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«JESÚS ENSEÑABA, CURABA, Y ORABA»

Arzobispo celebra Santa Misa Dominical

04 de febrero de 2024 (Oficina de Prensa).– Hoy, V Domingo del Tiempo Ordinario, nuestro Arzobispo Metropolitano, Monseñor José Antonio Eguren Anselmi, S.C.V., celebró la Santa Misa en la Basílica Catedral de Piura, donde los fieles piuranos se reunieron para dar gracias a Dios por sus bendiciones, pedirle su protección y ayuda, y encomendar la semana que se inicia. 

Durante su homilía, y reflexionando en el Mensaje del Evangelio, nuestro Pastor nos recordó que: «El Señor nos enseña que, incluso en medio de la agitación de la vida cotidiana actual, todos sus discípulos debemos procurarnos momentos de silencio para el contacto más íntimo y personal con Él. A través de una vida de oración, que no sea esporádica sino constante, estamos llamados a vivir una relación de amistad con Jesús, y a través de Él, con el Padre, en el Espíritu Santo. La oración nos abre siempre a la esperanza que no falla, y al consuelo divino del amor».

A continuación, compartimos el íntegro de la homilía pronunciada hoy por nuestro Arzobispo:

“Jesús enseñaba, curaba, y oraba”

V Domingo del Tiempo Ordinario

El Evangelio de hoy (ver Mc 1, 29-39), nos permite conocer algo acerca del horario de vida y de las actividades del Señor Jesús durante dos días muy importantes de la semana: El sábado y el domingo.

Recordemos que el sábado es para los judíos el último día de la semana y, además, el día del descanso semanal o “shabat”, en conmemoración del día en que Dios descansó después de haber creado el mundo en seis días (ver Gen 2, 2-3). Pero nuestro Evangelio dominical también nos habla de la actividad del Señor al día siguiente, es decir, en el domingo, día que recibirá de los cristianos los títulos de “Primer Día de la semana” o “Día del Señor”, después que tenga lugar el gran acontecimiento de la Pascua o Día de la Resurrección de Cristo, suceso que indudablemente supera al sábado.

Cafarnaúm: La ciudad de Jesús

Comencemos por decir que, Jesús se encontraba en Cafarnaúm, en el norte del actual Israel, pueblo pesquero de Galilea ubicado a orillas del Lago de Tiberíades o Mar de Galilea. En el Nuevo Testamento, Cafarnaúm es conocida como la ciudad de Jesús. Fue uno de los lugares predilectos del Señor para anunciar la Buena Nueva, y realizar algunos de sus más importantes milagros.

Al llegar el sábado entró a la sinagoga y se puso a enseñar

San Marcos nos dice que, estando allí, “al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar” (Mc 1, 21). Si leemos con atención los diversos Evangelios, veremos que varios sucesos de la vida del Señor ocurren un sábado, en la sinagoga, y que mientras estaba ahí, Jesús enseñaba (ver Lc 4, 16-20). Por lo tanto, podemos concluir que el Señor conservó esta costumbre a lo largo de todo su ministerio público.   

Pero ¿qué hizo el Señor después que concluyó el culto en la sinagoga? El Evangelio de hoy nos dice que, “cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés” (Mc 1, 29). En Cafarnaúm, Jesús se quedaba siempre en la casa de estos dos hermanos, por eso se la considera la “prima domus ecclesiae” o “primera casa de la Iglesia”. 

Como ya lo hemos dicho, el sábado era para los judíos el día del descanso semanal, y allí, en la casa de Simón Pedro y Andrés, Jesús pasó la tarde con sus cuatro primeros discípulos o apóstoles, los únicos que hasta ese momento había llamado a su compañía: Pedro, Andrés, Santiago y Juan, estos dos últimos hijos de Zebedeo, todos pescadores de profesión. Podemos imaginar que habría sido una tarde de profunda intimidad y amistad donde además de haber compartido los alimentos, habrían conversado de muchas cosas importantes con relación al Reino de Dios. No hay que olvidar que las palabras de Jesús son palabras de vida eterna (ver Jn 6, 63; 6, 68), palabras que resisten el paso del tiempo y permanecen para la eternidad (ver Mt 24, 35).

Ciertamente no sabemos el detalle de lo que habrían conversado todas esas horas en que estuvieron juntos, pero tampoco lo ignoramos del todo, porque las palabras de vida eterna pronunciadas por Jesús nos han sido transmitidas por los evangelistas, y no tenemos más que leer los Evangelios para saber lo que hablaba Jesús con sus discípulos. Precisamente será San Juan, el discípulo amado, el que nos dirá: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de Vida, pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo” (1 Jn 1, 1-4). De ahí la importancia de dedicarle un tiempo cada día a la lectura y meditación de la Palabra de Dios, especialmente de los Santos Evangelios. 

Jesús, sanaba a los enfermos

Para nosotros, el día termina a medianoche, y esa es la hora cero en la que comienza un nuevo día. En cambio, para los israelitas del tiempo de Jesús, el día terminaba al ponerse el sol. Esa es la hora cero en que comenzaba para ellos un nuevo día. Por eso el Evangelio de hoy nos dice que, “al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados” (Mc 1, 32). De esta manera no violaban el precepto del descanso del sábado. Transportar a un enfermo durante el sábado habría supuesto violar la ley.          

