famoso por milagros y curaciones, hubiera desaparecido sin revelar ninguna señal sobrenatural durante los últimos sesenta años. A él le pareció que se debía a que ya no estaba expuesto públicamente para ser venerado por los fieles. Les imploró a sus oyentes que, si alguno sabía dónde se hallaba la pintura, le informaran dueño lo que deseaba la Virgen.
Los Padres Redentoristas soñaban con ver que el milagroso cuadro fuera nuevamente expuesto a la veneración pública y que, de ser posible, sucediera en su propia Iglesia de San Alfonso. Así que instaron a su Superior General para que tratara de conseguir el famoso cuadro para su Iglesia. Después de un tiempo de reflexión, decidió solicitarle la pintura al Santo Padre, el Papa Pío IX. Le narró la historia de la milagrosa imagen y sometió su petición.
El Santo Padre escuchó con atención. Él amaba dulcemente a la Santísima Virgen y le alegraba que fuera honrada. Sacó su pluma y escribió su deseo de que el cuadro milagroso de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fuera devuelto a la Iglesia entre Sta. María la Mayor y S. Juan de Letrán. También encargó a los Redentoristas de que hicieran que Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fuera conocida en todas partes.
Aparece y se venera, por fin, el cuadro de Nuestra Señora
Ninguno de los Agustinos de ese tiempo había conocido la Iglesia de San Mateo. Una vez que supieron la historia y el deseo del Santo Padre, gustosos complacieron a Nuestra Señora. Habían sido sus custodios y ahora se la devolverían al mundo bajo la tutela de otros custodios. Todo había sido planeado por la Divina Providencia en una forma verdaderamente extraordinaria.
A petición del Santo Padre, los Redentoristas obsequiaron a los Agustinos una linda pintura que serviría para reemplazar a la milagrosa.
La imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fue llevado en procesión solemne a lo largo de las vistosas y alegres calles de Roma antes de ser colocado sobre el altar, construido especialmente para su veneración en la Iglesia de San Alfonso. La dicha del pueblo romano era evidente. El entusiasmo de las veinte mil personas que se agolparon en las calles llenas de flores para la procesión dio testimonio de la profunda devoción hacia la Madre de Dios.
A toda hora del día, se podía ver un número de personas de toda clase delante de la pintura, implorándole a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro que escuchara sus oraciones y que les alcanzara misericordia. Se reportaron diariamente muchos milagros y gracias.
Hoy en día, la devoción a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro se ha difundido por todo el mundo. Se han construido iglesias y santuarios en su honor, y se han establecido archicofradías. Su retrato es conocido y amado en todas partes.
Signos de la imagen de Nuestra Madre del Perpetuo Socorro (conocida en el Oriente bizantino como el icono de la Madre de Dios de la Pasión)
Aunque su origen es incierto, se estima que el retrato fue pintado durante el decimotercero o decimocuarto siglo. El icono parece ser copia de una famosa pintura de Nuestra Señora que fuera, según la tradición, pintada por el mismo San Lucas. La original se veneraba en Constantinopla por siglos como una pintura milagrosa pero fue destruida en 1453 por los Turcos cuando capturaron la ciudad.
Fue pintado en un estilo plano característico de iconos y tiene una calidad primitiva. Todas las letras son griegas. Las iniciales al lado de la corona de la Madre la identifican como la “Madre de Dios”. Las iniciales al lado del Niño “ICXC” significan “Jesucristo”. Las letras griegas en la aureola del Niño: owu significan “El que es”, mientras las tres estrellas sobre la cabeza y los hombros de María santísima indican su virginidad antes del parto, en el parto y después del parto.
Las letras más pequeñas identifican al ángel a la izquierda como “San Miguel Arcángel”; el arcángel sostiene la lanza y la caña con la esponja empapada de vinagre, instrumentos de la pasión de Cristo. El ángel a la derecha es identificado como “San Gabriel Arcángel”, sostiene la cruz y los clavos. Nótese que los ángeles no tocan los instrumentos de la pasión con las manos, sino con el paño que los cubre.
