HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO DE PIURA EN EL V DOMINGO DE PASCUA 2020 – DÍA DE LA MADRE
“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”
“Feliz Día Mamá”
Muy queridos hermanos y hermanas en Jesús, el Camino, la Verdad y la Vida:
En este V Domingo de Pascua, el Señor Jesús invita a sus apóstoles, y a través de ellos a todos nosotros, a no tener miedo: “No pierdan la calma, creen en Dios, crean también en Mí” (Jn 14, 1). Esta palabra de Jesús cobra inusitada actualidad dada la dramática situación que vivimos, marcada por el sufrimiento y angustia que nos oprimen. Escuchar estas palabras de los labios del mismo Cristo, serenan el corazón, nos dan fortaleza, y acrecientan nuestra confianza de que en esta difícil hora de pandemia no estamos solos. Jesús está presente en medio de nosotros para darnos su paz y abrirnos a un horizonte de esperanza en el futuro inmediato. Creamos firmemente que Jesús nos acompaña en esta prueba. Por la fe descubramos su presencia entre nosotros para que así tengamos la fuerza para “soportar”, es decir, para llevar sobre las espaldas las dificultades de la vida sin perder la paz, y caminar con decisión hacia adelante con ilusión y anhelo.
En el Evangelio de hoy hay una hermosa autorrevelación de Jesús. En estas semanas de Pascua le hemos oído decir al Señor de sí mismo que es el pan de vida, la puerta de las ovejas, el buen pastor, la luz del mundo, etc. Ahora hace nuevamente suyo el nombre de Dios en el Antiguo Testamento “Yo Soy” (ver Ex 3, 14), proclamándose así como el Emanuel, el Dios-con-nosotros, es decir, el Dios que está con el hombre para salvarlo. Pero además se define como el Camino, la Verdad y la Vida.
Efectivamente, Jesús es el único Camino de salvación, “porque nadie va al Padre sino por Mí” (Jn 14, 6). Cristo es la Verdad, porque Él revela plenamente el misterio de Dios y del hombre, o como le gustaba decir a San Juan Pablo II: “Jesús es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre”. Que Jesús sea la Verdad, significa entonces que Él le revela a la persona humana su verdadera identidad, es decir, quién es y qué es lo que tiene que hacer para realizarse y así ser auténticamente feliz. Quien acoge a Jesús, acoge a la Verdad la cual es capaz de sacarnos de la mentira y del autoengaño para trasladarnos a la libertad gloriosa de los hijos de Dios, porque muchas veces solemos vivir creyéndonos aquello que no somos: nos creemos solo nuestro cuerpo, o nuestros personajes o nuestros pensamientos e ideologías. Por eso el Señor dijo: “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37) a lo que añadió: “Yo soy la Luz del mundo, el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12).
Pero además Jesús es la Vida. Nosotros a lo máximo podemos tener vida o dar la vida, como por ejemplo lo están haciendo actualmente nuestros médicos, enfermeras, policías y miembros de nuestras Fuerzas Armadas, pero sólo Jesús, que es Dios, es la fuente de la Vida. Así lo afirma Él mismo antes de devolverle a su amigo Lázaro la existencia, cuando le dice a Marta, la hermana del difunto: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11, 25). En su Resurrección, el Señor confirmará definitivamente que la vida que Él tiene no está sometida a la muerte. Por eso proclamará claramente: “Todo aquel que cree en mí, aunque muera vivirá” (Jn 11, 25). Por eso nos duele este prolongado ayuno eucarístico que estamos ofreciendo durante estos meses al Señor como un verdadero sacrificio porque sabemos muy bien que Él es “el Pan de la vida” (Jn 6, 35-48), “el Pan vivo bajado del cielo” (Jn 6, 51), para que todo aquel que coma de este Pan tenga vida eterna.
Pero volvamos brevemente al símil de “Yo soy el Camino”. Jesús, es el camino que hay que seguir con decisión para llegar al Padre, es decir para llegar a la Vida Eterna. En la Pascua es cuando más claro vemos que Cristo es nuestro camino de salvación, de realización y de felicidad. Todos nosotros somos personas creyentes, es decir personas que hemos tomado la decisión de creer en Él y de seguirlo.
En más de un momento y etapa de nuestra vida hemos reafirmado nuestra fe, renovado nuestros compromisos bautismales, y nuestra adhesión al Señor Jesús, con el deseo vivo de poder algún día exclamar con San Pablo: “Vivo yo pero no soy yo, sino es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20).
