HOMILÍA EN LAS ORDENACIONES SACERDOTALES MAYO DE 2017
Hoy en la fiesta de San José Obrero, tú José Eduardo te ordenas sacerdote del Señor, y ustedes Cristhiam, José Santos y Alexis, se ordenan diáconos. Ello significa que a partir de hoy deben vivir arraigados en el amor al Señor Jesús y a Su Iglesia para de esta manera ser un don de Cristo para los demás.
De manera especialísima tu José quien recibes hoy la gracia del sacerdocio ministerial. Como nos enseñó con su palabra y vida nuestro amado San Juan Pablo II: “El sacerdote no puede repetir las palabras de la consagración sin sentirse implicado en este movimiento espiritual. En cierto sentido, el sacerdote debe aprender a decir también de sí mismo, con verdad y generosidad, «tomad y comed». En efecto, su vida tiene sentido si sabe hacerse don, poniéndose a disposición de la comunidad y al servicio de todos los necesitados”.[1] Por la configuración con el Señor, que es propia del carácter indeleble del orden sagrado, el sacerdote es otro Cristo, y si la vida del Señor fue una vida de donación y sacrificio hasta hacerse víctima en el altar de la Cruz, de la misma manera lo tiene que ser un sacerdote. Hay dos palabras que nunca pueden separarse: sacerdote y sacrificio.
De otro lado para ustedes Cristhiam, José Santos y Alexi, quienes dan hoy un paso decisivo hacia el sacerdocio ministerial recibiendo el don del diaconado, quiero recordarles que lo que distingue el ministerio diaconal es que se hacen servidores a semejanza de Cristo quien no vino a ser servido sino a servir (ver Mt 20, 28). Servidores de la Liturgia, en particular de la Eucaristía, pero también de la Palabra divina y de la Caridad. A este respecto, el Concilio les dirige una sabia recomendación que deriva de la más antigua tradición de las comunidades cristianas: “Dedicados a los oficios de la caridad y de la administración, recuerden los diáconos el aviso del bienaventurado Policarpo: «Misericordiosos, diligentes, procediendo conforme a la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos».[2]
San José, “hombre justo” sensible al misterio
San José, bajo cuya protección y guía hoy se ordenan, tiene muchas lecciones que darles a ustedes, queridos ordenandos, así como a todos nosotros para que vivamos santamente nuestra vocación y ministerio. Él es un auténtico modelo a seguir y por ello es decisiva nuestra devoción a él. Veamos.
En primer lugar el Evangelio define a San José como “hombre justo” (ver Mt 1, 19). Para la Sagrada Escritura, “Justo”, no significa persona minuciosa y rigurosa en el cumplimiento de la ley judía, como eran los letrados y fariseos. “Justo” tampoco significa persona más o menos buena que da a cada uno lo que le corresponde. “Justo”, es aquel que está abierto a Dios, Comunión de Amor. Es la persona que sabe ver con asombro la acción divina en su vida y en el mundo.
“Justo”, es la persona que respeta el designio divino y sabe acoger reverentemente las exigencias del Plan de Dios en la propia vida. En una palabra: “Justo” para la Sagrada Escritura es el hombre santo. Este es San José. Así también deben ser ustedes en su ministerio sacerdotal y diaconal.
San José además es presentado en el Evangelio como un hombre sensible al misterio de la concepción virginal de su esposa Santa María (ver Mt 1, 20-24). Él es modelo de acogida de este misterio por su actitud de fe, de humildad y de obediencia, importante en estos tiempos en que no se habla de la concepción virginal y de la perpetua virginidad de María, y cuando se habla de ella es para ponerla en duda o mancillarla. San José nos invita a reconocer el misterio de la acción de Dios en María, y nos invita a aproximarnos con admiración y fascinación a todo misterio del amor de Dios en bien de su criatura más excelsa, que es la persona humana, con esa capacidad de fe, de asombro, de adoración, de reverencia y de gratitud que se hace toda acogida. Qué importante lección para un sacerdote y un diácono que todos los días es testigo privilegiado de la acción de Dios, de su gracia misericordiosa, de su acción salvífica, y que sobre todo tiene en sus manos el misterio de la Eucaristía, el misterio de la presencia real de Cristo en la hostia santa. Que la devoción a San José los ayude a nunca rutinizarse sino más bien a asombrarse diariamente de la acción amorosa de Dios en sus vidas y en la vida de los demás.
