Reflexiones Litúrgicas

VII MEDITACIÓN DE JUNIO DEL SEÑOR ARZOBISPO METROPOLITANO DE PIURA

“San Juan Bautista, el Precursor del Señor”

Queridos hermanos y hermanas:

El día de hoy celebramos la Solemnidad de la Natividad o Nacimiento de San Juan Bautista, el precursor del Señor. Este es el único santo al cual se le celebra la fiesta de su nacimiento, ya que para la Iglesia el verdadero “dies natalis” es el día de nuestra muerte, día en que nacemos para la eternidad. San Juan Bautista nació seis meses antes de Jesucristo, y precisamente en seis meses más estaremos celebrando el nacimiento del Niño Dios, de Jesucristo nuestro Redentor.

El Evangelio de San Lucas nos narra el nacimiento de San Juan (ver Lc 1, 57-66.80). Sus padres fueron Zacarías, sacerdote judío quien estaba casado con Santa Isabel, prima de la Santísima Virgen. Cuando María se entera en la Anunciación-Encarnación que su anciana prima tiene seis meses de embarazo, después de pronunciar su “Hágase”, no duda un instante en ponerse en camino para visitarla y ayudarla en todo lo necesario. Aquellos momentos debían de ser muy difíciles para Isabel dada su avanzada edad y la cercanía del parto (ver Lc 1, 36.39). La actitud servicial de María dio como fruto la hermosa escena de la Visitación, donde Isabel la proclama, “Madre del Señor” y “bienaventurada por haber creído”, y la Santísima Virgen a su vez alaba a Dios con el hermoso himno del Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor” (ver Lc 1, 39-66).

De la infancia de San Juan nada sabemos. Siendo aún joven se retiró al desierto lleno del Espíritu Santo, porque el silencio y el contacto con la naturaleza le acercaban más a Dios. Ahí se habría dedicado a la penitencia y a la oración hasta el momento en que inició su ministerio profético para prepararle los caminos al Señor (ver Lc 1, 80).

Por el Evangelio sabemos que llevaba una vida muy austera, ya que como vestido sólo usaba una piel de camello ceñida al cuerpo con una correa de cuero, y tenía por alimento, aquello que la Providencia ponía a su alcance: frutas silvestres, raíces, y principalmente langostas y miel silvestre. Solamente le preocupaba el Reino de Dios (ver Mt 3, 4; Mc 1, 2).

La figura religiosa de San Juan el Bautista es impresionante y de una riqueza espiritual siempre actual. Diría incluso más: Su figura religiosa es, en sus múltiples aspectos, modélica para nuestra vida cristiana y no ha perdido vigencia alguna. Veamos.

San Juan Bautista aparece ante todo como el hombre que cuando aún estaba en el seno materno, salta de gozo ante la presencia de Jesús, el Salvador. ¿No es esta escena una manifestación de que toda vida humana es sagrada e inviolable desde la concepción y que por tanto el aborto es un crimen abominable? Efectivamente el Evangelio nos dice que al sentir la presencia de Jesús en el vientre virginal de María, “saltó de gozo” (ver Lc 1, 44), por ello el Bautista será siempre el símbolo más hermoso de todos aquellos corazones que han encontrado al Señor Jesús en sus vidas, y en Él, la alegría de la salvación. San Juan quedará tocado perennemente por esta “alegría mesiánica” que sólo concede el Espíritu Santo, y no buscará otra en toda su vida. El Bautista nos enseña que sólo Jesús es la alegría de la vida. Como afirma el Papa Francisco: “No se trata sólo de una alegría esperada o pospuesta al paraíso, sino de una alegría real y palpable ya ahora, porque Jesús mismo es nuestra alegría…El cristiano es una persona que tiene el corazón lleno de paz porque sabe poner su alegría en el Señor, también cuando atraviesa momentos difíciles de la vida; tener fe no significa no tener momentos difíciles, sino tener la fuerza de afrontarlos sabiendo que no estamos solos y esta es la paz que Dios dona a sus hijos”.[1]    

De otro lado, Juan predica en el desierto: “Yo soy una voz, que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor” (Jn 1, 23). La misión del precursor de Cristo fue la de “dar testimonio de la luz para que todos creyeran por él” (Jn 1, 7). Juan tiene la misión de prepararle al Mesías un pueblo bien dispuesto, es decir disponer los corazones para que éstos acojan la Buena Nueva del Señor Jesús.

