II MEDITACIÓN EUCARÍSTICA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO DE PIURA
«Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote»
Queridos hermanos y hermanas:
La próxima semana celebraremos la gran solemnidad del Corpus Christi, fiesta de tanto arraigo en la piedad cristiana y católica de Piura y Tumbes. Con dolor este año no podremos tener la multitudinaria y tradicional procesión eucarística, pero ello no es obstáculo para que renovemos nuestra fe y amor en la presencia real del Señor Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Con toda la Iglesia profesamos: “Creemos que la Misa que es celebrada por el sacerdote representando la persona de Cristo, en virtud de la potestad recibida por el sacramento del orden, y que es ofrecida por él en nombre de Cristo y de los miembros de su Cuerpo místico, es realmente el sacrificio del Calvario, que se hace sacramentalmente presente en nuestros altares. Creemos que, como el pan y el vino consagrados por el Señor en la última Cena se convirtieron en su Cuerpo y su Sangre, que en seguida iban a ser ofrecidos por nosotros en la Cruz, así también el pan y el vino consagrados por el sacerdote se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sentado gloriosamente en los cielos. Creemos que la presencia misteriosa del Señor bajo la apariencia de aquellas cosas, que continúan apareciendo a nuestros sentidos de la misma manera que antes, es verdadera, real y sustancial”.[1]
Verdaderamente la Eucaristía es “misterio de fe”, misterio que supera nuestro pensamiento y que sólo puede ser acogido por la fe. Como solía decir Santa Teresa de Calcuta: “Para los que tiene fe, ninguna explicación les es necesaria, para los que no la tienen ninguna explicación les será suficiente”.
El misterio de amor de la Eucaristía, debemos adorarlo de rodillas. ¿Por qué? Porque Jesús está realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar. “No veas –exhorta San Cirilo de Jerusalén- en el pan y en el vino meros y naturales elementos, porque el Señor ha dicho expresamente que son su Cuerpo y su Sangre: la fe te lo asegura, aunque los sentidos te sugieran otra cosa”. Por eso la Iglesia sigue cantando a lo largo de los tiempos aquel himno eucarístico que Santo Tomás de Aquino compusiera para la fiesta de Corpus Christi hace muchos siglos atrás: “Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte”. Sí, la adoración es parte esencial de nuestra piedad eucarística, adoración que la Iglesia prolonga en el culto que tributa a la Eucaristía fuera de la Misa.
Arrodillarse ante el Señor, no es contrario a la libertad, dignidad y grandeza del hombre. Si la persona humana no afirma a Dios en su vida, es decir a Aquel que es su origen y su destino eterno, se condena al vacío, a la confusión y a la infelicidad. Sólo confesando y adorando al Señor, es como nos encontramos a nosotros mismos, afirmamos nuestra verdadera dignidad y hallamos nuestro camino de auténtica libertad y realización. Por eso nunca es más grande el ser humano que cuando está de rodillas ante el Señor, tal como lo haremos dentro de unos momentos ante la Hostia Santa.
Pero hay algo más que considerar a este respecto: Aquel a quien adoramos y ante el cual nos arrodillamos en la Eucaristía, es el mismo Jesús quien se ha arrodillado primero ante nosotros para lavar y borrar nuestro pecados cuando se encarnó y murió en la cruz y de esta manera nos ha introducido en su Amor que todo lo renueva, eleva y embellece.
Hermanos: nos arrodillamos ante Él para confesarlo con las bellas palabras del apóstol Santo Tomás: “Señor mío y Dios mío”, pero también para pedirle por nuestras necesidades e intenciones, y sobre todo para decirle: “Jesús Eucaristía, en esta hora difícil que vivimos, reconstruye nuestra esperanza, porque sólo en Ti tenemos el Espíritu que nos da la fuerza para sostenernos unos a otros y para hacerle frente a esta pandemia y transformar estos tiempos sombríos en un presente de luz y de vida”.
El día de hoy, celebramos la fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, por eso en este momento de la meditación quisiera dirigirme a los sacerdotes quienes participamos del sacerdocio de Cristo, ya que el gran y sumo Sacerdote es el Señor Jesús. Como afirma la carta a los Hebreos, Él con su propia sangre penetró una vez para siempre en el santuario, consiguiéndonos una redención eterna (ver Hb 9, 12). Cristo, sacerdote y víctima, “es el mismo ayer, hoy y siempre” (Hb 13, 8).
