Homilías

HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN LA SOLEMNIDAD DE LA EPIFANIA DEL SEÑOR JESÚS 2024

“Vayamos también a adorarle”

Solemnidad de la Epifanía del Señor

Hoy celebramos la Solemnidad de la Epifanía del Señor, la hermosa fiesta de la adoración de los Reyes Magos al Niño Dios. Es la fiesta en que Jesús se manifiesta como el Salvador de toda la humanidad, y no sólo de Israel. Esto es lo que significa la palabra griega επιφάνεια, epifanía, “manifestación”. Los pueblos gentiles, representados en los Magos venidos de Oriente, reconocen y acogen al Señor Jesús como su Reconciliador.

Este es uno de los aspectos más maravillosos del misterio de la Navidad: Su carácter universal. La Encarnación no sólo es un misterio de salvación para el pueblo judío, el Pueblo de las promesas, sino para toda la humanidad, es decir, para los hombres de todas las razas, lenguas, y culturas del mundo, de todos los tiempos. Jesús es el único Salvador del mundo ayer, hoy y siempre: “Luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2, 32).

Los reyes magos saben mirar

Los protagonistas de esta fiesta son unos sabios o magos que vienen de lejos (ver Mt 2, 1-23). Ellos sabían mirar, es decir, sabían alzar su mirada al cielo, y por eso descubren la estrella y lo que ella anuncia: El nacimiento del Salvador que viene a iluminar a todos los pueblos y a alumbrar las noches de la humanidad.

Los Magos nos enseñan a levantar la vista al Cielo, a desear a Dios, a esperar su novedad, porque sabían que, sin el Señor, la vida no encuentra su sentido y su realización plena. Para vivir realmente, se necesita una meta alta, y por eso hay que mirar siempre hacia arriba.

Hombres inquietos que saben caminar

Nunca dejarán de sorprendernos estos hombres inquietos quienes, movidos por una estrella, su hambre de Dios, y nostalgia de infinito, se lanzan a la apasionante aventura de buscar al Salvador, y cuando lo encuentran en brazos de su Madre, Santa María, se postran, y lo adoran ofreciéndole sus dones: Oro, incienso y mirra (ver Mt 2, 11).

De esta manera, los Reyes Magos nos enseñan también a saber caminar. Como bien nos lo recuerda el Papa Francisco: “La estrella nos invita a ponernos en camino, y nos muestra que Jesús se deja encontrar por quien lo busca, pero para buscarlo hay que moverse, salir. No esperar, hay que arriesgar. No hay que quedarse quieto; hay que avanzar. Jesús es exigente. A quien lo busca, le propone que deje el sillón de las comodidades mundanas y el calor agradable de sus estufas”.[1]

Los reyes magos, son el cumplimiento de la profecía de Isaías: “Caminarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu alborada” (Is 60, 3).

Nosotros, que formamos parte de los pueblos paganos, también estamos llamados a gozar de la luz salvadora de Cristo, es decir, de la gracia de la salvación. Por eso San Pablo nos dirá: “Los gentiles sois coherederos, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la misma promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio” (Ef 3, 6). 

Los Reyes Magos nos enseñan a adorar

Finalmente, los Reyes Magos nos enseñan que nunca somos más grandes que cuando estamos de rodillas ante el Señor para adorarlo, porque adorar es poner al Señor en el centro de nuestras vidas para no estar más centrados en nosotros mismos, lo cual nos lleva al egoísmo, y a todas las injusticias que éste engendra.

Como los Magos, pongámonos hoy de rodillas para adorar al Niño Jesús ofreciéndole el homenaje de nuestra fe, y la entrega de nuestra propia existencia. Entreguémosle el oro de nuestra libertad, el incienso de nuestra oración, y la mirra de los afectos más nobles y puros de nuestro corazón.[2]

Cuando adoramos, permitimos que Jesús nos sane y nos transforme. La adoración es un gesto de amor que cambia la vida, porque la grandeza de la vida no consiste en tener, sino en donarse, en amar. Sin salir de uno mismo, es decir, sin adorar, no se puede conocer a Dios y su amor, no se puede ser feliz y salvarse.[3]

Seamos como los Reyes venidos de Oriente: Personas con un corazón inquieto, en búsqueda constante del Señor, capaces de percibir los signos de Dios, su lenguaje callado y sencillo; personas valientes a quienes les importa más encontrar la Verdad, que vivir pendientes del qué dirán los demás. Personas que, en el camino de la fe, no se desaniman a pesar de los problemas y pruebas que puedan surgir. Por todo ello, sus imágenes siempre estarán inmortalizadas en cualquier pesebre, por humilde que éste sea. 

