Homilías Dominicales

HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN EL XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO 2021

«Que el amor a Jesús sea la pasión dominante de nuestras vidas»

El Evangelio de hoy Domingo, Día del Señor, (ver Mc 10, 17-30), no recoge una parábola de Jesús, sino un hecho histórico, es decir un acontecimiento de la vida real. Éste sucede cuando el Señor, “se ponía ya en camino” (Mc 10, 17), hermosa frase con la cual San Marcos nos describe la inquietud evangelizadora de Cristo, la cual también hemos de tener todos nosotros, porque como nos advierte el Papa Francisco, “una Iglesia que no se alza y se pone en marcha, se enferma”.

Pero apenas Jesús había tomado esta actitud, “uno corrió a su encuentro y arrodillándose ante Él, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?” (Mc 10, 17). El pasaje paralelo de San Mateo (ver Mt 19, 16-30), nos precisa que aquel que corre y le hace la pregunta era un joven. Por eso el pasaje evangélico de hoy es conocido como el pasaje del “Joven Rico”. Si bien las enseñanzas de este Evangelio se aplican a todos nosotros, de manera especial están dedicadas a los jóvenes de hoy, tan necesitados de luz y de vida verdadera. 

Reflexionemos juntos en algunos momentos fuertes de este encuentro de Jesús con este joven, cuyo nombre no conocemos, y que por tanto nos representa a todos nosotros con nuestras inquietudes y preguntas existenciales. Hagámoslo, con el deseo de sacar algunas enseñanzas valiosas para nuestra vida cristiana.

En primer lugar, el joven rico se acerca corriendo al Señor Jesús y se pone de rodillas delante de Él. Se ve que es una persona con carácter y temperamento, porque se abre paso en medio del gentío y los discípulos lo dejan pasar. Nadie se atreve a detenerlo. Además, por la pregunta que le hace a Jesús se ve que no es un tonto o una persona superficial.

El joven de nuestra historia se nos revela también como una persona religiosa, ya que cumplía fielmente desde niño con los mandamientos de Dios (ver Mc 10, 19-20), y porque es capaz de vislumbrar en el Señor algo especial, probablemente que Jesús era el Salvador y el Mesías esperado por Israel, y por tanto el único capaz de responder plenamente a sus inquietudes y preocupaciones más profundas. Asimismo, intuía que Jesús era Dios, por eso se arrodilla ante Él. Recordemos que los judíos sólo se arrodillaban o postraban ante Dios. Además, llama a Cristo “Maestro bueno”, a lo que el Señor le responde: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios” (Mc 10, 18).  

El segundo punto a considerar es la pregunta que el joven rico le formula al Señor Jesús. El tema que le urge a este joven no puede ser más importante y decisivo. Es nada menos que el tema por la vida eterna: “Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?” (Mc 10, 17). El joven se nos revela también como una persona profunda, que se interroga por el sentido de su vida y del mundo en el que vive, además de mostrarse un tanto insatisfecho con lo que tenía.

Anhelaba una vida auténtica, verdadera, plena, en verdad eterna, una vida inagotable que se prolongara más allá de los horizontes de este mundo.

Entonces viene una afirmación hermosa y conmovedora del Evangelio de hoy: “Jesús, fijando en él su mirada, le amó” (Mc 10, 21). Este es un detalle intere­sante, pues el evangelista San Marcos, es decir una tercera persona que es testigo del encuentro, afirma que el Señor “lo amó” en esa mirada. ¡Cómo habrá sido la mirada del Señor Jesús a este joven! ¡Con qué ternura y cariño lo habrá mirado Cristo que su amor se hace evidente para alguien que observa desde afuera! 

