Homilías

HOMILÍA ORDENACIÓN SACERDOTAL 2009

Queridos hijos Alex, Christian, Clever, José y Herles:

Hoy, solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María a los Cielos y después de un serio proceso de formación y discernimiento, van a ser ordenados Sacerdotes del Señor, para hacer las veces de Cristo, maestro, sacerdote y pastor, por quien la Iglesia, su Cuerpo, se edifica y crece como Pueblo de Dios y Templo santo.

Su ordenación sacerdotal tiene por finalidad y destino una misión. Una misión que no es otra sino la misma misión del Señor Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote: proclamar la Verdad del Evangelio que ilumina y salva; comunicar la gracia que perdona y santifica; y manifestar el Amor del Padre que consuela y guía a su Pueblo. Ante una cultura contemporánea que sólo ve al presbítero como una persona dedicada en términos genéricos al servicio de los demás o como un promotor social, hoy se hace necesario poner de relieve la dimensión propiamente religiosa y sobrenatural del sacerdocio. El sacerdote es antes que nada un hombre de Dios.

Ordenación en un tiempo de gracia

Se ordenan en un tiempo de gracia, en pleno “Año Sacerdotal” y durante la realización de la “Gran Misión Arquidiocesana Quédate con nosotros, Señor”. ¡Cómo no agradecerle al Señor tanta bondad, tanta predilección, tanto amor!

No permitan nunca que por falta de generosidad y entrega, el maligno, con sus mentiras y artimañas, les arrebate la perla de gran valor que es vuestro sacerdocio, perla por la que vale la pena dejarlo y sacrificarlo todo. (Ver Mt 13, 45-46).

Por ello, como hasta ahora y hasta el día de vuestra muerte, les digo: ¡Sean siempre fieles al amor de Cristo que los ha amado primero! ¡Sean siempre fieles a la gracia de vuestra vocación! El Señor Jesús sin mérito de vuestra parte se ha fijado en ustedes y los ha llamado por sus nombres. Graben en sus mentes y corazones el lema que preside este “Año Sacerdotal” en el cual se ordenan presbíteros: Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote.

Vuestra ordenación es también para toda la Iglesia particular que peregrina en Piura y Tumbes, fuente de alegría y de consuelo. Son cinco nuevos sacerdotes para estas tierras norteñas tan hambrientas y sedientas de Dios. Al verlos hoy listos para postrarse en tierra en signo de total donación y plena disponibilidad de servicio al Señor y a Su Iglesia, se despierta en todos nosotros la ilusión de un nuevo amanecer de vocaciones sacerdotales para nuestra querida Arquidiócesis y el deseo de que muchos jóvenes, que como ustedes tienen el llamado del Señor, pongan con firmeza la mano en el arado (ver Lc 9, 62) y mirando sólo hacia delante, se entreguen con total generosidad al seguimiento de Cristo Sacerdote, quien no quita nada de lo que hace la vida libre, bella y grande, y más bien lo da todo. Quien se entrega al Señor, recibe el ciento por uno.

Tengan como modelo al Santo Cura de Ars

Como bien saben este “Año Sacerdotal” se celebra con ocasión del 150 aniversario del Dies Natalis o aniversario de la muerte de San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, patrono de los sacerdotes. Por ello les pido que siempre lo tengan a él como modelo de su vida sacerdotal.

Ante todo, que como San Juan María Vianney, cada uno de ustedes tenga siempre un juicio claro e inequívoco sobre el primado absoluto de la gracia en su vocación sacerdotal.