Preguntas para un examen de conciencia en Epifanía

En este día de Epifanía, en que Jesús se nos manifiesta en brazos de su Madre María, como la luz que viene a iluminar las tinieblas de nuestro pecado, preguntémonos, a modo de examen de conciencia: ¿Tenemos la humildad de los Reyes Magos o la arrogancia y autosuficiencia de Herodes y de los sumos sacerdotes? ¿Sé buscar continuamente al Señor y ponerme en camino hacia Él? ¿Mi vida es un postrarme continuamente ante el Señor para adorarlo, y ante mis hermanos para amarlos? O es más bien un quedarme muy cómodamente instalado en el palacio de mi autosuficiencia y de mi orgullo ¿Jesús es mi Señor y mi Salvador, de quien me descubro necesitado? O es más bien una amenaza para mi egoísmo, para mis planes, para mi ambición ¿Me dejo iluminar por Jesús? O prefiero las tinieblas de mi pecado, de la mentira, y del odio. “Como los Magos, postrémonos, rindámonos ante Dios en el asombro de la adoración. Adoremos a Dios y no a nuestro yo; adoremos a Dios para no inclinarnos ante las cosas que pasan ni ante las lógicas seductoras y vacías del mal”.[4]

Epifanía y el compromiso misionero

Si bien la fiesta de Epifanía debe ser para nosotros una ocasión para dar gracias a Dios por haber sido llamados a la fe en Cristo, por otra parte, debe ser ocasión para un compromiso misionero de colaborar activamente en el proyecto de salvación universal de Dios, para que así se realice el deseo que expresaba el Papa San León Magno: “Que todos los pueblos vengan a incorporarse a la familia de los patriarcas (…). Que todas las naciones, en la persona de los tres Magos, adoren al Autor del universo”.[5]

Si bien la luz de Cristo ha llegado a nosotros, son muchas las personas que aún viven en las tinieblas del pecado y, por tanto, en sombras de muerte. El Señor Jesús, nos pide hoy que seamos portadores de la luz de su salvación a estos hermanos nuestros, con nuestra oración, nuestra palabra valiente, y nuestro testimonio de vida cristiana, porque, son aún muchos los que no lo conocen, y muchos los que, habiéndole conocido, le han olvidado. Que cada cual, desde su particular vocación y estado de vida, colabore con el plan universal de salvación del Señor, y contribuya a la unión de todos los pueblos en la Iglesia de Cristo, para gloria suya.  

Queridos hermanos: En este día hermoso de Epifanía, además de mirar a los Reyes Magos, contemplemos a María Santísima. Como Ella, acojamos cada vez más a Cristo en nuestro corazón, para así convertirnos después en portadores suyos en el mundo.

Cada uno de nosotros tendrá que esforzarse, dentro de su familia, en su ambiente de trabajo, en su vecindario, por ser una pequeña, pero luminosa, Epifanía de Cristo.

San Miguel de Piura, 07 de enero de 2024
Solemnidad de la Epifanía del Señor

[1] S.S. Francisco, Homilía en la Solemnidad de la Epifanía del Señor, 06-I-2018.

[2] Ver S.S. Benedicto XVI, Homilía a los Seminaristas XX Jornada Mundial de la Juventud, 19-VIII-2005.

[3] Ver S.S. Francisco, Homilía en la Misa de Epifanía, 06-I-2020.

[4] S.S. Francisco, Homilía en la Epifanía del Señor, 06-I-2023.

[5] San León Magno, Sermón 3 en la Epifanía del Señor, 1-3. 5: PL, 54, 240).

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