San José “Custodio del Redentor”
Sabemos que la vocación de San José fue ser “Custodio del Redentor”. San José cuidó bien al Redentor porque era consciente quién era Jesús: El Verbo de Dios hecho Hijo de Mujer, que vino a salvarnos del pecado. Sabía que Jesús es el Reconciliador del mundo.
Por lo tanto, es fundamental hoy en día que San José los ayude y nos ayude a conocer la verdad de Cristo, esa verdad del Señor que hoy constatamos con dolor que es puesta en duda, porque se pone en duda su universalidad y unicidad como el Salvador de toda la humanidad. Queridos hijos que hoy se ordenan: San José debe conducirlos siempre a conocer a Jesucristo, y a proclamar con valentía y sin ambigüedades la verdad de su misterio: Él es el único Salvador del mundo ayer, hoy y lo será siempre (ver Heb 13, 8).
San José modelo de acogida obediente de los planes de Dios
San José es también modelo de obediente y dócil acogida de los planes de Dios en la propia vida: “Al despertar José de su sueño hizo como el ángel del Señor le había mandado”[3]. El Evangelio no recoge de él ninguna palabra de respuesta, pero su actitud y su forma de proceder es más que elocuente, es todo un lenguaje cargado de fe, de obediencia amorosa y de generosidad. Así como él, sean siempre, obedientes a la voluntad de Dios, al Magisterio de la Iglesia y a su obispo.
San José modelo de trabajo responsable hecho oración.
San José, es asimismo modelo de trabajo responsable hecho oración, pues es el varón Justo, el carpitenro, que hizo de su vida una liturgia continua. Una de las imágenes preferidas del Papa Francisco y mía de San José es aquella en que se le representa durmiendo. Es la escena de su Anunciación, donde el ángel del Señor se le aparece en sueños. Pero a la vez el Santo está sosteniendo en su mano derecha su martillo de carpintero, símbolo hermoso de que en su vida, la oración y la acción están perfectamente integradas: Oración para la vida y el apostolado y vida y apostolado hechos oración. Que él los eduque a comprender en todo momento que no hay que hacer falsas oposiciones entre oración y trabajo apostólico, sino que la oración es ya trabajo pastoral, y la pastoral debe ser siempre oración.
San José, modelo de pureza
San José es igualmente modelo de pureza, de esa pureza que todo sacerdote y diacono necesita para tener un corazón totalmente entregado al Señor y abierto en actitud de servicio hacia los hermanos humanos. Esa pureza que es necesaria para vivir el amor auténtico y que el mundo de hoy no entiende, ni comprende en la vocación de un sacerdote, de un diácono, de un consagrado o consagrada. Porque el Señor nos llama a hacernos totalmente disponibles para la evangelización, y la pureza y la castidad nos dan esa gloriosa libertad de corazón para poder entregarnos con todo nuestro ser a nuestro llamado. Que por medio de su devoción a San José cuiden, preserven y crezcan en la pureza y castidad de vista, cuerpo, mente y corazón.
San José, modelo de varón prudente
San José es además modelo de varón prudente. Muchas imágenes de San José lo representan con el ceño fruncido. El religioso dominico Santiago Ramírez, en su obra “Tratado sobre la Prudencia”, nos ayuda a entender este hermoso simbolismo: Frente viene del latín “frons” y del griego “frones”. Y estas dos palabras significan, “hondo pensamiento, preocupación intensa, como cuidado de algo o de alguien. Por tanto significan pensamiento firme y decidido en orden a conseguir un bien o evitar algún mal. San José es el hombre profundamente cimentado en la verdad y en la fe, y por ello puede “decidir y actuar bien”, es decir en conformidad con el Plan de Dios en su vida. Y lo sabemos muy bien, en el ejercicio de nuestro ministerio sagrado cuán importante es hoy en día la virtud de la prudencia la cual dispone a la razón a discernir en cada circunstancia el bien verdadero para ella, y de esta manera elegir los medios adecuados para realizarlo. No nos olvidemos que junto con la justicia, la fortaleza y a la templanza, la prudencia es una de las cuatro virtudes cardinales, y que ella es la guía de las demás virtudes, indicándoles a ésta su regla y medida. Por eso es llamada «auriga virtutum».