Cuando este retrato fue pintado, no era común pintar aureolas. Por esta razón el artista redondeó la cabeza y el velo de la Madre para indicar su santidad. Las halos y coronas doradas fueron añadidas mucho después. El fondo dorado, símbolo de la luz eterna da realce a los colores más bien vivos de las vestiduras. Para la Virgen el maforion (velo-manto) es de color púrpura, signo de la divinidad a la que ella se ha unido excepcionalmente, mientras que el traje es azul, indicación de su humanidad. En este retrato la Madona está fuera de proporción con el tamaño de su Hijo porque es -María- a quien el artista quiso enfatizar.
Los encantos del retrato son muchos, desde la ingenuidad del artista, quien quiso asegurarse que la identidad de cada uno de los sujetos se conociera, hasta la sandalia que cuelga del pie del Niño. El Niño divino, siempre con esa expresión de madurez que conviene a un Dios eterno en su pequeño rostro, está vestido como solían hacerlo en la antigüedad los nobles y filósofos: túnica ceñida por un cinturón y manto echado al hombro. El pequeño Jesús tiene en el rostro una expresión de temor y con las dos manitas aprieta la derecha de su Madre, que mira ante sí con actitud recogida y pensativa, como si estuviera recordando en su corazón la dolorosa profecía que le hiciera Simeón, el misterioso plan de la redención, cuyo siervo sufriente ya había presentado Isaías.
En su doble denominación, esta bella imagen de la Virgen nos recuerda el centralismo salvífico de la pasión de Cristo y de María y al mismo tiempo la socorredora bondad de la Madre de Dios y nuestra.
ORACIONES
ORACIÓN I
¡Santísima Virgen María, que para inspirarme confianza habéis querido llamaros Madre del Perpetuo Socorro! Yo os suplico me socorráis en todo tiempo y en todo lugar; en mis tentaciones, después de mis caídas, en mis dificultades, en todas las miserias de la vida y, sobre todo, en el trance de la muerte. Concédeme, ¡oh amorosa Madre!, el pensamiento y la costumbre de recurrir siempre a Vos; porque estoy cierto de que, si soy fiel en invocaros, Vos seréis fiel en socorrerme. Alcanzadme, pues, la gracia de acudir a Vos sin cesar con la confianza de un hijo, a fin de que obtenga vuestro perpetuo socorro y la perseverancia final. Bendecidme y rogad por mí ahora y en la hora de mi muerte. Así sea.
¡Oh Madre del Perpetuo Socorro! Rogad a Jesús por mí, y salvadme.
ORACIÓN II
¡Oh Madre del Perpetuo Socorro!, en cuyos brazos el mismo Niño Jesús parece buscar seguro refugio; ya que ese mismo Dios hecho Hijo tuyo como tierna Madre lo estrechas contra tu pecho y sujetas sus manos con tu diestra, no permitas, Señora, que ese mismo Jesús ofendido por nuestras culpas, descargue sobre el mundo el brazo de su irritada justicia; sé tú nuestra poderosa Medianera y Abogada, y detenga tu maternal socorro los castigos que hemos merecido. En especial, Madre mía, concédeme la gracia que te pido.
ORACIÓN III
Santísima y siempre pura Virgen María, Madre de Jesucristo, Reina del mundo y Señora de todo lo creado; que a ninguno abandonas, a ninguno desprecias ni dejas desconsolado a quien recurre a Ti con corazón humilde y puro. No me deseches por mis gravísimos e innumerables pecados, no me abandones por mis muchas iniquidades, ni por la dureza e inmundicia de mi corazón me prives de tu gracia y de tu amor, pues soy tu hijo. Escucha a este pecador que confía en tu misericordia y piedad: socórreme, piadosísima Madre del Perpetuo Socorro, de tu querido Hijo, omnipotente Dios y Señor nuestro Jesucristo, la indulgencia y la remisión de todos mis pecados y la gracia de tu amor y temor, la salud y la castidad y el verme libre de todos los peligros de alma y cuerpo. En los últimos momentos de mi vida, sé mi piadosa auxiliadora y libra mi alma de las eternas penas y de todo mal, así como las almas de mis padres, familiares, amigos y bienhechores, y las de todos los fieles vivos y difuntos, con el auxilio de Aquel que por espacio de nueve meses llevaste en tu purísimo seno y con tus manos reclinaste en el pesebre, tu Hijo y Señor nuestro Jesucristo, que es bendito por los siglos de los siglos. Amén.
