Dos nuevos sacerdotes en la Arquidiócesis de Piura y Tumbes
28 de octubre (Oficina de Prensa).- Hoy, Domingo, Día del Señor y Fiesta del Señor de los Milagros, en la Solemne Misa presidida por el Arzobispo Metropolitano de Piura, Mons. José Antonio Eguren Anselmi, S.C.V., y concelebrada por los sacerdotes de la Arquidiócesis de Piura y Tumbes, fueron ordenados dos nuevos sacerdotes en la Basílica Catedral de Piura.
Los nuevos presbíteros formados en el Seminario de Piura “San Juan María Vianney” son: Alfredo Anastacio Calsina Calle y Juan Lequernaqué Morales, quienes a partir de hoy, quedan consagrados como mediadores entre Dios y los hombres.
Mons. Eguren durante su homilía expresó: “¡Qué grande es el don que hoy reciben, y que se pone en sus manos! Y para expresarlo, porque las palabras se quedan cortas frente al “misterio”, la Iglesia usa la fuerza del lenguaje del símbolo. Por eso después que sean ordenados sus manos serán ungidas con el santo crisma y esas mismas manos recibirán la patena y el cáliz” .
En otro momento, los exhortó a que se esfuercen cada día por ser sacerdotes santos, colaborando siempre con la gracia que Dios, permaneciendo con Cristo en la oración diaria, viviendo la obediencia, amando intensamente su celibato sacerdotal, viviendo las exigencias de la caridad, teniendo una constante formación humana, espiritual, intelectual y pastoral, y viviendo una profunda piedad filial a Santa María.
El Pastor de Piura y Tumbes, les impuso las manos sobre los nuevos sacerdotes, y rezó la plegaria de ordenación, mediante la cual se confiere a los diáconos el Don del Espíritu Santo para su función presbiteral. Así mismo, el P. Alfredo Calsina y el P. Juan Lequernaqué, manifestaron su voluntad de cumplir fielmente el ministerio de Cristo y de la Iglesia bajo la autoridad del Obispo.
A continuación les ofrecemos la Homilía que pronunció Monseñor Eguren en esta ocasión.
HOMILÍA ORDENACIÓN SACERDOTAL
1. Queridos hijos Juan y Alfredo. Hoy se ordenan “sacerdotes del Señor Jesús”. No se olviden nunca que su vocación sacerdotal es antes que nada “misterio de misericordia”. Por ello, vivan hoy y siempre la gracia de su sacerdocio como sobreabundancia de misericordia. La misericordia es la absoluta gratuidad con la que Dios nos ha elegido…Misericordia es la condescendencia con la que el Señor Jesús les llama a partir de hoy a actuar como representantes suyos, aún descubriéndose ustedes pecadores e indignos de este don.1
Vuestra consagración sacerdotal es un fenómeno espiritual profundísimo que se realiza en el orden del ser. Ella va a producir un cambio ontológico en ustedes, que los va a reubicar en su relación con la Iglesia. Por su ordenación sacerdotal ya no estarán sólo en la Iglesia, sino también al frente de Ella y a su servicio.
Su consagración sacerdotal tiene por finalidad y destino una misión. Una misión que no es otra sino la misma misión del Señor Jesús, el Reconciliador: Proclamar la Verdad del Evangelio que ilumina y salva. Comunicar la Gracia que perdona y santifica. Y manifestar el Amor del Padre que consuela y guía a su Pueblo.
Se les encomienda el triple oficio de ser Maestro, Sacerdote y Pastor, según el modelo y el corazón de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Éste es, Juan y Alfredo, “el yugo suave y la carga ligera” (ver Mt 11,29) que Cristo el Buen Pastor pone hoy sobre sus hombros para siempre: “sacerdos in aeternum”.
