“TODOS ESTAMOS LLAMADOS A SER SANTOS Y A ORAR POR LOS DIFUNTOS”
Arzobispo celebra Santa Misa en la Solemnidad de Todos los Santos y ofrece sufragios por Todos los Fieles Difuntos
01 de noviembre de 2020 (Oficina de Prensa).- Nuestro Arzobispo Metropolitano Monseñor José Antonio Eguren Anselmi S.C.V., presidió la mañana de hoy desde la Capilla Arzobispal, la Santa Misa en la Solemnidad de Todos los Santos, la cual fue transmitida vía la Página de Facebook del Arzobispado.
La Eucaristía también fue ofrecida en conmemoración de todos los Fieles Difuntos, especialmente en sufragio por las almas de todos los piuranos y tumbesinos que han fallecido a causa de la pandemia.
A continuación compartimos la Homilía completa pronunciada por nuestro Arzobispo:
«Todos estamos llamados a ser Santos y a orar por los Difuntos»
Este Domingo coincide con la Solemnidad de Todos los Santos. El Señor nos concede celebrar en una misma fiesta los méritos de todos ellos que, como nos ha descrito San Juan en su visión del Cielo (ver Ap 7, 9-10), son una muchedumbre inmensa, “que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con fuerte voz: «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero»”.
De algunos Santos conocemos sus nombres y vidas, incluso a algunos de ellos les profesamos devoción. Pero como decía, hay una inmensa multitud cuyos nombres y vidas desconocemos pero que ya gozan de la bienaventuranza celestial. Por eso en esta fiesta celebramos los méritos de Todos los Santos o Bienaventurados. Ellos, que constituyen la Iglesia celestial o triunfante, interceden por nosotros que formamos la Iglesia peregrina en la tierra que camina hacia la Jerusalén celeste en medio de alegrías y dolores, de pruebas y persecuciones. Por el misterio de la comunión de los Santos que profesamos cada vez que rezamos el Credo, ellos nos sostienen en nuestras luchas, nos alientan en nuestro peregrinar y en nuestros esfuerzos por ser fieles en nuestra vida cristiana, para así alcanzar un día, como ellos, la santidad y la salvación eterna.
Las personas que están en el Cielo no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Su solicitud fraterna ayuda mucho a nuestra debilidad. Además, su ejemplo nos ayuda a poner la mirada en la meta: La vida eterna en comunión con la Santísima Trinidad, la Bienaventurada Virgen María, los Santos, y los Ángeles. El Evangelio que la Iglesia proclama en la fiesta de hoy es el de las Bienaventuranzas según San Mateo (ver Mt 5, 1-12a), ya que en la vida de los Santos es donde se verifica con mayor perfección, plenitud y nitidez esta enseñanza de Cristo, síntesis de todo el Evangelio.
Ahora bien, ¿quién es un Santo? Un Santo es aquel que manifiesta y muestra en su vida, la vida divina. Si bien la fe y la esperanza son manifestaciones de la vida divina en una persona, de manera eminente lo es el amor. Cuando vemos que en alguien actúa el amor, entonces tenemos una manifestación de Dios, pues “el Amor es de Dios…y Dios es Amor” (ver 1 Jn 4, 7.8).
La actuación natural de una persona puede suscitar en nosotros entusiasmo y admiración, como por ejemplo la obra de un artista, de un científico, de un académico, de un militar o de un deportista. Pero la práctica heroica del amor, según el modelo de Cristo, es lo que define a los Santos, y es algo que supera toda empresa humana y revela la santidad de Dios. ¡No existe en la vida una manifestación más hermosa que ésta! La santidad por tanto es algo que pertenece a Dios, y por ello no hay santidad posible sin Él. Por eso la Iglesia cada vez que celebra la Santa Misa canta: “Santo, Santo, Santo, es el Señor del universo”, y agrega después: “Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad”.
La Solemnidad de Todos los Santos, eleva nuestra mirada hacia el Cielo, hacia la dimensión de la eternidad, de la santidad de Dios, hacia nuestro destino último.
Es bueno recordar que todos los fieles cristianos sin excepción, de cualquier condición y estado, estamos llamados a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Dios. La santidad no es sólo privilegio de algunos. Todos estamos llamados a ser Santos por exigencia de nuestro bautismo. Por tanto, la santidad es la vocación de todo bautizado en su particular estado y vocación de vida. Como afirma el Concilio Vaticano II: “Todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena”.[1] Nunca hay que olvidar que la santidad es el “alto grado” de la vida cristiana ordinaria. La vida entera de la Iglesia y de las familias cristianas debe ir en esa dirección.
Ahora bien, decíamos que el Santo es aquel que manifiesta la vida divina que es el Amor. San Juan a su vez nos dirá: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él” (1 Jn 4, 9). Por eso, el Santo es aquel que ha configurado plenamente su vida a la de Cristo, el Amor encarnado.
El Santo, es aquel que vive en Cristo y Cristo vive en él, y por ello con San Pablo puede exclamar estas hermosas frases:
“Para mí la vida es Cristo” (Flp 1, 21). “Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3, 8). “Vivo yo, más no yo, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2, 20).
