MEDITACIÓN DEL ARZOBISPO METROPOLITANO DE PIURA ACERCA DE LAS APARICIONES DE LA VIRGEN NUESTRA SEÑORA DE LOURDES
“Yo soy la Inmaculada Concepción”
NUESTRA SEÑORA DE LOURDES
Muy queridos hermanos:
Con ocasión del 13 de mayo tuve a bien hacerles una meditación mariana sobre Nuestra Señora de Fátima. Estando cercano el fin del mes de María, considero que también debería hacer una reflexión sobre “Nuestra Señora de Lourdes”. A Ella, salud de lo enfermos, quiero que encomendemos esta tarde a todas las personas que están llevando el peso de cualquier enfermedad, pero en especial a aquellos hermanos nuestros enfermos de “Coronavirus”, así como a sus familias, a los médicos, enfermeras y agentes sanitarios de nuestras regiones de Piura y Tumbes que los están atendiendo. Esta meditación esta tomada de la conferencia “Las Apariciones Marianas y Lourdes”, del R.P. Juan Luis Bastero, renombrado mariólogo y profesor principal de teología de la Universidad de Navarra. La conferencia la pronunció hace algunos años atrás en Piura, con ocasión de un curso de formación permanente que ofreció a los sacerdotes de nuestra Arquidiócesis. Por tanto me limitaré a leer los extractos de lo que considero son las partes más importantes de su conferencia en cuanto al acontecimiento de Lourdes. Hago esta precisión en honor a la verdad y para dar crédito a quien se lo merece.
Las apariciones
La aparición de la Santísima Virgen María se produce en el año 1858 en la ciudad de Lourdes en Francia. Del 11 de febrero al 16 de julio de ese año la Virgen María se apareció dieciocho veces a Bernadette Soubirous, una niña de catorce años, de condición muy pobre y sin mayor instrucción. En las dos primeras apariciones, el jueves 11 y el domingo 14, la Virgen se presenta en la gruta ante Bernadette, rodeada de un halo luminoso.
Su vestido es totalmente blanco, ceñido con un cinturón azul. En sus manos sostiene un Rosario. Su faz sonríe con una gracia incomparable, pero no pronunció ninguna palabra. La tercera aparición, el jueves 18 de febrero, la Virgen pronuncia tres frases cortas: la primera ante la petición de Bernadette que alcanzándole un papel le dice: “¿Queréis tener la bondad de poner por escrito vuestro nombre?”. La Virgen le dice: “No es necesario”. Después la Señora le pide: “¿Quieres tener la gentileza de venir aquí durante quince días?”; y la última frase contiene una promesa: “No te prometo hacerte feliz en este mundo sino en el otro”. Las tres apariciones siguientes están dedicadas esencialmente a la oración y al éxtasis. El sábado 20 de febrero la Virgen le enseñó a Bernadette una oración que, a partir de entonces, ella recitó toda su vida, pero que la guardó en secreto. El domingo 21, por primera vez, la Señora le dijo “Rogad a Dios por los pecadores”, petición que renovará en las siguientes apariciones.
Las apariciones 7ª y 8ª (el martes 23 y el miércoles 24), están poco delimitadas y no se puede decir con precisión lo sucedido en cada una de ellas. En éstas se colocan tres secretos recibidos por la vidente y la petición: “penitencia, penitencia, penitencia”que le hace la Virgen a Bernadette. La penitencia solicitada por la Virgen se concreta el jueves 25 de febrero, cuando le pide: “Vete a beber a la fuente y a lavarte”. La vidente pensó entonces que la Señora la mandaba al canal que pasaba frente a la gruta y se dirigió hacia allá. La Virgen la detuvo y le dijo: “No vayas allá, ve a la fuente que está aquí”. Le señaló hacia el fondo de la gruta. Bernadette subió y, cuando estuvo cerca de la roca, buscó con la vista la fuente no encontrándola, y queriendo obedecer, miró a la Virgen. A una nueva señal se inclinó y escarbando la tierra con la mano, pudo hacer en ella un hueco. De repente se humedeció el fondo de aquella pequeña cavidad y viniendo de profundidades desconocidas a través de las rocas, apareció un agua que pronto llenó el hueco que podía contener un vaso de agua. Mezclada con la tierra cenagosa, se la acercó tres veces a sus labios, no resolviéndose a beberla. Pero venciendo su natural repugnancia al agua sucia, bebió de la misma y se mojó también la cara. También le pide: “Vete a comer esta hierba que está allá”. Ella comió hierba amarga.