Finalmente, el tercer punto a considerar, es la respuesta que Jesús da a la pregunta del joven de nuestra historia: “Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme” (Mc 10, 21). Todo indicaba que nuestra historia de hoy terminaría con un final feliz, pero sucede todo lo contrario: “Pero él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes” (Mc 10, 22). Cuando Jesús le pide que deje todos sus bienes y le siga, el Señor le está señalando aquello que le estorbaba en su camino de felicidad y salvación. En el fondo, Jesús, le indica lo que debe dejar para ser libre y así poder seguirlo y ser feliz. Muchas veces se suele poner la atención sobre la renuncia que se le pide al joven, pero a veces olvidamos aquello que se le ofrecía, era muchísimo más de lo que se le pedía dejar, porque se trataba de seguir al Señor Jesús y andar en su compañía para obtener la felicidad, el ciento por uno aquí en la tierra, y después la vida eterna.

Ciertamente, el desenlace de nuestro Evangelio dominical es desconcertante. En vez de dejarlo todo, ponerse en camino con Jesús y seguirlo, el joven prefiere quedarse atrás, pues ama sus bienes perecederos más que al Señor. No quiere desprenderse de ellos o, mejor dicho, su corazón se encuentra muy atado a ellos, y ante la perspectiva de dejarlos para ser feliz y alcanzar la vida eterna, prefiere sus riquezas y los bienes de este mundo. El joven de nuestro Evangelio, tenía vocación de apóstol. Notemos que Jesús le dirige la misma palabra que usó para llamar a sus Doce Apóstoles: ¡Sígueme! Con tristeza constatamos que la vocación de este joven se frustró por culpa de él, porque no supo responder con un “SÍ” entusiasta y generoso al llamado del Señor, un llamado que siempre respeta la libertad de la persona. 

San Marcos añade desconcertado: “Se fue abatido y triste porque era muy rico” (Mc 10, 22). La tristeza es todo lo opuesto a la alegría, que es la característica principal de la vida eterna que nuestro joven buscaba, tal como Jesús se lo enseña a sus discípulos en otro pasaje del Evangelio: “También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar” (Jn 16, 22). 

La gran enseñanza que nos deja el Evangelio de hoy es que no hay que apegarse a nuestros bienes y riquezas. Por eso, “Jesús, mirando a su alrededor, dice a sus discípulos: ¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios! … Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios” (Mc 10, 22.25).

¿Cuántos más casos tristes habrá hoy en día, en que la gracia de la vocación, del llamado del Señor, se frustra por el excesivo amor a los bienes que se poseen o que simplemente se ambicionan? Lo malo en sí no son los bienes. Lo malo es el apego a ellos hasta el extremo de que nos impidan obedecer el llamado de Dios. Lo que el Señor Jesús nos enseña hoy, es que se debe anteponer siempre el amor a Dios al amor a la riqueza o a los bienes de este mundo, porque no se puede servir a Dios y al dinero (ver Mt 6, 24).

No quiero concluir esta homilía sin dirigirles un mensaje a los jóvenes, ya que el protagonista de nuestra historia de hoy fue un joven.

Queridos jóvenes, a ustedes les digo: Sólo Cristo tiene palabras que resisten el desgaste del tiempo y permanecen para la eternidad. Sólo Él es quien libera al hombre de las cadenas del pecado. Sólo el Señor Jesús es capaz de saciar esa nostalgia de infinito que anida en lo profundo de sus corazones. Sólo el conocimiento y el encuentro con el Señor en la Iglesia, les permitirá encontrar las respuestas a sus interrogantes más profundas y el ideal por el cual vale la pena vivir. Busquen siempre el Plan de Dios en sus vidas si quieren ser felices. Y si el Señor los llama al sacerdocio o a la vida consagrada no tengan miedo de decirle “SÍ”. Él, no es rival de su felicidad, sino todo lo contrario, Él es su felicidad. Escuchen al Señor que hoy nos asegura: “Nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna” (Mc 10, 29-30).

Queridos hermanos: ¡Que el amor a Jesús, sea la pasión dominante de nuestras vidas!

San Miguel de Piura, 10 de octubre de 2021
XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario

Puede descargar el archivo PDF de la homilía pronunciada por nuestro Arzobispo AQUÍ

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