Noticias, Solidaridad con Piura y Tumbes

“CONSOLAD, CONSOLAD A MI PUEBLO”

Santa Misa Crismal

10 de abril de 2017 (Oficina de Prensa).- Hoy Martes Santo, gran cantidad de fieles se reunieron en la Basílica Catedral de nuestra ciudad para celebrar la Misa Crismal presidida por Monseñor José Antonio Eguren Anselmi S.C.V, Arzobispo Metropolitano de Piura, la misma que fue concelebrada con los sacerdotes provenientes de toda la Arquidiócesis, quienes participaron de la fiesta de la bendición de los Óleos de los catecúmenos y de los enfermos, y de la consagración del Santo Crisma, aceites usados en los sacramentos del bautismo, confirmación, orden sagrado y unción de los enfermos, a través de los cuales se edifica la iglesia.

La Santa Misa Crismal es una de las principales manifestaciones de la plenitud sacerdotal del Obispo y un signo de la unión de los sacerdotes con él. Esta unidad y comunión entre el Pastor y el presbiterio se reflejará en la renovación de las promesas sacerdotales. Es importante resaltar que tradicionalmente después de la Misa Crismal los sacerdotes de la Arquidiócesis tienen un encuentro de camaradería con ocasión de celebrarse también este día la institución del sacerdocio, sin embargo, en esta Semana Santa y como un gesto de unión con el dolor de los miles de hermanos que lo han perdido todo a causa de las fuertes lluvias e inundaciones, se ha decidido no realizar esta jornada de fraternidad sacerdotal y destinar este dinero para todas las familias damnificadas. 

A continuación publicamos la homilía completa de nuestro Pastor:

HOMILÍA

SANTA MISA CRISMAL

 “Consolad, consolad a mi pueblo” (Is 40, 1).

Queridos hijos y hermanos sacerdotes:

         Celebramos esta Misa Crismal en un momento muy particular y difícil para Piura y Tumbes a consecuencia de las lluvias e inundaciones que hemos padecido recientemente y que han dejado a su paso mucho dolor y desolación. Por este motivo, y a diferencia de otros años, algunos de nuestros hermanos sacerdotes no han podido venir desde sus parroquias para estar con nosotros esta mañana, pero lo están espiritualmente, y desde aquí nos unimos fraternalmente a ellos y rezamos por su santidad, salud e intenciones.

        En este marco de emergencia, hoy renovamos nuestras promesas sacerdotales, es decir la alegría de la unción recibida el día de nuestra ordenación sacerdotal. Al hacerlo, el Señor Jesús nos pide este año profundizar y crecer en nuestro “oficio de amor”, es decir en nuestra caridad pastoral. El sacerdote posee una indudable “paternidad espiritual”. A través de ella está llamado a amar cada vez más y mejor a sus hermanos y hermanas a semejanza de Cristo. Como padre espiritual que es, el sacerdote nunca puede abandonar a sus hijos. Hoy, más que nunca, nuestro pueblo fiel necesita de nuestra presencia, necesita ser congregado, amado, consolado, curado y alentado por la esperanza, una esperanza que de nuestra parte debe tomar la forma de dulzura y de bondad.  

         “Consolad, consolad a mi pueblo” (Is 40, 1), son las sentidas palabras que el profeta Isaías en nombre de Dios pronuncia también hoy sobre nosotros, para que llegue de nuestra parte una palabra de esperanza a cuantos sufren y padecen. Nunca debemos olvidar que desde el día de nuestra ordenación no nos pertenecemos más a nosotros mismos sino al Señor y a través de Él, a los demás. Nuestro ministerio sacerdotal está destinado a la Iglesia, es decir a la comunidad de los hermanos y hermanas que necesitan del anuncio de la Palabra divina y de la vida nueva de Jesús resucitado que se comunica por los sacramentos.  

       Esta misión ciertamente excede nuestras capacidades y posibilidades humanas. El demonio incluso puede tentarnos con la preferida de sus tentaciones: la desesperanza. Por ello es muy importante que comprendamos que la renovación de nuestras promesas sacerdotales no es un mero renovar un conjunto de responsabilidades a la manera de un contrato que todos los años se renueva. Ella es fundamentalmente un volver la mirada hacia Jesús, el autor y consumador de nuestra fe (ver Hb 12, 2) y por tanto de nuestra vocación. Y en ese cruzar la mirada con el Señor, dejarnos traspasar por su amor y renovarnos en la certeza de nuestro llamado, y de que por Él, con Él y en Él, todo es posible, por más pequeños, limitados y frágiles que nos experimentemos. En el amor de Jesús todo lo imposible se hace posible, porque cuando Cristo actúa a través mío todo lo puedo. Como a San Pablo, el Señor nos dice: “Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad” (2 Cor 12, 9).   

        Hoy que consagramos el santo crisma para los sacramentos del bautismo, la confirmación y el orden sagrado, así como los óleos de los catecúmenos y de los enfermos, recordemos que la unción que hemos recibido el día que fuimos ordenados sacerdotes del Señor, es para los pobres, para los cautivos, para los enfermos, para los que están tristes y solos, para los descorazonados y desesperados (ver Lc 4, 18).