La fecundidad de la misión de cada uno de ustedes dependerá de la conciencia de la gratuidad de la realidad sacramental de vuestro “nuevo ser”, porque “de la certeza de la propia identidad, no construida artificialmente sino dada y acogida gratuita y divinamente, depende siempre el renovado entusiasmo del sacerdote por su misión”.(1)

Uno de los objetivos del “Año Sacerdotal” es profundizar en nuestra identidad sacerdotal. Que como San Juan María Vianney, tengan siempre una inconmensurable estima por la dignidad sacerdotal que hoy reciben para que siempre puedan exclamar con él: “¡Oh cuán grande es el sacerdote! Su grandeza no se verá bien más que en el cielo. Si un sacerdote comprendiese enteramente en la tierra su dignidad, moriría no de miedo, sino de amor”.(2)

El Santo Cura de Ars sabía que el sacerdocio le había configurado misteriosa pero realmente con el único y eterno sacerdote, Jesucristo, el Señor. Esta conciencia lo hacía repetir con frecuencia a sus fieles de Ars frases como estas: “Cuando veáis al sacerdote pensad en nuestro Señor Jesucristo”; o también “el sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús”. (3) Para él lo esencial era vivir a fondo el sacerdocio de Jesús, como mediador entre Dios y los hombres; como hombre consagrado por toda la vida para la adoración y la intercesión; y como víctima para implorar el perdón de los pecados de los demás, dispuesto a completar en su cuerpo lo que falta a la Pasión de Cristo (ver Col 1, 24). Queridos hijos: que cada uno de ustedes avance progresivamente en la conciencia del don de su sacerdocio y en la identificación con Cristo Sacerdote. Ello les garantizará la fidelidad y la fecundidad en su ministerio.

San Juan María Vianney sabía muy bien que los frutos apostólicos dependen, ante todo, de la oración y de la unión con Dios. Por eso solía decir: “Con la oración todo lo podéis, sois dueños, por decirlo así, del querer de Dios”.(4) Largos eran los ratos que dedicaba a la oración y sobretodo a la adoración eucarística. La acción pastoral, para ser realmente eficaz, debe apoyarse en la santificación personal y cimentarse en una profunda vida de oración.

Queridos ordenandos: sin vida de oración no hay verdadero apostolado. Sin la piedad, los ejercicios más santos, los ritos más augustos del sagrado ministerio, se desarrollarán mecánica y rutinariamente. Les faltará el espíritu, la unción, la vida. La vida de oración es la fuente que mantiene vivo nuestro sacerdocio. De ella brotan los frutos más maravillosos de nuestra vida sacerdotal.

“Desde esta perspectiva debemos pensar en las diversas formas de oración de un sacerdote, ante todo en la Santa Misa diaria. La celebración eucarística es el acto de oración más grande y más elevado, y constituye el centro y la fuente de la que reciben su «savia» también las otras formas: la liturgia de las horas, la adoración eucarística, la lectio divina, el santo rosario y la meditación. Todas estas formas de oración, que tienen su centro en la Eucaristía, hacen que en la jornada del sacerdote, y en toda su vida, se realicen las palabras de Jesús: «Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas» (Jn 10, 14-15)”.(5)

Como el Santo Cura de Ars tengan un profundo amor por la Eucaristía y por el sacramento de la Penitencia o Reconciliación.

Cuentan los que asistían a su celebración de la Santa Misa que “contemplaba la hostia con amor”.(6). Asimismo les decía a sus fieles cristianos: “Todas las buenas obras juntas no son comparables al Sacrificio de la Misa, porque son obras de hombres, mientras la Santa Misa es obra de Dios.(7) Estaba convencido de que todo el fervor en la vida de un sacerdote dependía de la Misa: “La causa de la relajación del sacerdote es que descuida la Misa. Dios mío, ¡qué pena el sacerdote que celebra como si estuviese haciendo algo ordinario!”.(8) Siempre que celebraba, tenía la costumbre de ofrecer también la propia vida como sacrificio: “¡Cómo aprovecha a un sacerdote ofrecerse a Dios en sacrificio todas las mañanas!”.(9) Por ello, nunca se olviden que la celebración de la Santa Misa es la misión más sublime y más sagrada de todo sacerdote. Celebren cada Eucaristía como si fuese la primera, la última y la única.

