V MEDITACIÓN DE JUNIO DEL SEÑOR ARZOBISPO METROPOLITANO DE PIURA
«El Inmaculado Corazón de María»
Queridos hermanos y hermanas:
Esta semana celebraremos el viernes al Sagrado Corazón de Jesús y al día siguiente, el sábado, al Inmaculado Corazón de María. Nos consuela saber que en el Cielo hay dos corazones plenamente humanos que nos conocen, nos aman y se interesan por nosotros, y que por tanto ruegan e interceden por nuestras intenciones y necesidades en esta hora de prueba y de dolor. Por ello dedicaré las dos meditaciones de esta semana a estos dos Corazones rebosantes de amor por nosotros. El día de hoy la meditación estará dedicada al Inmaculado Corazón de María, y el jueves al Sagrado Corazón de Jesús, en la víspera de su fiesta. De esta manera el Corazón de la Madre nos preparará para adentrarnos en las insondables riquezas de Amor del Corazón de Cristo.
Si bien en los primeros siglos del cristianismo, no se pueden encontrar huellas de la devoción al Inmaculado Corazón, el Corazón de Santa María es mencionado por San Lucas en su Evangelio hasta en tres oportunidades: en el Nacimiento del Salvador y en la escena del Niño Jesús en medio de los doctores de la ley con las siguientes palabras: “María, su Madre, guardaba cuidadosamente todas estas cosas, y las meditaba en su corazón”. (Lc 2, 19.51); y en las palabras de Simeón a María durante la Presentación del Niño: “En cuanto a Ti, una espada te atravesará el corazón” (Lc 2, 35). Hay también algunas alusiones al Corazón de la Madre de Dios en los comentarios de los Padres de la Iglesia a la Sagrada Escritura, pero en su conjunto esta devoción no se extendió sino hasta el S. XVII como consecuencia del movimiento espiritual de San Juan Eudes, sacerdote francés, fundador de la Congregación de Jesús y de María, quien propagó desde Francia la devoción a los dos Sagrados Corazones.
En la tercera aparición de Fátima, ocurrida el 13 de julio de 1917, Nuestra Madre le dijo a Lucía: “Nuestro Señor quiere que se establezca en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado. Si se hace lo que te digo se salvarán muchas almas y habrá paz; terminará la guerra…Quiero que se consagre el mundo a mi Corazón Inmaculado y que en reparación se comulgue el primer sábado de cada mes…Al final triunfará mi Corazón Inmaculado y la humanidad disfrutará de una era de paz”. En un diálogo entre Lucía y su prima Jacinta, cuando ésta tenía apenas diez años de edad, la hoy Santa le dijo: “A mí me queda poco tiempo para ir al Cielo, pero tú te vas a quedar aquí abajo para dar a conocer al mundo que nuestro Señor desea que se establezca en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado de María…Diles a todos que pidan esta gracia por medio de Ella y que el Corazón de Jesús desea ser venerado juntamente con el Corazón de su Madre. Insísteles en que pidan la paz por medio del Inmaculado Corazón de María, pues el Señor ha puesto en sus manos la paz del mundo”.
En diciembre de 1925, la Virgen se le apareció a Lucía Martos, vidente de Fátima y le dijo: “Yo prometo asistir a la hora de la muerte, con las gracias necesarias para la salvación, a todos aquellos que en los primeros sábados de cinco meses consecutivos, se confiesen, reciban la Sagrada Comunión, recen la tercera parte del Rosario, con intención de darme reparación”. Este pedido de la Virgen dio inicio a la práctica que hoy en día forma parte integral de la devoción al Inmaculado Corazón de María, conocida como la Devoción a los Cinco Primeros Sábados.
