HOMILÍA SANTA MISA CRISMAL – MARTES SANTO 2011
“A Aquel que nos amó nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios su Padre” (Ap 1, 5-6).
Muy queridos hermanos en el sacerdocio ministerial y hermanos y hermanas en el Señor Jesús:
1. Nos hemos reunido en esta Basílica Catedral de Piura para celebrar la Misa Crismal, fiesta de la bendición de los óleos de los catecúmenos y de los enfermos, y de la consagración del santo crisma; aceites usados en los sacramentos del bautismo, confirmación, orden sagrado y unción de los enfermos; sacramentos a través de los cuales se edifica el Pueblo Santo de Dios que es la Iglesia.
La Misa Crismal es además expresión genuina de la comunión que existe entre los sacerdotes y su Obispo en el único y mismo sacerdocio y ministerio de Cristo. Fiesta por tanto del don del sacerdocio ministerial que Cristo ha regalado a su Iglesia; día de la renovación de una gozosa y total fidelidad al Señor, a la Iglesia y a los hombres por parte de nosotros sacerdotes que sin mérito de nuestra parte y por pura misericordia hemos sido llamados a ser ministros del Señor.
Es por ello que en esta Santa Misa, quisiera dirigirme a los sacerdotes de nuestra Arquidiócesis de Piura y Tumbes.
2. Queridos hijos sacerdotes: en esta solemne Misa Crismal, somos invitados a renovar públicamente nuestras promesas sacerdotales para así manifestar en primer lugar nuestra gratitud al Señor por el don de nuestra vocación, pero también para reavivar nuestra decisión de permanecer fieles al sacerdocio ministerial recibido. Para aquellos que tenemos el llamado, no hay nada más hermoso que ser sacerdote de Cristo.
Hoy más que nunca seamos conscientes de la belleza de nuestro sacerdocio, de lo bello que es el tener la facultad de pronunciar en nombre de Dios y con pleno poder la palabra del perdón y así sanar y cambiar el mundo. Lo hermoso que es ser capaces de pronunciar las palabras de la consagración, con las que el Señor atrae hacia sí una parte del mundo, para transformarla en sustancia suya en un determinado lugar; lo precioso que es poder estar con la fuerza del Señor cerca de nuestros hermanos humanos, en sus alegrías y dolores, en sus momentos importantes y en aquellos oscuros de sus vidas; lo bello que es, como corolario de nuestro sacerdocio ministerial, tener como quehacer en la propia existencia no esto o aquello, sino sencillamente el ser mismo del hombre, para ayudarlo a que se abra a Dios y viva a partir de Dios(1).
El sacerdocio no es un simple “oficio” sino un sacramento: Dios se vale de un hombre con sus limitaciones para estar a través de él presente entre los hombres y actuar en su favor.
Avivemos la conciencia de que el Señor está siempre muy cerca de nosotros, así como la gratitud y alegría de que Él se fía de nosotros y se abandona en nuestras manos a pesar de nuestra debilidad(2).
3. El mundo de hoy vive momentos dramáticos cuyo origen radica en el olvido de Dios, en ese vivir como si Dios no existiese, lo que alguien con mucho acierto ha denominado “agnosticismo funcional”; dolorosa realidad por el que las personas no se toman la molestia de afirmar ni negar a Dios, sino que más bien se lo obvia como un dato irrelevante para la vida o se lo banaliza. Vale la pena indicar que aunque predominantemente urbano, este fenómeno se viene expandiendo rápidamente a casi toda la población debido a los medios masivos de comunicación social.
Frente a este peligro, la vida litúrgica se presenta como un poderoso medio para situar a Dios-Amor, Uno y Trino, en el centro de nuestras vidas, y así hacer posible una humanidad nueva, conformada por hombres y mujeres nuevos que aman a Dios y que iluminan y dan vida a todo con el Amor de Dios.
Sólo podremos impulsar una auténtica nueva evangelización si la liturgia recobra el lugar que le es propio en la vida de la Iglesia y de los cristianos, tal como la Iglesia la entiende y la celebra, en fidelidad a su naturaleza y a la Tradición.