        Como afirma el Papa Francisco: “La unción, no es para perfumarnos a nosotros mismos, ni mucho menos para que la guardemos en un frasco, ya que se pondría rancio el aceite y amargo el corazón…Por ello hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora en las «periferias» donde hay sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones”.[1]

        Por ello les reitero lo que les escribí recientemente: “El Señor nos pide una Semana Santa en donde desinstalados de la comodidad y tranquilidad de la sede parroquial y como un auténtico «hospital de campaña», salgamos a buscar a las personas allí donde viven, donde sufren, donde esperan, para llevarles el bálsamo del amor y hacerles presente que el Señor las ama con un amor incondicional y fiel. Hacerlo será una ocasión preciosa para hacer realidad el pedido del Papa Francisco de ser una «Iglesia en salida» que va hacia las «periferias geográficas y existenciales»”.[2]

      Que en esta Semana Santa, seamos pastores que no sólo estemos adelante o detrás del rebaño, sino sobre todo en medio de las ovejas como auténticos pescadores de hombres. Que nuestra gente nos sienta ministros del Señor Jesús. Que nuestro pueblo advierta y note que llevamos sus nombres e historias, muchas de ellas cargadas de dolor y de esperanza, en nuestros corazones. Que a través de nuestra presencia, palabras y obras, reciban el óleo de alegría que nos ha otorgado Jesús, el Ungido del Padre, para que así se sientan reconfortados y renovados en la esperanza, aquella que sólo da Cristo resucitado.

       Queridos sacerdotes: en este día en que renovamos nuestra fidelidad al amor del Señor, les pido que estén con todo su corazón y con toda su vida cerca de nuestro pueblo. Como el Señor con la hemorroísa (ver Mc 5, 24-34), dejémonos tocar por el pueblo de Piura y Tumbes, pueblo cariñoso y hoy más que nunca muy sensible a las cosas de Dios. No rehuyamos, no entorpezcamos cada oportunidad de diálogo y de encuentro, de llanto compartido y de anhelo común con nuestra gente. Sepamos transmitirles la esperanza cristiana que es sólida porque está fundada en Dios mismo que es amor. Sepamos transmitirle a nuestro pueblo la certeza que el Señor los mira con amor y los sostiene, que no los deja solos ni un minuto de sus vidas, y que con su amor no hay adversidad que no podamos vencer. 

     Les agradezco el servicio sacerdotal que realizan en nuestras comunidades así como la entrega paternal con que acompañan día a día el crecimiento de la vida cristiana en nuestros hermanos y hermanas.

     En nombre de Jesús, el Buen Pastor los animo a seguir adelante cuidando y defendiendo la vida humana desde la concepción pero también en los niños, los jóvenes, los ancianos y las familias.

    Animemos a todos a que hagamos de esta desgracia una oportunidad para construir una Piura y un Tumbes más solidarios, más fraternos y más justos desde nuestra común fe cristiana. Que en esta Semana Santa demos a todos el testimonio alegre y pleno del Señor Resucitado. Sólo Jesús vencedor del pecado y de la muerte es el que nos abre a la confianza en un futuro mejor para todos, porque detrás del Viernes de la Pasión y de la Cruz, está el Domingo de la Resurrección y de la Vida.

     Quisiera concluir esta homilía con esta oración anónima, y a través de ella pedirle a la Virgen María que cuide y proteja a todos los sacerdotes, pero de manera muy especial a los de Piura y Tumbes:

Salve, Madre de Jesús Sacerdote y víctima
y, en Él, Madre de los sacerdotes.

Intercede por ellos, Santa Madre de Dios
para que a imagen del Señor Jesús,
sean fieles a la gracia, al Evangelio y a la predicación.

Que encendidos en el amor por los hermanos,
y siguiendo el ejemplo de Jesús, el Buen Pastor,
conduzcan al pueblo de Dios
por los caminos de la oración, de la Eucaristía y del perdón.

Socórrelos en su ministerio, Virgen bendita,
líbralos de todo mal y peligro;
que sean para su pueblo
como la semilla de mostaza, pequeñita, humilde,
pero que da cosecha frondosa de santidad y amor;
como la levadura que en mínima cantidad en la masa
se vuelve fermento seguro de reconciliación y de esperanza.

Ruega por los sacerdotes, Santa Madre de Dios,
para que se dejen conquistar por Cristo, y sean uno con Él,
y así obren como mensajeros de esperanza, de consuelo, de bondad y de paz.

Amén.

San Miguel de Piura, 11 de abril de 2017
Martes Santo – Santa Misa Crismal 

[1] S.S. Francisco, Homilía Misa Crismal, 28-III-2013.

[2] Mons. José Antonio Eguren Anselmi, S.C.V., Carta con ocasión de la Semana Santa, 03-IV-2017.

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