Los Dogmas de la Virgen María
8 de Mayo (Oficina de Prensa).- La Virgen María ha jugado un papel decisivo en nuestra salvación. Su cooperación activa en la obra de la reconciliación es un dato revelado. Por eso, la Iglesia, al comunicar la Revelación, ha profundizado en la verdad revelada sobre aquella que cooperó a nuestra salvación, y ha enseñado solemne y definitivamente ciertas verdades sobre María. Estas verdades, definidas a lo largo de los siglos, reciben el nombre de DOGMAS. En el caso de la Santísima Virgen, contamos con cuatro dogmas: la Virginidad Perpetua de María; la Maternidad Divina de María; su Inmaculada Concepción y su Asunción Gloriosa a los Cielos. Y cada viernes de Mayo iremos profundizando en cada uno de estos dogmas.
A continuación ofrecemos el dogma de la Virginidad Perpetua de María.
La Virginidad Perpetua de María
Usualmente se expresa así: María es virgen antes, durante y después del parto. Hablar de virginidad se refiere a la integridad física de María, la cual se mantuvo como signo de su Maternidad única e incomparable.
La Sagrada Escritura, ya en el AT hace alusión a esta realidad, en Is 7, 14: «Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. ». La palabra “doncella” en el griego de los LXX es “parthenos”, e.d. virgen. Pero en el NT, en los Evangelios aparecen referencias directas a la concepción virginal de Jesús, en Mt 1, 18-25 y en Lc 1, 26-38. Es claro aquí que Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo, sin intervención de varón. Esto, en lo referentea la virginidad “ante partum”. Respecto a la virginidad después del parto, se refiere a que María ni tuvo otros hijos después de dar a luz al Señor Jesús, ni tuvo relaciones con José. Que María no tuvo otros hijos, es dato cierto de Escritura. La ausencia de relaciones con José en el matrimonio implica una reflexión de fe, a partir de Lc 1, 34: «María respondió al ángel: "¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?"». Por lo demás, es un dato de la Tradición. En lo que se refiere a la virginidad en el parto, parece haber un indicio interesante en Jn 1, 13, pasaje que ha de ser leído desde la Tradición. Otros textos que se aducen al respecto son Is 7, 14 y Lc 2, 7.
La Tradición de la Iglesia tuvo, desde el principio conciencia de esta verdad de fe. María concibió virginalmente al Señor Jesús, lo dio a luz manteniéndose virgen y permaneció virgen para siempre. Esto se ve ya en los símbolos de fe más antiguos, donde siempre se profesa la fe en Jesucristo “nacido de Santa María Virgen”. Los Padres de la Iglesia dan testimonio de esta verdad. Así por ejemplo, San Ignacio de Antioquía (m. 107); San Ireneo de Lyon (m. 202?), contra los herejes gnósticos; San Ambrosio y San Jerónimo, que defienden la Perpetus Virginidad de María contra los herejes Helvidio y Joviniano. Ya para el siglo V está universalmente admitida la doctrina de María siempre virgen, expresada en la fórmula antes dicha.
El Magisterio de la Iglesia, en la persona del Papa San Martín I define esta verdad de fe en el Sínodo Romano de Letrán (649): “Si alguno no confiesa, de acuerdo con los Santos Padres, propiamente y según verdad por Madre de Dios a la Santa y Siempre Virgen e Inmaculada María, como quiera que concibió en los últimos tiempos sin semen por obra del espíritu Santo al mismo Dios Verbo propia y verdaderamente, que antes de todos los siglos nació de Dios Padre e incorruptiblemente le engendró, permaneciendo ella, aún después del parto, en su virginidad indisoluble, sea condenado” (DH 503). Véase también Paulo IV, Constitución “Cum Quorundam” de 1555 (DH 1880).
¿Cuál es el alcance de esta verdad de fe?
La Virginidad de María nos habla de Jesucristo. En efecto, la concepción virginal de María y su parto virginal nos dicen que el nacido de ella no es un simple hombre. Siendo hombre, es al mismo tiempo Dios, y por eso no puede ser concebido ni nacer como cualquier otro ser humano. Los herejes que negaban la Virginidad de María usualmente negaban la divinidad de Cristo. Por otra parte, la virginidad de María no es una mera realidad “espiritual”, que deba ser entendida como que María interiormente fue pura y fiel a Dios, sin que ello tenga algo que ver con la integridad física. María es virgen en todo el sentido de la palabra; más aún, su virginidad “física es el signo de su consagración a Dios y de su maternidad divina.