Siguiendo el horario del Señor, desde esa tarde hasta la noche, “Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían” (Mc 1, 34). 

Por lo que nos narran los Evangelios de los encuentros del Señor con los enfermos, y de la forma cómo los curaba, podemos imaginar que esa tarde, hasta entrada la noche, Jesús se detuvo con cada enfermo, a pesar de que el pueblo entero estaba reunido a la puerta de la casa de Simón Pedro y Andrés.

El Señor, se habría interesado por la situación de cada uno de ellos y de sus familias, los habría tomado de la mano, como hizo con la suegra de Pedro al curarla de su fiebre (ver Mc 1, 30-31); o les habría impuesto las manos para sanarlos, como también era su costumbre (ver Lc 4, 40). Asimismo, les habría dirigido palabras de ánimo, los habría instruido en la fe, y los habría devuelto a la vida llenos de esperanza y de alegría al haberlos curado de sus enfermedades y liberado del poder de satanás.  

Sin lugar a duda todos los sanados y exorcizados, jamás olvidarían lo que el Señor hizo por ellos, por la misericordia de Dios, y lo habrían difundido por doquier (ver Mc 1, 40-45). Pero Jesús no se limitaba sólo a curar las dolencias y las enfermedades físicas. Por los Evangelios sabemos que, junto con el don de la salud, el Señor concede un don aún mayor: El del encuentro personal con Él que nos abre a la fe en su Persona, y con ello, a la salvación eterna.

Bástenos citar el caso de la curación del ciego de nacimiento y el diálogo final que tiene con él después que los fariseos lo expulsaron: “Jesús se enteró de que le habían echado fuera y, encontrándose con él, le dijo: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». El respondió: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Le has visto; el que está hablando contigo, ése es». Él entonces dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante Él” (Jn 9, 35-38). En realidad, todas las palabras y los actos de Jesús, en especial sus milagros y curaciones, son una gradual revelación de su identidad como el Hijo de Dios, el Salvador, revelación que suscita la fe y la adhesión cordial a su Persona, lo cual nos da la vida eterna (ver Jn 3, 16).                       

Jesús, maestro y modelo de oración 

Y así terminó aquel sábado de Jesús, pero no nuestro relato evangélico, porque San Marcos añade que, al día siguiente, es decir, el domingo, “de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración” (Mc 1, 35). 

Esta referencia del Evangelio es maravillosa e impresionante. Nos da a conocer que Jesús acostumbraba a levantarse antes que todos los demás, cuando aún era de noche, para dedicarse a la oración en el silencio y la soledad, es decir, para encontrarse con su Padre celestial, y unir más y más su voluntad a la suya. Como el día era muy agitado, pues “los que iban y venían eran muchos y no les quedaba tiempo ni para comer” (Mc 6, 31), el Señor Jesús se dedicaba a la oración en las horas de la madrugada, antes del amanecer. En verdad, la oración atraviesa, marca, y sella, toda la vida de Jesús.

El Señor nos enseña que, incluso en medio de la agitación de la vida cotidiana actual, todos sus discípulos debemos procurarnos momentos de silencio para el contacto más íntimo y personal con Él. A través de una vida de oración, que no sea esporádica sino constante, estamos llamados a vivir una relación de amistad con Jesús, y a través de Él, con el Padre, en el Espíritu Santo. La oración nos abre siempre a la esperanza que no falla, y al consuelo divino del amor.

Al respecto nos hace bien escuchar al Papa Francisco cuando nos dice: “Durante su vida pública, Jesús recurre constantemente a la fuerza de la oración. Los Evangelios nos lo muestran cuando se retira a lugares apartados a rezar. Se trata de observaciones sobrias y discretas, que dejan solo imaginar esos diálogos orantes. Estos testimonian claramente que, también en los momentos de mayor dedicación a los pobres y a los enfermos, Jesús no descuidaba nunca su diálogo íntimo con el Padre. Cuanto más inmerso estaba en las necesidades de la gente, más sentía la necesidad de reposar en la Comunión trinitaria, de volver con el Padre y el Espíritu… Jesús se sumerge en su intimidad con el Padre, es decir en el Amor del que toda alma tiene sed… (Para Jesús la oración) posee una primacía: es el primer deseo del día, algo que se practica al alba, antes de que el mundo se despierte. Restituye un alma a lo que de otra manera se quedaría sin aliento. Un día vivido sin oración corre el riesgo de transformarse en una experiencia molesta, o aburrida: todo lo que nos sucede podría convertirse para nosotros en un destino mal soportado y ciego… Queridos hermanos y hermanas, redescubramos, en el Evangelio, a Jesucristo como maestro de oración, y sigamos su ejemplo. Os aseguro que encontraremos la alegría y la paz”.[1]

San Miguel de Piura, 04 de febrero de 2024
V Domingo del Tiempo Ordinario

[1] S.S. Francisco, Audiencia General, 04-XI-2020.

Puede descargar esta Homilía de nuestro Arzobispo AQUÍ

Puede ver la transmisión de la Santa Misa de hoy AQUÍ

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