Esa identificación personal con el Santo Sacrificio de la Misa, llevaba a San Juan María Vianney del altar al confesionario. Dicen sus biógrafos que la multitud de penitentes que venía de toda Francia lo retenía en el confesionario hasta dieciséis horas al día. El solía decir: “No es el pecador el que vuelve a Dios para pedirle perdón, sino Dios mismo quien va tras el pecador y lo hace volver a Él”.(10)

Queridos sacerdotes: aprendamos del Santo Cura de Ars a proponer con valentía una renovada pastoral del sacramento de la Penitencia a este querido pueblo católico de Piura y Tumbes que valora y busca este sacramento con frecuencia y devoción. Tengamos confianza infinita en este sacramento que es capaz de convertir a pecadores en santos.

Pongámoslo en el centro de nuestras preocupaciones pastorales. Esforcémonos por acoger a cada penitente como lo hacía San Juan María Vianney, con amor paternal, atendiendo al estado de su corazón, sea que éste tenga la unción de la humildad y del profundo arrepentimiento, o esté afligido, o invadido por el temor, o no esté motivado y preparado adecuadamente. Como el Santo Cura de Ars seamos en cada confesión para cada penitente padre, médico y amigo. Cada encuentro con un fiel cristiano que nos pide confesarse, puede ser siempre, por la gracia sorprendente de Dios aquel «lugar» cerca del sicómoro en el cual Cristo levantó los ojos hacia Zaqueo (ver Lc 19, 1-10). Queridos sacerdotes: redescubramos en este “Año Sacerdotal” nuestra vocación como ministros de la misericordia divina.

Es muy conocida la gran adhesión filial que san Juan María Vianney tenía hacia la Iglesia. Por Ella, él tenía un amor tiernísimo y así lo traslucía en sus prédicas y catequesis. Su amor por nuestra Madre la Iglesia se reflejaba también cuando en su pequeña aldea de Ars abrazaba sin distinción a todos los hermanos en Cristo que acudían desde todos los puntos del país a su púlpito o a su confesionario. Pero su obediencia y amor apuntaban sobre todo al Papa. Él buscaba toda ocasión posible para testimoniar su devoción y adhesión a la autoridad del Sumo Pontífice. Asimismo al propio Obispo manifestaba también respeto, amor y obediencia como al mismo Señor. Y ¡qué obediencia! Sabemos que el Santo Cura, movido por un gran sentido de indignidad y abrumado por una responsabilidad que veía aumentarse cada día, muchas veces pensó retirarse a un lugar escondido, para llorar lo que él llamaba su pobre vida. Pero el Plan de Dios manifestado por su Obispo, lo quería en Ars y en Ars permaneció hasta el final de sus días llevando con amor su propia cruz.

Queridos ordenandos, la obediencia al Padre, está en el corazón del Sacerdocio de Cristo. La obediencia por tanto debe estar en el corazón de vuestro sacerdocio. Sean obedientes al Plan de Dios en todas las circunstancias concretas de sus vidas. Sean obedientes a vuestra Madre la Iglesia en la adhesión sin titubeos a su Magisterio en materia de fe y de moral. Dedíquense a amarla y hacerla amar. Sean obedientes al Santo Padre, el Papa y a su Obispo. Ciertamente para que la obediencia sea auténtica, ella tiene que estar transida de amor, llena de amor, vivificada por el amor ya que una obediencia sin amor, no es obediencia, es servilismo.

Solemnidad de la Asunción

No podemos terminar estas reflexiones, sin referirnos a la Santa Madre de Dios y Madre nuestra, cuya solemnidad de la Asunción hoy gozosamente celebramos. El dogma de la Asunción de la Santísima Virgen María, fue definido por S.S. Pío XII el 1 de noviembre de 1950, con la Constitución Apostólica “Munificentissimus Deus”. Con las siguientes palabras el venerado Papa Pacelli definía ex-cathedra, y por tanto de manera infalible, esta verdad de fe: “Pronunciamos, declaramos, y definimos que es dogma revelado por Dios que la Inmaculada Madre de Dios siempre Virgen María, concluido el curso de su vida terrena, fue asunta a la gloria celestial en cuerpo y alma”.

