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¡LÁZARO, SAL FUERA!

 Santa Misa en el V Domingo de Cuaresma

26 de marzo de 2023 (Oficina de Prensa).- Hoy, celebramos el quinto y último Domingo de Cuaresma, cada vez está más cerca el inicio de la Semana Santa. Nuestro Arzobispo Metropolitano, Monseñor, José Antonio Eguren Anselmi S.C.V., celebró la Eucaristía en la Basílica Catedral de Piura, con la presencia de un gran número de fieles y de nuestros hermanos catecúmenos que han concluido con su preparación para poder recibir los sacramentos de la iniciación cristiana y ser bautizados en la Vigilia Pascual. Durante la Santa Misa, ellos hicieron su hicieron su último escrutinio y recibieron de manos de nuestro Pastor el texto del Credo y del Padre Nuestro. 

A continuación, les ofrecemos la homilía completa pronunciada hoy por nuestro Pastor: 

¡Lázaro, sal fuera! 

V Domingo de Cuaresma

Jesús es verdadero Dios y verdadero Hombre

Hoy, último Domingo de Cuaresma, la liturgia dominical nos propone para nuestra meditación, el gran signo o milagro del Señor Jesús devolviéndole la vida a su amigo Lázaro, el hermano de Marta y María (ver Jn 11, 1-45).

Es un texto largo, pero profundo en su significado, donde Jesús se revela como el Señor de la Vida, y por tanto como Dios verdadero, porque sólo Dios es origen de la vida natural y fuente de la vida eterna: “Yo soy la resurrección. El que cree en Mí, aunque muera vivirá, y todo el que vive y cree en Mí, no morirá para siempre” (Jn 11, 25-26).   

Pero el Evangelio de hoy también nos muestra unos bellos rasgos de la humanidad de Jesús: El amor que le unía al hogar de Betania (ver Jn 11, 5); su profunda amistad con Lázaro, expresada en la frase con que las hermanas, Marta y María, mandan a llamar a Jesús: “Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo” (Jn 11, 3); su compasión por su amigo muerto, que lo lleva a conmoverse y llorar ante su tumba (Jn 11, 33-36); y su coraje y valor en ir a despertar a Lázaro de su sueño de muerte (ver Jn 11, 7), porque los judíos de Jerusalén querían matar a Jesús, y Betania estaba muy cerca de la Ciudad Santa.

Por eso cuando Jesús anuncia a los suyos: “Volvamos de nuevo a Judea. Le dicen los discípulos: Rabbí, con que hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y vuelves allí?” (Jn 11, 7-8). Incluso el apóstol Santo Tomás, consciente del peligro, le dirá a los demás discípulos con cierta resignación: “Vayamos también nosotros a morir con Él” (Jn 11, 16). 

Todo lo mencionado nos revela claramente que Jesús es verdadero Dios y verdadero Hombre. Así nos lo enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: “El acontecimiento único y totalmente singular de la Encarnación del Hijo de Dios no significa que Jesucristo sea en parte Dios y en parte hombre, ni que sea el resultado de una mezcla confusa entre lo divino y lo humano. Él se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. La Iglesia debió defender y aclarar esta verdad de fe durante los primeros siglos frente a unas herejías que la falseaban”.[1]   

Lamentablemente, la confusión que hubo en los primeros siglos de la era cristiana, ha regresado hoy en día, incluso la vemos presente en algunos ambientes de la misma Iglesia. Por ello, se hace urgente reafirmar sin miedo alguno esta verdad de fe por la cual muchísimos cristianos y santos, sufrieron en el pasado, y sufren en el presente, persecuciones, padecimientos, e incluso el martirio, con tal de que nunca deje de resplandecer esta verdad absolutamente necesaria para salvarnos: El Señor Jesús, es verdaderamente el Hijo de Dios que se ha hecho hombre, nuestro hermano, sin dejar de ser Dios y Señor nuestro.   

Al respecto, es interesante resaltar que, en el diálogo con Marta, Jesús se revela como el Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, es decir, como verdadero Dios (Jn 11, 20-27). En cambio, en el encuentro con María, la otra hermana de Lázaro, Jesús se revelará en toda su humanidad, y en toda la profundidad de sus afectos humanos más nobles y sinceros: “Viéndola llorar Jesús (a María), y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó, y dijo: ¿Dónde lo habéis puesto? Le responden: Señor, ven y lo verás. Jesús se echó a llorar. Los judíos entonces decían: Mirad cómo le quería” (Jn 11, 33-36).

Por ello, proclamemos siempre que, “Jesucristo es verdadero Dios y verdadero Hombre en la unidad de su Persona divina; por esta razón Él es el único Mediador entre Dios y los hombres”[2], y por tanto, “no hay bajo el cielo otro nombre, (sino el de Jesucristo), dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hch 4, 12).

