Fiesta de San Josemaría Escrivá de Balaguer 2009
Homilía
Agradezco a Dios y a la Universidad de Piura, el concederme presidir esta Santa Misa con ocasión de la Fiesta de San Josemaría, Fundador del Opus Dei y Fundador y Primer Gran Canciller de esta querida casa de estudios, que este año está celebrando con júbilo y gratitud a la Providencia Divina, cuarenta años de fructífera existencia. La semilla sembrada por este gran Santo ha dado fruto abundante y a pesar de las dificultades y desafíos, la Obra de Dios se ha realizado, cumpliéndose en vuestras vidas lo que dice el Salmo: “Inter medium montium pertransibunt aquae”…”Por entre los montes las aguas pasarán” (Salmo 103, 10).
Saludo con afecto al Rector de la Universidad de Piura, Doctor Antonio Abruña Pujol, a su Capellán Mayor, Reverendo Padre Emilio Arizmendi Echecopar, a su Capellán Emérito, el queridísimo don Vicente Pazos Gonzáles, a los Sacerdotes de la Obra presentes, al claustro de profesores, alumnos y trabajadores de la Universidad, así como a los numerarios, supernumerarios, amigos y bienhechores del Opus Dei.
Quisiera dedicar la Homilía de este año a reflexionar con ustedes sobre la familia en las enseñanzas de San Josemaría. Lo quiero hacer por varios motivos. En primer lugar por la importancia de la institución familiar para la Iglesia y el mundo, y porque hoy en día la familia está fuertemente asediada, bajo constante ataque. Hay poderosos intereses que buscan “desestructurarla” de su constitución natural y sabemos muy bien que sin familias sólidas en la comunión y estables en el compromiso, las sociedades y los pueblos se debilitan.
Sin familia no hay futuro para el hombre y para el mundo. Por ello hay que protegerla y promoverla. La familia, nacida de la íntima comunión de vida y de amor conyugal, fundada sobre el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer y abierta a la vida, es una institución divina, fundamento de la vida de las personas y prototipo de toda organización social. En ella la persona humana “recibe las primeras nociones sobre la verdad y el bien, aprende qué quiere decir amar y ser amado y por consiguiente que quiere decir ser una persona”(1) . Es en ella donde el ser humano aprende a vivir la dimensión de encuentro y comunión según el Plan de Dios como “Iglesia doméstica” (2).
La familia es la “célula primera y vital de la sociedad”(3) . Es la primera sociedad humana, fuente de todas las demás instituciones, “escuela del más profundo humanismo” (4) y “santuario de la vida”(5).
La recta razón nos muestra que el futuro de la humanidad pasa a través de la familia que ofrece a la sociedad un fundamento seguro para las aspiraciones del hombre y de la mujer. Sin lugar a dudas, las sociedades y los países fuertes se construyen sobre la base de familias fuertes.
En segundo lugar quiero dedicar esta homilía al tema de la familia, porque considero que las enseñanzas de San Josemaría sobre ella son profundamente luminosas y actuales, y por tanto favorecen a que los hogares sean lo que deben ser: cenáculos de amor y santuarios de la vida, que contribuyan a configurar la sociedad.
Sabemos bien que el matrimonio y la familia entrañan una vocación, es decir un llamado de Dios y por ello son camino de santidad, una senda de encuentro con Dios, donde con la ayuda del Señor, que nunca falta, el esposo y la esposa pueden perseverar en el amor y crecer como cristianos que es crecer y desplegarse como personas.
San Josemaría, fue llamado por el hoy siervo de Dios Juan Pablo II, como el “Santo de lo Ordinario”. Él fue elegido por el Señor para anunciar la llamada universal a la santidad y para indicar que la vida de todos los días, las actividades comunes, son camino de santificación. La familia forma parte de ese conjunto de realidades que un cristiano, llamado a esta vocación y coherente con su fe, debe santificar.
La vida familiar, el amor conyugal, el cuidado y la educación cristiana de los hijos, el esfuerzo mediante el trabajo por sacar adelante a la familia, y la vida de relación con los demás, son ocasiones maravillosas para santificar y santificarse, es decir para encontrarse con el Señor y entregarse a Él, y con Él donarse con amor a los demás: los esposos entre sí, los padres a los hijos y los hijos a sus padres, y todos los miembros de la familia a los demás en un acto de sobreabundancia de amor.
A este respecto decía vuestro Padre Fundador: “Los esposos cristianos, han de ser conscientes de que están llamados a santificarse santificando, de que están llamados a ser apóstoles, y de que su primer apostolado está en el hogar. Deben comprender la obra sobrenatural que implica la fundación de una familia, la educación de los hijos, la irradiación cristiana en la sociedad. De esta conciencia de la propia misión dependen en gran parte la eficacia y el éxito de su vida: su felicidad”(6).
