Jueves Santo. Día de la Eucaristía y del Mandamiento del Amor
5 de Abril (Oficina de Prensa).- El día de hoy, Mons. José Antonio Eguren Anselmi SCV., celebró en la Basílica Catedral de Piura la Misa Vespertina de la Cena del Señor, que conmemora la Institución de la Eucaristía, del Sacerdocio ministerial y del Mandamiento Nuevo del Amor.
Ante una gran concurrencia de fieles laicos que colmaron totalmente el primer templo de nuestra Arquidiócesis, Mons. Eguren después de resaltar los grandes dones que Cristo dejó a su Iglesia el Jueves Santo, realizó el tradicional gesto del “Lavatorio de los Pies” a doce varones, con el cual el Señor Jesús nos dio ejemplo del amor servicial que sus discípulos de todos los tiempos debemos vivir. A continuación ofrecemos el texto de la Homilía pronunciada por el Arzobispo de Piura y Tumbes.
Misa Vespertina de la Cena del Señor
Jueves Santo de 2007
¡Ha llegado Su Hora…Su Hora de Amarnos hasta el extremo!
1. Muchas veces a lo largo de su ministerio público y en diversas circunstancias, el Señor Jesús habló de “Su Hora”, para referirse ha aquel momento supremo fijado por su Padre, en el cual Él daría pleno cumplimiento a la obra de nuestra Reconciliación. Esta “hora” dramática, ha sido querida y establecida en la vida del Señor por su Padre. Esta “hora”, es la “hora” de su Pasión, Muerte y Resurrección, la “hora” que comienza hoy, Jueves Santo, con el inicio de la celebración del Triduo Pascual.
El apóstol San Juan en su Evangelio, introduce con palabras solemnes el ambiente que se vivía en el Cenáculo de Jerusalén al inicio de la Última Cena: “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús, que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1).
La hora de Jesús, es la hora de su Amor por cada uno nosotros, de un amor que quiere llegar hasta el extremo, es decir hasta la entrega total de sí mismo, hasta el sacrificio de la Cruz. Porque, “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos, vosotros sois mis amigos” (Jn 15, 13). Con cuánto acierto Santa Teresa Benedicta de la Cruz decía, que “la esencia más profunda del amor consiste en darse por entero”. Y para Jesús la felicidad consiste en darlo todo, en darse todo por entero.
Queridos hijos, viendo que hoy Jueves Santo ha llegado para Jesús “su hora”, quisiera esta noche preguntarle a cada una de ustedes: ¿No habrá llegado también para ti, el día de hoy, “tú hora”? Es decir, ¿la hora de decidirte a amar totalmente? ¿No habrá llegado también para ti, el día de hoy, la “hora” de tomar la firme decisión de vivir en serio tu vocación a la vida cristiana? ¿No habrá llegado también para ti, el día de hoy, la “hora” de dejar de hacerle concesiones a tu “hombre viejo” y de decidirte a morir de una vez por todas a tus pecados? En una palabra, ¿no habrá llegado también para ti, el día de hoy Jueves Santo, la “hora” de comprometerte a amar totalmente a Jesús Crucificado y a los hermanos?
Sí, hoy también ha llegado “tú hora”, en la que Jesús te invita a amar hasta el extremo. Querido hijos: ¡No basta con ser buenos, tampoco basta con hacer cosas buenas! ¡De lo que realmente se trata es que seas Santo! Y el Santo, es aquel que superando los propios egoísmos, se abre al Amor transformante del Señor, para acogerlo en la propia vida y después irradiarlo hacia los demás. El Santo es aquel que es en todo semejante a Jesús – Amor.
Santos y Santas es lo que necesita la Iglesia de hoy, el Perú de hoy, el Mundo de hoy. Santos y Santas es lo que necesita nuestra querida Piura y Tumbes. Pero no uno acá y otro allá, sino todos. Que nuestra Arquidiócesis sea una gran “ola de santidad”, y que cada uno de ustedes, en su particular estado de vida y vocación, niño, joven, adulto, anciano, casado, consagrado, sacerdote, obispo, sano o enfermo, refleje en su vida diaria a través de lo que dice, decide y hace la adhesión a quien es la Luz del Mundo, Jesús el Reconciliador.
Sólo los santos, son los verdaderos reformadores. Sólo de los santos, de aquellos que están tocados íntima e intensamente por el amor de Cristo, proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo.
Con Jesús y con María, que a lo largo del Triduo Pascual que hoy iniciamos te van a dar un hermoso ejemplo de entrega, valor y coraje, yo quiero decirte: ¡No tengas miedo! ¡No tengas miedo a amar, a ser cristiano de verdad, a vivir con radicalidad tu fe y tu bautismo! ¡No tengas miedo a mostrar públicamente tu condición de discípulo del Señor Jesús, de católico, de hijo de la Iglesia! ¡Para quien como tú está llamada a ser “Cristiano”, el serlo es lo más HERMOSO que hay en la vida! ¡No olvides, que tú felicidad plena está en ser “Cristiano”, en vivir con coherencia de vida tu fe, y no en otra cosa!
“¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?”
2. La noche del Jueves Santo vivida en el Cenáculo de Jerusalén, es una noche que se desenvuelve en un clima de calidez, lleno de amistad y de intimidad, de revelaciones y confidencias, donde el Señor abre su corazón. Nuevamente es el Evangelista San Juan, el discípulo amado, el que nos relata lo que ahí se dijo y vivió: “Con plena conciencia de haber venido del Padre y de que ahora volvía a Él, y perfecto conocedor de la plena autoridad que el Padre le había dado, Jesús se levantó de la mesa, se quitó el manto, tomo una toalla y se la ciñó a la cintura. Después echó agua en una palangana y se puso a lavarles los pies y a secárselos con la toalla que llevaba a la cintura” (Jn 13, 3-5).
¡Cómo se habrán sorprendido los Apóstoles al ver que su Maestro se ponía a lavarles los pies! De manera particular el Evangelio recoge la sorpresa y la resistencia de Pedro: “Señor, ¿lavarme tú los pies a mí? ¡Jamás! (Jn 13, 6-8). Como diciéndole Pedro a Jesús: ¿Cómo puedes tú, siendo el Hijo de Dios vivo comportarte como un siervo, como un esclavo? ¿Cómo puedes tú siendo el Maestro ponerte a los pies de tus discípulos y lavárselos?
¿Cómo puedes tú Señor, ponerte a mis pies, cuando fui yo quien se arrojó a los tuyos cuando ocurrió el acontecimiento de la pesca milagrosa? (Ver Lc 5, 8). Y la respuesta de Jesús no se hace esperar: “Si no te dejas lavar los pies, no tienes que ver nada conmigo” (Jn 13, 8-9). Y Pedro, quien ya no puede concebir su vida sin Jesús, se rinde ante al Maestro: “Señor, no sólo los pies, sino hasta la manos y la cabeza” (Jn 13, 9).
Y después de lavarles los pies, Jesús les dice: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que hagáis como yo he hecho con vosotros” (Jn 13, 12-15).
Queridos hijos, estoy seguro que como el bueno de Pedro, todas ustedes quieren hoy y siempre estar junto a Jesús y ser contados entre sus discípulos. Pero para ello y siguiendo el ejemplo del Maestro, deben estar dispuestos a “lavar siempre los pies de los demás”, si quieren tener parte con Él. Pero, ¿qué significa “lavar los pies”?
“Lavar los pies”, significa en primer lugar que pongas toda tu vida a disposición de tus hermanos para ayudarlos en su camino de santidad y en sus necesidades concretas, no haciendo distinciones entre ellos, ya que cada uno de ellos como tú, tiene en lo profundo de su ser la huella Dios, la imagen y la semejanza divina. Si el Señor Jesús, nunca aparta a nadie de su amor, ¿quiénes somos nosotros para excluir de nuestro amor a alguien?
“Lavar los pies”, significa quererse entrañablemente, estando dispuestos a vencer en todo momento las envidias, los rencores, los deseos de venganza, las violencias, los celos, y las antipatías, que puedan surgir en nuestros corazones por culpa del propio egoísmo.
“Lavar los pies”, significa cada obra buena, cada obra de caridad y de justicia hecha en favor del prójimo, especialmente en beneficio de los que sufren, de los más pobres y necesitados, de los que son poco apreciados.
“Lavar los pies”, “significa sobre todo perdonarnos continuamente unos a otros, volver a comenzar juntos siempre de nuevo, aunque pueda parecer inútil”. El Señor nos invita a abajarnos, a ponernos a los pies de los demás, a aprender la humildad y la valentía de “lavarnos los pies” los unos a los otros con la única agua que purifica y embellece, que todo lo limpia y ennoblece, que todo lo reconcilia y sana: el agua pura de su Amor.
En esta noche de Jueves Santo, noche de intimidad y amistad de Jesús con los suyos, noche en que el Sacratísimo Corazón de Jesús se abre desde lo más profundo de sí para compartir con nosotros sus sentimientos más puros, nobles e intensos, te pido que escuches con reverencia al Señor que por el misterio de la Liturgia se hace presente entre nosotros para decirnos:
“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13, 35).
“Tomad y comed esto es mi Cuerpo…Tomad y bebed esta es mi Sangre”.
3. Pero en el Cenáculo ocurre sobretodo un milagro que nadie podía imaginar: el don de la Eucaristía. De pronto Jesús, “tomó pan, y dadas las gracias lo partió y se lo dio diciendo: Esto es mi Cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío. De igual modo, después de cenar; la copa, diciendo: Esto es mi Sangre: la Sangre de la Alianza derramada por muchos, en remisión de los pecados. Hacedlo en recuerdo mío” (Lc 22, 19-20).
