Homilías

HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN LA SANTA MISA CRISMAL 2024

SANTA MISA CRISMAL

“Vive el misterio que se pone en tus manos” 

En plena Semana Santa, nos reunimos en la Basílica Catedral de Piura, para celebrar la Misa Crismal. En ella bendeciremos los óleos que serán la materia de los sacramentos del Bautismo, Confirmación, Orden Sagrado, y Unción de los Enfermos. Asimismo, en esta Eucaristía, los sacerdotes de Piura y Tumbes renovarán sus promesas sacerdotales. Por este motivo, quiero dirigirme esta mañana a ellos de manera especial.   

Queridos hijos y hermanos sacerdotes: Con la renovación de sus promesas sacerdotales, ustedes manifestarán su deseo de configurarse más íntimamente con el Señor Jesús, y de cumplir fielmente con los sagrados deberes que, por amor a Cristo y a la Iglesia, aceptaron el día de su ordenación. Esto sólo lo podrán vivir si aprenden diariamente a renunciar a ustedes mismos, si son amigos entrañables de Jesús por una vida espiritual bien cultivada, si actúan siempre movidos por el celo de la salvación de las almas y no por la lógica del poder, del dinero, y del “carrerismo eclesiástico”, si viven con fidelidad su celibato, y si son obedientes, ya que la obediencia es el corazón del sacerdocio de Cristo.

Nuestra vocación sacerdotal es hermosa

El prefacio de la Santa Misa de hoy expresa de manera sumamente bella el admirable misterio de nuestro sacerdocio: “(Jesucristo)…elige a hombres de este pueblo, para que, por la imposición de manos, participen de su sagrada misión. Ellos renuevan en nombre de Cristo el sacrificio de la redención, preparan a tus hijos el banquete pascual, presiden a tu pueblo santo en el amor, lo alimentan con tu Palabra y lo fortalecen con tus sacramentos. Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo y dan testimonio constante de fidelidad y de amor”.[1]

Ante estas palabras no queda más que exclamar: ¡Qué hermosa es la vocación con la que hemos sido bendecidos! Ella es fruto del amor de Cristo que un día, mirándonos fijamente a los ojos nos dijo: “Ven Sígueme” (Mt, 9, 9). Como nos dijo el Papa Francisco en su discurso a los sacerdotes, consagrados, consagradas y seminaristas del Norte del Perú, en su memorable Viaje Apostólico a nuestra Patria:  

“El encuentro con Jesús cambia la vida, establece un antes y un después. Hace bien recordar siempre esa hora, ese día clave para cada uno de nosotros en el que nos dimos cuenta, en serio, de que «esto que yo sentía» no eran ganas o atracciones sino que el Señor esperaba algo más. Y acá uno se puede acordar: ese día me di cuenta. La memoria de esa hora en la que fuimos tocados por su mirada”.[2]

Vivir la fraternidad sacerdotal

No deja de ser significativo que, al instituir el sacerdocio ministerial, Jesús no lo limitó a uno sólo, sino a varios. San Pablo, al recordarle a Timoteo su ordenación, le dirá: “No descuides el carisma que hay en ti, que se te comunicó (…) mediante la imposición de las manos del colegio de presbíteros” (1 Tim 4, 14). 

Por tanto, el sacerdocio tiene una dimensión comunitaria esencial, y puesto que todos participamos del mismo sacerdocio de Cristo, si bien en grados distintos, debemos por ello, vivir la fraternidad sacerdotal, preocupándonos los unos por los otros, y dándo en todo momento buen ejemplo y testimonio. Como nos pide reiteradamente el Papa Francisco, desterremos de entre nosotros la murmuración, el chisme, y sobre todo la conspiración.

