SANTA MISA CRISMAL 2008
“VIVE EL MISTERIO QUE SE PONE EN TUS MANOS”
Queridos sacerdotes y hermanos todos en el Señor Jesús.
1. En plena Semana Santa, nos reunimos en la Basílica Catedral de Piura, para celebrar la Misa Crismal. En ella bendeciremos los Óleos que se usarán en los sacramentos del Bautismo, Confirmación, Orden Sagrado, Unción de los enfermos y en la Dedicación de las iglesias; y los Sacerdotes de nuestra Arquidiócesis de Piura y Tumbes renovarán sus promesas sacerdotales.
Esta Eucaristía, tiene sin lugar a dudas un profundo matiz sacerdotal. Por ello quiero en esta mañana dirigirme de manera muy especial a los sacerdotes de nuestra Arquidiócesis.
Queridos hijos: el día de hoy, en esta conmemoración anual del día en que Cristo confirió su sacerdocio a los Apóstoles, ustedes renovarán sus promesas sacerdotales manifestando así su deseo de configurarse más íntimamente con el Señor Jesús y de cumplir con los sagrados deberes que por amor a Cristo y a la Iglesia aceptaron el día de su ordenación.
Esto sólo lo podrán vivir, si aprenden diariamente a renunciar a ustedes mismos, si son amigos entrañables de Jesús siendo hombres de oración, si actúan movidos siempre por el celo de la salvación de las almas y no por la lógica del poder y del dinero, si viven cotidianamente su celibato como entrega de sí mismos “en” y “con” Cristo a su Iglesia, y si son obedientes, ya que la obediencia está en el corazón del Sacerdocio de Cristo.
El prefacio de la Santa Misa de hoy, expresa de manera condensada y sumamente bella el admirable misterio de nuestro sacerdocio: “(Jesucristo)…elige a hombres de este pueblo, para que, por la imposición de manos, participen de su sagrada misión. Ellos renuevan en nombre de Cristo el sacrificio de la redención, preparan a tus hijos el banquete pascual, presiden a tu pueblo santo en el amor, lo alimentan con tu Palabra y lo fortalecen con tus sacramentos. Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo y dan testimonio constante de fidelidad y de amor”(1). Ante estas palabras no queda más que decir: ¡Qué es hermosa la vocación con la que hemos sido bendecidos! Ella es fruto del amor de Cristo que un día mirándonos fijamente a los ojos nos dijo: “Ven y Sígueme” (Mt, 9, 9; ver Jn 1, 35-42).
No deja de ser significativo el que Jesús, al instituir el sacerdocio ministerial, no lo confinó a uno sólo; sino a varios. Y San Pablo, recordándole a Timoteo su ordenación, le dice: “no descuides el carisma que hay en ti, que se te comunicó (…) mediante la imposición de las manos del colegio de presbíteros” (1 Tim 4, 14). El sacerdocio tiene una dimensión comunitaria esencial. Y puesto que todos participamos del mismo sacerdocio de Cristo Cabeza, si bien en grados distintos, debemos por ello vivir, la comunión mutua, en la preocupación de unos por otros, en el cuidado y protección del hermano sacerdote que está a mi lado, en el común ejemplo y testimonio que podemos darnos unos a otros. Que nuestra caridad sacerdotal pueda reflejar ante todos nuestros fieles la palabra de Jesús: “en esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13, 35).
2. El día de nuestra Ordenación, el Obispo puso en nuestras manos la patena y el cáliz y nos dijo: “Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor”(2). Algunas traducciones del Pontifical Romano traducen este rito con la siguiente expresión: “Vive el misterio que se pone en tus manos”.
Nos preguntamos: ¿Cuál es este misterio que se ponen en nuestras manos? Este misterio es la santísima Eucaristía. Como bien enseña el Concilio Vaticano II, ella “contiene todo el bien espiritual de la Iglesia”(3).
Este misterio es Cristo, el Pan de vida que se entrega así mismo “para la vida del mundo” (Jn 6, 51). Este misterio es Cristo, pastor y puerta de las ovejas, que vino “para que (los hombres) tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10).
¡Qué grande es el misterio que se ha puesto en nuestras manos! Por ello les reitero mi pedido para que la celebración diaria de la Santa Misa, celebrada con devoción, dignidad y con unidad de mente y corazón, la vivan como el momento central de cada día y como ocasión de un encuentro profundo y eficaz con Cristo. Con gran realismo, el hoy Siervo de Dios Juan Pablo II decía: “la causa del relajamiento del sacerdote está en que no dedica suficiente atención a la Misa”(4).
De esta devoción se sigue el culto a la Eucaristía, que el sacerdote debe tener muy dentro de su corazón.
San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, se dejaba fascinar particularmente ante la presencia real del Señor Jesús en la Eucaristía. Ante el Sagrario pasaba frecuentemente largas horas de adoración. Durante sus homilías solía señalar el Sagrario diciendo con emoción: “Él está ahí”. Él, que tan pobremente vivía en su casa parroquial, no dudaba en gastar cuanto fuera necesario para embellecer su templo. Pronto pudo ver un buen resultado. Sus fieles tomaron por costumbre venir a rezar ante el Santísimo Sacramento descubriendo, a través de la actitud de su párroco, el gran misterio de la fe(5). Seamos muy devotos del Sagrario, es decir de Jesús sacramentado, y dediquemos amplios espacios de tiempo para la adoración eucarística.