La fe en Jesús nos da la vida verdadera y eterna

El milagro de devolverle la vida a Lázaro, tiene una finalidad muy concreta por parte de Jesús para con sus discípulos de todos los tiempos, y no solamente para con aquellos que fueron testigos presenciales del signo milagroso: Ayudarnos a creer que Él es la única fuente de vida verdadera y eterna. Por eso la pregunta que le dirigió a Marta, nos la dirige también hoy a nosotros: “¿Crees esto?” (Jn 11, 26). ¿Crees que Yo soy Vida Resurrección para todo aquel que cree Mí?

¿Crees que aquel que cree en Mí, aunque muera, vivirá, y todo el que está vivo y cree en Mí, no morirá jamás? (ver Jn 11, 25-26). Que nuestra respuesta sea siempre la hermosa profesión de fe de Marta, que es la más completa que se haya pronunciado en los Santos Evangelios: “Sí, Señor, yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” (Jn 11, 27). Si queremos tener vida verdadera, y no vivir caricaturas de existencia; si queremos vencer a la muerte y desde ya tener vida eterna, el camino es la fe en Jesucristo. 

Escuchemos la voz de Jesús que nos llama a salir de la tumba

Llama la atención en nuestro relato evangélico, que recién cuando Lázaro muere, Jesús toma la decisión de ir a Betania. El mismo Señor así se lo manifiesta a sus discípulos: “Entonces Jesús les dijo abiertamente: Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis. Pero vayamos donde él” (Jn 11, 14-15). La finalidad de esta demora, era para que sus discípulos creyeran que Él es la Vida.

Lo que sigue en el Evangelio, es todavía más impresionante. Luego de ordenar quitar la pesada piedra que cubría la entrada del sepulcro, y desechar la objeción de que Lázaro llevaba ya cuatro días muerto y que su cuerpo despedía mal olor (ver Jn 11, 39), el Señor Jesús, después de orar a su Padre (ver Jn 11, 41-42), con voz potente ordenó al muerto: “¡Lázaro, sal fuera!” (Jn 11, 43). El muerto salió atado por las vendas y el sudario. Jesús ordena de nuevo a los presentes: “Desatadlo y dejadle andar” (Jn 11, 44).

El asombro se apoderó de los presentes, por ello el Evangelio nos dice a manera de conclusión: “Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en Él” (Jn 11, 45). Por esta razón los sumos sacerdotes y fariseos deciden finalmente darle muerte (ver Jn 11, 48-53). 

Podemos concluir nuestra homilía con dos reflexiones finales. La primera: Si Jesús llamó a la vida a un muerto de cuatro días de fallecido, Aquel que afirmó de sí mismo, “Yo soy la resurrección” (Jn 11, 25), tiene el poder de llamar a todos los muertos a la vida, y así lo hará al final de los tiempos: “No os extrañéis de esto: llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y saldrán los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida, y los que hayan hecho el mal, para una resurrección de juicio” (Jn 8, 28-29). 

La segunda: Así como a Lázaro, hoy Jesús nos llama con voz potente a que salgamos de la tumba oscura y fría en la cual nos encontramos por culpa de nuestros pecados. El Señor nos pide que salgamos de nuestros egoísmos e inmoralidades, de nuestras mentiras y odios, de nuestras injusticias y atropellos.

El grito de Jesús, “sal fuera”, es el grito del Amor que quiere que todos tengamos vida en abundancia. Es la voz de Aquel que no se resigna a que nos perdamos eternamente, es decir, a que nos condenemos, y a que sigamos en los sepulcros que nos hemos construido con nuestros errores y pecados. ¡Jesús, no se resigna a esto! ¿Te resignas tú?

Escuchemos hoy la voz de Jesús, y haciéndole caso, salgamos a la luz, salgamos a la vida. El milagro o signo de Jesús, devolviéndole la vida a su amigo Lázaro, muestra hasta dónde puede llegar el poder de la gracia de Dios cuando ésta es acogida por un corazón humilde que se arrepiente de sus pecados. No olvidemos que no hay límite para la misericordia del Señor. No hay pecado que Él no pueda perdonar, no hay vida que Él no pueda transformar y revivir, porque su gracia y amor nos permiten recomenzar siempre de nuevo. Basta que, escuchando su voz, creamos y nos convirtamos.  

Ahora que la Semana Santa está muy próxima, acerquémonos al Sacramento de la Confesión, si aún no lo hemos hecho. Ahí, en la absolución que nos da el sacerdote, es Cristo mismo quien nos saca de la oscuridad del pecado y nos lleva a la luz de la gracia, removiendo de nuestros corazones el peso del pecado que nos oprimía, para entregarnos renovados a la comunidad de los creyentes, que es la Iglesia, sin hedor o pestilencia alguna, a pesar de haber pasado cuatro días, semanas, meses, o quien sabe muchos años, sin confesarnos, viviendo en el sepulcro de la muerte espiritual que es el pecado mortal.

Que María Santísima, Madre de Aquel que es la Vida, nos ayude en este tramo final de la Cuaresma a escuchar la voz de su Hijo. 

San Miguel de Piura, 26 de marzo de 2023
V Domingo de Cuaresma

[1] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 464.

[2] Catecismo de la Iglesia Católica n. 480.

Puede descargar el PDF de esta Homilía de nuestro Arzobispo AQUÍ

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