Pero la analogía del camino nos puede ayudar a preguntarnos: ¿En verdad sigo a Cristo con fidelidad rectilínea? ¿O a veces me gusta probar otros caminos y atajos que me pueden parecer más atractivos a corto plazo, más fáciles y agradables pero que a la larga son senderos de muerte? Cristo va delante de nosotros. Seguir sus huellas es seguir el camino que conduce a la Vida. Pero como afirma San Bernardo de Claraval: “De nada nos vale seguir a Cristo si en algún momento de nuestra existencia no le alcanzamos”. Por eso el día de hoy hagamos el firme propósito de colaborar activamente con la gracia de Dios para seguir y alcanzar a Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida. El santo es aquel que se ha comprometido a seguir al Señor Jesús y le ha alcanzado, es decir se ha transformado en otro Cristo.
¡Feliz Día Mamá!
¡Hoy más que nunca defendamos al Niño por Nacer!
Como mencioné al principio de la Santa Misa, hoy ofrecemos esta Eucaristía por todas nuestras Madres, vivas o difuntas. A ellas rendimos nuestro homenaje, especialmente a las que en estos tiempos de “Coronavirus” llevan en sus entrañas a sus hijos o los han dado a luz recientemente.
Vuestra maternidad en estos tiempos es todo un signo de esperanza de que la vida se impone a la pandemia y de que en medio del dolor brota la alegría, porque una nueva vida es siempre una buena noticia. Cada nacimiento tiene el sabor de la esperanza, del renacimiento. Ver nacer a un niño en este tiempo azotado por la pandemia, significa ser capaz de custodiar una esperanza más fuerte que la muerte, una esperanza ligada a la Pascua que estamos celebrando, una esperanza unida a Aquel que, en la Resurrección, venció la muerte con la vida. Vuestra valiente maternidad es toda una señal que este flagelo será vencido. Vuestro coraje nos confirma que toda vida humana es siempre una buena nueva que calma el dolor causado por la pandemia.
De otro lado es doloroso constatar que cediendo a presiones ideológicas de ONGs e instituciones pro abortistas, o estando de acuerdo con ellas, el Estado peruano haya firmado el pasado 06 de mayo una declaración conjunta con otros países para promover unos mal llamados “derechos sexuales y reproductivos” que en verdad enmascaran una estrategia para convertir el aborto en un “derecho”. Precisamente, hace algunos días el Ministerio de Salud aprovechando la crisis que atravesamos, abrió las puertas al aborto cuando la madre se encuentre infectada de “Coronavirus”, a través de la directiva sanitaria 094-MINSA/2020/DGIESP.
Esta disposición es tendenciosa. En primer lugar hay que decir que nada justifica el aborto y que no hay evidencia de que las embarazadas tengan un riesgo mayor al resto de la población en cuanto al contagio. Asimismo, no hay ningún respaldo científico que haga pensar que el aborto vaya a mejorar la condición de una mujer gestante con “Coronavirus” (Covid-19). Más aún, según los casos médicos que se han reportado hasta la fecha, si se toman todas las precauciones sanitarias necesarias durante el parto, incluso una madre con “Coronavirus” puede traer al mundo un hijo o una hija completamente sanos, sin contagio alguno.
El Estado peruano tiene que adherirse y respetar los valores de la sociedad que representa y sirve. Los peruanos amamos y defendemos la vida, en especial, la más frágil e inocente como es el caso de los niños por nacer. Basta de plantear de manera soterrada que el aborto sea un “derecho” y menos una necesidad. La muerte nunca es una necesidad y todas las madres peruanas lo saben y darían su vida por sus hijos.
Queridas Mamás: Gracias por todo lo bueno y bello que ustedes encarnan y significan para sus hijos, para nuestra sociedad y para la Iglesia. Gracias por defender la vida desde la concepción hasta el nacimiento y durante todas las etapas de la existencia hasta su fin natural. Gracias por amar a sus hijos por ser hijos, por acogerlos incluso cuando llegan de manera inesperada a la vida, porque ustedes mejor que nadie saben que un hijo nunca es un error. Gracias por transmitir junto con la vida natural la vida de la fe a sus hijos. Sin las madres no sólo no habría nuevos fieles, sino que la fe perdería buena parte de su calor sencillo y profundo.
Junto con las madres hago también llegar mi saludo y homenaje a las abuelas. Ustedes en el hogar llevan la vida adelante, transmiten la fuerza de la esperanza, dan raíces, memoria, tradición y sueños a sus nietos. ¡Gracias por ser abuelas! Hoy en estos tiempos de “cuarentena”, en que la vida familiar se ha visto fortalecida, hagamos el firme compromiso de comprender y valorar más el rol central que las mamás y las abuelas desempeñan, y comprometámonos a escucharlas y ayudarlas más en el hogar y en la vida cotidiana. Sólo así la celebración del Día de la Madre estará llena de sentido y significado y no se reducirá a un homenaje vacío.
Encomendamos a Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, a todas nuestras madres y abuelas, a todos los niños por nacer y a todos los niños que han nacido, así como a nuestras familias para que en estos tiempos se vean más que nunca cuidados y protegidos desde el Cielo por su amor maternal.
San Miguel de Piura, 10 de mayo de 2020
V Domingo de Pascua – Día de la Madre
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