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«EN LA ASCENCIÓN: RENOVEMOS NUESTRO COMPROMISO DE EVANGELIZAR»

Arzobispo celebra Santa Misa en la Solemnidad de la Ascensión del Señor

16 de mayo del 2021 (Oficina de Prensa).- Nuestro Arzobispo Metropolitano Monseñor José Antonio Eguren Anselmi, S.C.V., celebró la Santa Misa en el VII Domingo de Pascua, Solemnidad de Ascensión del Señor. 

A continuación les ofrecemos la homilía completa que pronunció nuestro Arzobispo hoy: 

“En la Ascensión: Renovemos nuestro compromiso de Evangelizar”

Celebramos hoy la solemnidad de la Ascensión del Señor. En este domingo siempre hacemos la lectura de este acontecimiento que narra el libro de los Hechos de los Apóstoles (ver Hch 1, 1-11). Ahí se nos relata que el Señor Jesús, “se apareció a sus discípulos durante cuarenta días, dándoles muchas pruebas de que vivía y hablándoles de lo referente al Reino de Dios” (Hch 1, 3), “hasta el día en que fue llevado al Cielo” (Hch 1, 2). Según los Hechos de los Apóstoles, la Ascensión del Señor sucedió cuarenta días después de su Resurrección, es decir, el jueves pasado debimos de haber celebrado este misterio, pero como en nuestro país la ley civil suprimió el feriado del jueves, la celebración de la Ascensión fue trasladada al domingo siguiente, es decir, al día de hoy.

Como bien sabemos, la Ascensión del Señor, marca como el punto bisagra entre el ministerio del Señor Jesús y el ministerio de la Iglesia. La Iglesia ha recibido del Señor el mandato de prolongar en el tiempo, hasta su última y definitiva venida, su obra reconciliadora, anunciando el Evangelio: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará” (Mc 16, 15-16).  Llama poderosamente la atención la extensión y desafío de este mandato del Señor: “Ir a todo el mundo” y “anunciar a toda la creación el Evangelio”.

Podemos comprender cómo se sentirían los once apóstoles frente a la inmensidad de la misión que Jesús les confía, la cual realizaron con admirable entrega y magníficos resultados. Para todos, a lo largo de los siglos, ha sido motivo de admiración lo que estos humildes pescadores pudieron hacer: Llevar la Buena Nueva de Jesús a todo el mundo conocido de aquel entonces. La única explicación posible a este fenómeno es lo que nos dice el Evangelio de hoy: “El Señor cooperaba con ellos, confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban” (Mt 16, 20).

La misión que el Señor deja a su Iglesia, es decir a todos nosotros, se dirige a la totalidad de los hombres y consiste en anunciarlo a Él como clave de realización humana plena y de salvación. Jesús nos envía a hacer discípulos por medio de dos cosas esenciales: El Bautismo en nombre de la Santísima Trinidad, y la fiel observancia de todo lo Él nos ha mandado (ver Mc 16, 15-20; Mt 28, 19-20).

Por ello en estos tiempos de pandemia preguntémonos: ¿Vengo aprovechando las diversas circunstancias y oportunidades de mi vida diaria para anunciar a Jesús a mi familia, amigos y vecinos? ¿Hago uso evangelizador de las redes sociales? ¿O más bien mis conversaciones giran en torno a chismes, murmuraciones, o a transmitir temores e inseguridades o noticias falsas? ¿Le procuro el santo bautismo a mis hijos al poco tiempo de nacidos, y a lo largo de sus vidas les enseño, de palabra y con el ejemplo de vida, a guardar y a vivir todo cuanto Jesús nos ha enseñado para nuestra felicidad y salvación? 

Queridos hermanos: En estos tiempos en que muchos están tocados profundamente, cuestionándose el sentido de sus vidas, de su presente y de su futuro, en que ven que los ídolos de este mundo son realmente de barro, anunciemos a Jesús con audacia y valor, con la vida y la palabra valiente, sin complejos y respetos humanos, y con Él la fuente de paz, libertad, plenitud y vida eterna que sólo Jesucristo es, ya que Él y sólo Él es el único Salvador. La Ascensión nos compromete a ser testigos generosos de Cristo Resucitado, conscientes de que Él, subiendo al cielo, no abandona a nadie, de hecho, siempre está con nosotros y nos apoya en el camino de la vida: “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Que cada uno de nosotros en su particular vocación y estado de vida, haga todo lo que puede y debe para anunciar con alegría, esperanza, y valor al Señor Jesús, el Camino, la Verdad y la Vida (ver Jn 14, 6). El contenido de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles y a Su Iglesia de todos los tiempos es esta: Anunciar, bautizar, enseñar y caminar por las huellas del Maestro, es decir, vivir el Evangelio como norma de vida.