La primera curación milagrosa mediante esta agua se realizó a los tres días de esta petición de la Virgen a Bernadette.
Catalina Latapié tenía 38 años. Dos años antes, se había caído de un árbol y había sufrido una luxación del hombro derecho. Uno de sus brazos había quedado completamente paralizado. La noche del 28 de febrero de 1858 se despertó y tuvo, como dijo ella, una “moción interna” que la empujó a ir a la gruta. Llegada ahí, puso la mano en el agua y pronto recobró la movilidad de su brazo.
El viernes 26, la Virgen no se presentó en la Gruta de Lourdes. El día siguiente la Virgen continuó pidiéndole obras de penitencia: “Besa la tierra en penitencia por los pecadores”. Esta petición se repitió en los días sucesivos. Las personas que estaban con la vidente la imitaron y también ellas besaban la tierra. El martes 2 de marzo, la Señora le hizo otra petición: “Ve a decir a los sacerdotes que hagan construir aquí una capilla y que vengan en procesión”. La primera parte de la petición la repitió los días siguientes, pero la segunda parece que la dijo una sola vez. La quincena terminó el jueves 4 de marzo y ese día la Virgen hizo el segundo milagro: la curación milagrosa de un ciego, Louis Bouriette. El 6 de julio tuvo lugar la tercera curación milagrosa: un niño de apenas dieciocho meses de nacido, Justin Bouhort, desahuciado por los médicos fue sumergido en el agua helada de la gruta y se curó milagrosamente de tal manera que pudo asistir a la canonización de Santa Bernardita en 1933.
La Señora esperó hasta el día de la Anunciación, 25 de marzo, para comunicar quién era: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Petición que había solicitado el párroco de Lourdes. La Virgen se apareció dos veces más: el 7 de abril, donde se produjo el milagro del cirio[1] y el 16 de julio, fiesta de la Virgen del Carmen. En esta última aparición la Virgen tampoco le dijo nada, pero la vidente declaró: “Nunca la he visto tan bella”.
El mensaje de las apariciones
Acabamos de describir de manera resumida las 18 apariciones de la Virgen a Bernadette Soubirous. Nos dice el Padre Bastero, que podemos advertir que las palabras de la Señora a la vidente son pocas. En varias apariciones la Virgen no pronunció ninguna palabra, ni comunicó mensaje alguno. Si pensamos que todo el mensaje debe reducirse exclusivamente a la literalidad de lo comunicado, llegaríamos a obtener un planteamiento reduccionista y parcial de lo que la Virgen quería comunicar a la vidente, y en ella a todo el pueblo cristiano. En el conjunto del mensaje debemos incluir, además de las palabras pronunciadas por la Señora, la mirada y los gestos de la Virgen, las acciones de la vidente en el momento de las apariciones, el ambiente de recogimiento y de oración que suscita y las condiciones personales de Bernadette. Por este motivo retenemos que las palabras-clave del mensaje no son sólo las dichas explícitamente, y que podemos resumir entonces en: pobreza, oración, penitencia-conversión, y la Inmaculada Concepción.
