HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN EL MIÉRCOLES DE CENIZA
“Oración, limosna, y ayuno”
Miércoles de Ceniza
Dios Padre, rico en misericordia, nos concede en su infinito amor una nueva Cuaresma, y con ella, su gracia y perdón, es decir, la posibilidad de convertirnos y creer en el Evangelio (ver Mc 1, 15). La Cuaresma es un camino de oración, limosna, y ayuno. Es decir, en espíritu orante, y practicando la caridad fraterna y la penitencia, caminamos con el Señor Jesús hacia la Pascua, para resucitar con Él a la vida verdadera.
“Cuaresma” significa “cuarenta días”, porque cuarenta fueron los días que Jesús permaneció en el desierto en combate contra el demonio, orando y ayunando (ver Mt 4, 1-2).
Pecadores necesitados de conversión
La Cuaresma es el tiempo del humilde reconocimiento de nuestra condición de pecadores necesitados de abrirnos a la gracia de la conversión, que el Señor hace posible con su amor misericordioso. Por eso el profeta Joel, en la primera lectura, nos ha dicho: “Mas ahora todavía – oráculo de Yahveh – volved a mí de todo corazón, con ayuno, con llantos, con lamentos. Desgarrad vuestro corazón y no vuestros vestidos, volved a Yahveh vuestro Dios, porque Él es clemente y compasivo, tardo a la cólera, rico en amor, y se ablanda ante la desgracia” Jl 2, 12-13. A su vez San Pablo nos urgirá: “En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!” (2 Cor 5, 20).
La conversión no es un maquillaje o un cambio cosmético, es decir, un simple retoque moral de una u otra actitud o conducta de vida. La conversión supone un cambio radical de vida. Supone cambiar nuestra existencia desde la raíz, desde nuestra mente y corazón, para tener una vida totalmente arraigada en Cristo, nuestro Señor y Salvador.
La Ceniza
La imposición de la ceniza en este día nos va a recordar que somos polvo y al polvo volveremos (ver Gen 3, 19), es decir, que tarde o temprano moriremos y que por lo tanto es urgente convertirse ahora y creer en el Evangelio, que es Jesús mismo, porque sólo Él es la fuente de la salvación y de la vida eterna. No nos hagamos ilusiones diciéndonos que más adelante tendremos tiempo para convertirnos, para morir a nuestro pecado, para confesarnos, para acercarnos al Señor. A nadie se le ofrece el mañana, solamente se le ofrece el hoy. Con gran sabiduría espiritual San Agustín nos advierte: “Dios te prometió el perdón, pero ¿quién te ha prometido el día de mañana?”.[1] Por eso, acojamos la advertencia del apóstol San Pablo en la segunda lectura de hoy: “Mirad ahora el momento favorable; mirad ahora el día de salvación” (2 Cor 6, 2).
Configuración con Jesús por la oración, la limosna, y el ayuno
El fin de la Cuaresma es la configuración con Cristo, vida y resurrección para todo aquel que cree en Él (ver Jn 11, 25), hasta llegar a ser uno con Él, es decir, hasta llegar a pensar, sentir y actuar como Jesús, el hombre nuevo y perfecto (ver Ef 4, 20-24; Gal 2, 20). Para ello, y con la ayuda de la gracia, debemos abandonar el pecado, y todo lo, que nos impide adherirnos profundamente al misterio de gracia y amor que es Cristo, el camino, la verdad y la vida (ver Jn 14, 6).
Para este camino de profunda unidad con el Señor, la oración es vital. Oración entendida como un abrirle la puerta de mi corazón a Jesús para que Él entre en mí y haga en mí todas las cosas nuevas (ver Ap 21, 5). Oración entendida como un encuentro con la Persona viva de Jesús, quien da a mi vida un nuevo horizonte y con ello una orientación decisiva.[2] Se trata de una oración hecha en lo secreto, esto es, dedicando espacios y tiempos para la intimidad con Jesús para que así nuestra vida sea transformada por Él. Una oración a través de la cual nos dejemos alcanzar por la Palabra de Dios para acoger y vivir la Verdad que se manifestó plenamente en Cristo, y así alcanzar la verdadera libertad (ver Jn 8, 32).
