«CONVERTÍOS»
II Domingo de Adviento
04 de diciembre de 2022 (Oficina de Prensa).- Hoy II Domingo de Adviento. Nuestro Arzobispo Metropolitano, Monseñor José Antonio Eguren Anselmi S.C.V., ha preparado una homilía reflexionando en el Evangelio del día, en la que aparece la importante figura de San Juan, El Bautista. En su mensaje, nuestro Arzobispo ha detacado que: «Hoy se necesita de personalidades cristianas fuertes y recias, que, como San Juan el Bautista, proclamen la verdad con coraje, y llamen a las cosas por su nombre. Cristianos que no teman la hipocresía y la mentira, y que la denuncien ahí donde éstas se encuentren».
A continuación, compartimos la Homilía que nuestro Pastor ha preparado para hoy:
“Convertíos”
II Domingo de Adviento
En el Adviento, aparece hoy la fuerte personalidad religiosa de San Juan el Bautista (ver Mt 3, 1-12). Su figura es siempre actual y necesaria. A San Juan sólo lo consumía una cosa: Realizar bien su misión, la cual consistía en preparar el camino del Señor enderezando sus sendas (ver Mt 3, 3). ¿Y cómo preparaba Juan la venida de Jesús? Invitando a todos a la conversión: “Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos…Dad, pues, fruto digno de conversión” (Mt 3, 2.8).
El Bautista nos recuerda que la conversión, es la manera adecuada para prepararnos a acoger al Señor Jesús que viene a nosotros. Ella nos exige cambiar de vida, para que ésta sea más conforme al Evangelio. En este tiempo de expectación, lo que debemos hacer es examinar cuidadosamente nuestro corazón para quitar de él todo aquello que esté en contraste con el Evangelio, para que así Jesús pueda llegar y poner su morada en nosotros.
La conversión es un proceso dinámico por el cual nos vamos despojando del hombre viejo y nos vamos revistiendo del nuevo (ver Col 3, 9-10), todo ello con el fin de poder alcanzar la plena configuración con el Señor Jesús, el hombre nuevo y perfecto, hasta poder llegar a exclamar: “Vivo yo, pero no yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20).
Ciertamente este proceso configurante no se puede realizar sin la ayuda de la gracia. Nuestros solos esfuerzos humanos no alcanzan, por ello también nosotros debemos decir siempre con la humildad, de San Pablo: “Por la gracia de Dios soy lo que soy” (1 Cor 15, 10).
La conversión es un proceso continuo y necesario para salvarse. Mal haríamos en confiarnos que, por ser hijos de la Iglesia, ya estamos salvados. En ese error cayeron los judíos, por eso el Bautista les advirtió severamente: “Y no creáis que basta con decir en vuestro interior: «Tenemos por padre a Abraham»; porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham” (Mt 3, 9). De otro lado, el tiempo es apremiante, porque como nos dice San Juan, el Señor está cerca y, “ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. (Él) recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga” (Mt 3, 10.12).
Por tanto, llevemos desde ya una vida sobria, austera, desprendida de los bienes materiales que nos esclavizan y nos distraen, y más bien hagámonos sensibles al Amor de Dios que nos busca para salvarnos. El Bautista nos da ejemplo, vistiendo y comiendo sencilla y austeramente, haciendo de la salvación de las personas la pasión dominante de su vida entera: “Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y miel silvestre. Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados” (Mt 3, 4-6).
El Adviento debe ser un tiempo para que Jesús venga a nosotros y con su poder salvador nos libere del pecado y del mal. Comprometámonos en el Adviento a preparar el camino del Señor y a enderezar sus sendas. Hoy en día, hay muchos caminos torcidos en nuestro Perú que necesitan ser enmendados. Para comenzar, debemos enderezar nuestro propio corazón por medio una conversión sincera de vida, pero también urge hoy en día enderezar en nuestro País los caminos torcidos de la indiferencia, del egoísmo, de la corrupción, de la inmoralidad, de la injusticia, y de la violencia. Lo haremos, viviendo la caridad, la generosidad, la honestidad y la justicia. Lo haremos acordándonos de los pobres, de los débiles e indefensos, como son los niños por nacer, los enfermos, los ancianos, los migrantes, los abandonados, y de todos aquellos que pasan cualquier tipo de necesidad.
Hoy se necesita de personalidades cristianas fuertes y recias, que, como San Juan el Bautista, proclamen la verdad con coraje, y llamen a las cosas por su nombre. Cristianos que no teman la hipocresía y la mentira, y que la denuncien ahí donde éstas se encuentren: “Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente?” (Mt 3, 7).
El Perú de hoy, necesita de cristianos comprometidos que preparen la venida de Jesús, despertando los anhelos más profundos de verdad, bondad, belleza y santidad que duermen en el corazón de los peruanos, y que se traduzcan en una sociedad más justa y reconciliada.
San Juan el Bautista realizó extraordinariamente su misión, por eso es unánimemente llamado “el Precursor”. ¿Realizaremos de la misma forma nuestra misión profética recibida en nuestro Bautismo y Confirmación? ¿Seremos realmente una voz potente que anuncie en el desierto del mundo de hoy los caminos de Dios, y saque a los hombres de su indiferencia frente al amor salvífico del Señor? (ver Mt 3, 1). ¿Estamos dispuestos a trabajar por construir un Perú donde brille la santidad, donde se plasmen las bienaventuranzas del reino (ver Mt 5, 1-11)? “Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas” (Mt 3, 3). Para ello se hacen necesarias la conversión, la sobriedad de vida, el desprendimiento de los bienes materiales, el deseo de los bienes eternos y el compromiso evangelizador.
Nunca esta demás oír la voz del Papa en este II Domingo de Adviento: “Nosotros preparamos el camino del Señor y allanamos sus senderos cuando examinamos nuestra conciencia, cuando escrutamos nuestras actitudes, cuando con sinceridad y confianza confesamos nuestros pecados en el sacramento de la penitencia. En este sacramento experimentamos en nuestro corazón la cercanía del Reino de Dios y su salvación. La salvación de Dios es trabajo de un amor más grande que nuestro pecado; solamente el amor de Dios puede cancelar el pecado y liberar del mal, y solamente el amor de Dios puede orientarnos sobre el camino del bien. Que la Virgen María nos ayude a prepararnos al encuentro con este Amor cada vez más grande que en la noche de Navidad se ha hecho pequeño, pequeño, como una semilla caída en la tierra, la semilla del Reino de Dios”.[1]
San Miguel de Piura, 04 de diciembre de 2022
II Domingo de Adviento
San Juan el Bautista
“Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos”
[1] S.S. Francisco, Angelus, 04-XII-2016.
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