“Vive el misterio que se pone en tus manos”

El día de nuestra Ordenación, el obispo puso en nuestras manos la patena y el cáliz y nos dijo: “Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor”.[3]

Algunas traducciones del Pontifical Romano traducen este rito con la siguiente expresión: “Vive el misterio que se pone en tus manos”. ¿Cuál es este misterio que se ponen en nuestras manos? Pues no es otro sino la Santísima Eucaristía, la cual, “contiene todo el bien espiritual de la Iglesia”.[4]

Queridos sacerdotes: ¡Qué grande es el misterio que se ha puesto en nuestras manos! Por ello les reitero mi pedido para que la Santa Misa sea siempre celebrada por ustedes con toda reverencia, unción y dignidad; que la vivan como el momento central de cada día, y como ocasión preciosa de un encuentro profundo y eficaz con Cristo, porque, “la causa del relajamiento del sacerdote está en que no dedica suficiente atención a la Misa”[5], y “la causa más profunda de la crisis que actualmente ha derruido a la Iglesia reside en el oscurecimiento de la prioridad de Dios en la liturgia”.[6]

Por otro lado, la celebración piadosa de la Santa Misa deberá llevarlos a un culto eucarístico fervoroso. San Juan María Vianney, no dejaba de fascinarse ante la presencia real del Señor Jesús en la Eucaristía. Pasaba largas horas de adoración ante el Sagrario. Durante sus homilías, solía señalarle a sus fieles el Sagrario, diciéndoles con emoción: “Él está ahí”. El Santo Cura de Ars, que vivía tan austeramente en su casa parroquial, no dudaba en gastar cuanto fuera necesario para embellecer su templo. Pronto pudo ver un buen resultado. Sus fieles tomaron por costumbre venir a rezar ante el Santísimo Sacramento, descubriendo, a través de la actitud de su párroco, el gran misterio de la fe. Seamos muy devotos del Sagrario, es decir, de Jesús Sacramentado. Dediquemos amplios espacios de tiempo para la adoración eucarística, y no descuidemos la exposición solemne con el Santísimo Sacramento, tan apreciada y estimada por nuestros fieles cristianos de Piura y Tumbes. 

En el confesionario se despliega nuestra paternidad espiritual

Otro aspecto esencial de nuestro ministerio sacerdotal es el Sacramento de la Reconciliación. El hombre de hoy tiene sed de comunión, de recuperar la unidad perdida por el pecado, tiene sed de reconciliación. En una palabra, tiene sed del “Señor Jesús, la misericordia del Padre”.

Por ello les pido una vez más: Sean ministros santos de la misericordia divina. Que, en vuestra vida sacerdotal, el servicio del confesionario ocupe siempre un lugar importantísimo. Es ahí donde se realiza de manera más plena nuestra paternidad espiritual. Dios cuenta con nuestra disponibilidad fiel para realizar prodigios extraordinarios de amor en el corazón de sus hijos. Sean por tanto dispensadores generosos y fieles de la reconciliación, pero sin atenuar las exigencias de la Palabra de Dios y de la doctrina moral católica, para que así nuestros hermanos vivan la experiencia de Cristo, la misericordia encarnada, que les dice: “Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más” (Jn 8, 11). Asimismo, vivan ustedes mismos la maravillosa gracia de la reconciliación. Como todo fiel cristiano, el sacerdote también tiene necesidad de confesar sus propios pecados y debilidades. Él es el primero en saber que la práctica de este sacramento lo fortalece en la fe, la esperanza, y en la caridad hacia Dios y los hermanos. 

El sacerdote debe ser hombre de oración

El Señor Jesús, espera de ustedes, queridos sacerdotes, una fidelidad cada vez mayor. Él los llama a permanecer con Él en una intimidad privilegiada (ver Mc 3, 14).

Como bien enseñaba Benedicto XVI, “el núcleo del sacerdocio es ser amigos de Jesucristo. Sólo así podemos hablar verdaderamente «in persona Christi», aunque nuestra lejanía interior de Cristo no puede poner en peligro la validez del Sacramento. Ser amigo de Jesús, ser sacerdote significa, por tanto, ser hombre de oración. Así lo reconocemos y salimos de la ignorancia de los simples siervos. Así aprendemos a vivir, a sufrir y a obrar con Él y por Él”.[7]

El Señor Jesús, nunca te abandona, no le abandones tú a Él. Que la Eucaristía de hoy, sea ocasión preciosa para que, a pesar del tiempo transcurrido desde nuestra ordenación sacerdotal, volvamos a fijar con ilusión y ardor nuestra mirada en Él, y le extendamos nuestras manos consagradas para que Él nos sujete con las suyas, que tienen sus llagas glorificadas. Así no nos hundiremos, como no se hundió el bueno de Pedro cuando fue al encuentro del Señor caminando sobre las aguas (ver Mt 14, 30). 