Más aún el deseo de San Josemaría, era que las familias fueran hogares luminosos y alegres como el de la Sagrada Familia de Nazaret: “Al pensar en los hogares cristianos, me gusta imaginarlos luminosos y alegres, como fue el de la Sagrada Familia…Cada hogar cristiano debería ser un remanso de serenidad, en el que por encima de las pequeñas contradicciones diarias, se percibiera un cariño hondo y sincero, una tranquilidad profunda, fruto de una fe real y vivida”(7).
Siempre siguiendo al “Santo de lo Ordinario”, repasemos ahora algunos de los rasgos de estos hogares en los que se refleja la luz de Cristo y por ello son “luminosos y alegres”.Veremos como en sus enseñanzas sobre la familia fundada en el matrimonio, San Josemaría es muy sobrenatural y a la vez muy humano. Sus enseñanzas nos permiten comprender cabalmente el Plan de Dios sobre la familia y ofrecen a los llamados a este camino de santificación, una ayuda eficaz para que puedan recorrerlo en fidelidad, siempre con la ayuda de la gracia.
Si la familia fundada en el matrimonio es camino de santidad, entonces es camino de felicidad. Al respecto enseña: “Por ello no olviden que el secreto de la felicidad conyugal está en lo cotidiano, no en ensueños. Está en encontrar la alegría escondida que da la llegada al hogar; en el trato cariñoso con los hijos; en el trabajo de todos los días, en el que colabora la familia entera; en el buen humor antes la dificultades, que hay que afrontar con deportividad; en el aprovechamiento también de todos los adelantos que nos proporciona la civilización para hacer la casa agradable, la vida más sencilla, la formación más eficaz”(8).
Asimismo insistía a los esposos a estar “siempre enamorados”, a conservar en el matrimonio la ilusión de los comienzos. La mujer debe tratar de conquistar a su marido cada día; y lo mismo habría que decir al marido con respecto de su mujer(9).
Asimismo solía recordar a los esposos que la gracia de Dios no les falta. Al tener la gracia propia del sacramento, los matrimonios tienen gracia de estado para vivir todas las virtudes humanas y cristianas propias de la vida en común: la comunión en el amor, la confianza en la Providencia Divina, la fidelidad y castidad conyugal, la acogida y defensa de la vida humana desde la concepción hasta su fin natural, el cuidado y educación de los hijos, la caridad al prójimo, el silencio, la oración, el conocimiento y vivencia del Evangelio, la observancia del “Día del Señor” con la Santa Misa centro del día Domingo, el amor filial a la Virgen, la veneración a los Santos, la comprensión, el buen humor, la paciencia, el perdón, la delicadeza en el trato mutuo, el cariño, la sinceridad, la confianza, el sacrificio, la sencillez, la austeridad, el valor del trabajo, la mortificación, etc.
Sobre las riñas, San Josemaría previendo estas naturales dificultades en el matrimonio y la familia, solía decir: “como somos criaturas humanas, alguna vez se puede reñir; pero poco. Y después, los dos han de reconocer que tienen la culpa, y decirse uno a otro: ¡perdóname!, y darse un buen abrazo… ¡Y adelante!”. Y añadía: “eviten la soberbia, que es el mayor enemigo de vuestro trato conyugal: en vuestras pequeñas reyertas, ninguno de los dos tiene la razón…No riñan nunca delante de los hijos”(10).
Preocupación constante en sus enseñanzas sobre la familia es la educación de los hijos que para él comenzaba con el ejemplo: “Si tuviera que dar un consejo a los padres, les daría sobre todo éste: que vuestros hijos vean –lo ven todo desde niños, y lo juzgan, no se hagan ilusiones– que procuran vivir de acuerdo con su fe, que Dios no está sólo en sus labios, que está en sus obras; que se esfuerzan por ser sinceros y leales, que se quieren y que los quieren de veras…Es así como mejor contribuirán a hacer de ellos cristianos verdaderos, hombres y mujeres íntegros capaces de afrontar con espíritu abierto las situaciones que la vida les depare, de servir a sus conciudadanos y de contribuir a la solución de los grandes problemas de la humanidad, de llevar el testimonio de Cristo donde se encuentren más tarde, en la sociedad”(11).
La educación corresponde principalmente a los padres, en esto nadie puede reemplazarlos, por ello solía repetir: “los padres son los principales educadores de sus hijos, tanto en lo humano como en lo sobrenatural, y han de sentir la responsabilidad de esa misión”(12). En esta educación de los hijos corresponde a los padres enseñarles a ejercitar su libertad responsable y auténticamente. Para ello los padres habrán de enseñar a sus hijos a distinguir el bien del mal y a escoger libremente el bien verdadero, así como empeñarse en mostrarles la belleza del camino cristiano y acompañarlos en su camino de santidad.
¿Cómo lograrlo? San Josemaría es claro en decir que no lo será por la vía autoritaria y violenta sino más bien haciéndose amigo de los hijos: “amigos a los que se confían las inquietudes, con quienes se consultan los problemas, de los que se espera una ayuda eficaz y amable”(13).
