HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN LA FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR
“Vivamos nuestro Bautismo con coherencia”
Con la fiesta del Bautismo del Señor que hoy celebramos, concluye el Tiempo de Navidad y comienza el primer tramo del Tiempo Ordinario. El Bautismo de Jesús, fue el acontecimiento que dio inicio a su vida pública, es decir a su ministerio de anunciar el Reino de Dios y su justicia. Cada Domingo, la Liturgia de la Palabra de la Misa nos irá presentando las enseñanzas y milagros de Cristo, nuestro Reconciliador. De esta manera la Iglesia hace memoria de los dichos y hechos de su Señor para renovarse en su misión evangelizadora y en su esperanza, mientras Ella peregrina entre alegrías y dolores, haciendo suyas las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren.[1] El color litúrgico del Tiempo Ordinario, será el verde de la esperanza, de la perseverancia y del empeño.
La escena evangélica de hoy (ver Mc 1, 6b-11), nos lleva al momento del Bautismo del Señor. El breve texto del Evangelio según San Marcos tiene la intención de destacar la diferencia entre San Juan Bautista y Cristo, así como de sus respectivos bautismos. San Juan es sólo el precursor, el que ha sido enviado a preparar los caminos al Mesías. Por ello, él no es digno de desatar las sandalias de Jesús. A su vez, su bautismo es sólo de agua, es decir de conversión.
El Señor Jesús, es más que el Bautista. En el acontecimiento de su bautismo, el Espíritu Santo desciende sobre Él en forma de paloma, y es proclamado como el Hijo amado del Padre. A su vez, Él bautiza con fuego y Espíritu Santo. Es decir, su bautismo nos libra del pecado original y nos da la vida nueva de los hijos de Dios, y con ello el don de la vida eterna.
El Bautismo de Jesús es un momento intenso de “epifanía” es decir de manifestación de quién es Jesús. El Niño adorado por los pastores y los reyes magos como Dios y Hombre verdadero, se revela en las aguas del Jordán como el Ungido del Padre, es decir como el Mesías y el Señor. Para que no haya duda de ello, dos signos acompañan la manifestación del Señor apenas sale de las aguas del Jordán: El Espíritu que baja sobre Jesús en forma visible de paloma y las palabras audibles del Padre que se escuchan desde el cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”. Siendo una de las tres personas de la Santísima Trinidad, Jesús posee el Espíritu desde toda la eternidad, pero en cuanto se ha hecho hombre lo recibe hoy para realizar la obra de nuestra salvación y para comunicarla a los hombres. Por eso San Juan el Bautista dice: “Yo los bautizo con agua, Él bautizará con Espíritu Santo” (Mc 1, 8).
Cuando éramos pequeños, también hubo un momento decisivo en nuestras vidas semejante al Bautismo del Señor. Fue el día de nuestro bautismo, sacramento necesario para nuestra salvación como lo es la Iglesia misma, a la que el bautismo nos incorpora.
El fruto del bautismo, o gracia bautismal, es una realidad rica que comprende el perdón del pecado original y de todos los pecados personales; el nacimiento a la vida nueva, por la cual el hombre es hecho hijo adoptivo del Padre, miembro de Cristo, templo del Espíritu Santo. Por la acción misma del bautismo, el bautizado es incorporado a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y hecho partícipe del sacerdocio del Señor Jesús.[2] Por eso en el Credo rezaremos dentro de unos instantes: “Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados”.
En este día los invito a que hagamos memoria agradecida de nuestro bautismo. Si hoy podemos participar de la Santa Misa, es gracias a nuestro bautismo. Si hoy podemos aspirar a la libertad de los hijos de Dios y vernos libres de la esclavitud del pecado, es gracias a nuestro bautismo. Si hoy podemos recibir la gracia de los demás sacramentos, es gracias a nuestro bautismo. Si hoy podemos vivir el misterio de comunión que es la Iglesia, es gracias a nuestro bautismo. Si hoy podemos vivir el amor y la misericordia y así construir un mundo nuevo, es gracias a nuestro bautismo. Si hoy en medio de la pandemia podemos tener esperanza en un futuro de vida y tener como herencia el Cielo, es decir la vida eterna, es gracias a nuestro bautismo.
Por eso les pregunto: ¿Sabes cuál fue el día en que fuiste bautizado? ¿Celebras esa fecha como lo haces con tu cumpleaños?
Tú, padre de familia, consciente del don inestimable e incalculable del bautismo, ¿se lo procuras a tus hijos inmediatamente, es decir en el primer mes de nacidos a lo mucho? Conocedor que el bautismo siembra en nosotros la exigencia de la santidad, ¿das a tus hijos nombres de santos que sean modelos para su vida cristiana o nombres extravagantes, impropios de personas, irreverentes para la fe o ajenos a nuestra cultura? El santo bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, es la puerta de la vida en el Espíritu que abre el acceso a los demás sacramentos.
Finalmente, hay un detalle que no podemos dejar pasar por alto, y que recogen los relatos del Bautismo del Señor: Jesús quiso recibir el bautismo de penitencia de San Juan y para ello hace su cola con las demás personas que se acercaban con este fin al Precursor del Señor.
Al respecto nos explica bellamente el Papa Francisco: “Jesús quiso recibir el bautismo predicado y administrado por Juan el Bautista en el Jordán. Era un bautismo de penitencia: los que se acercaban manifestaban el deseo de ser purificados de los pecados y, con la ayuda de Dios, se comprometían a comenzar una nueva vida. Entendemos así la gran humildad de Jesús, el que no había pecado, poniéndose en fila con los penitentes, mezclado entre ellos para ser bautizado en las aguas del río. ¡Cuánta humildad tiene Jesús! Y al hacerlo, manifestó lo que hemos celebrado en Navidad: la disponibilidad de Jesús para sumergirse en el río de la humanidad, para asumir las deficiencias y debilidades de los hombres, para compartir su deseo de liberación y superación de todo lo que aleja de Dios y hace extraños a los hermanos. Al igual que en Belén, también en las orillas del Jordán, Dios cumple su promesa de hacerse cargo de la suerte del ser humano, y Jesús es el signo tangible y definitivo. Él se hizo cargo de todos nosotros, se hace cargo de todos nosotros, en la vida, en los días”.[3]
Cuán confortadoras y esperanzadoras son estas palabras del Santo Padre para nosotros que vivimos en el dolor y la incertidumbre frente a la pandemia. Jesús camina con nosotros, Jesús se hace cargo de todos nosotros, cada día, todos los días.
Invoquemos la protección materna de María Santísima, para que todos los cristianos comprendamos cada vez más el don del bautismo que nos reclama ser santos, ser otros cristos, y de esta manera nos comprometamos a vivirlo con coherencia, superando el divorcio entre la fe y vida, esforzándonos, con la ayuda de la gracia, en hacer que la vida cristiana se haga vida cotidiana, testimoniando así el amor del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
San Miguel de Piura, 10 de enero de 2021
Fiesta del Bautismo del Señor
[1] Ver Constitución Pastoral, Gaudium et spes, n. 1.
[2] Ver Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1279.
[3] Papa Francisco, Angelus, 07-I-2017.
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