Si le preguntáramos a la misma Virgen María, ¿Por qué Tú? Ella nos daría por respuesta: “El Poderoso ha hecho en mí obras grandes, porque ha visto la humildad de su sierva, por eso todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1, 48-49). La alabanza que brota del Corazón Inmaculado – Doloroso de Santa María, revela la gratitud infinita de Aquella que se siente objeto de la infinita generosidad de Dios.

También ustedes, queridos Alex, Christian, Clever, José y Herles, eleven hoy y siempre con nuestra Madre Santísima su propio Magnificat de gratitud por todo el bien que el Señor de manera gratuita les ha hecho.

De otro lado no se olviden que el Señor Jesús, con especial intención en la hora de su Cruz, encomendó a su Madre a un discípulo, al que había elegido para ser sacerdote y que el día anterior había recibido la misión de poder celebrar el banquete eucarístico (ver Jn 19, 25-27).

Cristo ha querido entonces establecer una relación más íntima entre María y cada sacerdote. En San Juan, el discípulo a quien Jesús tanto amaba, cada sacerdote ha recibido del Señor la misión de testimoniar a Santa María un amor filial lo más semejante al suyo. Asimismo entre los deberes que Cristo le ha encomendado a cada sacerdote, está la responsabilidad pastoral de promover e incrementar en los fieles cristianos la piedad filial mariana y el culto a la Santísima Virgen.

Queridos ordenandos: como San Juan apóstol, tomen consigo a María y por la piedad filial sumérjanse en las profundidades de su Inmaculado y Doloroso Corazón para que en ese Corazón que rebosa de amor por el Señor y que le pertenece todo al Señor, puedan conocer y amar más a Jesús. Bajo la guía maternal de Santa María, comprenderán con mayor lucidez el sentido de vuestro sacerdocio. Asimismo en el Corazón maternal de la Madre aprenderán aquellas disposiciones tan necesarias para vivir santamente su sacerdocio como son entre otras, la apertura y la acogida, la reverencia y la sencillez, la caridad y el servicio solícito por los demás especialmente por los más pobres y necesitados. No se olviden que Ella es vuestra Madre y ustedes sus hijos. Vivan esa relación materno-filial con María y serán sacerdotes cada vez más semejantes a Cristo, es decir sacerdotes santos, que es lo que necesita la Iglesia y el mundo de hoy.

La presencia de María en la vida del sacerdote posibilita que nos abracemos más al misterio de la Cruz, que nos comprometamos aún más en la búsqueda de la santidad y que en nuestros corazones se mantenga siempre vivo el impulso de ese ideal de total entrega a Cristo, que está en la base de nuestro ministerio sacerdotal.

Que Ella los cubra siempre con su manto maternal, los libre de las insidias del enemigo y los ayude a alcanzar la santidad.

Que así sea. Amén

San Miguel de Piura, 15 de agosto de 2009
Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María

(1) S.S. Benedicto XVI, Audiencia General, 01-VII-2009.

(2) El Cura de Ars. Su Pensamiento – Su Corazón. Por el Padre Bernard Nodet, ed. Xavier Mappus, Fe Viva, 1966, pág. 97. En adelante Nodet.

(3) Nodet, pág. 98.

(4) San Juan María Vianney, Sermón sobre la Perseverancia.

(5) S.S. Benedicto XVI, Homilía en la Misa de Ordenación Sacerdotal de diecinueve diáconos para la Diócesis de Roma, 03-IV-2009.

(6) A. Monnin, Il Curato d’Ars. Vita di Gian-Battista-Maria Vianney, Vol. II, Ed. Marietti, Torino 1870, p. 430 ss.

(7) Nodet, pág. 105.

(8) Ibid, pág. 105.

(9) Ibid. Pág. 104.

(10) Ibid, pág. 128.

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