ORACIÓN IV
Oh Madre del Perpetuo Socorro, concédeme la gracia de que pueda siempre invocar tu bellísimo nombre ya que él es el Socorro del que vive y Esperanza del que muere. Ah María dulcísima, María de los pequeños y olvidados, haz que tu nombre sea de hoy en adelante el aliento de mi vida. Cada vez que te llame, Madre mía, apresúrate a socorrerme, pues, en todas las tentaciones, y en todas mis necesidades propongo no dejar de invocarte diciendo y repitiendo: María, María, Madre Mía.
Oh qué consuelo, qué dulzura, qué confianza, qué ternura siente todo mi ser con sólo repetir tu nombre y pensar en ti, Madre Mía. Bendigo y doy gracias a Dios que te ha dado para bien nuestro ese nombre tan dulce, tan amable y bello. Mas no me contento con pronunciar tu bendito nombre, quiero pronunciarlo con amor, quiero que el amor me recuerde que siempre debo acudir a ti, Madre del Perpetuo Socorro.
NOVENA
ORACIÓN PREPARATORIA PARA TODOS LOS DÍAS
Virgen Santísima, socorro perpetuo de las almas que se acogen a vuestro amor maternal: dignaos pedir por mi a vuestro santísimo Hijo y Señor nuestro Jesucristo, para que le sean agradables todos mis pensamientos, palabras y acciones de este día y toda mi vida.
Aceptad, ¡Oh tierna madre mía! el corto obsequio que os ofrezco en esta Novena, y alcanzadme el favor que en ella os pido, si conviene para mayor gloria suya, honra vuestra y bien de mi alma. Amén.
Rezar a continuación la oración del día que corresponda:
DÍA PRIMERO
Jesucristo quiere que en nuestros trabajos acudamos a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.
Levanta la vista ¡oh cristiano! y contempla a la Virgen del Perpetuo Socorro. Mira al Niño Jesús, que con sus manecitas temblorosas toma y estrecha la mano de su tierna Madre. ¿Que ha sucedido? Que dos ángeles le presentan los instrumentos de su futura Pasión, y que al verlos el adorable infante se llena de espanto, y busca en su dulce Madre protección y amparo. Con lo cual quiere decirte que, a imitación suya, debes tu también buscar siempre en María el socorro perpetuo en medio de las aflicciones de la vida presente. (Medítese y pídase con 9 Avemarías la gracia que se quiera alcanzar en esta Novena.)
Oración
¡Oh Salvador mío, Jesucristo! Al contemplaros en brazos de vuestra Madre, veo que en medio de vuestro santo temor os estrecháis con Ella y me decís a mi que os imite, recurriendo yo también a la que es mi perpetuo socorro. Quiero, pues, entregar-me a Ella sin restricción alguna. ¡Oh María! Dios ha querido honraros, comunicando al culto de vuestras imágenes virtud milagrosa. Inspiradme ¡oh Madre del Perpetuo Socorro! confianza ilimitada en vuestra poderosa bondad.
DÍA SEGUNDO
Nuestra Señora del Perpetuo Socorro quiere que acudamos a Ella en todas nuestras necesidades.
