Homilías Dominicales

HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN EL XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO 2022

“La caridad nos lleva al Cielo, el egoísmo al Infierno”
108° Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado

El Evangelio de hoy Domingo (ver Lc 16, 19-31), nos trae la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro. A través de ella, Jesús nos enseña de manera radical, algunas verdades incómodas para la sociedad de consumo imperante hoy en día: El que goza egoístamente de sus bienes y se cierra al dolor de sus hermanos, volviéndose insensible a las necesidades del pobre, ése, tendrá como destino la muerte eterna, el infierno. Con gran habilidad Jesús nos presenta en la misma parábola dos escenas sucesivas: Una que ocurre en esta vida y que concluye con la muerte de los dos protagonistas, y la otra que acontece después de la muerte, y que no tiene fin.  

La escena que acontece en esta vida nos presenta al rico Epulón y al pobre Lázaro, con rasgos contrastantes y opuestos: “Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico, pero hasta los perros venían y le lamían las llagas” (Lc 16, 19-21). El rico de nuestra historia sólo pensaba en divertirse, en vestirse con las telas más finas, en comer y beber espléndidamente cada día. Encerrado en su egoísmo y sensualidad, el rico no fue capaz de hacerse sensible a la necesidad del pobre que tenía frente a sí a la puerta de su casa, y menos aún fue capaz de socorrer su necesidad, ya que además de tener hambre, tenía todo el cuerpo llagado.

El rico de nuestra parábola, es hijo de una sociedad de consumo como la nuestra, que hoy en día nos arrastra a la comodidad, al placer, al despilfarro, al deseo de vivir sin preocupaciones, y a pasarla bien. El rico más que consumir para vivir, vive para consumir.  La parábola nos enseña en primer lugar la responsabilidad que todos tenemos de socorrer la necesidad de los demás. Nadie puede banquetear y consumir cosas lujosas y superfluas, mientras haya alguien que carece de lo necesario para vivir, porque, “si alguno que posee bienes de la tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (1 Jn 3, 17). El cristiano auténtico tiene siempre los ojos de su corazón abiertos al dolor y a la necesidad de sus hermanos, y se siente impulsado a compartir y a socorrer a los más pobres: “En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del Diablo: todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano” (1 Jn 3, 10).

Pero una vez que concluye la escena que tiene lugar en esta vida presente, Jesús con gran maestría, nos presenta lo ocurre en la otra vida, es decir, después de la muerte: “Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama. Pero Abraham le dijo: Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y, además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros” (Lc 16, 22-26).

La parábola nos enseña, además, una verdad fundamental en la cual no solemos reflexionar mucho o nada hoy en día, y es el destino que nos espera después de la muerte, según como hayamos vivido nuestra vida. Sólo hay dos posibilidades: Cielo o Infierno. Salvación o condenación eterna, porque “está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio” (Heb 9, 28).

El Cielo lo alcanzarán los que creyeron en Cristo, los misericordiosos y compasivos, los que supieron usar sus bienes para hacer caridad con ellos, los que ayudaron y aliviaron el dolor de sus hermanos en necesidad, porque como nos recuerda San Juan de la Cruz, “a la tarde te examinarán en el amor”.[1] No olvidemos que: “Vivir en el cielo es «estar con Cristo» (ver Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Tes 4,17). Los elegidos viven «en Él», aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (ver Ap 2, 17)”.[2] 

En cambio, el Infierno, con sus tormentos, será el destino de los que no creyeron en el Señor, de los egoístas, de los que hicieron de sus bienes, y de su dinero su dios, y del hedonismo o sensualidad su estilo de vida. El Infierno, será experimentar eternamente el vacío de no estar con el Señor. Es el sufrimiento absoluto causado por no vivir el amor, que es aquello para lo cual fuimos creados.

El Infierno, es permanecer separados para siempre de Dios-Amor por nuestra propia y libre elección.[3] ¿Hacia dónde apunta nuestra vida? ¿Al Cielo o al Infierno?   

Pero la parábola no concluye ahí. Resignado el rico de su destino de condenación eterna, le hace a Abraham un último pedido: “Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento. Díjole Abraham: Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan. Él dijo: No, padre Abraham; sino que, si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán. Le contestó:  Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite” (Lc 16, 27-31).

A diferencia de los judíos, nosotros no sólo tenemos a Moisés y a los profetas, tenemos a Jesús, la Palabra eterna del Padre, quien es la Verdad, porque como Él mismo afirmó, “el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24, 35). ¿Le hacemos caso al Señor quien nos exhorta a una vida sobria y solidaria, a practicar el amor y la misericordia, a compartir y a ser generosos? ¿Cuántas veces hemos escuchado, leído y predicado la parábola de hoy, y aún no dejamos de ser egoístas? ¿Hasta cuándo vamos a desperdiciar las oportunidades de convertirnos al amor y a la caridad? 

108° Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado

Hoy celebramos la 108° Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. Son los nuevos “Lázaros” que tocan a las puertas de nuestras ciudades, hogares y centros de trabajo y estudio. El tema migratorio, es una cuestión muy actual y sensible entre nosotros, debido al gran número de migrantes que venimos recibiendo desde varios países hermanos como Venezuela. Algunos malos emigrantes podrán haberse dedicado a delinquir o a fomentar el desorden público, los cuales merecen ser sancionados conforme a nuestras leyes, pero no es el caso de la gran mayoría, quienes han venido a nuestra Región y Patria con sus familias, portando consigo muchas cualidades personales y profesionales. No tengamos miedo a su presencia entre nosotros. Menos aún, no tengamos actitudes de rechazo o xenofobia hacia estos hermanos nuestros que comparten con nosotros una fe e historia comunes.  Con el Papa Francisco les pido, que construyamos el futuro de Piura con ellos: “Construir el futuro con los migrantes y los refugiados significa también reconocer y valorar lo que cada uno de ellos puede aportar al proceso de edificación… Queridos hermanos y hermanas, y especialmente ustedes, jóvenes, si queremos cooperar con nuestro Padre celestial en la construcción del futuro, hagámoslo junto con nuestros hermanos y hermanas migrantes y refugiados. ¡Construyámoslo hoy! Porque el futuro empieza hoy, y empieza por cada uno de nosotros. No podemos dejar a las próximas generaciones la responsabilidad de decisiones que es necesario tomar ahora, para que el proyecto de Dios sobre el mundo pueda realizarse y venga su Reino de justicia, de fraternidad y de paz.”.[4]  

María Santísima se compartió totalmente con Dios y con nosotros. Ella supo vivir en el más absoluto desprendimiento y sencillez, e incluso vivió la experiencia del emigrante, cuando con su amado esposo San José, y su divino Hijo Jesús, huyó a Egipto (ver Mt 2, 13-15).

Que Ella, a quien en este mes de septiembre los piuranos veneramos como nuestra Madre y Señora, en su hermosa advocación de “Nuestra Señora de las Mercedes”, nos ayude a vivir la alegría del dar y del amar, porque el amor misericordioso nos lleva al Cielo y el egoísmo al Infierno.  

San Miguel de Piura, 25 de septiembre de 2022
Domingo XXVI del Tiempo Ordinario
108° Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado

[1] San Juan de la Cruz, Avisos y sentencias, 57.

[2] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1025.

[3] Ver Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1033-1037.

[4] S.S. Francisco, Mensaje por la 108° Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2022, 09-IV-2022.

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