Homilías

HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO
EN LA SANTA MISA DE
DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
2022

“Si éstos callan, gritarán las piedras”
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

El día de hoy, se cumplen los cuarenta días de la Cuaresma y comenzamos a vivir la Semana Santa. Hoy celebramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, donde el Señor llevará a plenitud su misión salvífica a través del misterio de su pasión, muerte y resurrección, alcanzándonos así el don de la perfecta reconciliación. Este domingo recibe el nombre de “Domingo de Ramos”, ya que, al paso de Jesús que, ingresaba a la Ciudad Santa montado en un burrito o piajeno como decimos en Piura, “la gente, muy numerosa, extendió sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino” (Mt 21, 8; ver Mc 11, 8).

Por eso hoy bendecimos nuestras palmas y ramos, para llevarlas después con devoción a nuestros hogares donde las colocaremos en algún lugar privilegiado de nuestra casa, o mejor aún si es en la puerta principal, para así dar público testimonio de nuestra fe en Cristo como nuestro Rey y Señor. El verdadero sentido de las palmas y ramos en nuestro hogar, es tener presente que Jesús es nuestro Rey, y que debemos siempre acogerle con fe en nuestra familia. La familia que tiene a Jesús como su Señor y Salvador, tiene al Amor como centro y fuente de su vida, y obtiene de Él, la esperanza y la fuerza para el camino, sea en la alegría como en el dolor. 

Damos pues inicio a las celebraciones de la Semana Santa, donde acompañaremos a Jesús en su entrega de amor por nosotros en la Cruz, y donde seremos testigos, por el misterio de la Eucaristía, de su gloriosa Resurrección. En estos días santos, somos invitados a abrirle nuestro corazón al Señor y a dejarnos acariciar por el amor de Dios, manifestado en Cristo crucificado, sepultado y resucitado. Jesús no se cansa de amarnos.

En Semana Santa, no le cerremos el corazón. Más bien dejémonos amar por Él, para que, tocados y transformados por su amor, avancemos animosos hacia aquel mismo amor que movió al Señor a entregarse a la muerte por nuestra salvación, ya que el hombre no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás.[1]

Invito a todos a que acompañemos a Jesús en la celebración de cada uno de los días del Triduo Pascual: El Jueves, el Viernes, y el Sábado Santo, siendo este último día, el que nos introduce al Gran Domingo de Pascua con su hermosa Vigilia Pascual. Que lo que hoy comenzamos a vivir nos lleve a acompañar al Señor en la entrega de amor que hace por nosotros y a celebrar, con verdadero gozo espiritual, su gloriosa Resurrección, más aún ahora que, después de dos años de pandemia, podemos finalmente volver a reunirnos en asamblea litúrgica para celebrar los misterios más santos de nuestra fe católica.    

En el Evangelio según San Lucas que hemos escuchado al inicio de la Eucaristía, la entrada del Señor Jesús en Jerusalén se relata en el capítulo 19 (ver Lc 19, 28-40). Este ingreso a la Ciudad Santa, adquiere una gran importancia porque desde el capítulo 9, versículo 51, hasta este momento, es decir a lo largo de 10 capítulos, San Lucas nos presenta a Jesús “subiendo a Jerusalén”.

Cuando Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén, San Lucas nos dice: “Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, Él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén” (Lc 9, 51). La “asunción” de Jesús es su misterio pascual, es decir, su pasión, muerte y resurrección. Ante ello, el Evangelista nos señala la decisión consciente, libre y firme del Señor de ir a la Ciudad Santa para entregar su vida por el perdón de nuestros pecados y así alcanzarnos la vida nueva y eterna.

El Evangelio de hoy observa que, cuando Jesús entraba en Jerusalén, “toda la multitud de los discípulos, llenos de alegría, se pusieron a alabar a Dios a grandes voces, por todos los milagros que habían visto. Decían: ¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!” (Lc 19, 37-38). Al oír esto, “algunos de los fariseos, que estaban entre la gente, le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos” (Lc 19, 39), a lo que el Señor replicó: “Os digo que si éstos callan, gritarán las piedras” (Lc 19, 40).