Pero la Ascensión del Señor tiene también otras enseñanzas e implicancias de vida para nosotros. Veamos. En primer lugar, la exaltación de Cristo en el cielo es también nuestra propia exaltación, porque Jesús regresa al Padre llevando consigo nuestra humanidad. Para entender mejor esta enseñanza recurramos a San Agustín, quien comienza un sermón suyo, con ocasión de esta gran fiesta, con estas hermosas palabras: “Hoy nuestro Señor Jesucristo asciende al Cielo y con Él asciende nuestro corazón” (Sermón, 261).     

Por eso la fiesta de hoy siembra en nuestros corazones la ardiente esperanza de que allí donde está nuestra Cabeza, Cristo, estaremos también nosotros algún día con la plenitud de nuestra humanidad; nosotros que somos miembros de su Cuerpo Místico, Su Iglesia. Al respecto el Catecismo de la Iglesia Católica enseña: “Jesucristo, Cabeza de la Iglesia, nos precede en el Reino glorioso del Padre para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos en la esperanza de estar un día con Él eternamente”.[1] A la luz de los misterios de la Ascensión del Señor y la Asunción de Santa María, podemos afirmar que en el cielo hay dos corazones plenamente humanos que nos conocen, que nos aman, que se interesan por nosotros. Dos corazones plenamente humanos que saben de nuestras penas y sufrimientos porque ellos mismos los han compartido aquí en la tierra, y que por tanto ruegan, interceden y suplican por nuestras intenciones y necesidades en esta hora de prueba y de dolor. Por ello la Iglesia en su espiritualidad y liturgia siempre ha dado culto al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado y Doloroso Corazón de María.    

Otra enseñanza que nos deja la fiesta de hoy es que, si bien Jesús ha ascendido al cielo, no se ha ido para desentenderse de nosotros y de este mundo. Mientras Él está en el cielo, sigue estando con nosotros: «Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).  Su presencia se prolonga en medio de su Iglesia y sobre todo en esa presencia llamada «real» por antonomasia que es el milagro de amor de la Eucaristía.

Jesucristo Resucitado, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad está sentado a la derecha de Dios Padre y está también en nuestros altares en el pan de vida eterna y en el cáliz de salvación. Sólo Dios es capaz de un prodigio así. Pero el Señor también está presente en su Palabra Divina, la cual debemos leer, acoger y meditar como Santa María, “quien atesoraba todas estas cosas, meditando sobre ellas en su Corazón” (Lc 2, 19). El Señor también está presente ahí donde dos o más están reunidos en su nombre (ver Mt 18, 20), y lo está también en el enfermo, en el pobre, en el vulnerable, en el descartado, necesitado de nuestro amor y servicio, “porque cada vez que lo hicieron con este mi hermano más pequeño, conmigo lo hicieron” (Mt 25, 40). Sepamos descubrir estas presencias del Señor para que así se fortalezca nuestra fe y se renueve nuestra esperanza de que en estas horas no estamos solos, que Él está con nosotros.

Finalmente, una última enseñanza nos la da el Credo que profesamos cada Domingo, cuando decimos: “Y subió al Cielo y está sentado a la derecha del Padre”. Esto significa que Jesús ha inaugurado su Reino[2], y “que habiendo entrado una vez por todas en el Santuario del Cielo, intercede sin cesar por nosotros como el mediador que nos asegura permanentemente la efusión del Espíritu Santo”. Tengamos la certeza que nos da la fe que, desde el cielo, el Señor nos envía de manera continua su Espíritu para iluminarnos, fortalecernos, defendernos y confortarnos. 

Que la Virgen María nos acompañe con su protección materna en nuestro peregrinar hacia la Casa del Padre. Aprendamos de Ella la delicadeza y el valor para ser testigos del Señor Resucitado en el mundo.

San Miguel de Piura, 16 de mayo de 2021
Domingo de la Ascensión del Señor

[1] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 666.

[2] Ver Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 663-664 y 667.

Puede descargar el PDF de esta Homilía pronunciada por nuestro Arzobispo AQUÍ

Puede ver el video de la Santa Misa de hoy AQUÍ

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