Nosotros sacerdotes del Señor Jesús, somos responsables de la vida litúrgica, de colaborar activamente para que la liturgia y en especial la Eucaristía, sean la fuente y el culmen de la vida de la Iglesia(3). La celebración de los divinos misterios es nuestro principal deber. Por ello les pido que se esfuercen por recobrar el ars celebrandi, el arte de la celebración. Ella, “proviene de la obediencia fiel a las normas litúrgicas en su plenitud pues es precisamente este modo de celebrar lo que asegura desde hace dos mil años la vida de fe de todos los creyentes, los cuales están llamados a vivir la celebración como Pueblo de Dios, sacerdocio real, nación santa (ver 1 Pe 2, 4-5.9).” (4)
Pero seamos honestos y reconozcámoslo: ¡Cuánta rutina y mediocridad, cuánta superficialidad e irreverencia se nos ha metido! ¡Cuántas misas y sacramentos celebrados de cualquier manera o participados en cualquier disposición! ¡Cuánto olvido que la liturgia es, ante todo, obra de Dios, y que nada se puede anteponer a ella! ¡Cuánta desatención en su preparación remota, próxima e inmediata! ¡Cuánto olvido que ella no es nuestra sino de la Iglesia y que nuestro deber es celebrarla con la mente y con el corazón de la Iglesia! No nos engañemos: de todo esto viene nuestra debilidad evangelizadora.
En este día en que renovamos públicamente nuestras promesas sacerdotales; en que le manifestamos con viva voz al Señor nuestro deseo de configurarnos más plenamente con Él renunciando a nosotros mismos; en que le reiteramos nuestra promesa de cumplir con los sagrados deberes que aceptamos gozosos el día de nuestra ordenación, y entre ellos el de ser fieles dispensadores de los misterios de Dios; les invoco, en nombre del Señor Jesús, a custodiar y promover la vida litúrgica, para así guiar a nuestros fieles cristianos a esa participación consciente, activa y fructuosa que fue el gran anhelo de la reforma litúrgica del Vaticano II (5).
Las celebraciones litúrgicas merecen toda nuestra reverencia porque tocan el misterio de Dios, el misterio de la Iglesia y el misterio del ser humano, todo ello en virtud de la economía sacramental. La importancia de vivir unos gestos eficaces, una palabra como creadora, una oración como comunión, requiere que seamos liturgos santos, y ser liturgo no es para el sacerdote simplemente una dimensión de su tarea externa, un añadido a su personalidad, sino que forma parte misma de su ser por el Orden sacerdotal recibido.
4. También quiero pedirles esta mañana que renueven con corazón indiviso su celibato, aquel que asumieron libremente por el Reino de los Cielos. Al respecto quiero recordarles lo que el Santo Padre Benedicto XVI nos dijo en el Coloquio con los Sacerdotes en la Vigilia de Clausura del Año Sacerdotal cuando nos alentó a vivir “el escándalo del celibato”.
En aquella ocasión dijo el Papa: “para el mundo agnóstico, el mundo en el que Dios no tiene nada que ver, el celibato es un gran escándalo, porque muestra precisamente que Dios es considerado y vivido como realidad”(6).
Con el celibato el mundo futuro de Dios entra en las realidades de nuestro tiempo. Y esto resulta intolerable para el mundo de hoy y por ello el celibato debiera desaparecer. Más aún, en estos tiempos en que se exalta al hombre autónomo, hombre que no quiere obligarse a nada, ni comprometerse con nadie, el celibato resulta un gran escándalo porque es un “"sí" definitivo, es un dejarse tomar de la mano por Dios, es entregarse en las manos del Señor, en su "yo", y es por tanto un acto de fidelidad y de confianza…De otro lado sabemos que junto a este gran escándalo, que el mundo no quiere ver, están también los escándalos secundarios de nuestras insuficiencias, de nuestros pecados, que oscurecen el verdadero y gran escándalo, y hacen pensar: ¡Pero no viven realmente fundados en Dios! Oremos al Señor para que nos ayude a hacernos libres de los escándalos secundarios, para que se haga presente el gran escándalo de nuestra fe: ¡la confianza, la fuerza de nuestra vida, que se funda en Dios y en Jesucristo! (7)
Con el gran San Agustín, quien nos acompañara con sus enseñanzas en nuestros ejercicios espirituales de este año les recuerdo: “Te ve; y te ve cuando entras a tu cuarto y cuando estás a solas en tu corazón. Teme, teme al que no te pierde de vista, y a lo menos sé casto por el temor”(8). No hay que olvidar que el temor de Dios, uno de los siete dones del Espíritu Santo, es el principio de la sabiduría y por tanto de la vida.
François-Marie Arouet, más conocido bajo el seudónimo de Voltaire, filósofo francés de la ilustración, hombre anticlerical y enemigo jurado de la Iglesia, solía decir: “nuestra esperanza se fundamenta en la lujuria. Ahoguemos el cristianismo en el fango”.