San José modelo de custodio de la fe
San José es también modelo de custodio del don de la fe. Durante toda su vida protegió con prudencia y amor a Jesús y a María. A lo largo de mi ministerio he entendido esto como la necesidad de proteger a Cristo y a la Virgen en la vida de aquellos que me han sido confiados a mi cuidado pastoral. Así como San José cuidó a Jesús y a María, la labor de un obispo, de un sacerdote y de un diácono, es la de proteger la presencia viva del Señor y de su Madre en el corazón de los fieles, así como defender su dignidad de personas creadas a imagen y semejanza de Dios. En concreto, defender y proteger la fe de los más humildes y pequeños, de los pobres y sencillos, para que el Maligno y el mundo, no les arranque a Cristo de sus corazones.
A lo largo de estas semanas de emergencia en Piura, todos hemos podido constatar la inmensa riqueza de la fe cristiana y católica de nuestro pueblo, sencilla pero fuerte en los momentos de prueba y de mayor dolor, manifestada en su oración continua al Señor, en la celebración fervorosa y multitudinaria de la Semana Santa, en su pedido de Biblias con ocasión de la distribución de ayuda en los caseríos, o de la construcción de sus iglesias durante los momentos de las intensas lluvias. Expresada también en su solidaridad y amor fraterno. Queridos ordenandos: esta es la fe que como San José deben ustedes custodiar y hacer crecer en nuestro pueblo, pues es un tesoro que no se debe perder jamás ni dejar que nadie lo arrebate.
San José, administrador de los misterios y custodio de la Iglesia
Quiero concluir con una anécdota personal. Cuando fui nombrado Obispo hace quince años, yo le decía en oración: “José ¿qué me puedes enseñar ahora en esta nueva etapa de mi vida?”. El Santo respondió a mi oración. ¿De qué manera? Me llegó un libro, donde no esperaba encontrar la respuesta, un libro sobre la Eucaristía del entonces Cardenal Joseph Ratzinger, de título “El Dios cercano”. En esta obra Benedicto XVI escribe de San José lo que ahora como Obispo me está sirviendo de guía para vivir mi ministerio episcopal. Cito textualmente: “San José, con el cetro que florece, es presentado como el Sumo Sacerdote, como el modelo originario del obispo cristiano. María, en cambio, es la Iglesia viviente, sobre Ella desciende el Espíritu Santo y así se convierte en el nuevo Templo. San José, el justo, es el administrador de los misterios de Dios, padre de familia y custodio del Santuario que es su Esposa María, y del Verbo dentro de Ella. María no está a su disposición sino bajo su custodia”. Como San José, entonces, el Obispo es administrador de los misterios de Dios y el custodio de la Iglesia”.[4]
Queridos hijos: si esto se afirma del obispo por extensión también lo podemos afirmar de los sacerdotes y diáconos. ¿Cuál es la tentación en la que a veces podemos caer los obispos, sacerdotes e incluso los diáconos? Creer que la Iglesia es nuestra y que Ella está a nuestra disposición. Más bien, la Iglesia nos ha sido confiada, está bajo nuestro cuidado, es la Iglesia de Jesús, es Su Iglesia. Por lo tanto, como San José tenemos que ser buenos administradores de ella, si es que en el atardecer de nuestra vida, queremos escuchar las palabras del Señor: “Siervo bueno y fiel. Entra en el gozo de tu Señor (ver Mt 25, 21).
Que el Señor Jesús, por la intercesión de Santa María y de San José, bendiga a este nuevo sacerdote y a estos nuevos diáconos para que sean santos. Veamos en estas ordenaciones todo un signo del amor de Dios que nunca nos abandona, ni siquiera en los momentos más difíciles como los que hemos vivido y estamos viviendo aún. Veamos en estas ordenaciones la ternura misericordiosa del Señor que con su amor nos sostiene y nos renueva en la esperanza, y en nuestras ganas de vivir, porque con su amor no hay adversidad que no podamos vencer.
Agradezco también a todos los que han colaborado de una u otra manera a la formación de José, Christiam, José Santos, y Alexis. De manera especial a sus padres y familiares que el día de hoy hacen una donación de sangre a la Iglesia. Que estas ordenaciones sean para mayor gloria de la Santísima Trinidad, honor de María y de la Iglesia, y que por la intercesión de San José nos veamos bendecidos con muchas más vocaciones sacerdotales en Piura y Tumbes. Amén.
San Miguel de Piura, 01 de mayo del 2017.
Memoria de San José, obrero
[1] San Juan Pablo II, Carta a los Sacerdotes para el Jueves Santo 2005.
[2] Lumen gentium, n. 29.
[3] Mt 1, 24; 2, 14; 2, 21-22.
[4] Joseph Card. Ratzinger, El Dios cercano, pág. 12.