Hay una relación especial entre Santa María y el sacerdote

El Viernes Santo escucharemos estas palabras de Cristo crucificado: “Mujer, ahí tienes a tu hijo… Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa” (Jn 19, 26-27). 

Jesús eligió a San Juan, al discípulo que más amaba, como el destinatario inmediato y visible del don de la maternidad espiritual de Santa María. En ese discípulo estaban representados todos los hombres llamados a recibir a María como Madre.

Pero hay que señalar que Jesús encomendó su Madre a un discípulo al que había elegido para ser sacerdote, el cual el día anterior, el Jueves Santo, había recibido la misión y el poder de celebrar la Eucaristía. De esta manera el Señor Jesús ha querido establecer una relación más íntima y esencial entre María y cada sacerdote. Entre María, y cada uno de nosotros.   

“La acogió en su casa”. La actitud de San Juan de acoger a Santa María es una indicación clara, para cada uno de nosotros sacerdotes, de que estamos llamados a vivir muy cerca de la Virgen Madre de Dios y nuestra, y a otorgarle un lugar muy especial en nuestro corazón, introduciéndola en el espacio vital de nuestra vida interior. En San Juan, el discípulo amado-sacerdote, hemos recibido la misión de amar a María con el amor de Jesús. Al decirnos el Señor crucificado, “ahí tienes a tu Madre”, Cristo, lo que en verdad nos está diciendo es, “ama a mi Madre como la amo Yo”. Esta cercanía a la Santísima Virgen resulta muy beneficiosa para la vida sacerdotal, ya que María nos ayuda a comprender con mayor claridad el rostro de Jesús.

A través del rostro de la Madre, el rostro del Hijo aparece bajo una nueva y más profunda luz para ayudarnos a ser sacerdotes según el Corazón del Señor Jesús. La espiritualidad sacerdotal no puede considerarse completa si no toma con seriedad y responsabilidad el testamento de Cristo en la Cruz, que quiso confiar a su Madre al discípulo amado, y a través de Él, a todos los sacerdotes, llamados a prolongar su obra reconciliadora.

Queridos Sacerdotes. Si queremos ser fieles y adherirnos cada vez más a Cristo y a la Iglesia, si queremos ser sacerdotes santos, no descuidemos nuestro amor filial a Santa María. Ella es para nosotros la guía segura que nos conduce a Cristo, la que nos enseña a amar y a servir auténticamente a la Iglesia, y la que nos guía al Cielo, protegiéndonos de los peligros, los cansancios, los desánimos y, sobre todo, de las infidelidades. Nuestro sacerdocio, diariamente ofrecido a Ella, se transformará en un camino auténtico de santidad y fecundidad sacerdotal.

Que María Santísima, la Inmaculada Dolorosa, nos cubre con su manto maternal, nos libre de las insidias del maligno y de nuestros enemigos, y nos ayude a alcanzar la salvación eterna.

Que así sea. Amén.

San Miguel de Piura, 26 de marzo de 2024
Martes Santo – Santa Misa Crismal

[1] Misal Romano, Prefacio de la Misa Crismal: El sacerdocio de Cristo y el ministerio de los sacerdotes. 

[2] S.S. Francisco, Encuentro con los Sacerdotes, Religiosos, Religiosas y Seminaristas del Norte del Perú, 20-I-2018.

[3] Ritual y Pontifical Romanos, Rito de Ordenación de Presbíteros.

[4] Concilio Vaticano II, Decreto Presbyterorum Ordinis, n. 5.

[5] San Juan Pablo II, Carta a los Sacerdotes en el Jueves Santo, 16-III-1986, n. 8.

[6] S.S. Benedicto XVI, Prólogo a la edición rusa de su libro, Teología de la Liturgia, 11-VII-2015.

[7] S.S. Benedicto XVI, Homilía en la Misa Crismal, 13-IV-06.

Puede descargar esta Homilía de nuestro Arzobispo AQUÍ

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