Homilías

HOMILÍA DURANTE LA SANTA MISA EN LA PARROQUIA SAN FRANCISCO DE ASÍS, POR EL COMBATE DE ANGAMOS 2006

Señor Vicepresidente Regional, Sr. Eduardo Mendoza Seminario.

Señor Sub-Prefecto de la Provincia de Paita, Sr. Miguel Marchán Olaya.

Señor Alcalde de la Provincia de Paita, Ing. Walter Wong Ayón.

Señor Fiscal Provincial de Paita, Dr. Emilio Arizola Marquina.

Señor Contralmirante Jaime Navach Gamio, Comandante de la Primera Zona Naval.

Señor Capitán de Navío, Juan Valqui Samillán, Jefe de Estado Mayor de la Primera Zona Naval.

Señor Capitán de Navío, César Cier Sáenz, Comandante de la Estación Naval de Paita.

Señor Capitán de Corbeta Orlando Olórtegui Romero, Capitán del Puerto de Paita.

Señores Oficiales Superiores, Señores Oficiales Subalternos, Señores Técnicos Supervisores, Señores Técnicos, Señores y Señoras Oficiales de Mar, Cabos, Marineros y Grumetes de la Marina de Guerra del Perú.

Señor Mayor Policía Nacional del Perú, Víctor Díaz Castillo, Comisario de la Comisaría de Paita.

Reverendo Padre Manuel Curay Ochoa, Párroco de la Parroquia de San Francisco de Asís de Paita.

Dignas Autoridades Políticas; Representantes de la Sociedad Civil.

Señoras y Señores.

Quiero en primer lugar expresar mi gratitud por la invitación que he recibido del Señor Contralmirante Jaime Navach Gamio, Comandante de la Primera Zona Naval, para presidir esta Santa Misa en la Parroquia de San Francisco de Asís de Paita, en el marco de las celebraciones por el 185° aniversario de la creación de la Marina de Guerra del Perú y el 127° aniversario del Glorioso Combate Naval de Angamos.

En la víspera de celebrarse un aniversario más de la creación de nuestra Marina de Guerra, deseo a todos sus integrantes bienestar personal y felicidades en su día, y quiero expresarles en nombre de todos los aquí presentes nuestro agradecimiento por la importante misión que cumplen en defensa de la soberanía nacional y del desarrollo de nuestra Patria. Como bien dice vuestro himno: “Mar peruano, escenario milenario de bronceados marineros que en la esencia de su sal, nos legaron para siempre aquel dominio que preserva en su destino nuestra Armada Nacional”.1

Pedimos al Señor en esta Eucaristía, por medio de nuestra Madre Santísima, Nuestra Señora de la Merced, que bendiga a todos nuestros marinos, así como a sus familias.

La Providencia Divina ha querido que se unan en una sola fecha dos acontecimientos trascendentales para el Perú: la fecha de creación de su Marina de Guerra y la inmortal gesta del Glorioso Combate Naval de Angamos. De esta manera el nacimiento y la madurez de nuestra Armada Nacional se enlazan en un solo día, ya que lo que un 8 de octubre de 1821 nació, un 8 de octubre de 1879 llegó a su plenitud.

La gesta de Angamos representa para nuestra Marina y para todos los peruanos la cumbre más excelsa de nuestras tradiciones navales; y su héroe máximo el Gran Almirante del Perú don Miguel Grau Seminario, y sus compañeros en la gloria como Elías Aguirre, Diego Ferré, José Melitón Rodríguez, y Enrique Palacios entre otros, el paradigma y el modelo de todo lo que un marino puede ser y debe llegar a ser: hombre de fe y de honor, con un gran sentido del deber y de una gran solidez espiritual; inteligente, amante de su Patria, obediente, disciplinado, caballeroso, honesto, solidario, valiente, abnegado, siempre dispuesto al sacrificio.

Hoy, quisiera que todos nos hagamos una trascendental pregunta:

¿Qué significa la epopeya de Angamos para el Perú?

¿Por qué en algún momento de nuestras vidas nos hemos sentido tripulantes del “Huáscar”, hemos caminado espiritualmente por su cubierta, y mirado su puente de mando, sintiéndonos estremecidos al descubrir en él la presencia de su noble Comandante?

