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«SE ARREPINTIÓ Y FUÉ»

01 de octubre de 2023 (Oficina de Prensa).- Hoy celebramos el XXVI Domingo del Tiempo Ordinario y nuestro Arzobispo Metropolitano, Monseñor José Antonio Eguren Anselmi S.C.V., ha preparado especialmente una homilía en la que, reflexionando en las enseñanzas que el Señor Jesús nos deja en la parábola de los dos hijos, nos recuerda que: «Hoy, la Palabra de Dios, nos invita a pasar del inmaduro «No quiero», lleno de capricho, engreimiento, desobediencia, y egoísmo, al maduro, y arrepentido «fue», porque nuestra felicidad y salvación, dependen directamente de hacer todo cuanto el Señor nos pida. Por algo La Madre nos dijo en Caná: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2, 5)».  

A continuación, les ofrecemos la homilía completa preparada por nuestro Pastor:

“Se arrepintió y fue”

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario

El Señor Jesús, hacía un uso sobresaliente del género literario de las parábolas como método de enseñanza religiosa. El Evangelio de hoy, que recoge la parábola de los dos hijos (ver Mt 21, 28-32), lo confirma una vez más. Jesús usaba las parábolas con la finalidad de enseñarnos cómo debe proceder una persona para salvarse, y también para revelar los misterios del Reino de los Cielos. Además, las parábolas también se prestaban para que el Señor interactuase con las personas, entablando con ellas un diálogo de salvación que las ayudase a convertirse.   

Para entender mejor nuestra parábola dominical, es bueno tener presente que ella fue pronunciada en las horas cercanas de la pasión del Señor, en un contexto de disputa o desavenencia de Jesús con las autoridades judías. Efectivamente, Jesús acababa de hacer su ingreso triunfal a Jerusalén montado en un burrito, en un piajeno diríamos en Piura, y a su paso, las gentes, especialmente los niños y los jóvenes, lo vivaban como el Mesías de Israel: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Hosanna en las alturas!” (Mt 21, 9). Asimismo, Jesús ya había expulsado a los mercaderes y cambistas, quienes habían convertido el Templo de Jerusalén en una cueva de ladrones (ver Mt 21, 13), y además había curado a ciegos y cojos (ver Mt 21, 14).  

“Mas los sumos sacerdotes y los escribas, al ver los milagros que había hecho y a los niños que gritaban en el Templo: «¡Hosanna al Hijo de David!», se indignaron” (Mt 21, 15). Los sumos sacerdotes querían que Jesús silenciara esos gritos, y el Señor, lejos de hacerlo, encontró esas aclamaciones sobre su Persona como correctas y verdaderas, de ahí su respuesta a los judíos con un texto de los Salmos: “¿No habéis leído nunca que «De la boca de los niños y de los que aún maman te preparaste una alabanza?»” (Mt 21, 16).

“Se arrepintió y fue”

En este contexto de polémica, es que se sitúa la parábola de los dos hijos, con la cual el Señor va a evidenciar la hipocresía en la que viven las autoridades religiosas judías de su época. Jesús introduce la parábola con una pregunta que busca comprometer a sus oyentes: ¿Qué les parece? Y a continuación expone el caso de dos hijos a quienes su padre les pide que vayan a trabajar a su viña. El primero dijo: “No quiero”, pero después, arrepentido, fue (ver Mt 21, 29). El segundo dijo: “Voy”, pero después no fue (ver Mt 21, 30). Jesús finalmente pregunta: “¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?” (Mt 21, 31).  

Es importante notar, que la pregunta va dirigida a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, es decir a las autoridades religiosas de Israel. Al no poder eludir la respuesta, porque ésta es más que evidente, ellos responden: “El primero” (Mt 21, 31). Ante la respuesta, el Señor Jesús pone de manifiesto la situación de hipocresía en la que viven las autoridades judías con relación al misterio de la salvación: “En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en él” (Mt 21, 31-32).   

Las autoridades religiosas judías quedan representadas en el segundo hijo, aquel que dijo que iría, pero no fue. Quedan retratados como aquellos que no cumplen con lo que Dios les pide, aunque se llenen los labios con promesas vacías. Por eso Jesús dirá de ellos: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen” (Mt 23, 2-3). Así como no creyeron en la predicación de San Juan el Bautista, el Precursor del Señor, tampoco creen en Jesús, el Verbo de Dios encarnado.    

Los sumos sacerdotes y los ancianos no han cambiado su comportamiento en nada, viven en la hipocresía. Su observancia y cumplimiento exterior de la ley podrá ser perfecto, pero sus pensamientos y corazones están llenos de vanagloria y orgullo, y su conducta está marcada por la búsqueda del propio interés. Son dobles, es decir hipócritas. Por ello el Señor les dirá: “Por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad” (Mt 23, 28). En cambio, los publicanos y las prostitutas, que han llevado una vida de transgresión de los mandamientos de Dios, cuando vino Juan, creyeron y se convirtieron, y posteriormente acogieron al Señor Jesús, como el Salvador del mundo.