3. “Vive el misterio que se pone en tus manos”. Otro aspecto esencial de nuestra vocación sacerdotal es el sacramento de la reconciliación, sacramento íntimamente vinculado a la Eucaristía. El hombre de hoy tiene sed de comunión, de recuperar la unidad perdida por el pecado; tiene sed de reconciliación. En una palabra tiene sed del “Señor Jesús, la misericordia del Padre”. Por ello les pido: sean ministros santos de la misericordia divina. Que en vuestra vida sacerdotal el “servicio del confesionario” ocupe siempre un lugar importantísimo. Es ahí donde se realiza de manera más plena nuestra “paternidad espiritual”. Dios cuenta con vuestra disponibilidad fiel para realizar prodigios extraordinarios de amor en el corazón de los creyentes. Sean por tanto dispensadores generosos y fieles de la reconciliación, sin atenuar las exigencias radicales de la Palabra de Dios, para que así nuestros hermanos hagan viva la experiencia de Cristo, el Buen Pastor, que va en busca de la oveja perdida y “cuando la encuentra, se la pone en los hombros lleno de alegría” (Lc 15,4-5).
Asimismo, vivan ustedes la maravillosa gracia de la reconciliación. Como todo buen fiel, el sacerdote también tiene necesidad de confesar sus propios pecados y debilidades. Él es el primero en saber que la práctica de este sacramento lo fortalece en la fe y en la caridad hacia Dios y los hermanos.
4. El Señor Jesús, espera de ustedes, queridos sacerdotes, una fidelidad cada vez mayor. Él los llama a permanecer con Él (ver Mc 3, 14), en una intimidad privilegiada. Como bien dice el Santo Padre Benedicto XVI, “el núcleo del sacerdocio es ser amigos de Jesucristo. Sólo así podemos hablar verdaderamente in persona Christi, aunque nuestra lejanía interior de Cristo no puede poner en peligro la validez del Sacramento. Ser amigo de Jesús, ser sacerdote significa, por tanto, ser hombre de oración. Así lo reconocemos y salimos de la ignorancia de los simples siervos. Así aprendemos a vivir, a sufrir y a obrar con Él y por Él”(6).
Él nunca te abandona, no le abandones tú a Él. Que la Eucaristía de hoy, sea ocasión preciosa para que a pesar del tiempo transcurrido desde nuestra ordenación sacerdotal, volvamos a fijar con ilusión y ardor nuestra mirada en Él y extendamos nuestras manos hacia Él. Dejemos que su mano nos sujete. Así no nos hundiremos como no se hundió el bueno de Pedro cuando fue al encuentro del Señor caminando sobre las aguas (ver Mt 14, 30).
5. “Mujer ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí Tienes a tu Madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa” (Jn 19, 26-27). Son las palabras de Cristo en la Cruz que escucharemos este Viernes Santo.
Jesús eligió a San Juan, al discípulo que más amaba, como el destinatario inmediato y visible del don de la maternidad espiritual de Santa María. En ese discípulo estaban representados todos los hombres llamados a la fe en Cristo y todos los llamados a recibir a María como Madre. Pero hay que señalar que Jesús encomendó a su Madre a un discípulo al que había elegido para ser sacerdote y que el día anterior había recibido la misión y el poder de celebrar la Eucaristía. De esta manera el Señor Jesús ha querido establecer una relación más íntima y esencial entre María y cada sacerdote. Entre María y cada uno de nosotros.
“La acogió en su casa”. La actitud de San Juan de acoger a Santa María, es una indicación clara para cada uno de nosotros sacerdotes que estamos llamados a vivir muy cerca de María y a otorgarle un lugar muy especial en nuestro corazón, de introducirla en todo el espacio de nuestra vida interior
En San Juan el discípulo amado – sacerdote, hemos recibido la misión de amar a María con el amor de Jesús. Cristo, que había dicho a sus discípulos, “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13, 34, 15, 12), quiso decirnos antes de morir: “Amen a mi Madre así como yo la he amado”.
Ahora bien, esta cercanía a María, resulta muy beneficiosa para la vida sacerdotal, ya que María como respuesta a nuestro amor filial, nos ayuda a comprender con mayor claridad el rostro de Jesús. A través del rostro de la Madre, el rostro del Hijo aparece bajo una nueva y más profunda luz para ayudarnos a ser sacerdotes según el corazón del Señor Jesús, el Sumo y Eterno Sacerdote.
La espiritualidad sacerdotal no puede considerarse completa si no toma con seriedad y responsabilidad el testamento de Cristo en la Cruz, que quiso confiar a su Madre al discípulo amado y a través de Él, a todos los sacerdotes, llamados a prolongar Su obra reconciliadora.
Queridos Sacerdotes. Si queremos ser fieles y adherirnos cada vez más a Cristo y a la Iglesia, si queremos ser sacerdotes santos, no descuidemos nuestro amor filial a Santa María.
Ella es para nosotros la guía segura que nos conduce a Cristo, la que nos enseña a amar y a servir auténticamente a la Iglesia y la que nos guía al Cielo, protegiéndonos de los peligros, los cansancios y desánimos.
Nuestro sacerdocio diariamente ofrecido a Ella se transformará en un camino auténtico de santidad.
Que Ella nos cubra con su manto maternal, nos libre de las insidias del maligno enemigo y nos ayude a alcanzar la salvación. Que así sea. Amén.
San Miguel de Piura, 18 de marzo de 2008
Martes Santo – Santa Misa Crismal
+ JOSÉ ANTONIO EGUREN ANSELMI, SCV.
Arzobispo Metropolitano de Piura
Notas
1. Misal Romano, Prefacio de la Misa Crismal.
2. Ritual y Pontifical Romanos, Rito de Ordenación de Presbíteros.
3. Concilio Vaticano II, Presbyterorum ordinis, n. 5.
4. S.S. Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes en el Jueves Santo, 16-III-1986, n. 8.
5. Ver Lug. Cit.
6. S.S. Benedicto XVI, Homilía en la Misa Crismal, Jueves Santo, 13-IV-06.