La amistad con los hijos es cosa grande y necesaria, más aún en estos días de confusión, relativismo y permisividad. Requiere tiempo, constancia, empeño e interés por acoger a los hijos e interesarse en sus afanes y proyectos. Esta amistad puede y debe armonizarse con la debida autoridad que debe existir en el hogar.
Queridos padres: los hijos son el don más maravilloso de su matrimonio, son la manifestación más concreta y patente del amor de Dios y de vuestro amor conyugal. Dedíquenles tiempo y cuídense de la tentación de querer proyectarse indebidamente en ellos imponiéndoles sus planes. Más bien ayúdenles a que busquen, encuentren y acojan con alegría en sus vidas, el horizonte plenificador y de despliegue del Plan de Dios. Lo que el Señor tenga preparado para ellos será siempre lo mejor para ellos y el camino de su auténtica libertad y realización, sea que el Señor los llame como a ustedes al matrimonio o los llame al sacerdocio o a la vida consagrada.
Queridos papás: la mejor herencia que ustedes pueden dar a sus hijos es su fe cristiana. Lo más importante no es el dinero, la fama, y los bienes de este mundo que son perecederos, que como empiezan, pasan y terminan. Lo más importante es el don de la fe que les han procurado en el santo Bautismo y que da la vida eterna.
Como pide insistentemente San Josemaría, acompáñenlos en el camino del conocimiento y de la amistad con Cristo; fórmenlos en las verdades del Evangelio y en la fe de la Iglesia; enséñenles a ejercitarse en las virtudes tanto humanas como cristianas. Asimismo enséñenles a rezar y esmérense en que lleguen bien preparados para recibir los sacramentos, sobretodo la Confirmación y la Eucaristía.
No hay nada más hermoso para un padre y una madre que iniciar a su hijo o hija en el encuentro con Cristo, encuentro “que da un nuevo horizonte a la vida, y con ello una orientación decisiva. No hay nada más bonito que conocerle a Él (a Cristo) y comunicar a los demás, nuestra amistad con Él”(14).
Y tu hijo: “agradece a tus padres el hecho de que te hayan dado la vida para poder ser hijo de Dios. Y se más agradecido, si el primer germen de la fe, de la piedad, de tu camino de cristiano, o de tu vocación, lo han puesto ellos en tu alma”(15).
Hay muchas más enseñanzas de San Josemaría sobre la familia fundada en el matrimonio. Queda como tarea para ustedes profundizarlas y acogerlas en el corazón y hacerlas vida. Sólo digamos para terminar que si los miembros que conforman una familia, llevan adelante la misión que les corresponde, no sólo serán felices y crecerán como personas realizándose en el amor, sino que la riqueza de su vida familiar redundará a favor de la sociedad configurándola.
San Josemaría anhelaba que las familias de hoy fueran como las familias de los primeros cristianos: “familias que vivieron de Cristo y que dieron a conocer a Cristo. Pequeñas comunidades cristianas, que fueron como centros de irradiación del mensaje evangélico. Hogares iguales a los otros hogares de aquellos tiempos, pero animados de un espíritu nuevo, que contagiaban a quienes los conocían y los trataban. Eso fueron los primeros cristianos y eso hemos de ser los cristianos de hoy: sembradores de paz y de alegría que Jesús nos ha traído”(16).
Que con la poderosa intercesión de San Josemaría, las familias de Piura y Tumbes den un testimonio convincente de que es posible vivir el matrimonio y la vida familiar de una manera completamente conforme al designio de Dios, es decir en fidelidad conyugal hasta la muerte, viviendo el amor de Cristo, y cuidando amorosamente a los hijos. Que así sea. Amén.
San Miguel de Piura, 26 de junio de 2009
Fiesta de San Josemaría Escrivá de Balaguer, Fundador.
(1) S.S. Juan Pablo II, Carta Encíclica, Centesimus annus, n.39.
(2) Concilio Vaticano II, Constitución dogmática, Lumen gentium, n. 11.
(3) Ver S.S. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal, Familiaris consortio, n.42.
(4) Concilio Vaticano II, Constitución pastoral, Gaudium et spes, n.52.
(5) S.S. Juan Pablo II, Carta Encíclica, Centesimus annus, n.39.
(6) San Josemaría Escrivá de Balaguer, Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, n.91.
(7) San Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, Homilía El Matrimonio, vocación cristiana, n.22.
(8) San Josemaría Escrivá de Balaguer, Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, n.91.
(9) Ibid. n. 107.
(10) San Josemaría, Apuntes tomados en una tertulia, 4-VI-1974; Ver Es Cristo que pasa, Homilía, El matrimonio, vocación cristiana, n. 26; Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, n.108.
(11) San Josemaría, Es Cristo que pasa, Homilía, El matrimonio, vocación cristiana, n. 28.
(12) Ibid. N. 27.
(13) Id.
(14) S.S. Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus caritas est, n. 1.
(15) San Josemaría, Forja, n. 19.
(16) San Josemaría, Es Cristo que pasa, Homilía El matrimonio, vocación cristiana, n. 30.