Junto con nuestros Santos peruanos, Angamos y Grau, representan lo mejor del Perú, y lo que es más hermoso y esperanzador, la certeza de que los peruanos somos capaces de forjar una Patria justa, fraterna y reconciliada; fundada en los valores y en las virtudes morales que hacen grande a una nación; valores y virtudes que brotan de la fe cristiana que es el sustrato del alma peruana, y que son vivificados por ella.

Por ello, todos los 8 de Octubre celebramos la Gloriosa Epopeya de Angamos, para reafirmar nuestra fe en el Perú y en que los peruanos somos capaces de construir un Patria grande, y para inspirar nuestra vida personal y nuestra conducta social en el ejemplo de vida del Gran Almirante del Perú, Caballero de los Mares y Peruano del Milenio, don Miguel Grau Seminario y su tripulación de heroicos peruanos.

Con Monseñor José Antonio Roca y Boloña, amigo personal del Caballero de los Mares, podemos decirle hoy al Héroe de Angamos y a la tripulación del legendario Monitor: “Vuestra inmolación heroica es una lección elocuente que el Perú no olvidará jamás…Habéis caído para levantar al Perú a inconmensurable altura; sobre vuestros restos inanimados se asientan los cimientos del nuevo edificio de su grandeza; los brazos de los que os sobreviven levantarán sus muros y el cielo le pondrá digno remate”.2

Quisiera ahora detenerme en la figura del Gran Almirante. Mucho se ha escrito y dicho sobre la persona de don Miguel Grau. Se han resaltado su caballerosidad; su cumplimiento, amor y fidelidad al deber que lo impulsa a servir con magnanimidad al Perú hasta dar su vida; su generosidad, señorío y dignidad; su modestia, sobriedad, cordialidad; su amistad sincera y perseverante; sus virtudes cívicas que lo llevan a comprometerse con su tiempo y con su país; su amor tierno, entrañable y fiel a su esposa y a sus hijos, y muchas virtudes y cualidades más.

La pregunta que tenemos que hacernos es, ¿Qué hizo posible que surgiera en el Perú una personalidad así de rica y fecunda?

Podemos encontrar la respuesta en lo que nos dice con notable autoridad el Dr. José Agustín de la Puente y Candamo, cuando afirma que, “la vivencia religiosa está inserta en el meollo del comportamiento de Grau. Su idea del deber, su sentido de familia y sus relaciones humanas están impregnados de un signo espiritual del cual advertiremos en su vida una y otra confirmación. La serenidad, el cumplimiento del deber en lo pequeño y en lo grande, la naturalidad frente al peligro, el sosiego para vivir con la muerte cercana, la modestia que lo acompaña hasta en los instantes de mayor exaltación en torno a su nombre, todo muestra a una persona distante de lo frívolo, y que cree en una visión trascendente de la vida”.3

Sí, es su fe cristiana la base donde se asienta y se forja el edificio de su extraordinaria personalidad. Grau es un creyente en la Iglesia Católica, y vive las virtudes cristianas que fecundan y elevan sus virtudes naturales. Amigos cercanos a él como Monseñor José Antonio Roca y Boloña, el Reverendo Padre Pedro Gual su confesor, y don Carlos Elías, son muestra del ambiente cristiano en el que transcurre su vida.

Grau es el marino que se confiesa con el Padre Gual en el Convento de los Descalzos y sale del Callao con el convencimiento de que su muerte no está lejana. Carlos Elías en su evocación del Gran Almirante dirá: “sus principios religiosos le honraban. Había aprendido a adorar a Dios en la inmensidad del océano; y en las majestuosas tempestades de los mares, había divisado como los destellos luminosos de la manifestación divina. Por eso antes de salir a campaña fue humilde a inclinarse ante un ministro del altar, y así se llevó al combate su alma pura, y su conciencia tranquila”.4

A su amigo Francisco Paz Soldán, el Caballero de los Mares le dirá antes embarcarse en su viaje a la gloria: “Me voy para no volver. Esta mañana he comulgado en los Descalzos, y estoy preparado para entregar mi alma a Dios”.