La Pobreza
Esta virtud está presente de forma implícita, pero a la vez clara y patente en la figura de la vidente. Bernadette era, desde un punto de vista meramente humano, la persona menos adecuada para recibir un mensaje del Cielo. Era profundamente pobre, no sólo desde un punto de vista material, sino de instrucción humana y religiosa. A sus catorce años era analfabeta y no había hecho la primera Comunión, y de salud, en su niñez, tuvo el cólera, y después contrajo un asma crónica que dejó su salud muy endeble. Toda la vida de la vidente había estado marcada por la carencia material incluso de lo más imprescindible. Su padre, aunque era molinero, por falta de trabajo se dedicaba a recoger la basura del pueblo y del hospital. Bernadette asumió esta pobreza como un don del cielo y siempre quiso ser pobre. De hecho siempre rechazó cualquier obsequio ofrecido por cualquier persona que acudió a las apariciones. ¿Qué nos enseña todo esto? Que la pobreza de espíritu es necesaria para poder captar las realidades sobrenaturales. Sólo quien tiene libre el corazón de las ataduras de la tierra puede saborear el mensaje divino. Porque la pobreza no sólo es carencia de bienes materiales, sino que, según el Evangelio, supone una actitud interior de rectitud y pureza de corazón que capacita al hombre a abrirse del todo al amor de Dios.
La oración
La oración es una de las peticiones más explícitas del mensaje de Lourdes. Desde la primera aparición se contempla un ambiente meditativo. Ante la turbación que Bernadette sintió ante la presencia de la Señora su reacción instintiva fue coger el Rosario hacer la señal de la cruz y ponerse a rezarlo con el beneplácito y la sonrisa de la Virgen. Esta práctica piadosa era la única que conocía en aquel momento la vidente, y se iluminará y hará más profunda en el transcurso de las apariciones. Es una constante que, como preparación a todas las apariciones, la vidente se recogía en Dios recitando con toda devoción el Rosario y con mucha frecuencia los que la acompañaban se unían con piedad a su oración. Podríamos decir que en este caso las acciones precedieron a las palabras.
En Lourdes: “María nos recuerda que la oración, intensa y humilde, confiada y perseverante debe tener un puesto central en nuestra vida cristiana. La oración es indispensable para acoger la fuerza de Cristo. «Quien reza no desperdicia su tiempo, aunque todo haga pensar en una situación de emergencia y parezca impulsar sólo a la acción»(Deus caritas est, n. 36). Dejarse absorber por las actividades entraña el riesgo de quitar de la plegaria su especificidad cristiana y su verdadera eficacia. En el Rosario, tan querido para Bernadette y los peregrinos en Lourdes, se concentra la profundidad del mensaje evangélico. Nos introduce en la contemplación del rostro de Cristo. De esta oración de los humildes podemos sacar copiosas gracias”.[2]
La oración que irradiaba la gruta de Masabielle se extendió rápidamente a todos los asistentes. De una forma espontánea fueron acudiendo hacia ella un número creciente de personas, quizá en un primer momento movidos por la curiosidad, pero muy pronto se vieron envueltos en un clima de piedad y de oración que les condujo prontamente a una profunda conversión interior y rectificación de vida. Actualmente son innumerables las peregrinaciones de todo el mundo que acuden a Lourdes a postrarse a los pies de la Inmaculada para implorar su omnipotente protección. La oración fue creciendo de modo conforme se sucedían las apariciones y tomó una forma concreta en la decimotercera aparición del 2 de marzo cuando la Virgen le dijo a la vidente: “Ve a decir a los sacerdotes que hagan construir aquí una capilla y que vengan en procesión”.
Podríamos decir que la Virgen deseaba que la oración y la plegaria se realizaran en el seno de la Iglesia y teniendo como su centro a su Hijo, en el don de la Eucaristía.
Conversión y penitencia
Es muy sintomático que las primeras apariciones fueran al inicio de la Cuaresma, tiempo en el que la Iglesia invita a la conversión interior y a la penitencia. Aquel año el Miércoles de Ceniza fue el día 17 de febrero. Al día siguiente en la tercera aparición la Virgen dijo a Bernadette: “No te prometo hacerte feliz en este mundo sino en el otro”, como premonición de lo que sería su vida aquí en la tierra. El 24 de febrero irrumpió en las apariciones el aspecto penitencial, cuando la Señora exclamó: “¡penitencia!, ¡penitencia!, ¡penitencia!” por los pecadores, para reparar por las múltiples ofensas causadas al Señor y así poder conseguir su conversión.