Vemos que la Virgen Santísima del Perpetuo Socorro, cuando el Niño Jesús estrecha su mano, en vez de volver sus miradas a Él las vuelve a nosotros. Sin duda quiere así mostrarnos su ardiente deseo de que acudamos a Ella. Con esta tierna y amorosa mirada nos esta, pues diciendo a todos: Yo soy Madre de Dios, pero también soy Madre vuestra. ¿Que mayor deseo puede tener una madre que el de ayudar y so-correr a sus hijos? Venid, pues, hijos míos, a mi. Acudid a mi en todas vuestras necesidades y miserias; en vuestras penas, en vuestros desfallecimientos, en vuestras dudas; y si alguna vez llegareis, por desgracia, a caer, después de vuestra caída venid: yo soy la Madre del Perpetuo Socorro; yo os consolare, yo os confirmare, os defenderé, y os conduciré a la Patria bienaventurada del cielo. (Medítese y pídase con 9 Avemarías)
Oración
¡Oh dulce Madre mía! Si en Vos no viese yo mi perpetuo socorro, mis pecados me inducirían a temer que no había misericordia para mi. Pero Vos sois la misericordia perpetua: después de Dios en Vos quiero poner toda mi confianza, y desde ahora, me propongo acudir siempre a Vos en todas mis necesidades. ¡Oh Madre del Perpetuo Socorro. Dignaos socorrerme en todo tiempo y en todo lugar, en mis tentaciones y dificultades, en todas las miserias de esta vida, y sobre todo en la hora de la muerte.
DÍA TERCERO
Venerar a nuestra Señora del Perpetuo Socorro es medio seguro para conseguir todos los tesoros del cielo.
Consideremos cada una de las palabras de esta advocación: Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. María es Señora es decir, Madre de Dios, Reina poderosa del cielo y de la tierra. María es nuestra: nuestra, por ser Madre del Redentor de los hombres, Abogada de los peca-dores, Madre de misericordia y Corredentora; y nuestra, sobre todo, por su maravillosa ternura de Madre. Maria es nuestro socorro, porque con el nos libra de la mayor de las desgracias de esta vida, o sea del pecado María vela por nosotros, quita las ocasiones y disminuye la vehemencia de las tentaciones; María conserva en sus hijos, la gracia santificante y el amor de Dios, y les consigue la perseverancia; María suaviza nuestras penas temporales y espirituales.
Por ultimo, es María nuestro socorro perpetuo, porque nos socorre a todas horas y en todos los instantes. Es nuestro socorro en el momento oportuno, en el formidable trance de la muerte y en medio de las llamas del Purgatorio. (Medítese y pídase con 9 Avemarías)
Oración
¡Oh Señora Nuestra, Madre del Perpetuo Socorro! ¡Cuantos tesoros de gracias y bendiciones proporcionáis a los individuos y a las familias que a Vos se consagran ¡Oh Madre mía! Dignaos recibirnos a todos como a hijos vuestros y derramar sobre todas las familias de los que estamos aquí vuestros insignes favores.
DÍA CUARTO
Nuestra Señora del Perpetuo Socorro ayuda a sus devotos a salir del pecado.
Uno de los principales oficios en que ejercita su so-licitud Nuestra Señora del Perpetuo Socorro es el de sacar a las almas del pecado. A la manera como una madre llora y gime sobre el cadáver de su hijo, a quien desearía poder resucitar, María siente ardentísimos deseos de que vuelvan los pecadores a la vida de la gracia. Su grande ocupación consiste en interceder por ellos sin cesar; y Ella se gloria en ser su infatigable Abogada y en alcanzarles la gracia de la verdadera conversión, con tal que tengan a lo menos el deseo sincero de salir del pecado y que acudan a Ella pidiéndole la fuerza necesaria para romper las cadenas con que los tiene esclavizados la culpa. (Medítese y pídase con 9 Avemarías)
Oración
¡Oh misericordiosa Abogada y refugio de los pecadores ¡Mucho he ofendido a Dios. En vuestras manos pongo mi salvación eterna. ¡Oh Madre del Perpetuo Socorro! Haced que no vuelva ya a tener la inmensa desgracia de corresponder con vil ingratitud a vuestros continuos favores. Alcanzadme de vuestro Hijo la gracia de una conversión sincera, para que en adelante le ame con todo mi corazón.
DÍA QUINTO
Nuestra Señora del Perpetuo Socorro defiende a sus devotos en las tentaciones.