El venerable Papa Pío XII, el 31 de octubre de 1942, al clausurarse la solemne celebración en honor de las Apariciones de Fátima, conforme al mensaje de éstas, consagró el mundo al Inmaculado Corazón de María. Asimismo, el 4 de mayo de 1944, el Papa Pacelli, instituyó la fiesta del Inmaculado Corazón de María, que comenzó a celebrarse el 22 de agosto, pero que ahora tiene lugar el sábado siguiente al segundo domingo de Pentecostés, y al día siguiente de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Es importante notar que en el decreto con el que el Papa Pío XII instituyó para toda la Iglesia la celebración en honor del Inmaculado Corazón de María afirma: “Con esta devoción la Iglesia rinde el honor debido al Inmaculado Corazón de la Bienaventurada Virgen María, ya que bajo el símbolo de este Corazón venera con reverencia la santidad eminente y singular de la Madre de Dios y especialmente su amor ardentísimo hacia Dios y hacia Jesús, su Hijo, así como también su compasión maternal para con todos los redimidos por la sangre divina”.
Por tanto podemos afirmar sin temor a equivocarnos que la devoción al Inmaculado Corazón de María expresa su profundo amor por Jesús, su divino Hijo, y también por nosotros que somos hijos de su gran fe, amor que María nos manifestó sobre todo cuando estuvo al pie de la Cruz. El Corazón de María, su Corazón de Virgen y Madre, acompañó con total adhesión la obra redentora de su Hijo y se ha dirigido también a todos aquellos a quienes Cristo ha abrazado y sigue abrazando con amor inagotable. Por eso el Concilio Vaticano II afirmó con claridad que María es nuestra Madre en el orden de la gracia.[1]
El Catecismo de la Iglesia Católica afirma esta verdad con gran belleza y profundidad doctrinal y espiritual: “(María) colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su obediencia, su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra Madre en el orden de la gracia. Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la Cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos”.[2] En el Inmaculado Corazón de María vemos entonces simbolizado su amor maternal, su santidad singular, y su papel central en la obra de la salvación realizada por su Hijo, el Señor Jesús.
La imagen tiene una capacidad de expresar sintéticamente un conjunto de realidades espirituales de manera artística a través de la fuerza del símbolo. Este es el caso del Inmaculado Corazón de María. Resalta en él: el Corazón fulgurante en llamas, atravesado por una espada o rodeado de espinas, como es el caso de la imagen de Nuestra Señora de Fátima, y rodeado, en la mayoría de las representaciones, de rosas blancas. Asimismo en la mayoría de las imágenes del Inmaculado Corazón de nuestra Madre Santísima, la mano derecha de la Virgen está señalando a su Corazón y en otras sus dos manos.
Veamos ahora el significado de estos símbolos. El Corazón fulgurante o encendido en llamas, simboliza la presencia transformante del Espíritu Santo en María expresado en las palabras de la salutación angélica en la Anunciación-Encarnación: “Llena eres de gracia, el Señor es contigo” (Lc 1, 28).
Las llamas que brotan del Corazón –símbolo de lo más hondo del ser de María- manifiestan luz y calor pero sobre todo el amor gozoso de su Inmaculado Corazón: Amor a Dios Padre y a su Plan de Salvación, al cual María se abrazó con absoluta generosidad, con fe y obediencia libres; Amor de Madre y de perfecta Discípula a su Hijo Jesús con quien coopera con Él y bajo Él, desde su libertad poseída, en la obra de nuestra reconciliación, la cual Cristo realiza en favor nuestro por medio de su Encarnación, Muerte y Resurrección; y Amor a toda la humanidad y a sus hijos en la fe que somos todos nosotros, porque como lo hemos visto, Ella es realmente nuestra Madre en el orden la gracia. El Corazón Inmaculado de María está todo encendido y envuelto en Amor a Dios, a su Hijo y a nosotros.