Por ello ante esta estrategia diabólica hagamos caso a la advertencia del Apóstol San Pablo: “Para no poner en ridículo nuestro ministerio, nunca damos a nadie motivo de escándalo; al contrario continuamente damos pruebas que somos ministros de Dios” (2 Cor 6, 3).
5. Finalmente quiero exhortarlos a vivir la comunión sacerdotal en nuestro presbiterio. Les recuerdo que por la fuerza del sacramento del Orden, “cada sacerdote está unido a los demás miembros del presbiterio por particulares vínculos de caridad apostólica, de ministerio y de fraternidad”(9). El presbiterio del cual forman parte es verdadera familia en la que los vínculos no proceden de la carne o de la sangre, sino de la gracia del Orden Sagrado. Por tanto la pertenencia al presbiterio y la fraternidad sacerdotal son elementos característicos del sacerdote que se exigen mutuamente.
Recuerden el día de su ordenación sacerdotal. A la imposición de manos del Obispo, siguió la de los presbíteros presentes ese día, “para indicar, por una parte, la participación en el mismo grado del ministerio, y por otra, que el sacerdote no puede actuar solo, sino siempre dentro del presbiterio, como hermano de todos aquellos que lo constituyen…Asimismo, los sacerdotes seculares no incardinados en la Diócesis y los sacerdotes miembros de un Instituto religioso o de una Sociedad de vida apostólica pero que viven en la Diócesis y ejercen para su bien, algún oficio eclesiástico, aunque estén sometidos a sus legítimos Ordinarios, pertenecen con pleno o con distinto título al presbiterio de esa Diócesis”(10).
Los aliento a que no vivan su ministerio sacerdotal en individualismo y subjetivismo, en envidia o rivalidad, en desunión y conflicto. Favorezcan más bien la comunión fraterna, vivan en la amistad y en la comprensión, en la ayuda y asistencia mutua. Sepan perdonarse, respetarse y quererse. Sean guardianes de sus hermanos sacerdotes viviendo la preocupación mutua. Todo esto es fuente de serenidad, de fortaleza y de alegría para vivir el ministerio sacerdotal y nos ayuda a vivir nuestro ministerio en la caridad pastoral.
Asimismo les pido a aquellos párrocos que tengan vicarios parroquiales, diáconos, o seminaristas en su año de pastoral bajo su cuidado, que los estimen efectivamente como a sus cooperadores muy queridos y se preocupen por ellos.
¡Que el presbiterio sea auténtico lugar de santificación! En una palabra: ¡Ámense los unos a los otros como el Maestro los ama! Demos el testimonio de la unidad y de la comunión para que el mundo crea que el Padre ha enviado a su Único Hijo como el Camino, la Verdad y la Vida (ver Jn 17, 21 y 14, 6).
Concluyo esta homilía con una parte de la oración del próximo Beato Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica Post Sinodal Pastore dabo vobis, pidiéndole a nuestra la Santísima Virgen María, Madre del Único y Eterno Sacerdote, que cuide, guíe y proteja a los sacerdotes de Piura y Tumbes, a nuestros diáconos y seminaristas y haga crecer el número de nuestras vocaciones:
“Madre de Jesucristo, que estuviste con Él al comienzo de su vida y de su misión; lo buscaste como Maestro entre la muchedumbre, lo acompañaste en la cruz, exhausto por el sacrificio único y eterno, y tuviste a tu lado a Juan, como hijo tuyo: acoge desde el principio a los llamados al sacerdocio, protégelos en su formación y acompaña a tus hijos en su vida y en su ministerio, oh Madre de los sacerdotes. Amén”.
San Miguel de Piura, 19 de abril de 2011
Martes Santo – Santa Misa Crismal
Citas:
(1) Ver S.S. Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana con ocasión de la Navidad, 20-XII-2010.
(2) Ver S.S. Benedicto XVI, Homilía en la Clausura del Año Sacerdotal, 11-VI-2010.
(3) Ver Sacrosanctum Concilium, n. 10.
(4) S.S. Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Post Sinodal Sacramentum Caritatis, n. 38.
(5) Ver Sacrosanctum Concilium, n. 41.
(6) S.S. Benedicto XVI, Coloquio con los Sacerdotes en la Vigilia de Clausura del Año Sacerdotal, 10-VI-2010.
(7) Lug. Cit.
(8) San Agustín, Sermón 132, 2.
(9) S.S. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Post Sinodal Pastore dabo vobis, n. 17.
(10) Congregación para el Clero, Directorio para el Ministerio y la Vida de los Presbíteros, nn. 25-26