Estas palabras sobrepasan a los discípulos, como aquellas pronunciadas por Jesús en Betsaida después de la multiplicación de los panes: “Yo soy el Pan de Vida…Quien lo come no muere. Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tendréis la vida en vosotros” (Jn 6, 35.50.53).
Como a los Apóstoles, también a nosotros el misterio eucarístico nos sobrepasa y nos preguntamos: ¿Cómo puede entregarse Jesús del todo, su cuerpo y su sangre, su alma y su divinidad, bajo el velo del pan y del vino? Por ello en el himno del “Tantum Ergo” que al final de la Misa de hoy cantaremos, en un momento diremos: “Praestet fides suplementum, sensuum defectui”. “Supla la fe inconmovible del sentido los defectos”.
La Eucaristía es “misterio de la fe”, que supera la capacidad de nuestro entendimiento de poder asirla, y por tanto nos exige las más pura confianza y abandono en las palabras de Jesús: “Esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre”. Por ello nadie como María – la creyente por excelencia – puede ser apoyo y guía en nuestra fe eucarística. ¿Quién mejor que Ella que creyó en el misterio de la Anunciación – Encarnación, puede ayudarnos a creer que el mismo Jesús, su Divino Hijo, se hace presente con todo su ser humano y divino en las especies del pan y del vino?
En esta noche de Jueves Santo, noche del don de la Eucaristía, nuestra oración se dirige también a la Madre, la “Mujer Eucarística”, para pedirle que nos ayude a creer y a amar más este milagro del amor divino. No olvidemos que si hay Eucaristía es en parte gracias a María, porque el Cuerpo y la Sangre que adoramos y recibimos en este misterio de fe, es el mismo Cuerpo y la misma Sangre que nacieron de Ella: “Ave verum corpus natum de Maria Virgine”, canta la liturgia. “Te saludamos verdadero cuerpo nacido de María Virgen”.
Ella, que fue el primer tabernáculo de la historia, donde Dios todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofreció a la adoración de su prima Santa Isabel, en la Visitación, es la que mejor puede ayudarnos a adorar a Jesús realmente presente en cada Sagrario.
Ella, que supo acoger en su vientre inmaculado y virginal al Verbo de Dios, y después supo estrecharlo con amor en sus brazos, lo mismo en Belén, como al pie de la Cruz, es la que mejor nos puede educar a recibir a Jesús en cada comunión, enseñándonos a pronunciar con fe y gratitud, con reverencia y estremecimiento, el “Amén”, que decimos antes de comulgar, cuando el sacerdote al presentarnos la Hostia Santa, nos asegura que es “el Cuerpo de Cristo”.
Ella, que presentó en el templo de Jerusalén a su Hijo, donde escuchó de Simeón la profecía de la espada que le atravesaría el Corazón, y que acompañó a Jesús a lo largo de toda su Pasión y estuvo al pie de su Cruz padeciendo en su corazón todo lo que Cristo sufría en su cuerpo, es la que mejor puede guiarnos a profundizar en la dimensión sacrificial de la Eucaristía.
Queridos hijos, si la Eucaristía es el memorial de la Cruz, en cada Santa Misa, abran los oídos de la fe para escuchar la voz del Señor que desde el altar les dice: “He ahí a tu Madre”. Y obedeciendo al Señor como San Juan, asuman el compromiso de acogerla en sus vidas con profunda piedad filial, para que así María las conforme plenamente con su Hijo Jesús.
La Eucaristía es Sacramento de la Caridad, ha escrito recientemente el Santo Padre Benedicto XVI(1). Como hemos visto, en la Última Cena el Señor Jesús nos dejó el mandamiento del amor y éste sólo puede ser vivido si permanecemos unidos a Él en la Eucaristía. “Cuando, por lo tanto nos alimentamos con fe de su Cuerpo y de su Sangre, su amor pasa a nosotros y nos hace capaces a nuestra vez de dar la vida por los hermanos. De aquí brota la alegría cristiana, la alegría del amor…En la Eucaristía Cristo ha querido darnos su amor, que le impulsó a ofrecer en la cruz la vida por nosotros”(2).
¡Qué momentos más emocionantes se vivieron en el Cenáculo de Jerusalén! Sin duda fueron momentos de profunda intimidad y comunión, momentos de amistad y amor. Dios nos conceda poder vivir así cada una de nuestras celebraciones eucarísticas: en clima de encuentro, de comunión, de amistad, de amor con el Señor Jesús y entre nosotros.
Que el Señor los bendiga y les conceda un Triduo Pascual lleno de bendiciones, donde cada uno de ustedes y todos juntos, como una sola Iglesia, podamos crecer en la adhesión al Señor Jesús y en el amor a los demás, bajo la guía de la Madre.
Con mi afectuosa bendición pastoral.
Arzobispo Metropolitano de Piura
Misa Vespertina de la Cena del Señor
Notas
(1) Ver S.S. Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum Caritatis.
(2) S.S. Benedicto XVI, Angelus, 18-III-07.