Luego atrae nuestra atención el Corazón atravesado por una espada. La espada alude a la profecía del anciano Simeón el día de la Presentación del Niño Jesús en el Templo: “El padre y la madre del Niño se quedaron maravillados por lo que se decía de Él. Simeón les dio su bendición y le dijo a María, la madre de Jesús: «Este niño está destinado a causar la caída y el levantamiento de muchos en Israel, y a crear mucha oposición, a fin de que se manifiesten las intenciones de muchos corazones. En cuanto a ti, una espada te atravesará el corazón»” (Lc 2, 33-35). La espada que traspasa el Corazón Inmaculado de María Santísima, manifiesta el triunfo de la salvación pero que llega a través del dolor de la pasión y muerte de su Hijo que Ella sobrelleva en su Corazón. Por eso algunas tradiciones espirituales denominan al Corazón de María, como el Inmaculado y Doloroso Corazón.
De otro lado, en las mayorías de las imágenes, el Corazón de nuestra Madre aparece rodeado de una corona de rosas blancas. La corona de rosas nos remite en primer lugar a la corona de espinas de su Hijo (ver Mt 27, 29), y trae a nuestra mente los momentos de dolor vividos por María al pie de la Cruz. Pero el simbolismo de las rosas blancas no se queda ahí: alude a la Inmaculada Concepción de María, a la pureza y ternura de nuestra Madre concebida sin mácula, es decir sin la macha del pecado original, y por tanto nos remite al plan original de Dios cuando creó al ser humano: “Por cuanto nos ha elegido en Él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad” (Ef 1, 4-5).
Para finalizar, la mano derecha o sus dos manos señalando con fineza su Inmaculado Corazón, son toda una invitación de María a que recurramos a Ella dándonos la seguridad de su amor de Madre, y a la vez son toda una exhortación a que sigamos su ejemplo de ser dóciles a la voluntad de Dios, al designio divino en nuestras vidas. Por eso en Caná, con la autoridad de su propia vida de obediencia pudo decirnos: “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 5).
En relación con su papel especialísimo en la misión reconciliadora de su Hijo, la devoción al Inmaculado Corazón de María tiene capital importancia, pues mediante su maternidad espiritual, María interviene singularmente como un camino pleno que nos lleva al Señor Jesús. El Inmaculado Corazón de María nos revela su profundo amor por nosotros y su especial oficio maternal de intercesora nuestra en el Cielo.
Si nos volvemos al Inmaculado Corazón de María, Ella nos ayudará a vencer el mal de la pandemia que hoy nos aflige, por eso al final de esta meditación consagraré Piura y Tumbes a su Inmaculado Corazón; un Acto de Consagración que en última instancia se refiere al Corazón de su Hijo, pues María está totalmente unida a la misión redentora de Cristo. Su Corazón de Madre, late al mismo ritmo del Corazón de su Hijo. Por eso quien se adentra en su Inmaculado Corazón verá que todo él reboza de amor por el Señor y que nos remite de manera plena al Sagrado Corazón de Jesús. De esta manera al consagrarnos al Inmaculado Corazón de María, encontramos un camino seguro hacia el Corazón de Cristo, símbolo del amor misericordioso de nuestro Salvador.
Asimismo, por medio del Acto de Consagración al Corazón de Nuestra Madre Inmaculada, establecemos una alianza de amor con Ella en la que le encomendamos todo lo que somos y tenemos; una alianza que hay que vivir libres de pecado y en gracia de Dios en reparación por los propios pecados cometidos y por los de la humanidad; una alianza de amor a través de la cual María nos va educando y configurando con su Hijo Jesús, el modelo de plena humanidad; una alianza que nos compromete a ser apóstoles audaces del Evangelio, secundando a María en su misión apostólica de dar a luz a Cristo en todos los corazones: “Mujer he ahí a tu hijo” (Jn 19, 26).
Queridos hermanos: en estos momentos difíciles y de dolor traigamos a nuestra memoria las palabras de Nuestra Señora de Fátima a Lucía en su segunda aparición ocurrida el 13 de junio de 1917, palabras que son toda una fuente de esperanza y de consuelo para todos nosotros: “¡No te desanimes! Nunca te dejaré. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios”.
San Miguel de Piura, 16 de junio de 2020
[1] Ver Constitución Dogmática Lumen Gentium, n. 61.
[2] Catecismo de la Iglesia Católica nn. 968-969.
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