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«SAN JUAN EL BAUSTISTA, EL PRECURSOR DEL SEÑOR JESÚS»

10 de diciembre de 2023 (Oficina de Prensa).- Hoy celebramos el II Domingo del Tiempo de Adviento, y nuestro Arzobispo Metropolitano, Monseñor José Antonio Eguren Anselmi S.C.V., nos entrega una Reflexión Dominical en la que nos recuerda que: «Para poder vivir un fructuoso Adviento que nos lleve a acoger al Salvador en nuestras vidas, es necesario escuchar el mensaje del Precursor del Señor que nos prepara a recibir al que viene detrás de él, al que es más fuerte que él, porque nos bautizará con Espíritu Santo y fuego».

A continuación, les ofrecemos la Reflexión Dominical preparada por Monseñor Eguren para hoy:

“San Juan Bautista, el Precursor del Señor Jesús”

II Domingo de Adviento

“Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” (Mc 1, 1). Con estas palabras San Marcos inicia su Santo Evangelio, el cual nos ha sido proclamado en este II Domingo de Adviento (ver Mc 1, 1-8). ¿Pero qué significa la palabra “Evangelio”? “Evangelio” es una palabra griega (εαγγέλιονeuangelion) que suele traducirse como “buena noticia”; una “buena noticia” que va a tener un efecto o consecuencia, que va a cambiar radicalmente el curso de la vida de quien la va a recibir. Pongamos algunos ejemplos: Un prisionero a quien se le anuncia su libertad, o un enfermo grave a quien se le comunica la buena noticia de que se ha encontrado la cura para su terrible enfermedad, o unos jóvenes esposos a quienes el médico les anuncia que van a ser padres. Una noticia así indudablemente cambia la vida, dándole un nuevo horizonte nutrido de esperanza y alegría.   

El tiempo del Adviento que estamos celebrando, es un tiempo litúrgico propicio para que podamos entender el significado cristiano de la palabra “Evangelio”, ya que, durante estas semanas previas a la Navidad, estamos en una actitud de anhelante espera del anuncio de la salvación. Con ansias esperamos que llegue la Nochebuena, y que por fin resuenen las palabras del Ángel de la Navidad: “No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor” (Lc 2, 10-11).               

Para nosotros, el “Evangelio” que leemos y proclamamos cada domingo, es el anuncio gozoso de la salvación definitiva que el Padre ha obrado en su Hijo Unigénito, por la fuerza del Espíritu Santo. Salvación por medio de la cual hemos sido liberados del pecado y más admirablemente reconciliados con Dios-Amor, con nosotros mismos, con nuestros hermanos, y con la creación. La salvación que nos trae nuestro Señor Jesucristo transforma nuestra vida haciéndola pasar de las tinieblas a la luz, del pecado a la gracia, de la muerte a la vida. La expresión de San Marcos, “comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” (Mc 1, 1), tiene dos sentidos: Por un lado, es el anuncio del mensaje gozoso que nos trajo Cristo, pero también es el anuncio gozoso que es el mismo Señor Jesús. Por eso, Jesucristo es el Evangelio viviente del Padre.

De esta manera, evangelizar será anunciar al Señor Jesús. Quien lo acoge con fe y amor, ve su vida transformada, llena de luz, de libertad, y de vida verdadera, porque Cristo es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre. Evangelizar es anunciar el nombre, la persona, la enseñanza, la vida, las promesas, el Reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios, el único Salvador del mundo ayer, hoy, y siempre.[1]

San Juan el Bautista, el Precursor del Señor Jesús

En el comienzo de la “Buena Nueva” o “Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo”, aparece hoy, segundo domingo de Adviento, la impresionante figura profética y religiosa de San Juan Bautista.  

El Bautista es el “Precursor del Señor Jesús”, o lo que es lo mismo, el “Precursor del Evangelio”. El anuncio de Jesucristo siempre comienza con él.  San Marcos nos describe hoy de manera sintética su gran personalidad y misión: “Envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino. Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas” (Mc 1, 2-3). Se nos dice además que San Juan, bautizaba en el Jordán proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados (ver Mc 1, 4). Que acudía mucha gente a él para que los bautizara, y que, además, le confesaban sus pecados (ver Mc 1, 5).     