Queridos sacerdotes de Piura y Tumbes: Hemos sido bendecidos con el inmerecido don del sacerdocio ministerial. Cuando Jesús instituyó el sacramento de la Eucaristía, sacramento de la nueva y eterna alianza, introdujo, al mismo tiempo, el ministerio sacerdotal en la Iglesia. El Señor Jesús, se ha puesto en nuestras manos bajo las especies del pan y del vino, y nos ha confiado el memorial vivo del sacrificio que Él mismo ofreció al Padre en la Cruz, para que Su Iglesia lo celebre hasta el fin del mundo: “Hagan esto en conmemoración mía”… “Cada vez que lo hagan, anunciaréis mi muerte hasta mi última venida”.
Por eso los invito hoy a que elevemos a Dios, “una acción de gracias común por este extraordinario don. Don para todos los tiempos y para los hombres de todas las razas y culturas. Don que se renueva en la Iglesia gracias a la inmutable misericordia divina y a la respuesta generosa y fiel de gran número de hombres frágiles. Don que no deja de maravillar a quien lo recibe”. [2]
Queridos hijos y hermanos sacerdotes: Quiero agradecerles su entrega fiel y abnegada de estos prolongados meses de “cuarentena” debido a la pandemia que nos aflige. Agradecerles las oraciones que a diario elevan por la Iglesia y por la humanidad. Agradecerles por las Misas privadas que celebran y que sostienen la fe de tantos y que renuevan la esperanza del mundo entero; por los momentos en que no dudan de confesar a un penitente que se los pide o de bautizar y confirmar a alguien en peligro de muerte, o de salir a llevar el Viático y la Santa Unción a un moribundo o enfermo. Gracias porque no dejan de anunciar la Palabra, porque podremos estar en confinamiento pero la Palabra de Dios no está encadenada (ver 2 Tim 2, 9).
Gracias porque con creatividad no dejan de socorrer a los pobres y a los más vulnerables, y por los medios virtuales llegan a muchos hermanos ofreciéndoles atención y consejo espiritual, llevándoles la certeza que el Amor de Dios es fiel, que Él siempre está con nosotros y por eso nada debemos de temer…En nuestro ministerio sacerdotal nos anima y sostiene saber del cariño y de la oración de nuestro pueblo que de mil maneras nos muestra su cercanía y amistad. Nos anima y sostiene saber que contamos con el mismo Jesús, porque desde el día de nuestra ordenación en que se nos impusieron las manos para consagrarnos sacerdotes del Señor para siempre, y así actuar como otros Cristos, quedamos bajo la custodia del hueco de sus manos, es decir quedamos bajo la custodia de la inmensidad de su Amor. Nos sostiene saber que tenemos como Madre a la misma Madre de Dios. No nos cansemos de mirar siempre a María, de invocarla en todo momento. Como hijos verdaderos y predilectos suyos que somos, amémosla con profunda piedad filial, es decir con los sentimientos nobles y puros del Sagrado Corazón de Jesús. Sólo así seremos en todo momento ministros humildes, pobres, obedientes y puros del Señor; sólo así viviremos nuestro ministerio sacerdotal como donación total de nuestras vidas a Cristo y a Su Iglesia.[3]
Y a ustedes queridos fieles cristianos que forman el Santo Pueblo de Dios, que son pueblo real, linaje sacerdotal, asamblea santa, les pido que oren por nosotros, que oren por sus sacerdotes para que seamos fieles y santos. Den gracias con nosotros a Cristo por nuestro ministerio y canten con nosotros al Señor y Dios nuestro: ¡Gloria a ti, oh Cristo, por el don del sacerdocio! Haz que la Iglesia siempre cuente con la obra generosa de numerosos y santos sacerdotes”.
Nos preparamos para este momento de adoración eucarística con esta oración por los sacerdotes de Santa Teresita del Niño Jesús:
Oh Jesús que has instituido el sacerdocio para continuar en la tierra
la obra divina de salvar a las almas
protege a tus sacerdotes en el refugio de tu Sagrado Corazón.
Guarda sin mancha sus manos consagradas,
que a diario tocan tu Sagrado Cuerpo,
y conserva puros sus labios teñidos con tu preciosa Sangre.
Haz que se preserven puros sus corazones,
marcados con el sello sublime del sacerdocio,
y no permitas que el espíritu del mundo los contamine.
Aumenta el número de tus apóstoles,
y que tu Santo Amor los proteja de todo peligro.
Bendice sus trabajos y fatigas,
y que como fruto de su apostolado
obtenga la salvación de muchas almas
que sean su consuelo aquí en la tierra
y su corona eterna en el Cielo. Amén.
(Santa Teresita del Niño Jesús).
San Miguel de Piura, 04 de junio de 2020
Fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote
[1] San Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, n.
[2] San Juan Pablo II, Homilía en la Fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, 18-V-2020.
[3] Ver Mons. José Antonio Eguren Anselmi, S.C.V., Carta Pastoral a los Sacerdotes por el Jueves Santo 2020.
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