Por ello predicará en el desierto, para sacar a los hombres de la mundanidad en la que viven, para suscitar en aquellos que viven apartados de las cosas de Dios, la inquietud religiosa, despertando en sus corazones el “hambre de Dios”. Y las gentes conmovidas por su testimonio, lo buscarán en el desierto y profundamente cuestionadas por su predicación le preguntarán: “¿Qué debemos hacer? (Lc 3, 10). Juan será el profeta que saque a los hombres de la indiferencia religiosa en la que viven para despertarlos al Amor de Dios. Será el profeta que hará tomar consciencia a las personas de que el hambre de felicidad que tiene el corazón humano es en verdad hambre de Dios, y que Jesús, el Salvador, que pronto se manifestará abiertamente e iniciará su ministerio público, es el único capaz de saciar esa hambre y colmar de plenitud la vida.

El Bautista, será el profeta que con voz potente y sin componendas de ningún tipo, invite a la penitencia y al cambio radical de vida, a la toma de conciencia del propio pecado y a la necesidad de la penitencia. Para ello administrará un bautismo de conversión. Será el profeta que invite al soberbio y al autosuficiente a que se humille y al que vive hundido en la desesperanza y la tristeza a que se levante de su abatimiento, porque está cerca Aquel que llena de sentido, de alegría, y de eternidad la vida. Por eso hará suyas las palabras de Isaías que resumen muy bien su misión: “Como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: una voz clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la salvación de Dios” (Lc 3, 4-6). 

San Juan, es el profeta que le recuerda a Israel su identidad como pueblo elegido y depositario de las promesas de la salvación. Su ministerio profético será todo un llamado a Israel a que sea fiel a la Alianza y esté expectante ante la pronta aparición del Mesías, del Hijo de Dios; a que no sucumba en la mundanidad, algo muy actual para nosotros los cristianos y católicos. No sucumbir a la mundanidad consiste en no disolvernos en el mundo y en sus tentaciones, en no perder nuestra singularidad e identidad cristiana, porque si bien estamos en el mundo no somos del mundo como nos advirtió el Señor Jesús (ver Jn 15, 19; 2 Cor 10, 3).

No sucumbir a la mundanidad supone tener el coraje de llevar adelante la identidad cristiana, es decir nuestra vocación y misión de cristianos en medio del mundo a pesar de la oposición y persecución que podamos encontrar en él. Precisamente por proclamar la verdad, por mantener su identidad de precursor del Señor, por denunciar el mal moral del adulterio en el que vivían el rey Herodes y Herodías, la esposa de su hermano Felipe, Juan será primero encarcelado y posteriormente sufrirá el martirio decapitado (ver Mc 6, 17-29).

Pero si bien la predicación del Bautista es exigente y austera, rebosa de alegría y gozo espiritual porque el anhelo del corazón humano de verse libre del pecado, de recibir el don de la reconciliación y de hallar a Dios como amigo, se realiza en Jesús, a quien el Bautista señala como el, “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). 

Con esto entramos en la última dimensión de la gran personalidad espiritual y religiosa de San Juan: su profunda humildad. En el máximo momento de su esplendor, cuando todos se preguntaban sino sería él, el Mesías, Juan supo mantener la humildad que es andar en la verdad: “Y le preguntaron: ¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías? Él dijo: No lo soy. ¿Eres tú el profeta? Respondió: No. Entonces le dijeron: ¿Quién eres, pues, para que demos respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo? Dijo él: Yo soy la voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías. Los enviados eran fariseos. Y le preguntaron: ¿Por qué, pues, bautizas, si no eres tú el Cristo ni Elías ni el profeta? Juan les respondió: Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia” (Jn 1, 21-27). 