Asimismo, para alcanzar la configuración con el Señor Jesús está la limosna o la caridad, la cual es imprescindible, ya que, “cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40). La caridad es abrirse al hermano, al otro, para amarle, servirle y ayudarle. Más aún, la caridad supone amar al hermano descubriendo en Él la presencia viva de Jesús con los signos de su pasión. A través de nuestra vida de caridad, tocamos las llagas de Cristo crucificado presentes en el hermano.
Finalmente, está el ayuno, que, en palabras del Papa Francisco, es vivir una experiencia de privación, de renuncia, que nos debe llevar, “a descubrir de nuevo el don de Dios y a comprender nuestra realidad de criaturas que, a su imagen y semejanza, encuentran en Él su cumplimiento. Haciendo la experiencia de una pobreza aceptada, quien ayuna se hace pobre con los pobres y «acumula» la riqueza del amor recibido y compartido. Así entendido y puesto en práctica, el ayuno contribuye a amar a Dios y al prójimo en cuanto, como nos enseña Santo Tomás de Aquino, el amor es un movimiento que centra la atención en el otro considerándolo como uno consigo mismo (ver Carta enc. Fratelli tutti, 93)”.[3]
Como bien nos dice el Papa Francisco en su Mensaje para la Cuaresma de este año: “La oración, la limosna y el ayuno no son tres ejercicios independientes, sino un único movimiento de apertura, de vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos que nos aprisionan. Entonces el corazón atrofiado y aislado se despertará. Por tanto, desacelerar y detenerse. La dimensión contemplativa de la vida, que la Cuaresma nos hará redescubrir, movilizará nuevas energías. Delante de la presencia de Dios nos convertimos en hermanas y hermanos, percibimos a los demás con nueva intensidad; en lugar de amenazas y enemigos encontramos compañeras y compañeros de viaje. Este es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud.”.[4]
Que, por nuestra oración, limosna, y ayuno, el Señor sane al Perú
Queridos hermanos y hermanas: Los invito a todos a que durante la Cuaresma intensifiquemos la oración, la limosna y el ayuno, para pedirle al Señor que libre a nuestra Patria del flagelo de la corrupción, que mata el futuro de los jóvenes, y cuyo costo siempre lo pagan los más pobres.
Estas tres poderosas armas espirituales, que están al alcance de todos nosotros, pueden cambiar el curso de los acontecimientos actuales en nuestro país, y alcanzarnos una mayor justicia social, y que el Perú recupere los valores y virtudes de la veracidad, la honestidad, la decencia, la rectitud, la justicia, el trabajo por el bien común, la solidaridad, y el servicio.
Santa María, modelo para vivir la Cuaresma
Que Santa María, Madre de Dios y perfecta discípula de su divino Hijo Jesús, maestra de vida espiritual para todo cristiano, nos guíe y eduque durante el ejercicio de la Santa Cuaresma. Que, como Mujer Oyente, nos ayude a acoger con fe la Palabra de Dios. Que, como Mujer Orante, nos enseñe a vivir en la oración el encuentro personalizante con su Hijo Jesús. Que, como Virgen-Madre, nos configure con Cristo. Que, como Mujer Oferente, haga que nuestras vidas sean siempre una ofrenda agradable a Dios y una donación de amor a los hermanos.[5] Que así sea. Amén.
San Miguel de Piura, 14 de febrero de 2024 Miércoles de Ceniza
[1] San Agustín, Sermón 82.
[2] Ver S.S. Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus Carita est, n. 1.
[3] S.S. Francisco, Mensaje para la Cuaresma 2021, 12-II-2021.
[4] S.S. Francisco, Mensaje para la Cuaresma 2024, 03-XII-2023.
[5] Ver San Pablo VI, Exhortación Apostólica Marialis Cultus, nn. 17-20.
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