Al respecto, son emblemáticos los casos de Zaqueo (ver Lc 19, 1-10) y de Mateo (ver Mt 9, 9-13), ambos publicanos, así como el de la mujer pecadora, cuya conversión recoge San Lucas en su Evangelio, cuando Jesús va fue a comer a la casa de Simón, el fariseo (ver Lucas 7, 37-50).

Los pecadores son como el primer hijo, que al principio dijo: “No voy”, pero después se arrepintió y fue. En palabras de las mismas autoridades judías, han sido éstos los que han cumplido con la voluntad del Padre, han creído en la predicación de Jesús, y se han convertido. Por eso, ellos llegarán primero al Reino de los Cielos.

Ahora busquemos aplicar esta enseñanza de Jesús a nuestra vida. Nuestra vida, como la de los hijos de la parábola, muchas veces está marcada por la incoherencia y la contradicción. Esta incoherencia puede ocurrir en dos direcciones: De buenos podemos volvernos malos, y de malos podemos volvernos buenos.

En la primera lectura, tomada del profeta Ezequiel (ver Ez 18, 25-28), precisamente se habla de un justo que se aleja de la justicia y, a continuación, de un injusto que abandona la injusticia. Recordemos que, para el judío, el concepto de “justica” es mucho más profundo y espiritual que el nuestro que, se reduce a dar a cada uno lo que le es debido, lo que le corresponde. Para el judío, “justo”, es aquel que “ajusta” su pensar, sentir y actuar al de Dios. En términos cristianos, es aquel que configura su vida entera a la voluntad de Jesús. El profeta Ezequiel agrega que dependiendo de la actitud que asumamos, seguirá recompensa o castigo, vida o muerte.

La parábola de Jesús constituye entonces toda una enseñanza que nos debe conducir a hacernos un serio examen de conciencia, porque muchas veces nos profesamos discípulos de Cristo, hacemos explícito nuestro compromiso de seguirlo, incluso vamos a la Santa Misa, rezamos, y practicamos alguna que otra obra de misericordia, pero interiormente nuestra vida no es dócil a la voluntad del Señor, y peor aún, lo que terminamos haciendo resulta estar en abierta contradicción con la fe que decimos profesar. Somos como el segundo hijo: “Voy”, pero no fue.

Ser cada día un poco menos hipócrita

Un sacerdote mayor, solía decirme que toda nuestra vida cristiana debe ser un esfuerzo continuo de activa cooperación con la gracia, por ser cada día un poco menos hipócritas. Y me explicaba: La hipocresía es el resultado del divorcio que existe entre la fe que profesamos y la vida que llevamos. A lo que añadía: Ser cada día menos hipócrita, supone acortar la brecha, la distancia, que existe entre la fe y la vida. Cuando la fe y la vida son una sola cosa, o cuando por lo menos hay un esfuerzo continuo para que la fe se haga cada vez más vida cotidiana, eso, me decía, significa ser menos hipócrita, y ser más bien un cristiano coherente, auténtico, y veraz.

Hoy, la Palabra de Dios, nos invita a pasar del inmaduro “No quiero”, lleno de capricho, engreimiento, desobediencia, y egoísmo, al maduro, y arrepentido “fue”, porque nuestra felicidad y salvación, dependen directamente de hacer todo cuanto el Señor nos pida. Por algo La Madre nos dijo en Caná: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5).

Queridos hermanos: Jesús no es arbitrario y caprichoso como nosotros solemos serlo. Aquello que Él nos pida hacer, como el padre de la parábola de hoy a sus dos hijos, será siempre expresión de su sabiduría y amor en nuestras vidas, porque Él siempre busca lo mejor para nosotros, como un padre para con sus hijos. Y si en algún momento pecamos, y nos rebelamos contra Él, cerrándole nuestro corazón, desobedeciéndolo, la parábola de hoy nos recuerda que Jesús tiene predilección por los pecadores arrepentidos que se convierten, que su misericordia es infinita, y que Él siempre está dispuesto al perdón y a la reconciliación.

Que María Santísima, la toda obediente, la siempre dócil a la Palabra de Dios, la fiel por excelencia nos consiga, de su Divino Hijo Jesús, el don de la conversión y la docilidad, para abrirnos a las exigencias del Plan de Dios, en todas las circunstancias concretas de nuestra vida.   

San Miguel de Piura, 01 de octubre de 2023
XXVI Domingo del Tiempo Ordinario

Puede descargar esta Homilía de nuestro Arzobispo AQUÍ

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