En el mayor momento de exaltación de su ministerio profético, el Bautista supo vivir en la verdad de quién era: Tan sólo el precursor del Salvador. No sucumbió a la tentación de creerse quien no era, gran lección para nosotros que hay veces cedemos a la vanidad y a la vanagloria creyéndonos más de lo que realmente somos. Por eso Juan se alegrará de ver cómo sus discípulos se van con Cristo, y dirá de sí mismo cuando Jesús se manifiesta: “Es preciso que Él crezca y que yo disminuya” (Jn 3, 30). 

El Bautista no tenía otro anhelo que preparar el camino del Señor, trabajar para Cristo y cuando llega el Señor, él desaparece no sin antes tener la satisfacción de saber que había cumplido plenamente con su misión (ver Lc 7, 20-21). El ardor por cumplir bien con su misión lo consume. Precursor es el que prepara el camino de otro y cuando éste llega, el precursor ha terminado su misión, debe inclinarse ante él y desaparecer.    

Queridos hermanos: por todo lo reflexionado, San Juan Bautista se presenta para nosotros como una figura gigante en el campo de la fe y como un modelo para cada uno de nosotros: nos muestra la necesidad del desierto como lugar espiritual para tener una experiencia profunda de encuentro con el Señor, y así descubrir la auténtica alegría, y el deber de ser testigos de esa alegría ante los hombres de hoy enfrascados o ensimismados en la sola búsqueda de los bienes y goces de este mundo. Juan nos enseña el valor de la humildad, de ser como él precursores del Señor, contentándonos con ser una simple flecha que indica a los demás el camino que lleva al Señor Jesús, sin otra satisfacción que la de haber cumplido plenamente con nuestra misión de ser apóstoles de Cristo.

Confío que esta prolongada “cuarentena” nos haya llevado a una experiencia de encuentro personal y familiar con Jesús, a una mayor toma de conciencia de lo perecedero que son los bienes de este mundo, a una conversión radical de nuestras vidas al Único que permanece para siempre y que tiene palabras que resisten el desgaste del tiempo y se prolongan hacia la eternidad (ver Jn 6, 68); y que podamos haber aprovechado este tiempo para sacudir consciencias, remecer corazones y así sacar a muchos de su indiferencia religiosa y llevarlos al Amor de Dios como nuevos precursores del Señor. El ministerio religioso de San Juan es hoy más que nunca necesario. La Iglesia continúa la misión del Bautista, y mediante la liturgia y la obra de la evangelización, nos muestra a Cristo y nos encamina a Él que entre su primera y última venida no deja de visitarnos con su amor y su gracia.  

Quiero finalmente en este día, hacer llegar mi más cordial saludo a todos los campesinos y agricultores quienes trabajan en nuestros campos por celebrar también hoy 24 de junio su día.

Rendimos homenaje al hombre y a la mujer del campo que trabajan arduamente en el sector agrícola, sector de tanta importancia para Piura y Tumbes, porque constituye una de las principales actividades económicas que impulsa el desarrollo de nuestras regiones del norte peruano y del Perú. Elevo mis oraciones por nuestros campesinos y agricultores quienes con su trabajo contribuyen a alimentarnos y al desarrollo del país. Que por la intercesión de San Juan el Bautista, el Señor les conceda salud, trabajo, buen tiempo y cosechas abundantes. 

San Miguel de Piura, 24 de junio de 2020
Solemnidad de la Natividad de San Juan el Bautista

[1] S.S. Francisco, Angelus, 14-XII-2014.

Puede descargar el archivo PDF conteniendo esta nueva Meditación de nuestro Arzobispo AQUÍ

Puede ver el video grabado de esta Santa Misa celebrada por el Arzobispo Metropolitano de Piura desde AQUÍ

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