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“AL BUEN SACERDOTE SE LO RECONOCE POR CÓMO ANDA UNGIDO SU PUEBLO”

Mons. Guillermo Elías Millares presidió Santa Misa Crismal

16 de abril de 2025 (Oficina de Prensa).- La mañana de hoy, Martes Santo en la Pasión del Señor, una multitud de fieles se reunieron en la Basílica Catedral de Piura para participar de la celebración de la Santa Misa Crismal que fue presidida por nuestro Administrador Apostólico Mons. Guillermo Elías Millares, la misma que fue concelebrada con los sacerdotes provenientes de toda nuestra Arquidiócesis, quienes participaron de la fiesta de la bendición de los Óleos de los catecúmenos y de los enfermos, y de la consagración del Santo Crisma, aceites usados en los sacramentos del bautismo, confirmación, orden sagrado y unción de los enfermos, a través de los cuales se edifica la Iglesia.

Durante la Santa Misa se llevó a cabo la renovación de las promesas sacerdotales de todos los presbíteros presentes, ellos renovaron ante nuestro Padre y Pastor su consagración y dedicación a Cristo y a la Iglesia, prometiendo solemnemente unirse más de cerca a Jesús, ser sus fieles ministros, enseñar y ofrecer el santo sacrificio en su nombre y conducir a otros a Él. La Santa Misa Crismal es una de las principales manifestaciones de la plenitud sacerdotal del Obispo y un signo de la unión de los sacerdotes con él.

Durante su homilía, nuestro Pastor destacó: “Esta mañana, el Evangelio según Lucas nos lleva a Nazaret donde Jesús «se había criado» (Lc 4, 16). Nos recuerda el día en que Jesús se presentó por vez primera ante los de su tierra cuando estaban reunidos en la sinagoga y les leyó el texto mesiánico del libro del Profeta Isaías. Conocemos bien este texto. Después de leerlo, Jesús se sentó y comenzó a hablar a los allí presentes que tenían la vista fija en El. Entonces les dijo: «Hoy se cumple esta Escritura que acaban de escuchar» (Lc 4, 21). Amados y venerados hermanos: Quizá sea necesario que vayamos cada uno con el pensamiento al lugar en que hace tiempo se cumplió en nosotros la palabra dé la llamada de Dios. Acaso convenga que volvamos a la catedral o iglesia en que años atrás el Obispo nos impuso las manos y nos transmitió la dignidad y poder vinculados al sacramento del presbiterado. Tal vez sea preciso que volvamos a nuestra parroquia natal en la que celebramos solemnemente, por vez primera después de la Ordenación, el Santo Sacrificio. Esa fue nuestra «Nazaret» donde se manifestó ante los hombres, los vecinos y los paisanos… un nuevo, sacerdote elegido de entre los hombres y constituido para los hombres (cf. Heb 5, 1). Es necesario, queridos y venerados hermanos, que volvamos con el pensamiento y el corazón a aquellos lugares y aquellos días. Se aúnan todos en este único «Hoy Martes Santo» litúrgico, donde celebramos el día de nuestro nuevo nacimiento en Cristo por el sacramento del orden. Y por esto que precisamente en este «Hoy» litúrgico del Martes Santo, deseo renovar en ustedes la gracia del Sacramento del Orden”.

En otro momento, Monseñor Guillermo dijo: “Quiero también renovar las promesas con que nos vinculamos a Cristo el día de nuestra ordenación mediante este Sacramento. Deseamos repetírselas a Él solo: a Cristo, Sacerdote de la Alianza Nueva y Eterna: «Aquel que nos amó, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino, y hecho sacerdotes de Dios, su Padre. A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos» (Ap 1, 5-6). El Señor lo dirá claramente: su unción es para los pobres, para los cautivos, para los enfermos, para los que están tristes y solos. La unción, queridos hermanos, no es para perfumarnos a nosotros mismos, ni mucho menos para que la guardemos en un frasco, ya que se pondría rancio el aceite… y amargo el corazón. Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo; esta es una prueba clara. Nuestra gente agradece el evangelio predicado con unción, agradece cuando el evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana, donde el pueblo fiel está más expuesto a la invasión de los que quieren saquear su fe. Nos lo agradece porque siente que hemos rezado con las cosas de su vida cotidiana, con sus penas y alegrías, con sus angustias y sus esperanzas. Y cuando siente que el perfume del Ungido, de Cristo, llega a través nuestro, se anima a confiarnos todo lo que quieren que le llegue al Señor: «Rece por mí, padre, que tengo este problema…». «Bendígame, padre», y «rece por mí» son la señal de que la unción llegó a la orla del manto, porque vuelve convertida en súplica, súplica del Pueblo de Dios”.