Así comenzó la oposición final a Jesús, la cual fue creciendo hasta que acabó con su muerte en la Cruz. Por eso, también hemos leído hace unos momentos el relato de la Pasión según San Lucas (ver Lc 22, 14—23, 56), y allí hemos escuchado el grito de la voluble e incoherente muchedumbre, que antes aclamaba a Jesús para ahora gritarle a Pilato: “Fuera ése, suéltanos a Barrabás”; “crucifícalo, crucifícalo” (Lc 23, 18.21). Si bien eso fue lo que gritaron los contemporáneos del Señor, esto mismo seguimos gritando hoy en día nosotros cuando pecamos, porque cuando lo hacemos, seguimos crucificando de nuevo al Hijo de Dios, y le exponemos a pública infamia (ver Heb 6, 6).

“Si estos callan, gritarán las piedras” (Lc 19, 40). Increíblemente, las piedras fueron más blandas que el corazón de los hombres durante la pasión y muerte de Jesús, ya que ellas aclamaron a su Señor. En efecto, cuando Jesús expiró, “tembló la tierra y las rocas se hendieron”, (Mt 27, 51), es decir se partieron, se quebraron. Las mismas piedras protestaron, horrorizadas ante tanta injusticia y el desamor de los hombres frente a su Señor.  

“Si estos callan, gritarán las piedras” (Lc 19, 40). Estas palabras del Señor son una severa advertencia al mundo de hoy que trata de silenciar, por todos los medios posibles, el mensaje de Jesús y a su Iglesia. Un mundo que cuestiona la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia.

“Si estos callan, gritarán las piedras” (Lc 19, 40). A través de estas palabras, Jesús nos exhorta a nosotros, sus discípulos, a no caer en silencios cómplices, a no sucumbir a los respetos humanos y al qué dirán de las gentes, sino más a bien a mostrarnos abiertamente con nuestras palabras y obras como cristianos, aunque esto nos acarree oposición, rechazo, persecución y sufrimiento. Esta profecía del Señor nos debe interpelar, ya que por nuestro bautismo y confirmación, estamos llamados a confesar a Jesucristo, como el único Salvador del hombre. Si nosotros callamos, el Señor buscará otros mensajeros o enviados que sean más fieles a su vocación.

“Si estos callan, gritarán las piedras” (Lc 19, 40). Me pregunto: Los cristianos, ¿quedaremos enmudecidos ante el avance de las ideologías que oscurecen y distorsionan la verdad de la persona humana y de la familia, como son entre otras, la ideología de género, el feminismo radical, el matrimonio homosexual, el crimen abominable del aborto, la eutanasia, el divorcio express o rápido, y la artificial y deshumanizadora procreación asistida? ¿Callaremos cobardemente ante la locura y la masacre de la guerra en Ucrania? ¿Callaremos ante las injusticias, la mentira, la corrupción, la violencia, los maltratos a la mujer y a los niños, la trata de personas y otras lacras sociales que hay en nuestro país?   

“Si estos callan, gritarán las piedras” (Lc 19, 40). Finalmente, me dirijo a ustedes jóvenes. ¿Aceptarán el compromiso que les pide Jesús de ser sus testigos? La sociedad y la Iglesia, necesitan hoy de los jóvenes, pero de jóvenes con esperanza, de jóvenes con fortaleza, de jóvenes que vayan contra corriente, de jóvenes apóstoles de otros jóvenes, de jóvenes que conocen, aman y siguen a Jesús en su Iglesia, con un corazón libre.

Con el Papa Francisco les digo: “Queridos jóvenes: Está en ustedes la decisión de gritar, está en ustedes decidirse por el «Hosanna» del domingo para no caer en el «crucifícalo» del viernes… Y está en ustedes no quedarse callados. Si los demás callan, si nosotros los mayores y responsables tantas veces corruptos callamos, si el mundo calla y pierde alegría, les pregunto: ¿Ustedes gritarán? Por favor, decídanse antes de que griten las piedras”.[2] 

San Miguel de Piura, 10 de abril de 2022
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

[1] Constitución Pastoral, Gaudium et spes, n. 24.

[2] S.S. Francisco, Homilía Domingo de Ramos, 25-III-2018.

Puede descargar el archivo PDF de la homilía pronunciada hoy por nuestro Arzobispo AQUÍ 

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