En definitiva, el Santo es aquel que descubre que el Señor Jesús es la medida de su vida, y cooperando activamente con la gracia de Dios, se configura tan íntimamente con el Hijo de Dios que llega a pensar con la mente de Cristo, a sentir con el Corazón de Cristo, y a actuar como Cristo lo haría si estuviera en su lugar. De esta manera se vuelve en un instrumento capaz de transformar su tiempo, porque los Santos, guiados por la luz de Dios, son los auténticos reformadores de la vida de la Iglesia y de la sociedad. Con su radical amor por Dios y por el prójimo, ellos transforman al mundo.
Alguno mirando su propia vida podrá decir con cierto pesimismo: “La santidad es para otros, no para mí”. “Yo, ¿Santo? Eso es imposible, soy tan pecador y débil”. La fiesta de hoy quiere recordarnos que la santidad es una realidad posible en nuestra vida porque nadie nace Santo. Los Santos, han sido hombres y mujeres tan o más pecadores que nosotros pero que un día se encontraron con el amor de Dios y decidieron seguir a Cristo con generosidad y radicalidad. La gran pregunta que ellos nos hacen desde el Cielo es la siguiente: “Si yo he podido, ¿por qué tú no?”. Que la fiesta de Todos los Santos imprima en nuestros corazones ardientes deseos de santidad, ardientes deseos de seguir a Cristo y llegar a ser uno con Él.
Que hoy podamos imprimir en nuestros corazones el compromiso serio y responsable por ser santos para que, con la acción de la gracia y nuestro empeño y perseverancia, podamos llegar a la plenitud de Cristo, el hombre nuevo y perfecto, porque como decía León Bloy, gran novelista francés católico (1846-1917): “La única tragedia en esta vida es no ser Santo”.
De otro lado, si hoy celebramos a “Todos los Santos”, mañana 02 de noviembre, conmemoraremos a “Todos los Fieles Difuntos”, día en que de manera especial estamos llamados a recordar en nuestra oración a nuestros seres queridos que ya han sido llamados a la Casa del Padre, así como a todas las almas que están en el purgatorio en camino hacia la plenitud de la vida en el Cielo. Como dice el libro de los Macabeos: “Es una idea piadosa y santa rezar por los difuntos para que sean liberados del pecado” (2 Mac 12, 46). Si los Santos que están en el Cielo pueden desde ahí aplicar unidos a Cristo sus méritos en favor nuestro, nosotros podemos aquí en la tierra ofrecer sufragios por los difuntos para que se vean librados de sus pecados y puedan ir cuanto antes a la felicidad del cielo. Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer después eficaz su intercesión en bien nuestro. San Agustín en el libro de “Las Confesiones”, recoge las palabras de su madre Santa Mónica en su lecho de muerte: “Depositad este cuerpo mío en cualquier sitio, sin que os dé pena. Sólo os pido que dondequiera que estéis, os acordéis de mí ante el altar del Señor“.[2]
Los sufragios por los difuntos son también una expresión viva de la fe en la Comunión de los Santos que confesamos en el Credo. Entre los sufragios el de mayor valor y significatividad es –sin duda– la celebración del sacrificio eucarístico, ofrecido en memoria de nuestros seres queridos y de las almas del Purgatorio, pidiendo al Señor por su plena salvación. Durante la Eucaristía confiamos a los difuntos a la misericordia de Dios con un recuerdo sencillo pero lleno de significado.
Rezamos para que estén con Él en el paraíso, con la esperanza de que un día también nosotros nos encontremos con ellos en este misterio de amor que, si bien no comprendemos plenamente, sabemos que es verdad porque Jesús nos lo ha prometido (ver Lc 23, 43; Jn 14, 2). Por eso hoy ofrecemos esta Misa por Todos los Fieles Difuntos, por nuestros familiares, por las almas del purgatorio y especialmente los que han fallecido durante la pandemia en Piura, Tumbes, el Perú y el mundo entero. Al sacrificio eucarístico se pueden unir otras expresiones de piedad por los difuntos como pueden ser, ganar para ellos la indulgencia plenaria, y ofrecer oraciones, sacrificios, limosnas, actos de caridad y obras de misericordia en su favor.
La Solemnidad de “Todos los Santos” y la Conmemoración de “Todos los Fieles Difuntos” nos recuerdan que la Iglesia es un misterio de comunión y que Ella está formada por los discípulos del Señor. Unos peregrinan en la tierra, otros, ya difuntos, se purifican en el purgatorio, mientras otros ya contemplan a Dios porque gozan del Cielo.
Pero todos en comunión, unos intercediendo desde el Cielo por nosotros, y nosotros ofreciendo sufragio por los difuntos para que se vean libres de sus pecados y puedan ir cuanto antes a la felicidad del Cielo y desde ahí rogar por nuestras necesidades.
A nuestra Madre Santa María, Reina de los Santos, le pedimos que nos ayude a confiar siempre en la gracia de Dios, para caminar con entusiasmo por el camino de la santidad, y le encomendamos también a nuestros queridos difuntos y a las almas del purgatorio, con la profunda esperanza de volvernos a encontrar un día, todos juntos, en la comunión gloriosa del Cielo. Amén.
San Miguel de Piura, 01 de noviembre de 2020
Solemnidad de Todos los Santos
[1] Constitución Dogmática “Lumen gentium”, n. 40.
[2] San Agustín, Las Confesiones IX, 11.
Puede descargar el archivo PDF de esta Homilía de nuestro Arzobispo desde AQUÍ
Puede ver el video de la Santa Misa que presidió nuestro Arzobispo hoy AQUÍ