La vida del cristiano sobre la tierra es una lucha constante. Rodeados estamos de enemigos por doquiera; de enemigos de todas clases, que se conjuran contra nosotros, maquinando nuestra perdición y ruina; ¿quien nos defenderá en medio de tantos peligros? La que continua-mente vela por sus hijos: Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, que por si sola es mas terrible que un ejercito puesto en orden de batalla; la que es torre de David, fortaleza inexpugnable, de la cual penden mil escudos, armadura de los fuertes, y al mismo tiempo Madre nuestra; Madre tan tierna y amo-rosa, que mas desea Ella concedernos su so-corro, que nosotros alcanzarlo. (Medítese y pídase con 9 Avemarías)
Oración
¡Oh María! Si he tenido la des-gracia de pecar, yo mismo he sido el autor de esta desgracia. ¡Ah! Si yo os hubiera invocado, Vos hubierais acudido en mi socorro y yo no hubiera caído. Haced, Madre mía, que en la hora del peligro me acuerde de Vos y os invoque diciendo: ¡Madre mía, socorredme! Así saldré con la victoria.
DÍA SEXTO
Nuestra Señora del Perpetuo Socorro asiste a sus devotos en todas las necesidades y trabajos de la vida.
Nuestra naturaleza tiene horror a las contradicciones y trabajos de esta vida los cuales son, empero, favores señalados que Dios hace a las almas que le aman. La verdadera sabiduría consiste en descubrir los tesoros inestimables de méritos que se hallan encerrados en las humillaciones y en los trabajos. ¿Quién, pues, nos dará a conocer este tesoro? María Santísima, la Reina de los mártires. Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, que pasó toda su vida entre penas y dolores, nos enseñará, con su ejemplo, que en esta valle de lagrimas la cruz es la herencia de los elegidos y nos hará mas llevaderos los trabajos de este penoso destierro. (Medítese y pídase con 9 Avemarías)
Oración
¡Oh María, Madre y Señora nuestra del Perpetuo Socorro! ¿Cómo quejarme de mis trabajos, cuando considero vuestros acerbos dolores? Vos sois verdadera Madre de Dios, y vuestra vida fue vida de dolor y sufrimiento: quiero, pues, aceptar con resignación, a lo menos, todas las penas que Dios me envíe. Alcanzadme, Madre mía, la gracia de no quejarme nunca en mis trabajos.
DÍA SÉPTIMO
Nuestra Señora del Perpetuo Socorro ampara a sus devotos en la hora de la muerte.
El instante solemne en que morimos decide de nuestra suerte feliz o desgraciada por toda una eternidad. Esa es la hora en que el demonio despliega toda su astucia y todas sus fuerzas para ver de ganar una nueva alma. Pero no desmayemos: tengamos con-fianza, porque esa también es la hora de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. No en balde dice tan a menudo todo fiel cristiano: Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Allí estará, pues, a nuestro lado, a la hora de la muerte, para que podamos pasar felizmente del tiempo a la eternidad. (Medítese y pídase con 9 Avemarías)
Oración
¡Oh María! cuando pienso en las angustias de mi última hora tiemblo y me siento lleno de confusión. No me abandonéis, Madre mía, en tan críticos momentos: con-cededme la gracia de que os invoque entonces con mas fervor que nunca, a fin de expirar con vuestro dulcísimo nombre y el de vuestro Santísimo Hijo en los labios.
DÍA OCTAVO
Nuestra Señora del Perpetuo Socorro auxilia a sus devotos en el Purgatorio.
Muy dignas son de compasión las almas del Purgatorio, porque padecen tormentos atroces y no pueden ayudarse a si mismas; pero María las socorre con la mas tierna misericordia. La Santísima Virgen alivia a aquellas almas tan queridas, rogando por ellas, y a veces hasta desciende a aquel lugar de tormentos para consolar y confortar a sus fieles siervos; mas aun: su poderosa y maternal intercesión se emplea en abreviar el tiempo de sus penas y en librarlas de aquel fuego purificador. (Medítese y pídase con 9 Avemarías)
Oración
¡Oh María! ¡Cuantos pecados he cometido en todo el curso de mi vida, y cuan escasa ha sido mi penitencia! ¡Oh cuan largo y cuan terrible habrá de ser para mi el Purgatorio, si Vos no me otorgáis vuestro auxilio! En Vos pongo toda mi confianza. ¡Oh Virgen del Perpetuo Socorro! postrado a vuestros pies os suplico me obtengáis la gracia de no caer ni aun en las mas leves faltas, y la de expiar todos mis pecados en esta vida. Espero que no me negareis esta merced.