Y estos oficios los realizarán representando personalmente al Señor Jesús. El “carácter” especial e indeleble que el Espíritu Santo imprimirá dentro de poco en ustedes, los configurará con Cristo Sacerdote, para que en los actos principales de su ministerio actúen “en nombre y en la persona de Cristo Cabeza: “in persona Christi Capitis”.2
Como bien dice S.S. Benedicto XVI: “En los sagrados misterios el sacerdote no se representa a sí mismo y no habla expresándose a sí mismo, sino que habla en la persona de Otro, de Cristo. Así, en los sacramentos se hace visible de modo dramático lo que significa en general ser sacerdote; lo que expresamos con nuestro « Adsum» —«Presente»— durante la consagración sacerdotal: estoy aquí, presente, para que tú puedas disponer de mí. Nos ponemos a disposición de Aquel «que murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí» ( 2 Cor 5, 15). Ponernos a disposición de Cristo significa identificarnos con su entrega «por todos»: estando a su disposición podemos entregarnos de verdad «por todos»”.3
Este misterio de actuar “in persona Christi Capitis”, se renovará continuamente en cada Santa Misa y se expresará externamente cuando se revistan de los ornamentos litúrgicos. De ahí la importancia de que los usen siempre de manera completa y reverente. Revestirnos de los ornamentos debe ser algo más que un hecho exterior. Implica renovar el «sí» de nuestra ordenación, el «ya no soy yo», del bautismo, que el misterio de la ordenación sacerdotal nos da de un modo nuevo: “ya no soy yo quien vive; es Cristo (sacerdote) quien vive en mí” (Gál 2, 20).
2. Con ocasión del quincuagésimo aniversario de su ordenación sacerdotal, el hoy Siervo de Dios Juan Pablo II escribió en su libro “Don y Misterio”:
“El hombre de hoy tiene sed de Cristo…El resto (lo que necesita a nivel económico, social y político) se lo puede pedir a muchos otros. Al sacerdote (el hombre contemporáneo) le pide a Cristo…Y tiene derecho a esperarlo, ante todo mediante el anuncio del Evangelio de Dios…Pero el anuncio tiende a que el hombre encuentre a Jesús, especialmente en el misterio eucarístico, corazón palpitante de la Iglesia y de la vida sacerdotal. Es un misterioso y formidable poder el que el sacerdote tiene en relación con el Cuerpo eucarístico de Cristo…El sacerdote es el administrador del bien más grande de la Redención porque da a los hombres el Redentor en persona. Celebrar la Eucaristía es la misión más sublime y más sagrada de todo presbítero.4
Por ello: “Despacio y con devoción, di Sacerdote, la Misa. Que lo corrido y deprisa desdice de tu dignidad… ¡Y no sabes si será el último Sacrificio! Haz como debes tu oficio y Dios te lo premiará” (Beato Diego de Cádiz).
Queridos hijos, celebren cada Eucaristía como si fuese la primera, la última y la única. Que impresionante y sobrecogedor es considerar que cada vez que celebren la Santa Misa, la Santidad trascendente de Dios, que canta el “Sanctus” de la Eucaristía (“Santo, Santo, Santo es el Señor Dios del Universo, llenos están el cielo y la tierra de su gloria”), más aún el mismo Dios, descenderá sobre los hombres para santificarlos, para elevarlos, para amarlos. Y tus hermanos en la fe bendecirán al Señor, por el don de tu sacerdocio, porque tu ministerio hace posible que ellos también canten: “Bendito el que viene en nombre del Señor”. Por eso a partir de hoy quedan consagrados como “mediadores entre Dios y los hombres”.
Pero el hombre de hoy también tiene sed de comunión, de recuperar la unidad perdida por el pecado; tiene sed de reconciliación. En una palabra tiene sed del “Señor Jesús, la misericordia del Padre”. Por ello les pido: sean ministros santos de la misericordia divina. En vuestra vida sacerdotal el “servicio del confesionario” deberá ocupar un lugar importantísimo. Será ahí donde realizarán de manera más plena su “paternidad espiritual”. Dios cuenta con la disponibilidad fiel de ustedes para realizar prodigios extraordinarios de amor en el corazón de los creyentes. Sean dispensadores generosos y fieles de la reconciliación, sin atenuar las exigencias radicales de la Palabra de Dios, para que sus hermanos puedan hacer viva la experiencia de Cristo, el Buen Pastor, que va en busca de la oveja perdida y “cuando la encuentra, se la pone en los hombros lleno de alegría”(Lc 15,4-5).
¡Qué grande es el don que hoy reciben, y que se pone en sus manos! Y para expresarlo, porque las palabras se quedan cortas frente al “misterio”, la Iglesia usa la fuerza del lenguaje del símbolo. Por eso después que sean ordenados sus manos serán ungidas con el santo crisma y esas mismas manos recibirán la patena y el cáliz.