Nuestro Administrador Apostólico dirigió unas sentidas palabras a los sacerdotes presentes. “Amados y venerados hermanos, lo que quiero señalar es que siempre tenemos que reavivar la gracia e intuir en toda petición. Intuir y sentir como sintió el Señor la angustia esperanzada de la hemorroisa cuando tocó el borde de su manto. Ese momento de Jesús, metido en medio de la gente que lo rodeaba por todos lados, encarna toda la belleza de Aarón revestido sacerdotalmente y con el óleo que desciende sobre sus vestidos. Es una belleza oculta que resplandece sólo para los ojos llenos de fe de la mujer que padecía derrames de sangre. Así hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora: en las «periferias» donde hay sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones. No es precisamente en auto experiencias, ni en introspecciones reiteradas que vamos a encontrar al Señor: los cursos de autoayuda en la vida pueden ser útiles, pero vivir nuestra vida sacerdotal pasando de un curso a otro, de método en método, lleva a hacernos pelagianos, a minimizar el poder de la gracia que se activa y crece en la medida en que salimos con fe a darnos y a dar el Evangelio a los demás; a dar la poca unción que tengamos a los que no tienen nada de nada. El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco y no es capaz de activar lo más hondo de su corazón presbiteral. El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor”.

Finalmente, Monseñor Guillermo dijo: “Queridos fieles, les pido que acompañen a nuestros sacerdotes con el afecto y la oración, para que sean siempre Pastores, según el corazón de Dios. Queridos sacerdotes, que Dios Padre renueve en nosotros el Espíritu de Santidad con que hemos sido ungidos, que lo renueve en nuestro corazón de tal manera que la unción llegue a todos, también a las «periferias», allí donde nuestro pueblo fiel más lo espera y valora. Que nuestra gente nos sienta discípulos del Señor, sienta que estamos revestidos con sus nombres, que no buscamos otra identidad; y pueda recibir a través de nuestras palabras y obras ese óleo de alegría que les vino a traer Jesús, el Ungido. ¡Amén!”.

Como es tradicional en este día, con ocasión de celebrarse también la institución del sacerdocio, los presbíteros de nuestra Arquidiócesis recibieron una sorpresa. Esta vez, Monseñor Guillermo animó a dos familias quienes compartieron con los sacerdotes presentes un hermoso mensaje en el que les manifestaron el agradecimiento que como fieles sienten para con ellos, por el esforzado servicio que realizan, y también les abrieron su corazón, comprometiéndose a rezar constantemente por su fidelidad.

La familia Jaramillo Cubas manifestó: “Hoy, como familia del pueblo de Dios, queremos hablarles con el corazón en la mano. En esta Misa Crismal, en la que renuevan sus promesas sacerdotales, nosotros también renovamos nuestra gratitud, nuestro cariño y nuestra esperanza en ustedes. Los necesitamos. Necesitamos pastores que caminen con nosotros, que conozcan nuestras alegrías y sufrimientos, que escuchen sin prisa y hablen con el lenguaje del Evangelio. Como nos dice el Papa Francisco: «El pastor debe oler a oveja». Y eso es lo que más deseamos: sacerdotes cercanos, humanos, que no se alejen del pueblo ni de la vida real. Necesitamos sacerdotes que, como Jesús, no tengan miedo de tocar las heridas de los demás. Que no se queden en la sacristía, sino que salgan al encuentro de los que están lejos, de los que han perdido la fe o han sido heridos por la misma Iglesia. Queremos verlos en las calles, en las casas, en los barrios, en las cárceles, en los hospitales… ahí donde la vida late fuerte y, a veces, duele. Queremos pastores que celebren la Eucaristía con fe viva, que prediquen con convicción, que enseñen con claridad y con misericordia. Que nos animen a vivir el Evangelio con alegría, sin miedo, sin doble vida. Que sean hombres de oración, pero también de acción, constructores de comunión, promotores de justicia, defensores de los más pequeños. Sabemos que ser sacerdote hoy no es fácil. Por eso, también queremos decirles: no están solos. Rezamos por ustedes, los necesitamos santos, pero también felices. No les pedimos perfección, les pedimos entrega. No les exigimos saberlo todo, sino que caminen con nosotros, hombro a hombro, corazón a corazón. En este tiempo tan desafiante para la Iglesia, queremos construir juntos una comunidad donde nadie se sienta excluido, donde cada uno encuentre su lugar y su dignidad, donde el Evangelio sea la verdadera buena noticia. Gracias por su sí. Gracias por seguir, a pesar del cansancio y las luchas. Gracias por ser presencia de Cristo en medio de su pueblo. Que el Espíritu Santo, que hoy renueva en ustedes el don del sacerdocio, les dé fuerza, ternura y alegría para seguir siendo pastores según el corazón de Dios”.

Por su parte la Familia Villanueva Calle dijo: “Queridos sacerdotes: Gracias por su entrega, por su sí generoso de cada día, por estar con nosotros en los momentos más importantes de nuestra vida: en el bautismo, en la misa, en la enfermedad, en el dolor y también en la alegría. Hoy queremos decirles que no están solos. Como familia del pueblo de Dios, nos comprometemos a caminar con ustedes, a rezar por ustedes, a sostenerlos con nuestro cariño, a cuidar de su vocación con respeto y cercanía. Así como ustedes se donan por nosotros, nosotros también queremos darles nuestro apoyo, para que nunca les falte la fuerza, la alegría ni la esperanza en su misión. ¡Cuenten con nosotros!”.

Finalmente, los sacerdotes vivieron momentos de fraternidad y compartir, donde le hicieron llegar una vez más a Monseñor Guillermo, sus muestras de cariño, agradecimiento, y cercanía, como Padre y Pastor.

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