Roca y Boloña dirá de su entrañable amigo en su Oración Fúnebre pronunciada en la Basílica Catedral de Lima con ocasión de las Exequias en honor a los mártires del “Huáscar”, “que Miguel Grau era, señores, un guerrero cristiano. Hombre de fe, toda su confianza se cifraba en Dios”.5

Conocedor de su espíritu cristiano, Roca y Boloña tuvo a bien regalarle una imagen de Santa Rosa de Lima la cual estuvo entronizada en el heroico Monitor, y que tuvo a bien dedicar con las siguientes palabras: “Miguel: que esta Santita nuestra te acompañe, y si no te regresa con vida que te traiga lleno de gloria”.

Sí, es en su vida cristiana, en el cultivo responsable de su vida espiritual, donde encontramos la clave para comprender la rica personalidad del Almirante don Miguel Grau Seminario y su capacidad de donarse por la Patria, hasta vivir la máxima evangélica, “no hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15, 13).

La transformación interior de la persona, en su progresiva conformación con Cristo, el hombre nuevo y perfecto, nos lleva a desplegar plenamente nuestra humanidad, y a esforzarnos por lograr el bien de todos y de cada uno, porque todos somos verdaderamente responsables de todos, como así lo vivió dándonos ejemplo con su existencia el Peruano del Milenio.

Mi deseo para todos ustedes marinos peruanos, herederos de la tradición y de la gloria de Grau, que se haga realidad en sus vidas el lema que tantas veces habrán leído, pronunciado, y meditado en sus años de formación en la Escuela Naval del Perú, y que se encuentra en el acceso a la cripta del Gran Almirante: “Cadetes Navales, seguid su ejemplo”.

Sí, seguid su ejemplo de fervorosa vida espiritual, y serán marinos según su talla.

Sí, seguid su ejemplo de vida cristiana y cumplirán cabalmente con su misión.

Sí, seguid su ejemplo de fe, y contribuirán desde sus buques, bases, y dependencias navales al engrandecimiento del Perú.

En la oscuridad de la noche, los navegantes por siglos confiaban en las estrellas para orientarse hacia el puerto seguro. La Virgen María es la estrella de la evangelización que nos lleva a Cristo, puerto seguro.

En sus idas al convento de los Descalzos, no es difícil imaginarse al Gran Almirante del Perú, arrodillado filialmente a los pies de la Virgen María, Madre de Dios y Madre Nuestra, después de haberse confesado y comulgado; encomendándose a Ella y consagrándole su familia y toda su tripulación.

Mi deseo que cada uno de ustedes cada día antes del inicio de su jornada diaria, se encomiende a María, Madre de todas Las Mercedes, a quien hoy la liturgia de la Iglesia celebra en su advocación de Nuestra Señora del Rosario, invocándola como la Estrella de la mañana, como la Estrella del Mar:

Luz de la mañana,
De la mar estrella,
flor radiante y bella,
Reina soberana.

Madre que nos amas,
Virgen nazarena,
rosa y azucena,
guarda nuestras almas.

Deja que te encuentre,
Madre y Virgen tierna.
La Palabra Eterna
se encarnó en tu vientre.

La primera Eva
nos llevó a la muerte.
Por tu «Fiat» fuerte
hasta Dios nos llevas.7

Que así sea. Amén.

San Francisco de Paita, sábado 07 de octubre de 2006
Memoria de Nuestra Señora La Virgen del Rosario

Mons. José Antonio Eguren Anselmi, S.C.V.
Arzobispo Metropolitano de Piura

 Notas

1 Himno de la Gloriosa Mariana Peruana. Autor, Capitán de Navío AP, Francisco Quirós Tafur.

2 Mons. José Antonio Roca y Boloña, Oración Fúnebre pronunciada en la Santa Iglesia Catedral de Lima al oficiarse las exequias fúnebres en honor de los mártires del “Huáscar”.

3 José Agustín de la Puente, “Miguel Grau”, p. 77; Instituto de Estudios Histórico – Marítimos del Perú, 2003.

4 Ibid. P. 236.

5 Mons. José Antonio Roca y Boloña, Oración Fúnebre pronunciada en la Santa Iglesia Catedral de Lima al oficiarse las exequias fúnebres en honor de los mártires del “Huáscar”.

6 Ver S. S. Juan Pablo II, Carta Encíclica Sollicitudo rei sociales, n. 38.

7 Himno Mariano Litúrgico, “Ave Maris Stella”.

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