3. El estar cada día en contacto con la santidad de Dios, les va a exigir trabajar responsable y ardorosamente por ser Santos. “Si el Concilio Vaticano II habla de la vocación universal a la santidad, en el caso del sacerdote es preciso hablar de una especial vocación a la santidad. ¡Cristo tiene necesidad de sacerdotes santos! ¡El mundo actual reclama sacerdotes santos! Solamente un sacerdote santo puede ser, en un mundo cada vez más secularizado, testigo transparente de Cristo y de su Evangelio. Solamente así el sacerdote puede ser guía de los hombres y maestro de santidad. Los hombres, sobre todo los jóvenes, esperan un guía así. ¡El sacerdote puede ser guía y maestro en la medida en que sea un testigo auténtico!”.5
No se olviden: los verdaderos frutos pastorales nacen de la santidad del sacerdote. El sacerdote que no aspira todos los días de manera seria y responsablemente a la santidad ¡No vale! Para lograr esta santidad sacerdotal, deberán colaborar con la gracia que Dios les da, para que así reaviven todos lo días el don que hoy reciben por la imposición de mis manos.
Y colaborarán con la gracia de Dios para ser sacerdotes santos,“permaneciendo con Cristo” en la oración diaria (ver Mc 3, 14).
No hay que olvidar que el sacerdote ha sido concebido en la larga noche de oración en la que el Señor Jesús habló al Padre acerca de sus Apóstoles, y ciertamente, de todos aquellos que, a lo largo de los siglos participarían de su misma misión (ver Lc 6, 12); y que la primera intención de Jesús fue convocar en torno a sí a los Apóstoles, sobre todo para que “estuviesen con Él” (Mc 3, 14).
Nuestro sacerdocio está profundamente vinculado a la oración, radicado en la oración. El sacerdote necesita tener una sintonía particular, profunda con Cristo, el Buen Pastor, que es el único protagonista principal de cada acción pastoral. Sólo se puede mantener vivo el ministerio sacerdotal y se puede ser fiel hasta el final, si le damos a la vida espiritual, a la vida de oración, una primacía absoluta, evitando descuidarla a causa del activismo exterior. ¡Tenemos que convencernos que el tiempo dedicado al encuentro íntimo con Cristo, es siempre el mejor tiempo empleado ya que nos hace santos y hace fecundos nuestros trabajos evangelizadores!
Colaborarán con la gracia de Dios para ser sacerdotes santos, viviendo la obediencia.
La obediencia al Padre, está en el corazón del Sacerdocio de Cristo. La obediencia por tanto debe estar en el corazón de vuestro sacerdocio: Obediencia al Plan de Dios en las circunstancias concretas de sus vidas. Obediencia a la Iglesia en la obligación de adherirse a su Magisterio en materia de fe y de moral. Obediencia al Papa. Obediencia a tu Obispo, porque, “obedecer al Obispo es obedecer al Padre de Jesucristo”.6
Como acertadamente escribió el entonces Cardenal Ratzinger, en su libro “Servidores de vuestra alegría” (reflexiones de la espiritualidad sacerdotal): “El sacerdocio exige siempre que renunciemos a nuestra propia voluntad, a la idea de la simple autorrealización, a lo que podríamos hacer o querríamos tener y nos entreguemos a otra voluntad para dejarnos guiar por ella, llevar incluso adonde no queremos. Si no existe, si no está presente esa voluntad básica de entrega a otra voluntad, de identificarse con ella, de dejarse guiar adonde no habíamos calculado, no se está caminando por la auténtica senda sacerdotal y la ruta emprendida sólo podrá conducir a la perdición”.7
No se olviden que el que obedece nunca se equivoca. Que es más fácil obedecer que mandar. La obediencia es camino de auténtica libertad, despliegue y realización. Ahora bien, una obediencia sin amor, no es obediencia. Es servilismo. La auténtica obediencia es aquella que está transida, traspasada de amor, como la de Cristo en la Cruz; como la de Santa María en la Anunciación – Encarnación, y al pie de la Cruz.
Colaborarán con la gracia de Dios para ser sacerdotes santos, amando intensamente su celibato sacerdotal.
Al propósito dice San Juan Crisóstomo: “El alma del sacerdote debe ser más pura que los rayos del sol, para que el Espíritu Santo no lo abandone y para que pueda decir, «Ya no soy yo el que vive, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gál 2, 20)”.8El celibato es un don, que la Iglesia ha recibido y quiere custodiar, convencida de que éste es un bien para ella y para el mundo.
El celibato sacerdotal es seguir las huellas de Cristo que fue célibe y casto. La perfecta y perpetua continencia por el Reino de los cielos es medio privilegiado para que los ministros sagrados puedan unirse más plenamente al Señor Jesús y dedicarse más libremente al servicio de Dios y de los hermanos. El celibato así entendido, es entrega de uno mismo «en» y «con» Jesús a su Iglesia; y expresa el servicio del sacerdote a la Iglesia «en» y «con» el Señor.