Igualmente, el vestía y vivía austeramente, usando como vestido una piel de camello ceñida a la cintura con una correa de cuero, y que se alimentaba de lo que le ofrecía el desierto: Langostas y miel silvestre (ver Mc 1, 5-6). Además, realizaba su ministerio de Precursor del Señor con mucha humildad, consciente de que él no era el Mesías, sino sólo el que debía prepararle sus caminos y disponer a su Pueblo para que lo acogiese: “Juan proclamaba: Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo” (Mc 1, 7-8), es decir, será el Bautismo de Cristo el que traiga el verdadero perdón de los pecados y la vida eterna que tanto anhela el ser humano.

La extraordinaria figura religiosa del Bautista

La figura religiosa de San Juan es impresionante y muy fascinante.

Él es el hombre que exulta de gozo por la presencia salvadora de Dios ya desde el seno materno (ver Lc 1, 41). Por ello, el Bautista será siempre el ejemplo más hermoso de la alegría que experimenta el corazón humano cuando éste encuentra al Señor y acoge su “buena noticia”.

Pero como ya hemos mencionado, él es también el Precursor que prepara eficazmente los caminos del Señor. Consciente que su misión es dar “testimonio de la luz, para que todos creyeran por él” (Jn 1, 7), el Bautista se acerca a los hombres que viven en el olvido de Dios para sacarlos de su indiferencia religiosa, despertarlos al amor de Dios, formar su conciencia moral, y moverlos a la conversión y a la justicia (ver Lc 3, 11-14).

Consciente de que su misión consiste tan sólo en preparar el camino al Señor, cuando Éste llega, él desaparece para dejar a los demás con Él. San Juan el Bautista se nos presenta como modelo de humildad y de sencillez apostólica, de no vivir aferrados a los frutos de nuestra acción evangelizadora, y menos aún de buscar a través de ellos algún protagonismo o nuestra propia gloria, conscientes que no nos predicamos a nosotros mismos sino al Señor Jesús: “Es preciso que Él crezca y que yo disminuya” (Jn 3, 30). Su humildad heroica lo lleva a ser una flecha que indica a los demás el camino que conduce al encuentro con Cristo, el cual da sentido pleno y firme esperanza a nuestras vidas.[2]

Además, su figura religiosa nos muestra la necesidad del “desierto” en nuestra vida (ver Lc 1, 80), es decir, la necesidad de apartarnos de la excesiva preocupación por el tener, el poder y el placer impuro, del asfixiante materialismo, así como del hedonismo y del consumismo, donde muchas veces las personas están enfrascadas en una búsqueda desenfrenada de goces y bienes perecederos, así como de falsas seguridades materiales.

Para poder vivir un fructuoso Adviento que nos lleve a acoger al Salvador en nuestras vidas, es necesario escuchar el mensaje del Precursor del Señor que nos prepara a recibir al que viene detrás de él, al que es más fuerte que él, porque nos bautizará con Espíritu Santo y fuego (ver Mt 3, 11).

San Juan el Bautista nos exhorta a acoger al Señor Jesús, el Salvador que pronto nacerá de Santa María, la Virgen, a través de una conversión sincera de vida, porque “el Salvador que esperamos es capaz de transformar nuestra vida con su gracia, con la fuerza del Espíritu Santo, con la fuerza del amor. En efecto, el Espíritu Santo infunde en nuestros corazones el amor de Dios, fuente inagotable de purificación, de vida nueva y de libertad. La Virgen María vivió en plenitud esta realidad, dejándose «bautizar» por el Espíritu Santo que la inundó de su poder. Que Ella, que preparó la venida del Cristo con la totalidad de su existencia, nos ayude a seguir su ejemplo y guíe nuestros pasos al encuentro con el Señor que viene”.[3]

San Miguel de Piura, 10 de diciembre de 2023
II Domingo de Adviento 

[1] Ver San Pablo VI, Carta Apostólica Evangelii Nuntiandi, n. 22.

[2] Ver S.S. Benedicto XVI, Angelus, 05-VIII-2012.  

[3] S.S. Francisco, Angelus, 10-XII-2017.

Puede descargar esta Reflexión Dominical de nuestro Arzobispo AQUÍ

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