DÍA NOVENO
Consagrarse a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y servirla con fidelidad es hacer cierta la perseverancia.
En este día consagrémonos a María; y para esto hagamos por Ella lo que Ella hace por nosotros. María nos ama; pues amémosla nosotros. ¡Que honra la nuestra amar a la Madre de Dios! Amémosla, entregándonos a Ella con entera confianza, por ser nuestra verdadera Madre. María es nuestra bienhechora; es nuestro perpetuo socorro. Por nuestra parte, prometámosle recurrir constantemente a su misericordia; prometámosle sinceramente perseverar en nuestros ejercicios o practicas diarias de devoción en honor suyo, y experimentaremos cuan cierta es esta sentencia: que el verdadero devoto de María no puede condenarse. (Medítese y pídase con 9 Avemarías)
Consagración a María
¡Oh Madre del Perpetuo Socorro! Yo os consagro mi cuerpo con todos sus sentidos, y mi alma con sus potencias. De aquí en adelante quiero serviros con fervor, invocaros sin cesar y trabajar por ganar corazones que os amen. ¡Oh Madre mía! Haced que no pase día alguno de mi vida sin que os invoque con amor filial.
EXPLICACIÓN DEL ICONO
Dos ángeles le muestran los instrumentos de la Pasión, el Niño Jesús ha corrido hacia su Madre, perdiendo casi una de sus pequeñas sandalias en su precipitada huida. María lo sostiene en sus brazos de manera protectora y amorosa. Pero presta atención a sus ojos. Su mirada esta fija no en Jesús sino en nosotros. ¿No es este detalle un toque de genialidad? ¿Qué mejor manera de expresar el interés de Nuestra Señora en nuestras vidas y crecimiento espiritual?
Las pequeñas manos de Jesús también están sujetas a las de María como una forma de recordarnos a nosotros que, así como en la tierra él se puso enteramente en su manos buscando protección, así ahora en el cielo él nos confía a cada uno de nosotros en sus tiernos y amorosos cuidados.
Este es el mensaje principal del cuadro, un icono bizantino, que no obstante, esta repleto de otros símbolos. He aquí algunos de ellos:
1. Iniciales en griego para "Madre de Dios"
2. Corona. Fue añadida al cuadro original por orden de la Santa Sede en 1867. Es un tributo a los muchos milagros obrados por Nuestra Señora bajo la advocación del "Perpetuo Socorro".
3. Estrella en el velo de la Virgen. Ella es la Estrella del Mar… que trajo la luz de la luz al mundo en tinieblas… la estrella que nos conduce al puerto seguro del Cielo.
4. Inicial griega para "San Miguel, el arcángel". Sostiene la lanza y la esponja de la Pasión de Cristo.
5. Inicial griega para "San Gabriel, el arcángel". Sostiene la cruz y los clavos.
6. La boca de María. Es pequeña para significar un recogimiento silencioso. Ella habla poco.
7. Los ojos de María. Son grandes para todos nuestros problemas. Están vueltos siempre hacia nosotros.
8. Túnica roja. Los colores que llevaban las vírgenes en los tiempos de Cristo.
9. Iniciales griegas para "Jesucristo".
10. Las manos de Cristo. Con las palmas boca abajo y dentro de las de su madre, indican que las gracias de la redención están bajo su custodia.
11. Fondo amarillo. Es el símbolo del cielo, donde Jesús y María están ahora entronizados. El amarillo también brilla a través de sus ropas, mostrando así la felicidad celestial que puede traer a los cansados corazones humanos.
12. Manto azul oscuro. Es el color que usaban las madres en Palestina. María es las dos cosas a la vez: virgen y Madre.
13. Mano izquierda de María. Sostiene de manera posesiva a Cristo. Ella es su madre. Es una mano consoladora para todo el que acuda a ella.
14. Sandalia caída. ¿Ha casi perdido Jesús su sandalia corriendo hacia María en busca de consuelo ante el pensamiento de su Pasión?