Colaborarán con la gracia de Dios para ser sacerdotes santos, viviendo las exigencias de la caridad.
Su sacerdocio les exigirá hacerse servidores de todos. Vuestra vocación sacerdotal es una vocación de servicio, siguiendo el modelo del Señor Jesús que dijo, “yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Lc 22, 27). La caridad pastoral les va a exigir más de una vez “embarrarse los pies”…“Al que te pida caminar una milla, acompáñalo dos” (Mt 5, 41). No se dejen ganar jamás por la lógica de la carrera, del poder y del dinero. Se trata de vivir la caridad pastoral de Cristo. Y esto no se improvisa, sino más bien exige continuos esfuerzos y sacrificios y sobre todo constancia.
La caridad pastoral les permitirá unificar desde dentro las múltiples y diversas actividades sacerdotales, dándoles cohesión y sentido común. Se trata de participar y vivir la donación total de sí mismo por el rebaño que nos ha sido confiado: “y habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1).
Colaborarán con la gracia de Dios para ser sacerdotes santos, teniendo una constante formación humana, espiritual, intelectual, pastoral, sistemática y personalizada.
La formación permanente es un medio necesario para que el sacerdote de hoy alcance el fin de su vocación, que es el servicio de Dios y de su Iglesia. La formación permanente es la manera de no perder la propia identidad en medio de un mundo cada vez más secularizado y la forma de responder a los grandes desafíos de la nueva evangelización.
Finalmentecolaborarán con la gracia de Dios para ser sacerdotes santos, viviendo una profunda piedad filial a Santa María.
Como San Juan al pie de la Cruz, cada día que celebren la Santa Misa, acójanla como Madre suya que es. Recíbanla como signo del amor de Cristo en sus vidas. Contémplenla constantemente como imagen y modelo de la Iglesia, a la que deben servir y amar con todas tus fuerzas. Y déjense conformar por Ella con su Hijo, el Sumo y Eterno Sacerdote. Su sacerdocio ofrecido diariamente a Santa María, se transformará en un auténtico camino de santidad y fecundidad apostólica.
3. Se ordenan en un día de gracia, de honda significación para el Perú y para Piura. Además de ser Domingo, el Día del Señor, es la fiesta del Señor de los Milagros. La imagen bendita y tan venerada del Cristo Morado en la Cruz, será la que ahora se imprimirá para siempre en lo profundo de su ser.
Por ello para que sean sacerdotes según la talla del Señor Jesús conformen siempre sus vidas con el misterio de la Cruz de Cristo. La Cruz es la medida de vuestro sacerdocio. Es la medida para que tengan vida y den vida al mundo: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda infecundo. Pero si muere da mucho fruto” (Jn 12, 24).
Quiero expresar mí profundo agradecimiento a cuantos han cuidado de la formación de Juan y Alfredo a lo largo de estos años haciendo posible este día. Saludo con gratitud a sus padres y familiares ya que hoy hacen a la Iglesia una contribución de sangre.
Quiero también agradecer a todos los que los han ayudado a corresponder generosamente a la llamada del Señor en sus vidas. Que esta ordenación sacerdotal sea para gloria de Dios y santificación de la Iglesia, y semilla de muchas más vocaciones para nuestra Iglesia particular de Piura y Tumbes, del Perú y de la Iglesia universal.
Y a todos ustedes, fieles cristianos, oren por sus sacerdotes, para que el Señor derrame siempre sobre ellos sus bendiciones, para que sean ministros fieles y santos de Cristo, Sumo Sacerdote, y así los guíen siempre a Él, única fuente de salvación.
Que así sea. Amén.
San Miguel de Piura, domingo 28 de Octubre de 2007
Fiesta del Señor de los Milagros
+ José Antonio Eguren Anselmi, S.C.V.
Arzobispo Metropolitano de Piura
Notas
1 S.S. Ver Juan Pablo II, “Carta a los Sacerdotes para el Jueves Santo de 2001” , n. 6.
2 Ver Presbyterorum ordinis, n. 2.
3 S.S. Benedicto XVI, Homilía Santa Misa Crismal, 5-IV-07.
4 S.S. Juan Pablo II, “Don y Misterio”, p. 102.
5 S.S. Juan Pablo II, “Don y Misterio”, pp. 106-107.
6 San Ignacio de Antioquía, Carta a los Magnesios, III, 1-2.
7 Cardenal Joseph Ratzinger, Servidor de vuestra alegría, Ed. Herder 1989, p. 33.
8 San Juan Crisóstomo, De sacerdocio, VI, 2.