Más aún la Virgen pidió a la vidente unos actos concretos de penitencia que causaron estupor y burla en muchos espectadores. Ese mismo día le animó a que besara “la tierra en penitencia por la conversión de los pecadores”, frase que repitió en los días posteriores. A la mañana siguiente, la Señora le invitó a beber agua de la fuente que estaba al fondo de la gruta. Para ello escarbó con sus manos el suelo manchándose la cara y la ropa. También le rogó que comiera la hierba que estaba allí, cosa que la vidente hizo con toda naturalidad. Estas acciones causaron enorme hilaridad y extrañeza en los que le acompañaban. Sin embargo, esos ejercicios repulsivos no tardan en dar frutos. A partir del gesto penitencial de Bernadette, la fuente de agua viva ha brotado en el fondo de la gruta, como símbolo inagotable de las gracias concedidas en Lourdes.
Los frutos de conversión y de penitencia que la Virgen ha concedido y concede en Lourdes -la mayor parte de ellos ocultos a los ojos humanos- son los verdaderos dones que Ella desea infundir en los fieles que acuden a implorar su auxilio. Por ello Lourdes, más que una tierra de milagros, es una tierra de conversión. Si la Señora puede mostrarse restrictiva en la curación corporal de los enfermos que acuden a la gruta, en la curación del alma está dispuesta a ayudar a todos los peregrinos, moviendo sus corazones a la penitencia y a la rectificación de vida.
La Inmaculada
El día 25 de marzo, fiesta de la Anunciación, la Señora comunicó a Bernadette quién era: «Yo soy la Inmaculada Concepción». Esta frase es la que personaliza y focaliza todo el mensaje de Lourdes, y es el título del último dogma mariano que el beato Papa Pío IX había proclamado solemnemente casi cuatro años antes de la aparición de Nuestra Señora en Lourdes, el 8 de diciembre de 1854.
La Virgen María, que se presenta como la “inmune de pecado original”, es la que invita a la penitencia y a la conversión a los pecadores, porque sólo Ella es la que puede mostrarse como modelo ejemplar del seguimiento de su Hijo. No hay nada en su vida que no sea puro, bello, santo. Ella, pobre como Bernadette, se muestra cercana y comprensiva con los pecadores, a quienes ama con entrañas de Madre. En María encontramos la ayuda y protección y, a la vez, el modelo y el ejemplo de una vida totalmente orientada al Señor desde el instante de su concepción. Nada existe en su vida que desdiga de la imagen que Dios quiso para el hombre creado a su imagen y semejanza (ver Gen 1, 26).
Que Nuestra Señora de Lourdes, Madre nuestra quien desde hace 162 prodiga su amor maternal a los pecadores y a los enfermos interceda en estos tiempos de pandemia por los que padecen alguna enfermedad, especialmente los contagiados de “Coronavirus”, y les alcance el don de la salud. Asimismo acoja en su seno de Madre Misericordiosa a todos los moribundos y Dios nos conceda de su mano el milagro de la curación y de vernos libres muy pronto de esta pandemia.
San Miguel de Piura, 26 de mayo de 2020
Martes de la VII Semana de Pascua
[1] En esta aparición se produjo el milagro del cirio: Bernadette levantó sus manos y las dejó caer un poco, sin percatarse que las tenía sobre el extremo de la vela encendida. Entonces la llama comenzó a pasar entre sus dedos y a elevarse por encima de ellos, oscilando de un lado para el otro, según fuera el leve soplo del viento. Los que estaban ahí gritaban: «se quema». Pero ella permanecía inmóvil. Un médico que estaba cerca de Bernardita sacó el reloj y comprobó que por más de un cuarto de hora la mano estuvo en medio de la llama, sin hacer ella ningún movimiento. El médico comprobó que la mano de Bernadette estaba ilesa. Después que terminó la aparición: uno de los espectadores aproximó a la mano de Bernadette la llama de la misma vela encendida, y ella exclamó: “¿Oh que quiere usted, quemarme?”.
[2] Benedicto XVI, Homilía de la Eucaristía en Lourdes del 14.IX.2008, Ecclesia 68 (2008) 1424.
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